Artigos

Sirvo a Cuba. Los que no tienen el valor de sacrificarse

Data: 

20/11/1955

Fonte: 

Bohemia
Alguien nos ha pedido patéticamente en la última revista Bohemia que no le hagamos un servicio a Batista. El artículo, aunque untado con todos los venenos del escepticismo y repleto de falsas y absurdas similitudes históricas, está redactado no obstante en términos amables. No inquiero sobre los méritos del autor. No sé, o no recuerdo –y esto lo digo sin ánimo de rebajar a nadie– quién es el señor Boán. Quizás escribió bajo seudónimo. Tal vez se trata de un ciudadano muy bien intencionado, pues dice perseguir los mismos fines que nosotros por distinta vía, aunque hay gentes que al revés de Mefistófeles, que hacía el bien con malas intenciones, hacen el mal con las mejores intenciones del mundo.

Es difícil admitir sin embargo que pueda ser oposicionista un señor que habla del dictador en términos tan efusivos como estos: «Brindó una lección de técnica de golpe de estado. A los mismos que se han demorado once años en sacarlo del gobierno por medio de la presión popular, les quita el poder en unos minutos mediante un golpe de mano rápido y decisivo propinado en el mismo corazón del mecanismo estatal. No guerrea contra el ejército. Conspira dentro de él. No recluta milicias para enfrentarlas a miles de hombres uniformados. No amenaza a Prío desde el extranjero con desembarcos, ni realiza compras de armas. Regresa sencillamente y se mete por la posta 4».

Y añade, como si no fuera nada: «eso es todo».

Habla del Hotel Nacional y no menciona a los oficiales asesinados después del combate; habla de Atarés y no recuerda a Blas Hernández y la fila de prisioneros ultimados cruelmente en las faldas del castillo; habla de la huelga de marzo y no tiene un pensamiento para sus decenas de víctimas; habla de Guiteras y no cita el Morrillo; habla del Moncada y silencia por completo la masacre más grande de prisione¬ros que recuerda la historia de Cuba.

¿Adversario de Batista y no tiene más que elogios almibarados para él? ¿Adversario de Batista y no encuentra una palabra de anatema para su larga cadena de culpas? ¿Cuánto se paga por prestar tales servicios de adversario? ¡Muy mal debe sentirse el régimen y muy indefenso cuando sus propios defensores tienen que comenzar diciendo que son adversarios!

Pero, ¿queda alguna duda?

Cuando yo estaba en una celda de Isla de Pinos, aislado e incomunicado sin otro aliento espiritual que mi fe en Cuba, víctima del ensañamiento de ese mismo Batista que tanto le preocupa ahora, no tuve el gusto de leer una sola línea del señor BOAN contra el trato inhumano que se daba a los presos políticos.

¡Tiempo tuvo de sobra en dos años! ¿Qué hacía entonces? ¿A qué se dedicaba mientras su patria sufría los rigores de la injusticia y la tiranía? ¡¡Vivir!!, como el abate de la revolución francesa. Aquello no le parecía digno de su pluma, de sus recuentos históricos, de sus citas de Ortega y Gasset.

Cuando ya en libertad, libertad que conquistó para los presos políticos el pueblo de Cuba, el régimen inició contra nosotros una campaña de provocaciones y persecuciones, comenzando por la supresión arbitraria del acto de recibimiento en la escalinata, continuando por la suspensión de todos los actos y de los programas radiales y televisados donde estaba anunciada nuestra presencia, levantando falsas acusaciones de terrorismo contra nuestros compañeros a los tres días de abandonar las prisiones, y terminando con la clausura del periódico La Calle, ¿dónde estaba el señor Boán que no hizo galas de sus consejos, de sus citas y de su pluma, para advertir las consecuencias inevitables y funestas que para la solución pacífica iba a tener aquella injustificable persecución desatada?

En cambio, cuando un compatriota suyo, ese mismo compatriota a quien no recordó nunca en la prisión, a quien vio perseguido y no salió en su defensa, que ha dado prueba de todos los renunciamientos personales, en vez de ponerse de aspirante a un cargo electivo cualquiera donde no hay riesgos ni sacrificios, se encuentra entregado a la tarea de levantar la fe de millares de sus compatriotas desterrados de Cuba por la opresión y el hambre, la fe de un pueblo burlado y engañado que tanto necesita de fe para redimirse de la servidumbre porque un pueblo sin fe es un pueblo desgraciado, es entonces que hace acto de presencia el señor Boán, para impugnar nuestra actitud, como enemigo emboscado que esperó la oportunidad para clavar el puñal sobre la espalda del combatiente desprevenido, el combatiente a quien no aconsejó, ni defendió, ni dirigió una carta pública en la prisión o la persecución. Y digo que es puñal lo que trae en la manga, porque mientras nosotros damos fe, él trata de quitarla, mientras nosotros señalamos a la juventud el camino del deber, de la dignidad y de la gloria, él plantea que esa misma juventud debe dedicarse a la politiquería codo a codo con las decadentes y carcomidas camarillas sobre cuyas espaldas pesa por supuesto gran parte de la responsabilidad de nuestros males; que ninguna revolución puede triunfar, que todos los actos de heroísmo realizados desde el inicio de la república constituyeron un sacrificio estúpido, un servicio al tirano, que el proceso del 33 está llamado a repetirse al pie de la letra, y que este pueblo de ovejos y cobardes debe soportar cuantos golpes de estado y traiciones se le ocurra fomentar a un grupo cualquiera de militares ambiciosos, en la seguridad de que no tendrán delante más que pedigüeños y mendigantes de derechos. Porque en el fondo, obsérvese bien, esa doctrina derrotista y enfermiza es la que se predica en ese artículo titulado: «Fidel, no le hagas un servicio a Batista». Como si con citas de Ortega y Gasset y un rosario de lamentos estériles e impotentes, se pudiera poner freno a la tremenda inconformidad que agita a nuestro pueblo y a la disposición de ánimo de los que nos hemos jurado redimir a Cuba de tantas desvergüenzas o perecer en masa, que siempre será preferible a vivir tan infamemente.

Sirvan más que nunca de réplica las palabras de quien fue maestro de las juventudes americanas: «Se envilece a la juventud aconsejándole el fácil camino de las servidumbres lucrativas. No presten oídos los jóvenes a esas palabras de tentación y de vergüenza. Quien ame la grandeza de su pueblo debe enseñar que el buen camino suele resultar el más difícil, el que los corazones acobardados consideran peligroso. No merecen llamarse libres los que declinan su dignidad. Con temperamentos mansos se forman turbas arrebatadas, capaces de servir pero no de querer».

Como respondió Martí a los conformistas de ayer, padres espirituales de los conformistas de hoy que se resignan con un permiso para vivir, con una libertad tolerada cuyas migajas urbanas son triste alimento de canario preso, responderemos nosotros a cuanto consejero impúdico le salga al paso a nuestro pueblo.

«Por el poder de erguirse se mide a los hombres. Las columnas son sustento más seguro de un pueblo que los lomos. Las columnas se rompen pero no se doblan».

«Ya se han cansado nuestras frentes de que se tomen sobre ellas las medidas de los yugos, aunque hay frentes que no se cansan nunca. El hacha cortante solo puede apartarse de nuestras cabezas con el golpe de otra hacha».

«Es lícito y honroso aborrecer la violencia, y predicar contra ella, mientras haya modo visible y racional de obtener sin violencia la justicia indispensable al bienestar del hombre; pero cuando se está convencido de que por la diferencia de los caracteres, por los intereses irreconciliables y distintos, por la diversidad, honda como la mar, de mente política y aspiraciones, no hay modo pacífico suficiente para obtener siquiera derechos mínimos en un pueblo donde estalla, ya en nueva plenitud, la capacidad sofocada, o es ciego el que sostiene, contra la verdad hirviente, el modo pacífico; o es desleal a su pueblo el que no lo ve, y se empeña en proclamarlo. No quiere a su pueblo el que en los dinteles de la libertad y de la vida castra a su pueblo».

«El que por miedo a la verdad y al necesario sacrificio, contribuya a sostener, contra su propia opinión, la esperanza hueca de un país de sangre viva y ociosa y de necesidades impacientes, en una política sin pan ni porvenir, en una política de quiebros y de bofetadas, ese es culpable de veras, porque es desleal. Es desleal a su patria en la hora decisiva».

En la filosofía democrática y revolucionaria de Martí basamos nosotros firmemente nuestra postura; contra él tendrán que polemizar los guerrilleros de hoy, porque nos hemos propuesto continuar su obra, porque somos fieles a su pensamiento con hechos y no con palabras, porque estamos dispuestos a convertir en realidad la Cuba que él soñó, frustrada por los mercaderes de la política, los ambiciosos y los malos gobiernos que solo han servido en cincuenta años de república para enriquecer centenares de pícaros, ninguno de los cuales ha dormido una noche tras las rejas de la cárcel.

Dos tesis se enfrentan hoy: la de los que quieren que Cuba siga igual, y la de los que quieren cambiar a Cuba. Con nosotros están los que quieren cambiarla; con ellos, con la dictadura, con las camarillas politiqueras de la oposición menguada y pedigüeña están los que quieren que Cuba siga igual. La nación no se resigna, no se conforma, no acepta un simple cambio de mandos; la nación clama, la nación exige un cambio total en todos los aspectos de la vida pública y social. ¡No más abusos!, ¡no más injusticias!, ¡no más privilegios!, ¡no más robos sin castigo! ¡No más crímenes impunes!, ¡no más ciudadanos sin empleo y sin pan! ¡Basta de políticos hipócritas!

¡Basta de negociantes en el templo de la patria! Ese es el grito que surge hoy de millones de cubanos. Pregúntesele al campesino en el campo, pregúntesele al hombre de la calle, pregúntesele al emigrado que tuvo que salir de su patria porque no podía ganarse el pan en ella, pregúntesele qué quieren, pregúntesele qué piensan de los políticos que cuelgan sus pasquines en las palmas y en los postes de alumbrado, qué esperan de ellos y verán qué responden, verán cuál es la réplica, verán que incluso no faltan los que querrían ver a los políticos colgados, en vez de los pasquines.

Si en Cuba no hay industrias es por culpa de los malos gobiernos; si en Cuba no hay trabajo es por culpa de los malos gobiernos; si en Cuba hay miseria es por culpa de los malos gobiernos; de todos los malos gobiernos: desde el primero hasta el último. Si no, ¿cómo hay tantos palacetes construidos, tantas fincas compradas, tanta fortuna amasada a la sombra del poder? Se enriquecieron ellos, pero empobrecieron la nación. Eso es lo que sabe el pueblo, por eso no cree en fórmulas de bufete, ni en tiquismiques de camarillas, ni arreglos pasajeros que son untura de mercurocromo sobre un cáncer que hay que arrancar de raíz.

Este proceso hay que compararlo con el 95 y no con el 33. Hoy como entonces, decenas de miles de emigrados han tenido que abandonar la patria obligados por las condiciones políticas y sociales del país; dos actitudes públicas se enfrentan, la conformista y la revolucionaria; una política pacifista y una política rebelde; los que le tienen miedo a Weyler y los que no le temen a Weyler. Hoy como entonces lo poco que puede obtener el grupo pacífico, mero permiso para vivir que no es vivir, se lo debe al miedo que inspira a la dictadura el grupo rebelde.

El señor Boán habla por ejemplo de las elecciones que el régimen tenía convocadas cuando ocurrió el ataque al Moncada, elecciones que según él, y posiblemente sea él el único en la tierra, consideraba una fórmula posible de solución. Pues bien: se trataba de unas simples elecciones parciales donde no estaba incluida la Presidencia de la República. Solo después del Moncada, asustado ante el impacto de aquel hecho el régimen convocó a elecciones generales. Luego al Moncada se debieron las elecciones generales, elecciones que algunos creyeron que fuesen una solución, que por no haberlo sido, porque terminaron en la mascarada vergonzosa del 1 de noviembre, como terminarán todas las elecciones que se celebren en Cuba bajo Batista, los que consideraban tales fórmulas como salvadoras deben callarse definitivamente la boca.

El episodio del Hotel Nacional, donde se refugió la oligarquía militar responsabilizada con el machadato, no puede compararse ni moral ni históricamente con el ataque al Cuartel Moncada; ni tampoco el combate de Atarés que fue el choque de dos movimientos surgidos de la revolución antimachadista. La huelga de marzo fracasó porque no fue unida a una insurrección armada como era correcto; el pueblo estaba desangrado, por casi diez años de luchas intestinas y las fuerzas represivas pudieron consagrarse a reprimir la huelga. Con mucho acierto ha dicho el profesor García Bárcena que en el año 33 Batista se encontró con una generación agotada.

El 26 de julio chocan en el Moncada una generación completamente nueva y la camarilla política que había gobernado once años a la república y aspira a gobernarla veinte años más, ¡si los dejamos! Cuando Guiteras cayó en el Morrillo, en el instante que se disponía a salir de Cuba para hacerle una revolución a Batista –porque Guiteras era un revolucionario de cuerpo entero cuyo pensamiento no tiene derecho a invocarlo ningún menguado aprendiz de lamebotas para ajustarlo a las conveniencias de nadie–, el promedio de nosotros no había rebasado la edad de ocho años; esa generación que no está enferma por el escepticismo, ni contaminada por la politiquería o la corrupción, es la que se enfrentó a Batista el 26 de julio y la que hoy le prepara la batalla en toda la línea, infinitamente mejor organizada, con más hombres, más recursos, más experiencia y más disciplina. Porque el fracaso del Moncada, no se busque otra explicación, se debió a que la falta de recursos nos obligó a combatir con fusiles 22 y escopetas de cazar tomeguines. ¿Y qué hubiera sido de Cuba sin aquel sacrificio que salvó el honor mancillado de la nación en el año del centenario, que despertó el orgullo y la dignidad del pueblo y que sembró la semilla de idealismo y decoro que ya fructifica dentro y fuera de Cuba abundantemente? Después de tantas frustraciones y engaños, ¿en quién pudiera cifrar hoy Cuba sus esperanzas si no fuera por el 26 de julio? ¿A quién temería la dictadura? ¿Acaso a los que se dejaron desalojar del poder sin resistencia alguna? ¿A los que después de estar amagando durante tres años con una insurrección concluyeron la ingloriosa empresa en un viajecito por Rancho Boyeros? ¿O acaso a los viejos políticos, chanchulleros y cambiacasacas, muchos de los cuales estuvieron antaño con Batista?

El 10 de marzo al trastornar el ritmo constitucional de la nación y agudizar todos los males de nuestra vida pública, abrió muy a su pesar y para su desgracia, un nuevo ciclo revolucionario. Ese ha sido tal vez su único saldo positivo. Interpreto el sentimiento de la mayoría de mis conciudadanos al afirmar que el pueblo hastiado de la tiranía y de los políticos incapaces de redimirlo vuelve sus ojos hacia la revolución.

Y no faltan los eternos detractores, que apelando a los más egoís-tas sentimientos de la especie humana, acusan a la revolución de traer el luto a los hogares; pretenden ocultar el hecho real e irrebati-ble de que el hambre, el parasitismo, la epidemia y el abandono gubernamental causan todos los años en nuestra población diez veces más víctimas de lo que pueda ocasionar la más sangrienta de las revoluciones. Y si la politiquería no ha podido acabar con esos males la politiquería es más sangrienta que la revolución.

A los que dicen que perturba la economía del país les respondo: para los guajiros que no tienen tierra no existe economía, para el millón de cubanos que están sin trabajo no existe economía, para los obreros ferroviarios, portuarios, azucareros, textileros, autobuseros y otros tantos sectores a quienes Batista ha rebajado despiadadamente sus salarios no existe economía, y solo la revolución les brinda la esperanza cierta de una economía que hoy no existe para ellos.

El impugnante que nos ha salido al paso cree que al producirse el Moncada se estaban ultimando los detalles para un levantamiento armado «que se fraguaba en el extranjero con evidente ayuda interna y con grandes posibilidades de éxito». A nosotros nos niega en cambio la sal y el agua. El estallido del Moncada fue organizado en solo tres meses y con menos de veinte mil pesos. ¿No tuvieron los otros dieciséis meses, desde el 10 de marzo al 26 de julio, para hacerlo, contando como contaban además con millones de pesos? ¿Y después del Moncada, no tuvieron dos años? Es que las revoluciones no se hacen con dinero, sino con moral y con principios; por eso nosotros hemos establecido como uno de los principios cardinales de nuestros postulados revolucionarios, que el dinero robado a la república no sirve ni para hacer revoluciones, y no iremos a tocar a las puertas de ningún malversador, aunque tengamos que tocar a las puertas de un millón de cubanos modestos y honrados. A la puerta de los malversadores tocaremos después de la revolución…

No nos faltarán sin embargo recursos. En los actos públicos los billetes llegan al sombrero mambí sin que nadie los pida. Solamente entre los emigrados cubanos de Estados Unidos el 26 de Julio alcanzará la cifra de diez mil afiliados contribuyentes con un aporte de más de treinta mil pesos todos los meses. Esos mismos emigrados y muchos más aportarán el haber que devenguen en su trabajo el 28 de enero próximo, día del nacimiento de Martí, para ayudar a redimir a su patria. Esa fecha patriótica los emigrados recaudarán más de cincuenta mil pesos (aquí el sueldo promedio es de ocho dólares diarios). Desde Cuba nos llegan mensajes de todas partes ofreciéndonos aporte económico, y nadie se quedará sin brindarlo. Es que saben cómo vivimos pobremente, cómo lo hemos sacrificado todo a esta hermosa causa y nos ven trabajar sin descanso desde el amane¬cer a la madrugada entregados a forjar el glorioso destino de nuestra patria.

Los escépticos, los Boanes, los que dudan, que vengan al teatro Flager de Miami, el próximo domingo 20 a las diez y treinta de la mañana, que vengan con nosotros a Tampa el 27 de noviembre, a Cayo Hueso, a dondequiera que haya cubanos, y verán lo que es un pueblo unido detrás de una idea. Verán cómo lloran los hombres y las mujeres cuando se les habla de la patria lejana, oprimida y triste. Ese fervor nada lo hará entibiar: ni un ejército de agentes ni mil Boanes escribiendo. ¡La República de los cubanos libres está en pie!

Sepa el señor Boán, que el Movimiento 26 de Julio, vehículo de nuestra generación, donde debiera estar él, si es cierto que es joven como dice, y no fuese un gubernamental mal disfrazado como sos-pecho, y abandona su modo de pensar octogenario, es hoy fuera de Cuba el centro de la admirada atención de todos los movimientos democráticos que luchan en América por devolver la libertad a sus respectivos países, radicados casi todos en México. Y en los propios Estados Unidos la opinión pública americana está reaccionando ante los actos de masas que vienen efectuando los cubanos en todas partes. El prestigio de Cuba y de los cubanos crece en América ante este formidable despertar de nuestro pueblo, que siempre será mejor carta de recomendación la fama de rebeldes que la fama de cobardes.

Y sepa también porque es bueno que se sepa, que cien mil combatientes se agrupan hoy en torno al 26 de Julio, en Cuba, organizados a través de la isla en células obreras, grupos de combate y cuadros juveniles, de lo que han dado prueba patente todos los actos públicos celebrados últimamente en todas las provincias, donde las consignas de nuestra hueste joven y vibrante fueron las consignas de la masa. Ese ha sido el fruto de solo cuatro meses de trabajo arduo, a pesar de todos los que como usted nos quieren estorbar el paso. Nunca tuvo la revolución cubana desde la independencia, un vehículo tan bien ordenado y de tanta fuerza combativa. Ochenta mártires heroicos le señalan el camino; esos mártires son los que mandan y están mandando a pelear. Mientras esa estirpe de hombres no se haya extinguido, nadie diga la última palabra acerca del resultado final de esta lucha. Otros aspiren en las columnas electorales, allá los que se conforman con tan triste gloria, nosotros no queremos que el día de mañana nos tilden de traidores a la patria.

En esa hueste joven y disciplinada tendrá la república, en el triunfo, el mejor elemento de orden; ¡de orden civil que es lo que quiere el pueblo! Esos jóvenes inspirados en el ideal y no en el odio, que en la adversidad han sabido comportarse con ejemplar dignidad, en el triunfo sabrán comportarse con grandeza; tienen muy presente que en esa hora no puede haber casa saqueada, ni hombre arrastrado por las calles, ni culpables sentenciados sin previo juicio, porque esos espectáculos desprestigian las revoluciones. Habrá justicia, pero no habrá crimen. «Y si la pasión quisiese vengar en las cabezas inocentes los crímenes del gobierno vencido, habrá sobrados pechos que se pongan de escudo entre el inocente y la venganza».

Y si aún hubiese una fórmula para hacer la revolución sin sangre, fieles a la filosofía martiana, aún con un pie en el barco sabríamos ponerle freno al valor impaciente para redimir a la patria sin sangre.

Pero no puede haber solución que no implique la renuncia inmediata de Batista, porque Batista se ha convertido en factor de perturbación y desasosiego crónico en el país. El 10 de marzo, a ochenta días de unas elecciones generales, y la brava bochornosa del 1 de noviembre lo invalidan en absoluto para presidir otras elecciones en Cuba. Congreguemos todas esas fuerzas y sectores del país para demandar la renuncia de Batista y la entrega del poder a don Cosme de la Torriente, el único hombre que en estos momentos aceptaríamos todos los cubanos para guiar la nave de la república, en medio de la tempestad que desató la ambición.

La renuncia de Batista es lo que deben de pedir los cien mil ciudadanos que se reúnan el día 19. ¡Que renuncie uno solo para que puedan recuperar su tranquilidad seis millones de cubanos! Esos cubanos que no son tan mansos como algunos creen.

Esta es mi réplica, señor Boán, a su patética súplica de que no le haga un servicio a Batista; mi única respuesta, porque ya le he dedicado mucho del tiempo que necesito para otras cosas. Tal vez si le hubiese dirigido ese escrito al dictador, aconsejándole que no le haga tanto daño a Cuba, no se habría dignado mirarlo siquiera como no leyó los planteamientos de los Amigos de la República donde iban las demandas de toda la oposición. Yo sí, porque no me considero jamás por encima de ninguno de mis compatriotas y no me importa discutir con cualquier cubano por ignorado que sea, con tal de que no cobre un sueldo de la opresión, porque a esos yo no los ayudo a ganarse la vida. A un hombre joven no le queda hoy en Cuba más camino honorable que unirse a la revolución. Sirvo a Cuba, y «los que no tienen el valor de sacrificarse, deben tener, al menos, el pudor de callar ante los que se sacrifican».