Los Moncadas
Data:
Fonte:
Autor:
El asalto al cuartel Moncada fue una derrota militar de la fuerza asaltante, el objetivo de tomar el cuartel no se cumplió y la vida de muchos jóvenes fue truncada en los asesinatos que le sucedieron. Incluso, solo uno de esos azares implanificables, impidió el asesinato de Fidel. Si lo contrario hubiese ocurrido, el luego Comandante en Jefe, no hubiera pasado, en el mejor de los casos, de un joven audaz que fracasó. Que a pesar de todo eso hoy celebremos la efeméride como una gigante victoria simbólica que aceleró el andar de las ruedas históricas de la Revolución cubana, habla contra la idea de que los eventos históricos tengan que ser diseñados sobre una mesa antes de ejecutarse, sin espacio para que la vida propia que adquiere trascienda sus propósitos iniciales.
Decimos que el Moncada nos enseñó por primera vez a convertir las derrotas en victorias, pero eso no es cierto, eso lo aprendimos en Yara, y después en la quema de Bayamo, y luego lo reafirmó Maceo en Baraguá. Hasta la revolución del 33 revindica la continuidad de ese legado al reclamar, como dijera Villena, la culminación de un proceso inconcluso. Que ese esfuerzo fuese abortado en el Morrillo no le resta un ápice a la intención de volver revés en victoria. El Moncada reclamó su lugar en una tradición fundacional de la nación cubana de alzarse sobre sus reveses.
El hecho cierto es que Fidel no fue asesinado y su sobrevivencia permitió La historia me absolverá, ese extraordinario documento de disección y programa que, haciendo puente con la radicalidad diversa de la historia cubana, proyectó, en diálogo entre lo explícito y lo que se anuncia, la transformación de la lucha contra una forma tiránica de gobierno, a una lucha contra un sistema de explotación, agudizado por su condición neocolonial. Aún atada a la radicalidad republicanista, con sus antecedentes más inmediatos en los años de república neocolonial burguesa, es por encima de ello, un documento de tránsito hacia una radicalidad más profunda. Abre la puerta a la (re)confluencia de esa tradición, ubicable desde la misma Constitución de Guáimaro, sino antes, con la de la lucha emancipatoria como un proceso antisistema descolonizador. La historia me absolverá ya apunta a la necesidad de que se viera la transformación que necesitaba Cuba, más allá de un cambio político, como un cambio de la esencia económicamente avasalladora de esa sociedad.
Lo que vino después, hoy lo podemos ver como una lección magistral de cómo tomar el poder, adaptando a lo coyuntural las maneras de lograrlo. Si hay alguna duda de ese carácter extraordinario detengámonos en ese acto de incorporar al campesino como sujeto esencial de la lucha, y hacerlo con aquel más aislado y preterido en la Sierra Maestra. Tal idea escapaba de la concepción, fundamentalmente, urbanista de la lucha social que había prevalecido en Cuba desde la independencia, y que había olvidado el componente esencial de lo rural en nuestra lucha mambisa. La alianza que tal decisión forjó entre lo urbano y lo rural, inédito a esa escala en toda la historia republicana, hizo del campesino no un sujeto pasivo a quien debía otorgársele, por justicia, determinadas concesiones llegado el triunfo. Con esta concepción de la lucha, el simbolismo de transformación de la Revolución que se gestaba, escapaba de una parte importante, aunque no de todas, de las concepciones heredadas del 33 para girar en torno a la cuestión de la propiedad, en este caso de la propiedad de la tierra que debía decidirse en una reforma agraria. Es cierto que el tema de la reforma agraria formaba parte de la Constitución del 40, pero, al margen de su no implementación, con todos sus avances en términos de reclamos sociales y derechos escritos, ella no atacaba la esencia de la explotación económica de aquella sociedad y en consecuencia de su carácter neocolonial.
La reforma agraria fue también un reclamo de tránsito en el camino de ir a la yugular de ese estado económica y socialmente inoperante para las mayorías. La yugular de la supeditación económica del país al imperialismo norteamericano, la esencia que determinaba el país que teníamos. En última instancia no se trata de la forma política de estado y del gobierno, sino de las relaciones de propiedad, producción y distribución que ese estado y esas formas de gobierno amparan y legitiman, y las relaciones de soberanía política y económica con el resto del mundo, que ese mismo estado y gobierno defienden. República sí, pero República distinta. Una República que viera en el con todos y por el bien de todos, una sociedad de los humildes, con los humildes y para los humildes.
Fidel lo hizo explícito, el 26 fue la carga que necesitábamos y desde entonces hasta hoy seguimos, contra todos los peros, buscando incansablemente la República Martiana.