Los sueños de Fidel
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¿Será porque nació un 13 de agosto a las 02.00 de la madrugada y tiene hábitos nocturnos, y entonces se emparientan, como algo natural, como un reflejo, nocturnidad y sueño? ¿O es por algo más intrínseco, mucho más propio del que fue definido en diversas ocasiones y desde distintas apreciaciones como el mayor revolucionario de la época moderna?
En diciembre de 1970, prácticamente recién comenzado el proceso de la Unidad Popular en Chile, acompañé desde Santiago, donde me encontraba como corresponsal-jefe de la agencia Prensa Latina, a un grupo de una decena de periodistas chilenos que debían entrevistar a Fidel Castro. La reunión se realizó en un pequeño salón del Hotel Habana Libre, alrededor de una mesa rectangular cuya cabecera ocupaba el dirigente cubano. Fue la primera vez que yo escuchaba a Fidel Castro referirse a uno de sus pensamientos íntimos, a imágenes interiores que, por la fuerza y claridad con que nos los expresaba, se sentía que en él eran recurrentes, que lo asediaban una y otra vez.
Sucedió cuando uno de los periodistas le preguntó algo, ya no importa qué, sobre el Che. Recuerdo que Fidel se levantó de la silla, inclinó la cabeza, apoyó los nudillos sobre la madera lustrosa de la mesa y en voz baja, casi hablando consigo mismo, nos dijo: “Siempre me imagino la felicidad inaudita que debe de haber sentido el Che cuando vio otra vez las armas en la selva boliviana. Hasta me imagino que un par de fusiles están apoyados en un árbol, el Che los mira, y una felicidad infinita se apodera de él. Esa misma felicidad que a mí, por mis obligaciones, yo sé que me está negada. El Che deja Cuba después de ejercer estas obligaciones de gobierno y vuelve a la lucha guerrillera en Bolivia. Siempre tengo esa imagen de cuando el Che siente la alegría del guerrillero cuando vuelve a ver las armas”.
Mi memoria guardó esta escena, esas palabras, la forma en que fueron dichas, un cierto sabor de tristeza y hasta de nostalgia, la imagen del instante fulgurante en que el guerrillero decide emprender la lucha, y todo lo que puede estar negado, no sólo volver a empuñar las armas, a un hombre como Fidel.
Decidí escribir este artículo muchos años después, únicamente cuando en otros encuentros ocasionales con el dirigente comprobé que a él le gustaba, o por lo menos no rehuía, contar algunos de sus sueños, esa zona fantástica, precaria, delicada y reveladora, que complementa, la vida de todo ser humano. ¿Qué son, que significarán los sueños para un estadista como Fidel? ¿Les atribuirá importancia, tratará de analizarlos? En todo caso no se trata aquí de hacer una interpretación freudiana de los sueños de Fidel sino de poder apreciar un aspecto más, una faceta más, de la extraordinaria personalidad de este hombre, esencial e histórica, del siglo XX.
En febrero de 1990, veinte años después de aquella escena del Habana Libre, hubo una recepción en el Palacio de la Revolución en la que el Presidente cubano departió con los jurados de ese año del premio Casa de las Américas y otros intelectuales cubanos y extranjeros invitados. Fue una noche extensa, que se prolongó a la madrugada, en la que estuvimos casi siete horas conversando con Fidel y en la que uno de los grandes temas fue el de los cambios en los países de Europa del Este. En un momento determinado Fidel Castro nos dijo: “Yo sueño mucho con el Che, está vivo, con su uniforme, y hablamos mucho, discutimos mucho de muchas cosas. Yo sueño que hablamos de todos estos problemas de hoy, él los enfoca muy bien, muy objetivamente. Al Che lo siento muy vivo, hablo ensueños con él como si realmente estuviera vivo, de problemas que son de hoy”.
En esa misma recepción Fidel, al enterarse de que el poeta Pablo Armando Fernández cumpliría 60 años ese próximo 2 de marzo, prometió asistir a la fiesta con la que pensábamos agasajarlo varios de sus amigos. El cumpleaños se preparó en el salón del tercer piso de la Casa de las Américas, especialmente diseñado para la ocasión con globos aerostáticos, una piñata de la que cayeron poemas del feliz homenajeado _ “somos todos felices esta noche, pero ninguno es más feliz que yo”, dijo_ y una enorme tela blanca que tenía impreso un imaginativo y fabuloso mapa de América Latina.
Cuando Fidel Castro comenzó a hablar con las casi cincuenta personas reunidas allí se sabía que el tema obligado era la derrota del sandinismo en las urnas, ocurrida pocos días antes. El analizó y consideró el tema desde varios ángulos, pero lo que importa aquí es como se enlazó con uno de sus sueños. Nos contó que con cierta frecuencia él instalado en el viejo palacio presidencial, que veía tanques y batistianos uniformados en las calles de La Habana, y que él volvía a estar conspirando para derrocar ese régimen.
Pocos días después de esto, el líder cubano viajó a Brasil invitado a los actos de toma de posesión del nuevo presidente Fernando Collor de Mello. Como sucedió en sus seis jornadas brasileñas prácticamente no durmió y comió poco y apurado por un intensivo programa de reuniones, contactos y encuentros con la prensa. Concedió entrevistas a las más grandes redes de televisión del país, comenzando por O´Globo, pero la que más nos gustó a todos, por la calidad de las preguntas, el ritmo impuesto, la simpatía y la atracción de la entrevistadora, fue la realizada por la periodista Marilia Gabriela, para su programa “Cara a Cara”, de la Tv Bandeirantes.
Durante los preparativos, emplazamientos de cámaras y luces, en un ángulo del amplio salón de recibo de la residencia del entonces embajador cubano, Jorge Bolaños, se sabía de antemano que se produciría un muy buen intercambio, porque se veía a Fidel cómodo, risueño, muy bien dispuesto para el desafío. Marilia Gabriela condujo las preguntas más difíciles o conflictivas con elegancia, una cierta seducción y finalmente le propuso a Fidel, al término de casi una hora de grabación, el sistema de test. El entrevistador propone una palabra y el entrevistado debe responder lo más automáticamente posible con otra o con un concepto, el reflejo que le provocó aquella primera evocación. En un momento determinado, todo esto en ritmo de catarata, ella colocó la palabra “sueño” y Fidel contestó rapidísimo: “Las veces que he soñado que estoy otra vez en las montañas haciendo la Revolución”.
Luego perseguí el tema releyendo las dos largas y profundas entrevistas que él otorgó al brasileño Frei Betto, en Fidel y la Religión (1985), y al italiano Gianni Miná, en Un encuentro con Fidel (1987). En la primera la palabra “sueño” solo aparece con el enfoque del estadista, del gestor, cuando dice que “es verdad que toda revolución tiene sueños y esperanzas de grandes realizaciones” y que en Cuba “nuestras realidades han superado nuestros sueños”. En la segunda en cambio, en el intenso y sensible capítulo sobre el Che, Fidel Castro vuelve a decir. “Muchas veces he soñado, a veces le he contado a la gente las cosas que uno sueña, y he soñado que estoy hablando con él, que está vivo, una cosa muy especial, una persona de la que a uno le cuesta mucho trabajo resignarse a la ida de la muerte”.
Aspiro a poder seguir recopilando algunos otros de sus sueños y hasta, por qué no, de algunas pesadillas como aquellas de Batista. Me gustaría preguntarle, por ejemplo, si alguna vez ha soñado que lo bloquean, que lo circundan para destruirlo, y cómo se desarrolla ese maldito sueño. Por lo tanto, yo no puedo menos que desearle hoy que tenga los sueños más felices, que acaso sueñe con rostros de muchedumbres, con pueblos enteros, los mismos que a su vez sueñan con Fidel.
En diciembre de 1970, prácticamente recién comenzado el proceso de la Unidad Popular en Chile, acompañé desde Santiago, donde me encontraba como corresponsal-jefe de la agencia Prensa Latina, a un grupo de una decena de periodistas chilenos que debían entrevistar a Fidel Castro. La reunión se realizó en un pequeño salón del Hotel Habana Libre, alrededor de una mesa rectangular cuya cabecera ocupaba el dirigente cubano. Fue la primera vez que yo escuchaba a Fidel Castro referirse a uno de sus pensamientos íntimos, a imágenes interiores que, por la fuerza y claridad con que nos los expresaba, se sentía que en él eran recurrentes, que lo asediaban una y otra vez.
Sucedió cuando uno de los periodistas le preguntó algo, ya no importa qué, sobre el Che. Recuerdo que Fidel se levantó de la silla, inclinó la cabeza, apoyó los nudillos sobre la madera lustrosa de la mesa y en voz baja, casi hablando consigo mismo, nos dijo: “Siempre me imagino la felicidad inaudita que debe de haber sentido el Che cuando vio otra vez las armas en la selva boliviana. Hasta me imagino que un par de fusiles están apoyados en un árbol, el Che los mira, y una felicidad infinita se apodera de él. Esa misma felicidad que a mí, por mis obligaciones, yo sé que me está negada. El Che deja Cuba después de ejercer estas obligaciones de gobierno y vuelve a la lucha guerrillera en Bolivia. Siempre tengo esa imagen de cuando el Che siente la alegría del guerrillero cuando vuelve a ver las armas”.
Mi memoria guardó esta escena, esas palabras, la forma en que fueron dichas, un cierto sabor de tristeza y hasta de nostalgia, la imagen del instante fulgurante en que el guerrillero decide emprender la lucha, y todo lo que puede estar negado, no sólo volver a empuñar las armas, a un hombre como Fidel.
Decidí escribir este artículo muchos años después, únicamente cuando en otros encuentros ocasionales con el dirigente comprobé que a él le gustaba, o por lo menos no rehuía, contar algunos de sus sueños, esa zona fantástica, precaria, delicada y reveladora, que complementa, la vida de todo ser humano. ¿Qué son, que significarán los sueños para un estadista como Fidel? ¿Les atribuirá importancia, tratará de analizarlos? En todo caso no se trata aquí de hacer una interpretación freudiana de los sueños de Fidel sino de poder apreciar un aspecto más, una faceta más, de la extraordinaria personalidad de este hombre, esencial e histórica, del siglo XX.
En febrero de 1990, veinte años después de aquella escena del Habana Libre, hubo una recepción en el Palacio de la Revolución en la que el Presidente cubano departió con los jurados de ese año del premio Casa de las Américas y otros intelectuales cubanos y extranjeros invitados. Fue una noche extensa, que se prolongó a la madrugada, en la que estuvimos casi siete horas conversando con Fidel y en la que uno de los grandes temas fue el de los cambios en los países de Europa del Este. En un momento determinado Fidel Castro nos dijo: “Yo sueño mucho con el Che, está vivo, con su uniforme, y hablamos mucho, discutimos mucho de muchas cosas. Yo sueño que hablamos de todos estos problemas de hoy, él los enfoca muy bien, muy objetivamente. Al Che lo siento muy vivo, hablo ensueños con él como si realmente estuviera vivo, de problemas que son de hoy”.
En esa misma recepción Fidel, al enterarse de que el poeta Pablo Armando Fernández cumpliría 60 años ese próximo 2 de marzo, prometió asistir a la fiesta con la que pensábamos agasajarlo varios de sus amigos. El cumpleaños se preparó en el salón del tercer piso de la Casa de las Américas, especialmente diseñado para la ocasión con globos aerostáticos, una piñata de la que cayeron poemas del feliz homenajeado _ “somos todos felices esta noche, pero ninguno es más feliz que yo”, dijo_ y una enorme tela blanca que tenía impreso un imaginativo y fabuloso mapa de América Latina.
Cuando Fidel Castro comenzó a hablar con las casi cincuenta personas reunidas allí se sabía que el tema obligado era la derrota del sandinismo en las urnas, ocurrida pocos días antes. El analizó y consideró el tema desde varios ángulos, pero lo que importa aquí es como se enlazó con uno de sus sueños. Nos contó que con cierta frecuencia él instalado en el viejo palacio presidencial, que veía tanques y batistianos uniformados en las calles de La Habana, y que él volvía a estar conspirando para derrocar ese régimen.
Pocos días después de esto, el líder cubano viajó a Brasil invitado a los actos de toma de posesión del nuevo presidente Fernando Collor de Mello. Como sucedió en sus seis jornadas brasileñas prácticamente no durmió y comió poco y apurado por un intensivo programa de reuniones, contactos y encuentros con la prensa. Concedió entrevistas a las más grandes redes de televisión del país, comenzando por O´Globo, pero la que más nos gustó a todos, por la calidad de las preguntas, el ritmo impuesto, la simpatía y la atracción de la entrevistadora, fue la realizada por la periodista Marilia Gabriela, para su programa “Cara a Cara”, de la Tv Bandeirantes.
Durante los preparativos, emplazamientos de cámaras y luces, en un ángulo del amplio salón de recibo de la residencia del entonces embajador cubano, Jorge Bolaños, se sabía de antemano que se produciría un muy buen intercambio, porque se veía a Fidel cómodo, risueño, muy bien dispuesto para el desafío. Marilia Gabriela condujo las preguntas más difíciles o conflictivas con elegancia, una cierta seducción y finalmente le propuso a Fidel, al término de casi una hora de grabación, el sistema de test. El entrevistador propone una palabra y el entrevistado debe responder lo más automáticamente posible con otra o con un concepto, el reflejo que le provocó aquella primera evocación. En un momento determinado, todo esto en ritmo de catarata, ella colocó la palabra “sueño” y Fidel contestó rapidísimo: “Las veces que he soñado que estoy otra vez en las montañas haciendo la Revolución”.
Luego perseguí el tema releyendo las dos largas y profundas entrevistas que él otorgó al brasileño Frei Betto, en Fidel y la Religión (1985), y al italiano Gianni Miná, en Un encuentro con Fidel (1987). En la primera la palabra “sueño” solo aparece con el enfoque del estadista, del gestor, cuando dice que “es verdad que toda revolución tiene sueños y esperanzas de grandes realizaciones” y que en Cuba “nuestras realidades han superado nuestros sueños”. En la segunda en cambio, en el intenso y sensible capítulo sobre el Che, Fidel Castro vuelve a decir. “Muchas veces he soñado, a veces le he contado a la gente las cosas que uno sueña, y he soñado que estoy hablando con él, que está vivo, una cosa muy especial, una persona de la que a uno le cuesta mucho trabajo resignarse a la ida de la muerte”.
Aspiro a poder seguir recopilando algunos otros de sus sueños y hasta, por qué no, de algunas pesadillas como aquellas de Batista. Me gustaría preguntarle, por ejemplo, si alguna vez ha soñado que lo bloquean, que lo circundan para destruirlo, y cómo se desarrolla ese maldito sueño. Por lo tanto, yo no puedo menos que desearle hoy que tenga los sueños más felices, que acaso sueñe con rostros de muchedumbres, con pueblos enteros, los mismos que a su vez sueñan con Fidel.