Las verdades que callan y las campañas que pagan
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Desde el 1ro. de enero de 1959, son incontables las acciones terroristas planificadas, financiadas y ejecutadas contra Cuba por los servicios especiales estadounidenses y sus mercenarios, quienes, cumpliendo órdenes de la Casa Blanca, pueden llenar un currículo largo de horror y de sangre.
Los han cometido utilizando todos los métodos del arsenal del terror: infiltraciones armadas, guerra biológica, sabotajes, colocación de artefactos explosivos, quema de escuelas y almacenes, secuestros, incluido el non plus ultra de la atrocidad, la explosión de un avión civil en pleno vuelo.
Entre las páginas horribles de este ensañamiento, se recuerda la introducción del dengue hemorrágico, enfermedad que causó 150 víctimas, de ellas 101 niños. Pero, para colmo de la maldad política, no se limitaron a introducir el virus, sino que negaron la posibilidad de adquirir en Estados Unidos el abate, producto químico para eliminar el agente transmisor de la enfermedad, el mosquito Aedes aegypti, y se bloqueó la opción de comprar, en territorio estadounidense, las motomochilas de fumigación.
En los años 90, la CIA introdujo en Cuba más de 30 artefactos explosivos, de los cuales 11 explotaron en diferentes instalaciones turísticas; en tanto fuera de la Isla son muchas las ocasiones en que nuestras embajadas fueron blancos de arteras y cobardes agresiones con bombas.
Cuando algunos pensaban que la era de la desquiciada obsesión sanguinaria había quedado atrás, se produce el ataque con fusil contra nuestra sede diplomática, el pasado 30 de abril. Bien dijo José Ramón Cabañas, embajador de Cuba en Estados Unidos: «Al terrorismo verbal solo le faltaba el terrorismo armado».
Los constantes ataques de palabra y la creciente hostilidad mostrada por funcionarios del Gobierno de ee. uu., corporizadas cínicamente en las calumnias contra la colaboración médica cubana, en las amenazas, en el recrudecimiento del bloqueo genocida, constituyen un incentivo para quienes no tienen otro lenguaje que el de la violencia y el terror.
Alexander Alazo se llama el hombre que empuñó el arma y apretó el gatillo; pero en los móviles de una acción tan peligrosa como deplorable, hay otros nombres responsables, una política agresiva y un lenguaje preñado de odio.
El ministro cubano de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, en declaraciones a la prensa el propio día del atentado contra la legación antillana, dijo que «ciertos individuos pueden sentirse estimulados a ejecutar tales actos en medio de una retórica anticubana exacerbada».
Ciertamente, la cúpula estadounidense no pierde ocasión para defenestrar contra la Isla, mentir, inventarse acusaciones, atacar. Luego se da un acto grave, promovido por tanta cizaña, y callan en un silencio cómplice, tal cual denunció el Canciller cubano, mientras demandaba una respuesta oficial del Departamento de Estado.
Los mismos que, desde los más altos cargos del Estado imperial arremeten insistentemente contra la colaboración médica cubana que asiste solidariamente a varios países del mundo, ahora dan la callada por respuesta.
No obstante, hay verdades más elocuentes que mil palabras de ellos. Se acaba de conocer que el Gobierno de Estados Unidos aprobó destinar dos millones de dólares más «a organizaciones que promoverán los derechos humanos en Cuba», especialmente para programas que atacan directamente a la colaboración médica cubana.
¿Qué diferencias hay entre el financiamiento subversivo, el bloqueo genocida y el hombre que empuñó un fusil de asalto? Sin hablar, el lenguaje yanqui es explícito y claro.