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Birán: el sueño de una primera vez

a casa de la familia Castro-Ruz y la escuela rural mixta donde Fidel aprendió a leer y escribir son sitios conmovedores e invaluables en Birán. Foto: Liudmila Peña
a casa de la familia Castro-Ruz y la escuela rural mixta donde Fidel aprendió a leer y escribir son sitios conmovedores e invaluables en Birán. Foto: Liudmila Peña

Data: 

09/08/2017

Fonte: 

Diario Juventud Rebelde

Autor: 

Seis años atrás, después de estrenarme como tunera «pichona» de periodista en tierras de Holguín, uno de mis mayores sueños era visitar Birán. Hasta ese entonces, todo lo que sabía del lugar lo debía a mis lecturas y a las experiencias de mis compañeras de la Universidad, a quienes escuchaba contar, con cierto «celo histórico», los secretos de un sitio singular.
 
Así que durante mis primeras vacaciones después de graduada, mi esposo y yo nos hicimos los «locos» —o los expedicionarios en tierra firme—, armamos las mochilas y nos fuimos a tocar la historia con las manos.
El camino
 
Partimos en camión rumbo a Caballería, una intersección que propone tres caminos: Holguín a la derecha; Cueto, Mayarí, Sagua de Tánamo y Moa, a la izquierda; y al frente, la carretera que lleva a Santiago de Cuba, hacia donde va el camión que abordamos. No permaneceremos mucho en él, pues la entrada a Birán se encuentra a una distancia poco considerable del punto de embarque.
 
«¿Está muy lejos el pueblo?», pregunto a unos lugareños, esperando una respuesta negativa. «Más o menos. A pie todavía es bastante lejos», nos dicen. Pero no han transcurrido cinco minutos y ya nos estamos agarrando a los barrotes de la parte trasera de una camioneta, casi aguantando la respiración porque la velocidad es indescriptible y el viento nos oprime la piel. A ambos lados de la vía, el verde limpia la mirada. Llegamos al pueblo, mas aún faltan un par de kilómetros para arribar a la finca.
 
El camino hacia la Casa Natal, como todos llaman al lugar, convertido en museo desde el 2 de noviembre de 2002, luego de las peticiones hechas por la población para conocer de primera mano la historia de los Castro Ruz, está matizado por los encantos de los paisajes rurales: vegetación exuberante, casas de madera, panales de abejas, una vaquería, reses, un río…
 
«¡Ánimo!, que estamos de vacaciones», me alienta mi esposo, extendiéndome la mano para ayudarme a subir la cuesta. Al fin, avistamos el cartel que anuncia la llegada.
La finca
 
«Antonio López es el historiador más antiguo de este sitio», nos dice una guía y le encomienda las explicaciones para la visita de «los periodistas». «Vamos a empezar por el panteón donde descansan los restos de los padres», invita él mientras explica detalles de la vida de los esposos Lina Ruz y Ángel Castro. Un ser alado custodia el sitio, repleto de flores frescas. Permanecer allí, depositar una flor, vivir la emoción de presenciar las raíces de los Castro Ruz, es una experiencia que ningún cubano debiera perderse.
 
Después, la escuelita, una pequeña edificación donde se muestran los 33 pupitres en los cuales se sentaban los alumnos de cada grado. En primera fila —la destinada para los oyentes— está marcado el lugar donde se sentaba Fidel en los tiempos en que aprendió a leer.
 
A nuestro paso, vamos advirtiendo el correo-telégrafo, la carnicería, la casa de la abuela Dominga, el hotel, el camino real, la panadería-dulcería, el aljibe, la botica… «El gallego proyectó una comunidad donde estaban todos los servicios», comenta López, refiriéndose a las 27 instalaciones con que contaba la finca.
 
Apreciamos con asombro un tronco de caguairán, como de 200 años, que corresponde a uno de los pilotes que sostenían la antigua casa familiar, antes de sufrir un incendio en 1954, por lo cual la que hoy encuentra el visitante es una muy buena reproducción de la original.
 
Cuentan que este pilote coincidía con la parte de la casa donde estaba la cama en que nació Fidel, aproximadamente a las dos de la madrugada del 13 de agosto de 1926, con unas increíbles 12 libras de peso. Por cierto, hay algo de magia en esa otra habitación, adonde fue llevado el pequeño gigante, poco tiempo después de nacido. Es la más alta de la «casa grande», desde donde puede respirarse el aire de la Sierra de Nipe.
 
El recorrido continúa ahora por la casa construida para cuando regresara a vivir y trabajar aquí el Doctor Fidel Castro. Es espaciosa, cómoda y decorada con muy buen gusto. El historiador explica que luego del incendio de 1954, la familia comenzó a habitarla.
 
Una habitación en particular llama la atención por la diversidad de santos e imágenes religiosas. Es la que otrora ocupara doña Lina Ruz. Cuentan que el sitio guarda el recuerdo de las tristezas y oraciones de la madre, mientras sus hijos exponían la vida en las montañas. Nos piden abstenernos de tomar fotos, y aunque quisiera apretar el obturador a escondidas para capturar el recuerdo, obedezco con respeto: hay sensaciones que no pueden atraparse en imágenes.
 
Recorremos los espacios como quien hurga en los secretos de la historia. Pero todo parece estar allí sin datos escondidos, para que el visitante pueda «tocar» anécdotas y recuerdos con sus propios ojos. La cama donde dormían Fidel y Raúl, juntos desde pequeños; un Ford de 1918, que manejaba Lina; el único televisor de la zona, fotos, adornos, vestuarios, muebles… Los objetos nos conducen al centro mismo de la existencia de seres como nosotros, apegados a costumbres, tradiciones y al amor por la familia.
El retorno
 
Quiero sentarme en el naranjal que, según el historiador, data de 1932, cuando el médico sugirió cítricos a algunos de los chicos que se encontraban enfermos. Algo había leído ya en el libro de Katiuska Blanco Todo el tiempo de los cedros, pero deseaba vivir mi propia experiencia. Almorzamos allí, nos hacemos algunas fotos y volvemos para despedirnos.
 
López va para el pueblo en su sidecar y nos brinda un «adelantón». «Tengo que regresar», pienso mientras me siento en el camioncito que nos llevará a la ciudad. El lugar atesora demasiadas historias como para poder llevárnoslas todas de una sola vez. El chofer arranca y empieza el segundo sueño.