Salvador Wood, los rostros de una leyenda
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Muchos rostros eternos tiene el rostro hermoso y noble de Salvador Wood. El sobrino Juanchín, en La muerte de un burócrata; Tony Santiago, el combatiente del Segundo Frente; Caristo, el cenaguero de Cuando el agua regrese a la tierra; el Carlos J. Finlay de la serie televisiva; el campesino terco y bondadoso, a cuya casa irá a vivir Mario, el joven alfabetizador de El brigadista. No hay modo de nombrarlo en pasado, cuando todos ellos viven en el imaginario de un pueblo y cobran vigor cada vez que alguna de estas obras vuelve a verse, ya sea en su totalidad o en alguna de sus partes. Incluso pensarlas es ya un ejercicio que nos devuelve al actor cabal, cuya huella guardan, como joya valedera, el cine, el teatro, la radio y la televisión cubanas.
Su muerte el pasado sábado, a los 90 años de edad, habrá que aceptarla al no contar ya con su presencia en el mundo revuelto de los vivos, pero una existencia galopante y nítida, como la que este santiaguero raigal encarna, no puede ser menos que presencia permanente. El natural suceso, que sacude al pueblo para el que trabajó, convida ahora a la recapitulación, al menos de algunos de sus más elevados momentos.
La puerta al mundo de la actuación se la abriría la radio. Habiendo ya probado suerte el adolescente en Santiago de Cuba, emprendió rumbo hacia La Habana a los 18 años. El medio le fue oportuno para conocer y admirar a actores estelares y para emprender una carrera en ascenso, marcada por la tenacidad y el autoestudio ininterrumpido.
Para quien no encontró diferencias entre papeles pequeños y grandes, puesto que todos tenían un valor, no fue una deshonra trabajar –ya en la capital, en la emisora Unión Radio– haciendo de bolero de turno, como se les llamaba a los personales eventuales. Pronto entrará en la Cadena Azul, donde se «convertirá» en Leonardo Robles, con actuaciones en las que dejará ver su extraordinario desempeño. Vendrá después Radio Progreso, a donde llega con un prestigio bien ganado.
A Salvador no le es indiferente la situación política que vive el país y el modo de actuar ante la desolación que somete a la Isla es formar parte del Movimiento 26 de Julio. Sus actividades y su participación en la huelga del 9 de abril lo obligan al exilio, que será en Venezuela, donde trabajará en la radio El Indio Azul, prestando sus servicios al Ejército Rebelde.
Para cumplir con un pedido de Fidel, recogía a diario las informaciones de «la AP, la UPI, y todas las P, porque Fidel decía que quería saber todo lo que las P decían de la Revolución Cubana», expresó en una entrevista, donde también describió el momento en que allí se supo del triunfo de la Revolución Cubana.
«Llamamos a la oficina del Movimiento. Ya como a las 8:00 de la mañana nos dijeron que de Miami habían llamado (…) para que pusiéramos Radio Progreso, que Batista se había ido. El radio nuestro era un Halicrafter de estuche metálico por el que recibíamos la señal. (…) Localizamos Radio Progreso, que estaba transmitiendo una programación alterada (…), hasta que sale a las 9:00 de la mañana el Himno Nacional (…), cosa no habitual, menos a esa hora (…). Cuando terminó el Himno estaba llorando, porque noté al tocarme la cara que las lágrimas me cubrían la cara».
Regresó a Cuba el 8 de enero, junto a Yolanda Pujols, su novia de toda la vida, la actriz con quien formó su familia. En el trabajo citado refiere: «lo primero que hice fue rescatar mi apellido. Reiniciar mi carrera si es preciso, pero, quiero llamarme como me pusieron mis padres, Salvador Wood».
El cine cubano no puede contarse sin el nombre de Salvador. La muerte de un burócrata, sátira dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, lo elige como protagónico y, aunque otros filmes también lo contemplan en sus repartos, es El brigadista (de Octavio Cortázar) –donde se estrena como actor Patricio, su hijo, en el rol del personaje central– una película que le resultará entrañable, no solo a él, sino a todo un pueblo, para el cual la cinta es parte de sus más sensibles emociones.
En El brigadista, hermosa estampa de una de las proezas más extraordinarias llevadas a cabo por la Revolución –la Campaña de Alfabetización–, Salvador construye uno de los más verosímiles personajes de la historia del cine revolucionario. De esta actuación han quedado grabadas en la memoria expresiones suyas que, sin estar en el guion, incorporara espontáneamente, dado su nivel de familiarización con la situación escénica. Sépase que el «yo no me lo llevo» el «brigadisto» y «alfabeto» son aportes de su potencial interpretación.
Como premisa indispensable para el éxito de la actuación consideró siempre la sinceridad, de ahí que recordara con especial cariño su interpretación de José Martí –figura que admirara profundamente– en un programa único en el que Yolanda, su esposa, haría de Carmen Zayas-Bazán. La televisión ganó también con Salvador la serie que recrea la vida de Carlos J. Finlay, en la que también trabaja con su hijo Patricio. Para asumir este personaje, Salvador improvisó en su casa un laboratorio, estudió biología, buscó referentes de la época del científico cubano, vistió la piel del descubridor.
Lauros y distinciones avalan la vida de Salvador Wood, quien también prestigió el teatro, donde hizo, muy joven, el don Luis Mejía en la obra Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. En su haber cuentan, por solo citar algunos, el Premio Nacional de Televisión y el Premio Actuar por la Obra de la Vida, otorgado por la Agencia Artística de Artes Escénicas; sin embargo, el mayor de los premios se lo esculpió él mismo.
Una vida ejemplar, sin manchas ni dobleces, abrigado por el calor de sus hijos y nietos, al lado, por 68 años, de un amor auténtico, el de su Yolanda –inspiración de sus versos y de su existencia–, es la materia que le permitió fraguarse la más valiosa de las recompensas: la felicidad de un hombre, el mismo que hoy se va del mundo convertido en leyenda.
Ofrendas florales del General de Ejército Raúl Castro Ruz y de Miguel Díaz-Canel, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, fueron enviadas al teatro Nacional, donde se expusieron ayer las cenizas del destacado actor, para ser trasladadas en la tarde al pueblo de Cojímar, donde viviera por tantos años, y esparcirlas en el mar. Las palabras de despedida fueron pronunciadas por Abel Prieto, director de la Oficina del Programa Martiano.