Revolucionario de acción y fe
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A Sergio González López, durante toda su vida, lo motivó la fe. Primero la católica, esa que lo incitó durante su adolescencia a ordenarse como sacerdote e ingresar en el Seminario de El Cobre en Santiago de Cuba. Después, la que descubrió al comprender la necesidad de luchar por la libertad de la Patria. Por ello y por alguna precaución del clandestinaje, le apodaban: El Curita.
Desde su natal Aguada de Pasajeros, en la entonces provincia de Las Villas, Sergio se trasladó hasta La Habana en busca de oportunidades y trabajo. En la compañía de tranvías norteamericana Havana Railway, se desempeñó como inspector y también fue el secretario general del sindicato. Las luchas allí desarrolladas contra las injusticias de los patrones, constituyó la razón principal para que fuese despedido. Entonces pasó a Ómnibus Modernos S.A., donde continuó sus demandas y luchas a favor del movimiento obrero.
Su activa militancia en el Partido Ortodoxo permitió que tras el golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952, se incorporara a la lucha contra la dictadura provocada por este militar, donde se convirtió en un destacado combatiente clandestino.
Tras el fallecimiento de su hermana Delia, heredó una pequeña imprenta ubicada en la antigua Plaza del Vapor, cercana a la céntrica intersección de Galiano y Reina, local utilizado para las reuniones de los máximos dirigentes del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) y refugio de muchos perseguidos. En su rotativa se imprimieron volantes que apoyaron las acciones del 26 de julio de 1953 y luego una parte de las ediciones de La Historia me Absolverá. Incluso, afirma el revolucionario Giraldo Mazola, que en ese sitio se imprimió la primera versión clandestina de ese texto.
Su experiencia en la actividad insurrecta, valentía, intrepidez, vergüenza y humanidad, fueron tomadas en cuenta para designarlo como Jefe de Acción y Sabotaje del M-26-7 en La Habana. Cargo al cual se entregó totalmente, hasta llegar a ser como lo calificara Faustino Pérez, Jefe del Movimiento 26 de Julio en la urbe habanera: “el alma de esta organización”.
Aún son recordadas las operaciones que concibió de manera original y hasta ingeniosa, como fueron los sabotajes a la refinería de petróleo de la ESSO Standard Oil, a la Conductora de Agua de Vento y a las imprentas donde se confeccionaban los pasquines y volantes de la campaña presidencial del batistiano Andrés Rivero Agüero; el asalto a la Cámara de Compensaciones del Banco Nacional; la noche de las 100 bombas y su fuga del Castillo del Príncipe junto a varios combatientes. Con ellas, acorraló a los cuerpos represivos opresores, que lo buscaron afanosamente.
Organizar hasta el detalle cada acción y velar para no ocasionar muertos entre la población, según sus compañeros de entonces y subordinados, era una de sus características fundamentales.
Tras evadir varios intentos de captura, en la noche del 18 de marzo de 1958, Sergio fue detenido. Él visitaba una casa de contacto en el Vedado y los esbirros de la tiranía lo encontraron.
Días antes, Fidel lo había mandado a buscar desde la sierra, pero él respondió, con mucho respeto, que estaba consciente de los riesgos permanentes, pero consideraba que su deber estaba en la capital junto a sus compañeros.
Indescriptibles deben haber sido las torturas a las que fue sometido por miembros del Buró de Investigaciones, porque al encontrarse su cadáver al día siguiente en el reparto Altahabana, junto a los de los jóvenes revolucionarios Juan Borrell y Bernardino García, estaba en muy malas condiciones y cosido a balazos.
Cuenta el imaginario popular que en las mazmorras donde los sicarios lo fustigaron, no dijo una palabra que delatara a sus compañeros. Sin embargo, antes de morir expresó a sus asesinos: “Tiren que aquí hay un hombre”.