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El Fidel olímpico de París-2024

Дата: 

11/08/2024

Источник: 

Granma

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En más de una ocasión dijo que se hizo revolucionario leyendo la historia de la Revolución Francesa, y bajo el influjo de esa gloriosa epopeya. Siendo apenas un adolescente, e hijo de un terrateniente, por las noches, mientras sus padres dormían en el llamado mirador de la casa, él, en los bajos, en el cuarto que compartía con sus hermanos Ramón y Raúl, soñaba con hacer algo que cambiara los destinos de su patria.
 
«En Cuba hacen falta muchos Robespierre. Nadie tiene la menor duda de que los hubo, los hay, y que, no por casualidad, a Robespierre le decían el incorruptible», le escribió a Ángel, su padre, cuando guardaba prisión en la entonces Isla de Pinos, por las acciones del asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.
 
De aquella gesta, Fidel hizo brotar una proyección, un programa social, del cual el deporte es una de sus grandes conquistas. No se logró el objetivo en aquella mañana de la Santa Ana, como tampoco lo alcanzó Mijaín López en su primer «asalto» a los Juegos Olímpicos, en Atenas-2004.
 
Pero si se le pudieran llamar reveses a esos intentos, ellos nos los devolvieron hechos victorias: la Revolución y Mijaín se hicieron invencibles.
 
El Jefe de esa obra de pueblo que, parafraseando a Cristóbal Colón, es la más humana y bella que se haya concebido por un ser humano, hizo brotar de aquella gesta un camino, un programa social que ha tenido en el deporte una nítida expresión de esa perspectiva.
 
«Si antes de Castro se habían obtenido medallas en dos disciplinas olímpicas (en esgrima y piragüismo), después de él se alcanzaron preseas en 15 deportes». No es esta una observación de Granma o de la Televisión Cubana, es de espn, prestigiosa cadena estadounidense, líder mundial en deportes.
 
Fidel fue un deportista. Sus pasos en las canchas de baloncesto, en el Colegio de Belén; sus zancadas a lo Juantorena, en las pistas universitarias en las que, por cierto, ganó en el doblete inédito (400 y 800 metros) del elegante de las pistas; sus inmersiones en la pesca submarina, y hasta una encarnizada pelea de boxeo, con su hermano Ramón de entrenador, lo llevaron a interpretar el mundo atlético y a entender a sus protagonistas.
 
Amigo de grandes personalidades del apasionante universo deportivo, como Juan A. Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional; de Mohamed Alí, campeón mundial del boxeo profesional; o de Diego Armando Maradona, campeón mundial de fútbol, tenía una idea clara del fenómeno que se vive tras las canchas y de quiénes son los verdaderos héroes.
 
«Los ingresos de las olimpiadas son fruto de los esfuerzos de los atletas de todos los países. Sin ellos no habría olimpiadas ni habría ingresos», sentenció.
 
Sin temor a ser absoluto, nadie como él defendió los derechos de los más pequeños en los Juegos Olímpicos, incluso lanzó, en nombre de ellos, a Cuba, en 1999, como candidata a sede de la edición de 2008.
 
Entonces, afirmó que «cinco países entre los más ricos de la ocde: Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido y Australia, con una población de 491,5 millones de habitantes, que equivale al 8,3 % de la población mundial, han sido sedes de 12 Juegos Olímpicos, el 52,2 % de los 23 juegos realizados», y agregó que «esos países, el Grupo de los Siete, los más ricos de todos, que en conjunto alcanzan casi el 70 % del producto bruto mundial, han sido especialmente privilegiados en materia de concesión de sedes olímpicas».
 
Aquellas candidaturas, aun cuando no cristalizaron porque, como él mismo denunció, Cuba jamás entraría en una subasta de promesas al mejor postor, por principios, y porque no tenía otra cosa que ofrecer que su ejemplo y la capacidad organizativa de su pueblo, sí alzó la voz del Tercer Mundo, de los que menos tienen que, lamentablemente, son mayoría.
 
Como revolucionario cabal y de hechos, la inconformidad nunca dejó de convocarlo. La pequeña ínsula era un punto insignificante del mapa deportivo mundial, hasta que se propuso, el 29 de enero de 1959, solo dos semanas después de crear la Dirección General de Deportes, y a menos de un mes de la victoria revolucionaria, que había que llevar esa actividad tan lejos como fuera posible. No solo impulsó los programas encaminados a ese propósito, sino que acompañó la ejecución de estos. Era uno más labrando el sendero de los podios mundiales y olímpicos.
 
Y se hizo realidad el sueño. Casi a los diez años, un cubano fue recordista mundial por primera vez. En 1971, Pedro Pérez Dueñas llevó el tope del planeta en triple salto, hasta 17,40 metros. A partir de ese momento, y un poco antes, también, Cuba ha alcanzado medallas mundiales en 20 disciplinas, y en 15 ha logrado subir a los podios olímpicos.
 
Hazañas como la de Teófilo Stevenson, Juantorena, Mireya Luis y Regla Torres, junto a sus compañeras del equipo de voleibol; y la de Javier Sotomayor, no se han repetido nunca más.
 
Aquí, en París, Mijaín López puso a Fidel y a su estrategia en lo más alto del podio, con su quinta medalla de oro consecutiva, un suceso de Expedientes X, algo paranormal. Pasará mucho tiempo, tal vez todo el tiempo, para que otro ser humano pueda entrar al templo cubano donde habita el pinareño del pequeño pueblito de Herradura.
 
Hoy, el Comandante en Jefe le dijera a esta delegación, a punto de cumplir su faena aquí, lo mismo que les dijo a aquellos: «Rindo tributo a esa virtud, a esa cualidad, a esa vergüenza de nuestros atletas. De ningún país se dicen tantas cosas elogiosas como las que se dicen de los atletas cubanos. El pueblo admira a sus atletas y no los desprecia por ningún revés».
 
Pero él, que no se escondió para decir que le hubiera gustado ser uno de ellos, también hubiera hecho la misma reflexión que el 24 de agosto de 2008, tras finalizar los Juegos de Beijing, en la que puntualizó que esos méritos de nuestro deporte «no nos eximen en lo más mínimo de responsabilidades presentes y futuras».
 
A raíz de los resultados en estos XXXIII Juegos Olímpicos, recibiremos, como él lo dijo y siempre hizo, a nuestros atletas con o sin medallas.
 
En este agosto de cumpleaños, desde el deporte, debemos evocarlo con esa exigencia de la cual se desprendían sus enseñanzas.
 
«Nos hemos dormido sobre los laureles. Seamos honestos y reconozcámoslo todos. No importa lo que digan nuestros enemigos. Seamos serios. Revisemos cada disciplina, cada recurso humano y material que dedicamos al deporte. Debemos ser profundos en los análisis, aplicar nuevas ideas, conceptos y conocimientos».
 
Ese es el camino que nos mostró. Volvamos a él bajo el principio sagrado de que, para el honor, es la medalla de oro.