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Es de noche ya el 2 de junio de 1956. María Antonia González se acuesta tranquila: estaba listo el pastel para Raúl, con sus 25 velitas. En el apartamento de Emparan 49-C, en el Distrito Federal, México, querían celebrarle el cumpleaños. Fidel ha pedido a María Antonia que lo espere para la celebración, pues él tiene que salir a hacer gestiones. De esa forma, en la tarde del 3 de junio, se reúnen en el histórico apartamento compañeros de lucha y conocidos para festejar.
Fotos de aquel momento demuestran la felicidad del joven, a pesar de estar lejos de su familia y en condición de exiliado. Raúl había tenido que salir de Cuba por acusaciones que le hicieran de colocar una bomba en el habanero cine Tosca, luego de su salida de Presidio el 15 de mayo de 1955 junto a los demás asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Es por eso que el 24 de junio, y a sugerencia de Fidel, Raúl era el primer moncadista en llegar a México luego de pedir asilo en la embajada para su propia seguridad. La situación se volvía insostenible para ellos en Cuba y las puertas para la lucha política estaban cerradas.
Poco después llegaría Fidel y así cada joven, para organizar la lucha y ser libres o mártires. El exilio lo hizo crecer mucho más, concebir su vida ya definitivamente en función de su patria y del ideal de justicia. Un joven cariñoso, familiar, pendiente siempre de los de casa, aquellos brazos fuertes y amorosos que dejó en Birán precisamente en junio de 1955, antes de tener que salir de Cuba. En México fue donde supo de la muerte de su padre, Ángel Castro, el 21 de octubre de 1956, cuando faltaba poco para el regreso. Por eso justo antes del viaje anhelado, el pensamiento y las letras para su madre, para Lina Ruz:
“¡Madre querida!
En estos momentos ¿qué puedo decirte? Sólo que tengo inmensos deseos de verte y que te quiero más que nunca. Pase lo que pase, siempre en el recuerdo tendrás un hijo que te adora eternamente.
Tu Raúl
Nov 24 de 1956.”[1]
***
Raúl Modesto Castro Ruz había nacido el 3 de junio de 1931 en Birán, cuarto hijo de doña Lina Ruz y don ángel Castro. Raíces cubanas y gallegas, sangre inquieta, corazón inmenso y lealtad a prueba de hecatombes. Estuvo en el asalto al Cuartel Moncada, en el grupo que tomó el Palacio de Justicia en Santiago de Cuba, donde demostró sus cualidades para estar al frente de un grupo cuando la acción comenzó. Estuvo en el Presidio de Isla de Pinos junto a su hermano y demás asaltantes sobrevivientes. Estuvo en el exilio y vino en el Granma. Abrazó a Fidel en Cinco Palmas y ganaron la guerra juntos. Allá en el Segundo Frente hizo revolución desde el 11 de marzo de 1958, y construyó en su medio lo que podría el país luego del triunfo: un espacio libre, soberanísimo. Ha sabido conducir las Fuerzas Armadas de nuestro país, y al país mismo cuando fue preciso. Condujo magníficamente nuestro Partido Comunista de Cuba. Ha sido valiente en la toma de decisiones y firme en los principios que ni el tiempo ni los contextos cambian. Logró hacer realidad la certeza de Fidel de que los Cinco regresarían, y aquí están. Discursó a su modo, con su estilo francotirador tan necesario para darle en el centro a los asuntos más complejos, y dio lecciones en cada intervención suya en Asamblea o reunión, o Cumbre. Ha llevado en sus fuertes brazos parte del alma de una nación: a Vilma, a Fidel y a Carlos Manuel de Céspedes. Ha besado frentes y manos de pequeños, que agradecidos sienten que cuando él los besa, también los besa la patria. Sigue siendo un enamorado de las montañas de la Sierra cubana, de Santiago, la tierra de Frank País y Vilma.
Así ha sido a lo largo de su vida. Una persona osada y revolucionaria. Comunista y buen amigo, de los de verdad, de los que se juega la vida junto a ellos, y como sobreviviente los lleva junto a él en la lucha y en sus momentos de victoria. Así están en su despacho las fotografías de José Luis Tasende, en el Moncada, ensangrentado, poco antes de ser asesinado; y la de Ñico López, en México, poco antes de zarpar. El que durante la lucha escribió a suerte de testamento que declaraba como heredera suya a Temis Tasende, la hija de José Luis; y que si supiera el monto que le correspondía a él de su herencia, hubiera dejado una parte para comprarle una casa a la madre y hermana de Ñico. El que cargó a Temis en el Moncada, cuando el cuartel fue convertido en escuela y emocionado le dijo: “Mira, Temita la obra de tu padre”.
Así también ha llevado siempre a Vilma Espín, su amada y admirada “Espinita” de los días de la Sierra, con la que ha tenido una familia grande y feliz. Él mismo, en un gesto que expuso ante los ojos de todos ternura y amor más allá del tiempo, escribió el 24 de noviembre de 2010 en el libro de firmas del Memorial que lleva el nombre de su guerrera:
“El 26 de enero de 1959, en esta casa me puse un nuevo uniforme de guerrillero y me fui a la boda con Vilma… lo mejor y más lindo que hice en toda mi vida.”
***
Ese es Raúl.
Conocida su lealtad a Fidel, el hermano de sueños y balas; su cariño infinito, su respeto y su admiración; y el hecho de estar dispuesto a arriesgar su vida por él. Y es conocido también que todo ello era recíproco desde siempre. Así se refleja en el artículo del jefe del Movimiento 26 de Julio el 17 de junio de 1955 publicado en el periódico La Calle, cuando, ante las acusaciones que le hacen a su hermano, responde:
Ese “pundonoroso” militar tiene derecho a acusar a mi propio hermano Raúl, de haber puesto el jueves una bomba en el teatro Tosca, siendo así que, exactamente ese día, se encontraba en Oriente junto a mi padre, anciano y gravemente enfermo. ¡A ese mismo Raúl Castro que en el Cuartel Moncada hizo nueve prisioneros y los trató a todos con intachable caballerosidad, que sabe por tanto combatir de frente y no asesina prisioneros ni pone bombas!
(…)No se ha incluido mi nombre en la terrible lista de terroristas, y si eso es una deferencia, una cortesía del señor Carratalá[2], se lo agradezco. ¡Muchas gracias! Pero se ha incluido el nombre de mi hermano que participa de mis ideas con toda lealtad sin salirse de la línea trazada; acusarlo, es acusarme a mí, y eso sí que no se lo agradezco, señor Carratalá. [3]
“Acusarlo, es acusarme a mí”, cinco palabras para definirlo. Por eso – y por muchos otros momentos grandísimos de nuestra Historia- nos conmovimos aquella noche del 3 de diciembre de 2016 en que lo escuchamos en la Plaza de la Revolución Antonio Maceo jurar ante el cedro de Fidel defender la Revolución y hacer cumplir las palabras del Titán de que quien intente apoderarse de Cuba solo recogerá su suelo anegado en sangre si no perece en la lucha. Y acto seguido, sentir romperse el silencio de la noche cuando llama a su hermano dos veces desde lo más profundo del pecho: ¡Fidel, Fidel, hasta la victoria….Siempre!
Ese es Raúl. El nuestro. El que tampoco necesita otros nombramientos para llegar a la gente, porque su carácter, su fidelidad y su modestia, le han conferido –como a Fidel- todas las autoridades morales para conducir a nuestro pueblo y concretar la continuidad de los sueños que los llevaron al Moncada.
Por eso no pasan inadvertidos sus noventa. Por eso este 3 de junio tiene a todo un país acompañándole a sembrar un cedro más…. Y aquí nos tendrá, el año próximo, y el otro, y el otro… para seguir con él poblando de verde olivo y verde esperanza nuestro futuro.
[1] Katiuska Blanco: Todo el tiempo de los cedros, Casa Editora Abril, Segunda edición cubana, La Habana, 2009, p. 394.
[2] Conrado Carratalá: llegó a Coronel de la policía. Asesino al servicio de la dictadura de Fulgencio Batista.
[3] Fidel Castro: Aquí ya no se puede vivir, periódico La Calle, 17 de junio de 1955, consultado en Fidel Periodista¸ Editorial Pablo de la Torriente Brau, 2016, pp.95-96.