Cuba, Fidel y las "trumpadas"
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Fidel Castro ha sido el dirigente revolucionario más aplaudido en el seno de las Naciones Unidas. Cuatro veces estuvo el líder de la Revolución Cubana en el estrado de la ONU y en todas marcó pautas por su oratoria brillante y la denuncia al imperialismo norteamericano y al injusto orden internacional, que aún hoy impera.
La primera de sus históricas comparecencias fue el 26 de septiembre de 1960 —hace 57 años—. Duró cuatro horas y diez minutos y su discurso fue interrumpido 12 veces por clamorosos aplausos y ovaciones de las casi 800 personas, representantes de 96 naciones, que habían acudido con interés manifiesto a escuchar al joven rebelde, quien apenas un año antes había derrocado la dictadura de Fulgencio Batista.
El traje verde olivo de la Sierra Maestra realzaba más la figura del legendario guerrillero cubano: “Las guerras, desde el principio de la humanidad, han surgido, fundamentalmente, por una razón: el deseo de unos de despojar a otros de sus riquezas. ¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desparecido la filosofía de la guerra! ¡Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso!”.
Fueron las palabras más contundentes jamás pronunciadas en ese estrado neoyorkino. Pero no fueron las únicas. De principio a fin, el discurso de Fidel Castro fue una denuncia al imperialismo norteamericano, a su injerencismo y prepotencia imperial, la misma que caracterizó el reciente discurso de su actual mandatario, Donald Trump, y que recibiera el más enérgico rechazo del pueblo cubano a través de nuestro canciller Bruno Rodríguez Parrilla.
Las palabras de Fidel Castro fueron la defensa, nunca antes escuchada en la ONU, del derecho de un pequeño país a preservar su soberanía y a tener gobierno y decisiones propias, por encima del interés mezquino de los monopolios yanquis y del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica:
“¿Qué defensa le quedaba a Cuba frente a esa realidad? Acudir a la ONU, acudir a la ONU para denunciar las agresiones políticas y las agresiones económicas, para denunciar las incursiones aéreas de aviones piratas y para denunciar la agresión económica, amén de la interferencia constante del gobierno de Estados Unidos en la política de nuestro país, de las campañas subversivas que realiza contra el Gobierno Revolucionario de Cuba».
Eran conceptos valientes de un país soberano, libre e independiente, que fue a aquel plenario a hacer valer sus prerrogativas. Las ideas expuestas por el Primer Ministro de Cuba no estaban motivadas por el odio, mucho menos por el egocentrismo y la megalomanía que sí caracterizaron las de Trump, hace apenas una semana, en el mismo escenario.
El millonario presidente, personaje siniestro —denominativo que le diera el propio Fidel a Bush, hijo, y que bien le cabe al ignorante inquilino de la Casa Blanca—, desde la primera hasta la última palabra sublimizó el poderío norteamericano y enalteció una gloria, cuyos verdaderos blasones son realmente el pillaje, el robo de territorios y la superioridad de la gran nación americana a costa del menosprecio y el sojuzgamiento a otros pueblos y países del mundo.
El señor Trump no dejó de espetar sus ya famosas “trumpadas” : “El pueblo estadounidense es fuerte y resistente, y saldrá de estas dificultades más decidido que nunca. (…) Como Presidente de Estados Unidos, siempre pondré a Estados Unidos en primer lugar (…) En tanto me mantenga en este puesto, defenderé los intereses de Estados Unidos por encima de todo lo demás. Los Estados Unidos de América han sido una de las mayores fuerzas del bien en la historia del mundo y los más grandes defensores de la soberanía, la seguridad y la prosperidad para todos”.
Mientras, para Trump Corea del Norte tiene “un régimen depravado”; el gobierno iraní enmascara “una tiranía corrupta”; Siria, “un régimen criminal”; y Venezuela “una dictadura socialista”.
Para Cuba —país agredido y bloqueado, a quien Fidel, en la ONU, aquel 26 de septiembre de 1960 proclamara el derecho inalienable de estar a favor de todas las causas justas y contra la guerra—, el actual presidente yanqui tuvo palabras tan igual de ofensivas, como las tuvo con los países anteriormente citados.
Así dijo Trump de la isla insurrecta: “Es por eso que en el hemisferio occidental Estados Unidos se han opuesto al corrupto régimen desestabilizador en Cuba y ha abrazado el sueño perdurable del pueblo cubano de vivir en libertad. Mi Administración anunció recientemente que no levantaremos sanciones al gobierno cubano hasta tanto no haga reformas sustanciales”.
Cuánto odio, cuánta prepotencia, cuánto desconocimiento de nuestra historia. No pasa un día en que este personaje no ofenda y atente contra las elementales normas del derecho internacional; al extremo, que ante el dolor del pueblo mexicano por el reciente sismo, afirmase, a través de sus voceros, que México se merecía ese terremoto.
Si hubo algún otro precedente mayor de menosprecio, unido con ignorancia política, no se recuerda en los anales de la diplomacia yanqui, ¡y mira que ha cometido errores y dicho horrores a lo largo de su historia!
Pero regresando a Fidel y su alocución en la ONU de aquellos días finales de septiembre de 1960, vale rememorar sus conceptos a favor del desarme y la libre autodeterminación, problemas cardinales de la humanidad, aún sin resolver.
Expresó Fidel: “Hay que luchar con la opinión pública del mundo para imponerles el desarme, como hay que imponerles, luchando con la opinión pública del mundo, el derecho de los pueblos a su liberación política y económica”.
Tras haber pasado casi 60 años de esa primera gran alocución de Fidel en el estrado de la ONU, son todavía asuntos latientes. La lectura de lo acordado en la Primera Declaración de La Habana sirvió de colofón al extraordinario alegato a favor de Cuba y su Revolución.
Así terminó diciendo Fidel: “Algunos querían conocer cuál era la línea del Gobierno Revolucionario de Cuba. Pues bien, ¡esta es nuestra línea!”, seguido de una atronadora y larga ovación, la mayor entonces allí escuchada.
Al concluir su alegato ante el concierto de naciones, un diplomático suramericano afirmó: “La Isla del Caribe parece ahora un continente”.
Así ha sido desde entonces, y así continuará, sean las “trumpadas” del alto que fueren.