Речи и выступления

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la sesión de clausura de la Cumbre Sur, Palacio de Convenciones, La Habana, Cuba, 14 de abril del 2000

Дата: 

14/04/2000

Excelencias;

Distinguidos delegados e invitados; aunque a partir del generoso acuerdo que ustedes adoptaron hace unos minutos con relación a la guerra económica de Estados Unidos contra Cuba sin que nosotros lo hayamos solicitado, sería mejor llamarles queridos hermanos:

Estoy realmente admirado de los discursos que aquí hemos escuchado. Durante muchas horas anoté las ideas esenciales de cada uno de los Jefes de Estado o de Gobierno, Vicepresidentes y altos dirigentes que hicieron uso de la palabra.

He participado en muchas cumbres, pero nunca antes vi tanta unidad de criterio entre los líderes del Tercer Mundo.

Ello demuestra dos cosas.

Primero: talento, claridad de pensamiento, capacidad de elaborar y expresar ideas, la experiencia acumulada por los líderes de nuestros países a lo largo de 40 años, desde que se creó el Movimiento de Países No Alineados y más tarde el Grupo de los 77, a medida que muchos de los pueblos aquí representados iban alcanzando su independencia, apoyándonos unos a otros como Estados libres o como movimientos de liberación.

Segundo: la profundidad de la crisis que enfrentan nuestros países para el desarrollo, la desigualdad creciente y la discriminación que sufren.

Una a una fueron denunciadas las injusticias y calamidades que nos azotan y son las causas del perenne insomnio que aquí han expresado todos.

No hubo uno solo que no expresara la tragedia de la deuda que de mil formas afecta nuestros recursos para el desarrollo económico y social.

Fue unánime prácticamente el criterio de que los beneficios de la globalización alcanzan sólo a un 20% de la población a expensas del 80% restante, mientras se abre cada vez más el abismo entre los países ricos y el mundo marginado.

Es igualmente unánime el criterio de que tanto la Organización de Naciones Unidas como el sistema financiero internacional deben ser transformados.

De una forma u otra cada delegación expresó que el comercio desigual e injusto diezma los ingresos por exportación del Tercer Mundo con barreras arancelarias y no arancelarias que lo privan del mínimo necesario para pagar deudas y alcanzar un desarrollo económico y social sostenible.

Fue igualmente unánime la queja de que el desarrollo científico-técnico, monopolizado por el club privilegiado de los países ricos, queda fuera de nuestro alcance, al controlar estos los centros de investigación, acaparar casi el ciento por ciento de las patentes y hacer cada vez más difícil nuestro acceso al conocimiento y a las tecnologías. Unos cuantos líderes del Sur se ocuparon de recordarnos algo que apenas se menciona en los manuales de la política y la economía neoliberal: el robo desvergonzado de las más calificadas inteligencias del Tercer Mundo, de las cuales se apropian los países del norte al no disponer los países del sur de suficientes centros de investigación y mucho menos de los elevados salarios con los que atraen esas inteligencias a las sociedades de consumo sin gastar un centavo en formarlas. Adicionalmente, muchos jóvenes eminentes del Tercer Mundo que estudian en las universidades de las antiguas metrópolis o de otros países ricos no regresan.

Son impresionantes las cifras y estadísticas referidas por muchos de los líderes de nuestro mundo sobre el monto total de las obligaciones financieras acumuladas, la burla brutal a las decenas de países que constituyen el contingente de los más pobres, de los que sólo cuatro han recibido míseros alivios. Es evidente el clamor de que la deuda del Tercer Mundo debe ser considerablemente reducida si es que no se logra borrarla totalmente, que sería lo más justo y equitativo para pueblos que a lo largo de siglos, antes y ahora, la han pagado muchas veces.

Muchos colegas hablaron de la necesidad de establecer obligaciones fiscales a variadas actividades para financiar el desarrollo.

Cuba sostuvo y sostiene firmemente que el cobro de un 1% a las operaciones especulativas bastaría para financiar el desarrollo del Tercer Mundo. Nadie preste atención a quienes afirman que no sería posible. Con los recursos técnicos y los conocimientos de que hoy se dispone es perfectamente posible.

Pudiera pensarse que ni siquiera existe en nuestro planeta el más mínimo sentimiento de humanidad, cuando se habla por los participantes en esta Cumbre de miles de millones de personas que reciben menos de dos dólares o de uno, o tan sólo algunos centavos para sobrevivir. Nadie habría podido suponer que detrás del llamado siglo de la revolución de la libertad, la igualdad y la fraternidad hace más de 200 años, el de la acelerada industrialización que vino después, o el de los grandes avances de la comunicación, de las ciencias y de la productividad del trabajo humano, que acaba de finalizar, se hable de cientos de millones de hambrientos, desnutridos, analfabetos, desempleados, enfermos, unidos a cifras colosales de niños con bajo peso y talla para su edad, o sin escuelas y atención médica u obligados a trabajar en duros y míseros empleos; de datos sobre mortalidad infantil que en ocasiones multiplican más de 20 veces las del mundo rico. Estos son los permanentes derechos humanos que se reservan para nosotros.

Quede en nuestra memoria como emblema de nuestra época la cifra de 36 millones de infectados de SIDA en el mundo, de ellos, 23 millones en el continente africano, mencionados por el Secretario General de las Naciones Unidas, cuyo tratamiento requeriría 10 000 dólares por persona cada año. Añádase un incremento de 6 millones de nuevos infectados en los próximos 12 meses.

¿Por qué ocurre todo esto y hasta cuándo?

Casi no faltó nadie que expresara de una forma u otra que esperaban mucho de esta Cumbre Sur.

Nunca vi un nivel de conciencia tan alto. Ojalá estemos tan conscientes de nuestra fuerza unida como lo estamos de las mezquindades e injusticias que estamos sufriendo.

Tal vez en el futuro pudiera hablarse de antes y después de la primera Cumbre Sur. De nosotros mismos dependerá todo.

Antes se hablaba del apartheid en África; hoy podemos hablar del apartheid en el mundo, donde más de 4 000 millones de personas se ven privadas de los más elementales derechos de los seres humanos: la vida, la salud, la educación, el agua potable, los alimentos, la vivienda, el empleo, la esperanza en su futuro y en el de sus propios hijos.

Al paso que vamos, pronto no nos quedará ni el aire que respiramos, cada vez más envenenado por las sociedades derrochadoras de consumo que contaminan los elementos esenciales de la vida y destruyen el hábitat humano. Catástrofes naturales como las que tuvieron lugar en Centroamérica, Venezuela, Mozambique y otros muchos países, en apenas 18 meses, casi todos del Tercer Mundo, no habían ocurrido nunca a lo largo del siglo XX. En ellas perecieron decenas de miles de personas. Son las consecuencias del cambio de clima y la destrucción de la naturaleza, de lo cual no nos pueden acusar a nosotros, que aquí reunidos estamos luchando no sólo por normas universales de justicia, sino también por la preservación de la vida en el planeta.

El mundo rico pretende olvidar que las causas del subdesarrollo y la pobreza fueron la esclavitud, el coloniaje, la brutal explotación y saqueo a que fueron sometidos durante siglos nuestros países. Nos miran como pueblos inferiores. Atribuyen la pobreza que sufrimos a la supuesta incapacidad de los africanos, los asiáticos, los caribeños y latinoamericanos, es decir, los negros, los indios, los amarillos y los mestizos, para desarrollarnos e incluso para gobernarnos. Hablan de nuestros defectos como si no fueran ellos los que inculcaron a nuestras etnias sanas y nobles los vicios de los que nos colonizaron o explotaron.

Olvidan también que cuando Europa estaba poblada por aquellos que el imperio romano llamaba bárbaros, en China, India, el Lejano y el Cercano Oriente, el norte y el centro de África, existían civilizaciones que crearon lo que todavía se conoce como Maravillas del Mundo y desarrollaron el lenguaje escrito antes de que los griegos supieran leer y Homero escribiera La Ilíada. En nuestro hemisferio los mayas y las civilizaciones preincaicas habían alcanzado conocimientos que aún hoy asombran al mundo.

Albergo la más firme convicción de que el actual orden económico impuesto por los países ricos no sólo es cruel, injusto, inhumano, opuesto al curso inevitable de la historia, sino también portador de una concepción racista del mundo, como las que en su tiempo inspiraron en Europa al nazismo de los holocaustos y de los campos de concentración que hoy llaman en el Tercer Mundo centros de refugiados, y que son realmente concentrados por la pobreza, el hambre y la violencia; las mismas concepciones racistas que en África inspiraron al monstruoso sistema del apartheid.

En esta Cumbre nuestras reflexiones se dirigieron a la búsqueda de unidad, acumulación de fuerzas, estrategias, tácticas y formas de coordinación y dirección de nuestro esfuerzo, para que nuestros derechos económicos vitales sean reconocidos. Pero esta Cumbre significa también que estamos obligados a luchar por nuestra dignidad, nuestra cultura y nuestro derecho a que se nos trate como iguales.

Igual que en un ayer no lejano derrotamos el colonialismo adquiriendo la condición de países independientes, y hace muy poco, con el esfuerzo común del Tercer Mundo en apoyo a los heroicos luchadores de Sudáfrica, el apartheid oprobioso y fascista fue aplastado, podemos demostrar que no somos inferiores a nadie en capacidad de lucha, valentía, talento y virtudes.

Luchamos por los más sagrados derechos de los países pobres; pero estamos luchando también por la salvación de ese Primer Mundo, incapaz de preservar la existencia de la especie humana, de gobernarse a sí mismo en medio de sus contradicciones y egoístas intereses, y mucho menos de gobernar al mundo, cuya dirección debe ser democrática y compartida; estamos luchando —casi puede demostrarse matemáticamente— por preservar la vida en nuestro planeta.

Sólo así evitaremos que el barco del que hablaba en mis palabras de bienvenida choque contra el iceberg y nos hundamos todos.

Sólo así nos esperará la vida y no la muerte.

Muchas gracias.

(Ovación)

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