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Cuito Cuanavale y el último combate

Cuito Cuanavale condicionó la victoria definitiva. Foto: Pastor Batista Valdés
Cuito Cuanavale condicionó la victoria definitiva. Foto: Pastor Batista Valdés

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Periódico Granma

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Ha dado el calendario otra vuelta completa y aquí está de nuevo el 23 de marzo: día que los cubanos evocamos con la satisfacción de los que triunfan.
 
Sin embargo, quizá no quieran recordarlo quienes, a inicios de 1988, pretendían ocupar Cuito Cuanavale, punto de la geografía angolana hasta entonces prácticamente desconocido, escenario de una batalla que cambiaría el rumbo de la historia en buena parte del continente africano.
 
Las acciones del 23 cerrarían cortina, tras una cadena de combates (enero-marzo) en los que Sudáfrica puso a prueba su avanzado y poderoso arsenal de guerra, sobre posiciones defendidas por Brigadas de Infantería Ligera (BIL) angolanas, asesoradas de inicio por un puñado de internacionalistas cubanos, antes de la entrada de fuerzas y medios dispuestos a frenar, como fuese, al agresor.
 
Luego de haber sacado jugosa tajada frente a una operación ofensiva angolana, cuya concepción Cuba no compartió ni tomó parte en ella, Pretoria se había afilado los colmillos pensando que Cuito sería «mansa liebre».
 
La extraordinaria capacidad de aquella avanzada cubana para organizar el mando y la defensa, agilizar acciones de fortificación, preparar lo mejor posible a las tropas angolanas replegadas hasta allí, y crear bases para el arribo urgente de hombres y técnica de combate, explicarían el rechazo y la secuencia de triunfos cubano-angolanos con que nunca contó el alto mando sudafricano, apoyado por fantoches de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita) y efectivos de Namibia, con el águila imperial batiendo palmas (garras) y pidiendo sangre.
 
Arrogantes, olvidaron momentos como los del 13 y 14 de enero, o las épicas jornadas del 14 y 25 de febrero, creyendo que resolverían «su problema», si lanzaban previamente una fuerte preparación artillera y embestidas de la aviación.
 
A esa altura seguían subestimando la lección de semanas atrás, 25 de febrero, cuando al caer de madrugada sobre el lugar donde supuestamente estarían las 25 y 59 BIL, no encontraron en él un alma ni un arma.
 
Fidel es mucho Fidel y, desde acá, había indicado trasladarlo todo durante la noche, en el mayor silencio, sin perder un minuto. Resultado: solo campos minados, explosiones, sorpresa, desconcierto, contraataque y muerte esperaron al agresor.
 
Desenlace muy parecido reservaría el 23 de marzo. De nada sirvieron los 700 proyectiles de G-5 que, entre otros mortales explosivos, descargó Pretoria, luego de marcar con disparos fumígenos la dirección principal del ataque.
 
En cortés respuesta, cayeron sobre ellos unos 500 disparos de cañones 130 mm, más de 600 de obús 122 mm y casi 700 cohetes lanzados por las aterradoras BM-21, encabezadas por Cachita, Victoria, Libertad y Patria o Muerte: las buscapleitos, como las bautizaron nuestros combatientes.
 
Como era de esperar, tanquistas abrieron fuego a distancia de tiro directo, armas antitanques,  ametralladoras, fusiles… sin olvidar el saludo de los temibles MIG, en contra de lo que el mando racista había calculado, por las adversas condiciones climáticas.
 
Ta vez un día o quizá nunca se sepa si alguien dio la voz, pero escapar con vida de aquel infierno fue lo que todo el mundo intentó, a la vez, sin importar que, en la estampida, las esteras molieran cuerpos humanos de sus propios aliados.
 
Imágenes así, de desprecio total por la vida de los demás, de abandono al soldado propio, al hermano de trinchera, de dotación, de combate, nunca hubo entre cubanos y angolanos. Por el contrario, creo ver al soldado tunero Rafael Durañona transfundiéndole su sangre a un herido, para luego echárselo a cuestas y salvarlo; o a Ciro Gómez arriesgando su vida para proteger a esos tanquistas que lo adoran, como también sucede con los artilleros de David Hernández, y con infinidad de combatientes dirigidos por Álvaro López Miera, Miguel Ángel Lorente, Gustavo Fleitas, Ermio Hernández, Venancio Ávila...
 
El consiguiente avance de nuestras tropas por el flanco sudoccidental, más alcance en profundidad tras la construcción del aeropuerto en Cahama, y la efectividad de golpes como el de la aviación en Calueque, significaban «demasiado ya para un solo corazón», y a Sudáfrica no le quedó más remedio que salir de suelo angolano y sentarse a la mesa de negociaciones.
 
Como se sabe, pudo ser implementada, por fin, además, la Resolución 435 de la ONU (para la independencia de Namibia), en tanto Pretoria sintió crujir las vértebras de su oprobioso régimen de segregación racial, conocido como apartheid.