A Carlos Salinas de Gortari, ex presidente de México entre 1988-1994
La Habana, 22 de septiembre de 1994
Querido amigo:
Leí por cable internacional que usted se reunirá con Clinton el lunes, y que uno de los temas a tratar sería Cuba.
Sé que usted tiene mil y un temas de interés mexicano e incluso personal que tratar con Clinton. Pero cuánto me alegra esa posibilidad de contactar con él en este oportuno instante.
Tengo la seguridad de que usted no olvidará nunca nuestras históricas comunicaciones en aquellos días dramáticos. Hablo de históricas conversaciones porque para Cuba y su futuro lo son. Igualmente, menciono la palabra dramáticos porque así lo fueron, ya que en ese delicado y complejo enfrentamiento estaban en juego la existencia de nuestro país y tal vez la vida no se sabe de cuántos compatriotas nuestros decididos a defenderlo. No dejaría de ser tampoco muy elevado el costo de Estados Unidos, situados ante un posible problema insoluble a corto, mediano y largo plazos.
Le ruego que me crea que esos días lo pude conocer mucho mejor a usted: su inteligencia, su precisión, su eficiencia, su seriedad. Como ya le dije, sin su participación no habría sido posible el acuerdo. No quise pedir garantías adicionales porque no deseaba realmente poner en duda la honorabilidad de Clinton, y sobre todo porque lo teníamos a usted de garante, y eso era para nosotros lo esencial. Los intercambios fueron rápidos y también las respuestas. Por nuestra parte, hemos mantenido absoluta discreción. Veo que usted, por lo que pude apreciar sin abordar el asunto, ni siquiera a su Ministro de Relaciones Exteriores informó del contenido de los intercambios. Yo, por otro lado, he sostenido conversaciones con varias importantes personalidades norteamericanas que nos han visitado, y no he pronunciado una sola palabra sobre el tema. A nuestra opinión pública solo hemos informado lo tratado en Nueva York, aunque ello no fuera tan fácil. Era necesario extremar la discreción. Pienso que lo hemos logrado. Que la historia se encargue de consignarlo todo. Gabo, por fortuna, sea tal vez el más excepcional testigo de nuestro trabajo. Cuán sabio fue de su parte introducirlo en todo esto.
Quizás ahora se abre una nueva página. De usted va a depender mucho. Es necesario que ahora Clinton haga realidad sus palabras en relación con las medidas del 20 de agosto, en el plazo prometido, y que ello no se dilate un día más y se incluyan todas y cada una de las medidas anunciadas ese día, ni una más ni una menos, tal como se expresaba claramente en el párrafo que eliminamos del comunicado de Nueva York, a solicitud de Clinton. Después es necesario un período “que no sea para las calendas griegas”, como le dije, en el cual debemos ir realmente al fondo de la cuestión que compulsa el éxodo masivo. Esto realmente iniciaría una nueva etapa en las relaciones Estados Unidos/Cuba, tan conveniente para todos en este hemisferio. Es la esencia de lo que ahora esperamos de los intercambios sostenidos y los compromisos adquiridos.
No nos gustó, se lo digo con toda franqueza, la Declaración de Río. Es una descarada intervención en los asuntos internos de Cuba y una traición, le dije a su Canciller Tello. El nos explicó, y nosotros ya lo sabíamos, el arduo y constructivo trabajo que usted e Itamar realizaron. También nos entregó copia de sus nobles y valientes palabras. Nos dolió mucho, muchísimo, el momento en que esas declaraciones se produjeron. Por ese turbio y cobarde camino nada se alcanzará jamás de nosotros.
Debo añadirle, para finalizar, que estamos cumpliendo rigurosamente nuestros compromisos. Como le expresé en mi última comunicación que esperábamos hacerlo, se logró detener las salidas masivas sin uso de la fuerza, sin violencia, sin armas, sin una sola gota de sangre. Contamos con el respeto y la autoridad de la Revolución aun ante sus propios adversarios o de aquellos que ante duros sacrificios y necesidades se ven compulsados a emigrar de esta plaza sitiada, hostigada y amenazada que es Cuba.
La normalización de las relaciones entre ambos países es la única alternativa; un bloqueo naval no resolvería nada, una bomba atómica, para hablar en lenguaje figurado, tampoco. Hacer estallar a nuestro país, como se ha pretendido y todavía se pretende, no beneficiaría en nada los intereses de Estados Unidos. Lo haría ingobernable por cien años y la lucha no terminaría nunca. Solo la Revolución puede hacer viable la marcha y el futuro de este país.
Ojalá usted pueda convencer a nuestro casi común amigo de estas verdades, en el breve tiempo de que disponga para ello durante su encuentro.
No olvidaré tampoco nunca sus diáfanas y categóricas palabras cuando le expresé mis preocupaciones de que alguien pretendiera interferir en las cuestiones que atañen exclusivamente a la independencia y soberanía de Cuba: “Usted tiene la fórmula, no lo acepte”.
Le deseo éxitos en todo, querido amigo, le envío un fuerte abrazo.
Fidel Castro Ruz.