El gigante y el pueblo
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El 5 de junio de 1958, al ver los fragmentos de los cohetes de la fuerza aérea estadounidense que la aviación de la tiranía había lanzado sobre la casa del campesino Mario Sariol, en el corazón de la Sierra Maestra, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz no tuvo dudas de que el camino de la Revolución sería mucho más duro de lo esperado, y que la lucha no terminaría con el fin de la guerra.
En marzo, el Gobierno de Estados Unidos había anunciado la suspensión de todos los envíos de armas a la dictadura; sin embargo, aquellos trozos de metal chamuscado con la inscripción USAF (United States Air Force) eran la confirmación de que, tras bambalinas, la Casa Blanca se empeñaba en impedir, una vez, más el triunfo revolucionario.
Ese mismo día, en carta a Celia Sánchez, Fidel avizoraba que, al término de aquella guerra, comenzaría otra «mucho más larga y grande» contra el vecino del Norte.
En su libro Por todos los caminos de la Sierra: La victoria estratégica, explicaría años después que «el empleo de cohetes norteamericanos en el ataque a Minas de Frío no hacía más que confirmar mi criterio, basado, en definitiva, en la propia historia de Cuba (...) de que una revolución verdadera (...) era incompatible con los intereses norteamericanos».
Por ello, aquel 1ro. de enero de 1959 en que el país despertó con la noticia de la huida del tirano, desde Santiago de Cuba el líder rebelde advertía que «la Revolución empieza ahora», y que «será una empresa dura y llena de peligros».
Así, con la transparencia de un amigo cercano, sin levantar jamás falsas expectativas, el hombre que era capaz de viajar al futuro, regresar y explicarlo, le habló siempre a su pueblo.
Ni siquiera el día en que la Caravana de la Libertad llegó finalmente a La Habana, después de dos años sobre las armas, permitió que la alegría le nublara la razón. Y ante la multitud que festejaba el triunfo de los rebeldes, expresó que, en lo sucesivo, habría que sortear muchos obstáculos.
«No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil», dijo, y también expresó que «engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias».
El líder del movimiento que había logrado lo imposible, lo comprobó, una y otra vez, en los años convulsos de la Sierra Maestra.
«¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados. (...)
Y por eso yo quiero empezar –o, mejor dicho, seguir– con el mismo sistema: el de decirle siempre al pueblo la verdad».
En los momentos más tensos que sobrevendrían después, la imagen de Fidel analizando junto a los cubanos los más diversos acontecimientos y definiendo la manera de enfrentarlos, sería recurrente.
Ante la guerra económica que la Casa Blanca desataría desde 1959, los sabotajes, las provocaciones, la invasión por Playa Girón, la Crisis de Octubre, el bandidismo, los intentos por aislar al país en los organismos internacionales, el genio del Comandante y su guía inigualable se convertirían en símbolo de confianza y de triunfo.
«Si Fidel lo dice, es porque es así», se volvería una frase común a lo largo de la Isla, ante las circunstancias más complejas.
Cuando el retorno de los Cinco parecía imposible, luego de las condenas desmedidas de un sistema judicial parcializado y hostil, su afirmación de que iban a volver sustentó la esperanza con que millones de personas en el mundo se mantendrían luchando hasta lograr su liberación.
«Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar», escribiría el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
Así había sido desde sus inicios como revolucionario. Muchos años atrás, luego del desembargo del Granma y la debacle que significó el primer encontronazo con las fuerzas de la tiranía en Alegría de Pío, el Comandante de la Revolución Guillermo García Frías lo encontraría en compañía de solo dos combatientes, con dos fusiles, uno de los cuales no tenía balas. Pero el líder de la generación que había jurado que en 1956 serían libres o mártires, no parecía un hombre derrotado.
«En medio de aquella situación en que se jugaba la vida, Fidel tenía una actitud de triunfo (...) Y al final de aquella conversación me dijo: “Sabes que si hacemos las cosas bien ganamos la guerra”. Yo lo miré y pensé: «Este está loco pa´l carajo, porque con esas escopetas no vamos a ganar nada», le confesaría el veterano guerrillero al periodista Wilmer Rodríguez Fernández en entrevista recogida en el libro Yo conocí a Fidel.
De cómo enfrentaría las más crudas dificultades al frente de la Revolución, hoy nos hablan sus discursos. El 26 de julio de 1989, tras exponer la compleja situación en el campo socialista y que quizá no se pudiera contar más con los suministros que habían estado llegando al país con la puntualidad de un reloj durante casi 30 años, aseguró que, aun así, Cuba no se rendiría.
«... Si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil en la URSS, o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de que la urss se desintegró, (...) ¡aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!».
Era el preludio de una de las etapas más difíciles para esta valerosa nación del Caribe.
Un año y medio después, ante lo que ya se conocía como el periodo especial, el Jefe de la Revolución detallaba la estrategia para salir adelante: «El programa alimentario se sigue con todas sus fuerzas, tiene prioridad número uno. No se ha parado una presa, un canal donde se esté construyendo un sistema hidráulico para riego».
En medio de limitaciones de todo tipo, con esa impresionante visión de futuro se apostaba, además, por otras áreas que resultarían fundamentales en nuestro desarrollo. «Los programas relacionados con la biotecnología y la industria médica (...), que pueden convertirse en fuente de grandes ingresos para el país, esos están priorizados y seguirán priorizados», señaló Fidel.
También hablaría de la necesidad de fomentar las áreas de autoabastecimiento, de estimular el ahorro, de rescatar el uso de la tracción animal, y aclararía que bajo ningún concepto se iba a renunciar a las principales conquistas de la Revolución, como la educación y la salud.
Hace algunos días, el presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, Ricardo Ronquillo Bello, recordaba en un texto que para Fidel, «el pueblo nunca fue el culpable de los problemas, sino la solución».
En él había sustentado la defensa de la Patria cuando en 1959 decidió la creación de las Milicias Nacionales Revolucionarias y también los grandes programas como la Campaña de Alfabetización.
En septiembre de 1960, ante el aumento de los sabotajes promovidos desde Estados Unidos, su respuesta había sido la creación de los CDR. «Vamos a implantar, frente a las campañas de agresiones del imperialismo, un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria (…). Porque si creen que van a poder enfrentarse con el pueblo, ¡tremendo chasco se van a llevar!».
Del magnetismo de su figura existen cientos de anécdotas, desde aquella paloma blanca que se le posó en el hombro durante un discurso en 1959 y que muchos interpretaron como una bendición divina, hasta el hombre que lo tuvo a tiro, con un arma escondida en una cámara de televisión, pero le faltó el valor para disparar.
Quizá la más impresionante de todas sea aquella salida temeraria, con sus escoltas desarmados, durante los sucesos del 5 de agosto de 1994.
Cuentan que hasta quienes lanzaban piedras contra las vidrieras comenzaron a aplaudirlo cuando lo vieron llegar, y que lo que sus enemigos pretendieron que fuera un gigantesco disturbio de consecuencias impredecibles, terminó en un acto de reafirmación revolucionaria.
Sin embargo, rehuyendo cualquier mérito personal, desde su dimensión de gigante, Fidel diría que aquella fue otra victoria de todos.
«Hace años dijimos que esta Revolución no se derrumba (...) y se mantiene sobre la base del apoyo del pueblo, del consenso del pueblo, de la conciencia que tiene el pueblo de lo que fue este país y de lo que no puede volver a ser jamás».