La fuerza ciclónica de Fidel
Una lluvia de júbilo baña el extremo más occidental de la Isla, que alarga su mirada como si no creyera en fenómenos naturales ni límites geográficos. Y el río desbordado de sus fuerzas cruza los valles donde florece el mejor tabaco, mientras sus afluentes arrasan las malas hierbas y dejan un paisaje envidiable, puro, infinito…
Pareciera que llega de nuevo el huracán. La gente en las calles, con un ritmo superior, revela el inusual ajetreo. Pinar del Río está en 26, y la fuerza ciclónica de la fecha adopta categoría cinco, en la escala más grande de la historia.
Es un inmenso torbellino, pero no provoca consternación en los rostros, sino ráfagas de alegría y festejo, como las de aquel enero luminoso en que recibió al héroe de la Sierra. Será la primera vez que no estará físicamente en este glorioso día de julio. Sin embargo, allí reinará su espíritu, su tesón indoblegable, capaz de convertir los accidentes de la naturaleza —incluso, la propia muerte— en semillas de dignidad y amor. Y volverá a apreciar el entusiasmo de los pinareños, su afán por servir y abrazar, como tantas veces hizo cada vez que por el mar Caribe se avecinaba una tormenta…