Memorias: La primera vez en Guantánamo
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Apoteosis. Nunca la ciudad había vivido algo semejante. Era 3 de febrero de 1959. Habían transcurrido 34 días desde el triunfo de la Revolución, y Fidel visitaba por primera vez a Guantánamo. Raúl, ocupado con asuntos impostergables, le había pedido que lo hiciera, y él estaba aquí por los dos, como parte de su marcha triunfal por toda la nación, y lo dejaba sentado en medio de un discurso-diálogo con más de 30 mil personas, intercambio que se extendió hasta las 5:30 de la tarde.
La multitud no solo colmó el espacio del parque 24 de Febrero, desbordó el itinerario desde el aeropuerto de Los Caños, en Paraguay, (actual Mariana Grajales) donde el Líder de la Revolución llegó acompañado por el comandante Manuel Piñeiro Lozada (Barbarroja). Una interminable fila de transportes automotores, bicicletas, ciudadanos a caballo, a pie… integraban la compacta multitud, según testimonia La Voz del Pueblo, el último periódico guantanamero prerevolución, antecesor de Venceremos.
Al pie del avión de la Fuerza Aérea Revolucionaria lo recibió Demetrio Montseny Villa, destacado capitán guerrillero del II Frente Oriental Frank País, devenido jefe de la Plaza de Guantánamo.
Es mediodía, el sol abraza, y la comitiva parte al encuentro con el pueblo, donde mejor se siente el Líder de los Barbudos y lo subraya frente a la multitud que lo vitorea y aclama: “Es que, sencillamente, donde yo me siento bien es junto al pueblo”, al que se debe regresar constantemente para oírlo, y para seguir pensando y sintiendo junto a él –puntualizó.
En el parque José Martí se produce la primera parada, el recibimiento oficial, y aquí Zelma Carvajal Borges, una niña de nueve años, es llevada hasta el Líder en hombros del teniente rebelde José Antonio Boró. Debía entregar flores a Celia Sánchez Manduley, pero la heroína no viajó. Fidel, de sencilla grandeza y sensibilidad, atiende a la pequeña, a quien suma a la caravana y sujeta de su canana lo acompaña las 10 cuadras siguientes, hasta el punto de la concentración, contaba la aludida en 2020 a un colega del diario Granma.
El portal de la Escuela Profesional de Comercio (hoy politécnico de economía Asdrúbal López Vázquez) fue la tribuna. Silencio y disciplina reclamó el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde para comenzar el acto que por su extraordinaria magnitud le recordaba el mitin del millón en la capital de la República.
Conoce de las demandas del pueblo, de los campesinos, en primer lugar, de los trabajadores y los estudiantes, de la gente humilde y más necesitada de la Revolución y subraya que no viene como gobernante a escuchar reclamos, sino como revolucionario a apoyarlos, consciente de la fuerza formidable de la opinión pública que se moviliza en Cuba contra la amenaza extranjera, contra la campaña de descrédito y de calumnia contra la Revolución.
Está fresca la Operación Verdad, inédita conferencia de prensa que organizó días antes, en enero, para desbaratar la campaña de falsedades contra la naciente Revolución relacionada con los juicios y ajusticiamiento de connotados torturadores y asesinos de la dictadura batistiana.
Recuerda los atropellos, las torturas, los golpes, las humillaciones que sufría cualquier ciudadano bajo el régimen de Batista y asegura que se acabó. El pueblo pide justicia y la está teniendo. Conoce a sus victimarios, porque se jactaban públicamente para sembrar el terror. ¡Qué más pruebas para enjuiciar y fusilar a los muy conocidos criminales de guerra y menciona a tétricos personajes como “Pata de Ganso”, “Mano Negra”, y “Agüero”.
Pide paciencia y confianza. La Revolución hace justicia. Juzga primeramente a los peores criminales de guerra, pero también llegará su turno a los colaboradores (chivatos) y a los oportunistas que se valen de los tiempos que se viven para disfrazarse de oficiales del Ejército Rebelde y exhibir méritos que jamás ganaron ni jamás tuvieron.
La Reforma Agraria ocupa principal espacio en el diálogo con la masa, también problemas puntuales de Guantánamo: miles de desempleados, salarios de hambre, campesinos sin tierras, madres sin trabajo y sus hijos sin escuelas, carencia de hospitales… “situaciones verdaderamente desesperantes”, apunta. En los campos -continúa- bohíos inhabitables, sin higiene. Analfabetismo, falta de maestros, no hay fábricas, no hay caminos, no hay hospitales, hay discriminación racial.
Muchos años después, consolidado el triunfo revolucionario, el presidente argelino Abdelazis Bouteflika decía de Fidel: “Tiene la rara virtud de viajar al futuro para luego regresar y contarlo”. Era un profeta en su tierra, pues al mes del triunfo ya se adelantaba al tiempo desde Guantánamo y adelantaba a los lugareños, premonitoriamente, desafíos que se avecinaban:
“Nunca habíamos sido independientes. El embajador norteamericano era quien daba órdenes y gobernaba”. Con la Revolución esa política cambió, pero “en el orden económico desgraciadamente estamos dependiendo todavía”, y alertaba: “Están hablando de intervenciones, amenazando con medidas económicas.
“Van a perder los latifundios, porque es la voluntad del pueblo de Cuba” aseguraba y advertía “¿Que toman medidas económicas? que las tomen; estamos dispuestos a todos los sacrificios. Si para aplastar a la Revolución nos rebajan la cuota de azúcar idearemos otras medidas para resolver nuestros problemas”.
Sus predicciones se cumplían: exactamente tres años después, el 3 de febrero de 1962, John Fitzgerald Kennedy, presidente de los Estados Unidos de América, decretó de manera oficial el brutal y genocida bloqueo financiero, económico y comercial contra Cuba, continuidad de la política iniciada por Dwight D. Eisenhower, su antecesor.
Eisenhower, primero de los 12 presidentes imperiales que en 65 años de Revolución enfrentamos los cubanos, en julio de 1960 impuso las primeras sanciones económicas contra Cuba para “sembrar el hambre, la desesperación y conseguir el derrocamiento del Gobierno” de Fidel Castro.
Suspendió la cuota azucarera y privó al país del 80 por ciento de los ingresos procedentes de ese sector. El 3 de enero de 1961 rompió las relaciones diplomáticas, cerró la embajada en La Habana y el 19 de octubre de 1960 impuso un embargo parcial a la Isla.
El profeta en su tierra esbozó en Guantánamo la Campaña de Alfabetización al anunciar que se había reunido con dirigentes de los colegios de maestros para solicitar voluntarios para esa empresa y, para su sorpresa, fueron miles los dispuestos a enseñar, a pesar de que trabajarían sin salario. Los campesinos les darían albergue y alimentación y el Estado el material necesario.
Anunció la construcción de miles de viviendas campesinas para erradicar bohíos y paralelamente avanzaría la lucha contra el desempleo, el latifundismo, las enfermedades, por el desarrollo industrial, la cultura, la democracia, el bienestar y la salud del pueblo, y reafirmó: “He venido aquí —lo repito— no a oír demandas, ¡vengo a sumarme a la demanda justa del pueblo!
La defensa no faltó en el temario: “Yo les voy a decir quién va a defender la Patria si la atacan: todo el mundo, ¡todo el mundo! El ejército de Cuba es el pueblo, porque todo el mundo tiene que pelear. Entonces, aquí, en los sindicatos, en los clubs juveniles, en los institutos, en todas partes, hay que enseñarle a manejar las armas al pueblo”.
Sobre el enemigo interno, que siempre ha existido, aseguró que la contrarrevolución solo podría triunfar aquí sobre la base de un mar de sangre, de un verdadero mar de sangre.
La ilegal Base naval de Estados Unidos en Guantánamo también tuvo su aparte en el discurso, durante el cual calificó de estúpida la persecución a los obreros cubanos tras la derrota de la tiranía, y advirtió a las autoridades del enclave para que “no cometan el error de estar tomando medidas agresivas, que los traten igual, que les paguen allí los salarios que deben ganar y que no se anden con persecuciones por razones políticas; porque si van a botar de la base a todos los revolucionarios, tendrán que botar a todo el mundo”, aseguró.
En noviembre del siguiente año (1960) el Líder de la Revolución volvió a Guantánamo, como otras 23 veces más, en esa ocasión para reunirse con los trabajadores de la Base naval yanqui, a quienes pidió no propiciar un pretexto de agresión a la Patria.
Cayendo la tarde, el Comandante en Jefe hacía suyas palabras de Antonio Maceo al asegurar que la Revolución estaría en pie mientras hubiera una justicia por reparar, y concluyó:
“La Revolución seguirá su curso. Ya yo dije que si a mí me privaban de la vida, detrás de mí vendría otro; y si al que viene detrás de mí lo privan de la vida, detrás de él vendrá otro”, por eso Somos Continuidad.