Seguimos con el valor de ayer
Era el 16 de abril de 1961. El Comandante en Jefe Fidel Castro habló al pueblo concentrado en la conocida esquina de 23 y 12 en la capitalina barriada del Vedado. Más que un discurso, fue un tributo y al mismo tiempo, un compromiso con las víctimas y los familiares del cruel bombardeo efectuado la víspera por aviones norteamericanos contra las bases aéreas de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba.
Cincuenta y siete años después del crimen, que dejó el saldo de siete muertos y más de 50 heridos, más de 2 000 personas se concentraron para participar en una velada político-cultural presidida por la miembro del Buró Político del Partido, vicepresidenta del Consejo de Estado y secretaria del Partido en La Habana, Mercedes López Acea; en el lugar donde Fidel proclamó ante el mundo el carácter socialista de la naciente Revolución Cubana.
Según Mai-Lín Alberti Arozarena, primera secretaria de la Unión de Jóvenes Comunistas en la capital, fue imprescindible el valor de nuestro pueblo, su firmeza para destruir los actos terroristas de la CIA y sobre todo su coraje para impulsar una Revolución a solo 90 millas del enemigo.
En nombre de los representantes que defendieron a la Patria en la cita hemisférica de Lima, Mirthia Brossard Oris, vicepresidenta de la Federación Estudiantil Universitaria, ratificó que Cuba no renunciará a su soberanía ni a sus conquistas.
Sabiduría y certeza absoluta la del Comandante en Jefe al afirmar en aquella ocasión que el principal agravio para el enemigo había sido llevar a cabo una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos, y que esa revolución socialista sería defendida con fusiles y con el valor de los artilleros antiaéreos frente a los aviones agresores.
Ante la resistencia de los cubanos, en menos de 72 horas los mercenarios fueron aniquilados de manera aplastante, convirtiéndose la invasión a Playa Girón en la primera gran derrota del imperialismo en América Latina.
Esa Revolución socialista seguirá siendo defendida. No hay nada que apague la voz de un pueblo enardecido.