Despertar la fe de los pueblos: A 65 años del viaje de Fidel Castro a Sudamérica (II)
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Sábado, 2 de mayo de 1959
Temprano en la mañana del sábado, Fidel abandona el hotel para dirigirse al moderno edificio de la Secretaría de Comercio, sede de la reunión. Tras un breve recorrido por la ciudad penetra en el salón de conferencias. Antes de que le toque su turno, intervienen otros oradores.
El ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Ignacio Luis Arcaya, al mencionar la presencia de Fidel en el recinto, afirma:
—Tenemos aquí al hombre que representa el símbolo de lucha por la libertad de América.
Toma la palabra el canciller Florit:
—En mi carácter de presidente de esta reunión tengo el alto honor de expresar el sentir unánime de los delegados al recibir entre nosotros al señor delegado de Cuba, doctor Fidel Castro —hace una pausa y añade—. Creo que no exagero al decir que Castro constituye hoy en América una figura de brillante relieve por su esforzado trabajo a favor de la libertad humana, y que toda América está pendiente de la realización de esta gran obra que él está enfrentando arduamente en Cuba. ¡Tiene la palabra el doctor Castro!
El Héroe de la Sierra se pone de pie con las manos en la espalda. Empieza a hablar pausadamente, espacia las frases, apenas sin levantar el volumen de la voz.
Soy aquí un hombre nuevo en este tipo de reuniones; somos además, en nuestra Patria, un gobierno nuevo y, tal vez por eso, sea también que traigamos más frescas las ideas y la creencia del pueblo, puesto que sentimos como pueblo, hablamos aquí como pueblo y como un pueblo que vive un momento excepcional de su historia, como un pueblo que está lleno de fe en sus propios destinos (…) Vengo a hablar aquí con la fe y la franqueza de ese pueblo.
Emergía como portavoz de la sinceridad. El orador examina el panorama negativo de las conferencias interamericanas, con sus vacuos torneos oratorios, con el análisis teórico de los problemas, sin que, en ningún caso, se levantara una firme solución. “Los pueblos apenas si se preocupan por las cuestiones que se discuten en las conferencias internacionales. Los pueblos apenas si creen en las soluciones a que se llega en las conferencias internacionales. Sencillamente, no tienen fe (…)”.
Hubo movimientos de asentimiento. Nadie había dicho antes, en el propio escenario de una conferencia, aquellas verdades tan evidentes y concretas.
No tienen fe porque no ven realidades; y no tienen fe porque las realidades muchas veces están en contradicción con los principios que se adoptan y proclaman en las conferencias internacionales... No tienen fe porque hace muchos años que los pueblos nuestros están esperando soluciones verdaderas y no las encuentran (…).
Agitó repetidamente el brazo derecho, como si estuviera sembrando, a golpes de martillo, sus ideas. El estilo oratorio con el que se había ganado la voluntad de las multitudes parecía ejercer su irresistible influjo en la sensibilidad del auditorio. La palabra fe, repetida con intensidad, cobraba en su acento matices peculiares.
Se hace necesario despertar la fe de los pueblos, y la fe de las masas no se despierta con promesas; la fe de los pueblos no se despierta con teorías; la fe de los pueblos no se despierta con retórica. (…) La fe de los pueblos se despierta con realidades, la fe de los pueblos se despierta con hechos; la fe de los pueblos se despierta con soluciones verdaderas, y nosotros debemos tener muy en cuenta que el más terrible vicio que se puede apoderar de la conciencia de los hombres y de los pueblos es la falta de fe y la falta de confianza en sí mismos.
Fidel hablaba de la fe y de pueblos. Y al decir “pueblo” no se refiere a una persona jurídica ni expresaba un concepto abstracto, sino que otorgaba a la idea un contorno individual y físico, como una estampa vívida del hambre y la miseria: “(…) porque no es posible olvidar que esos pueblos existen, que son realidades de carne y hueso (…)”.
Exclama con pasión:
Al expresar aquí un sentimiento respecto a las fórmulas que se discuten y se barajan para resolver nuestros problemas, yo diría que lo primero, lo fundamental, no es solo la fórmula que se busca... Lo fundamental es la actitud de ánimo con que vamos a aplicar esa fórmula. Lo fundamental es la cuantía de la medicina que le vamos a aplicar a nuestros males.
Con firmeza:
Nosotros podemos llegar a conclusiones correctas, adecuadas, sobre la solución de nuestros problemas, y emprender esas soluciones desalentados, escépticos, o bien con la creencia errónea de que los males que conocemos en su cuantía, en su magnitud y en su alcance, los vamos a resolver con dosis de remedios que están muy lejos de resolver verdaderamente el problema.
Elaborando los cimientos de su tesis: “Aquí se ha dicho que una de las causas del subdesarrollo es la inestabilidad política. Y quizás la primera verdad que debe sacarse en claro es que esa inestabilidad política no es la causa, sino la consecuencia del subdesarrollo”.
La ovación no le deja terminar la frase. Cada pensamiento expuesto encadena al siguiente. La improvisación no afecta la singular arquitectura del discurso. Ni una sola vez incurre en disquisiciones marginales ni abandona la idea cardinal.
Hay que salvar el continente para el ideal democrático, mas no para una democracia teórica, no para una democracia de hambre y de miseria, no para una democracia bajo el terror y bajo la opresión, sino para una democracia verdadera, con absoluto respeto a la dignidad del hombre, donde prevalezcan todas las libertades bajo un régimen de justicia social, porque los pueblos de América no quieren ni libertad sin pan, ni pan sin libertad.
Insiste en que las cuestiones políticas son inseparables de los conflictos económicos, como las dos caras de la misma moneda.
Antes de concluir su histórica intervención, plantea: “El desarrollo económico de América Latina necesita un financiamiento de 30 000 millones de dólares en un plazo de diez años”.
Como si hubiera recibido un corrientazo de 220 watts, el auditorio se pone de pie a la vez que una cerrada ovación apoya el pronunciamiento del líder cubano.
Quien no recibe con agrado la propuesta es Thomas Mann —nada tiene que ver con el novelista—, jefe de la delegación norteamericana, quien se apresura a declarar: “No contestaré a esa petición”.
Pero el subsecretario de Estado, Douglas Dillon, dice ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado: “La cifra pedida por Castro es mucho más de lo que podemos aportar. Treinta mil millones son muchos millones”.
Inmediatamente, la iniciativa es calificada en Washington de ridícula y demagógica. Sin embargo, menos de dos años después, el presidente John F. Kennedy ofrecería 25 000 millones de dólares para el desarrollo de América Latina, de acuerdo con el programa de la Alianza para el Progreso. Fidel, entonces, riéndose, comentaría que se trataba de un intento de arrebatarle su iniciativa.
Fidel tenía una percepción extraordinaria sobre las necesidades y actitudes de Latinoamérica que ninguna Administración de los Estados Unidos podría o querría comprender en las siguientes décadas. Y el contraste entre su viaje triunfador y el recorrido del vicepresidente Nixon, entre pedradas y salivazos, a través de América del Sur un año antes, destacaba el estado de ánimo reinante en esa región del globo.
El matutino La Nación se refirió de la siguiente manera a Fidel: “Un héroe de nuestro tiempo. Si el rostro es el espejo del alma, el alma de Fidel Castro tiene la lealtad, la nobleza y la grandeza de los seres excepcionales”.
Antes de partir de Buenos Aires, Fidel concurre a Cabello 3 589 donde almuerza con su tío Gonzalo Castro, de 79 años, hermano de su padre Ángel, quien reside en Argentina desde 1913. También visita a los padres de Che Guevara; y más tarde sostiene una entrevista de 45 minutos en la residencia presidencial de Los Olivos con Arturo Frondizi.
En Fotos, Fidel el 2 de mayo de 1959