El sabotaje silencioso que Cuba no olvida
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Fue una pesadilla. A los cuerpos de guardia comenzaron a llegar en oleadas los niños y luego los adultos, con los mismos síntomas que parecían de un resfriado común y que se agravaban cuando la enfermedad era tratada como tal. En unos pocos días a fines del mes de mayo de 1981 todos los hospitales y policlínicos de la Isla estaban asistiendo a la más mortal de las epidemias hasta entonces vividas en los años de Revolución, sin que se supiera tampoco de dónde venía aquella enfermedad ni cómo detenerla.
El municipio capitalino de Boyeros, en la zona cercana al aeropuerto «José Martí» reportó los primeros casos. Desde entonces, y a lo largo de los próximos meses, la fiebre del dengue hemorrágico, introducido en Cuba por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, afectaría a 344 203 personas a lo largo del país.
Inmediatamente después de los primeros casos de Boyeros, en la capital se fue propagando el virus de forma casi explosiva, cuenta a Granma José González Valdés, profesor titular consultante de la Universidad de Ciencias Médicas de la capital, quien en el año 1981 fungía como director del hospital pediátrico de Centro Habana.
«Los síntomas del dengue tipo 2, transmitido por el mosquito Aedes aegypti, se fueron volviendo común entre los niños de la zona de Centro Habana y los municipios aledaños: síndrome febril, dolores retroorbitarios, abdominales y musculares, rash, cefalea y astenia, frecuentemente acompañados de múltiples hemorragias con diferentes niveles de gravedad. Avisamos al momento a las máximas instancias de Higiene y Epidemiología», comenta el doctor.
El hospital pediátrico de Centro Habana desde los primeros días de junio del año 1981, «se convirtió, por decirlo de algún modo, en el puesto de mando para darle seguimiento a la epidemia y coordinar las acciones para enfrentarla. Aquí tuvieron lugar las primeras reuniones con participantes del Ministerio de Salud Pública e Higiene y Epidemiología, microbiólogos, investigadores del Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kourí” y otros directores y profesores de hospitales pediátricos de la Ciudad de La Habana», explica.
Diariamente, el Pediátrico recibía entre 400 y 500 enfermos, aproximadamente, «pero en ocasiones llegaban a 1 200 y 1 300», asegura José González. En aquellos meses el hospital tuvo que organizarse en tres grupos que trabajaban diariamente hasta las 5:00 p.m., y cada grupo se quedaba de guardia una vez cada dos días.
«Muchos nos quedábamos permanentemente », cuenta a Granma Bárbara Cristina Viñet Morales, en aquel entonces enfermera del cuerpo de guardia del Hospital Pediátrico de Centro Habana, actual subjefa de enfermería y una de las pocas que aún permanecen en el centro desde aquella época.
En sus 47 años de experiencia como enfermera, Bárbara jamás ha vuelto a vivir una situación epidemiológica tan dramática como aquella de 1981. «En ese momento, con apenas 22 años, el hospital era mi casa. Como madre que era, de dos pequeñas, no soportaba ver a un niño enfermo y no estar ahí para ayudarlo, junto a sus familias», recuerda la enfermera.
Según el doctor, «todo el personal médico de nuestro hospital se mantuvo pendiente al cuidado de los niños enfermos y de sus familias, en su mayoría muy humildes. El primero en mostrar preocupación fue el Comandante en Jefe. Visitó sorpresivamente el hospital en nueve ocasiones. Estaba pendiente de todo y siempre iba a ver a los niños, a preguntarles cómo se sentían y qué les gustaría estudiar cuando fueran grandes. Ellos contestaban, se reían y las familias se sentían seguras, que podían confiar en él y en los médicos que atendían a sus pequeños».
Para Bárbara Viñet, «esa fue la mejor experiencia en esos días, haber estado tan cerca de Fidel. Una vez, mientras enfermeros y doctores le dábamos al Comandante un recorrido por el hospital, entramos a una sala de aproximadamente 40 capacidades. Allí todos los niños salieron de las lonas de oxígeno que utilizábamos en esa época y corrieron a abrazarlo. Uno de ellos gritó: “Pioneros por el Comunismo” y el resto, espontáneamente, respondió a coro: “Seremos como el Che”. Fue muy emotivo».
En el hospital pediátrico se registró la cifra más baja de muertes de la capital durante la epidemia (de finales de mayo a principios de septiembre), con solo dos fallecidos. Pero, según el médico y profesor José González, «fueron días muy duros para todos. A pesar de que se salvaron muchas vidas, perdimos a un bebé de dos años y a una niña de siete», añade.
Bárbara explica a Granma que «uno de mis más grandes traumas fue ver morir a la niña. Ella era de Santiago de Cuba y había venido a La Habana de vacaciones a visitar a su tía, también enfermera del hospital. No pudimos hacer mucho por la pequeña. El virus había debilitado demasiado su sistema inmunológico. Recordarlo aún me llena de impotencia y dolor», añade.
Estos hechos no fueron aislados. Cuba llevaba varios años enfrentando ataques biológicos, destinados a afectar la salud del pueblo y asestar un duro golpe a la economía nacional. El 1ro. de junio de 1964, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz denunció por primera vez el empleo de la guerra bacteriológica contra el país. Pocos días antes de la declaración, una gran cantidad de objetos brillantes que descendían por el aire alarmó a la provincia de Sancti Spíritus.
En su denuncia, publicada el 2 de junio de 1964 en la portada del periódico Revolución, el Comandante en Jefe aseguraba que «testigos presenciales, entre ellos miembros de la Fuerzas Armadas Revolucionarias, probaron que se trataba de globos de diversos tamaños (…), los cuales se disolvían al contacto con la tierra, dejando una substancia gelatinosa (…) similar a la que se usa en caldos de cultivo de bacterias».
Este fue solo el comienzo de lo que se convertiría en la guerra «más brutal e inhumana», que costaría víctimas y daños económicos incalculables. «La falta de escrúpulos del imperialismo (…) y su impotencia ante la consolidación y avance de nuestra Revolución, lo pueden llevar a concebir las acciones más monstruosas contra nuestro país (…)», decía el líder histórico en su declaración.
Durante los próximos años azotaron el territorio nacional la fiebre porcina, la seudodermatosis nodular bovina, la brucelosis del ganado, el carbón y la roya de la caña, el moho azul del tabaco, la roya del café, el new castle y la bronquitis infecciosa de las aves de corral, la conjuntivitis hemorrágica, la disentería y el dengue tipo 2.
Las investigaciones y los estudios minuciosos realizados a lo largo de esos años, demostraron que cada una de las epidemias fue introducida deliberadamente en el territorio nacional.
El dengue hemorrágico fue de todos los brotes el más mortal. Muy pocas familias cubanas se libraron de la epidemia que dejó a 344 203 personas afectadas en todo el país, de las cuales 158 fallecieron –de ellos 101 eran niños menores de 15 años–.
Ni el doctor González y ni la enfermera Bárbara olvidarán jamás aquel año en el que vieron el rostro a la peor de las guerras vividas por Cuba, la biológica. «Difícilmente haya una guerra más deshumanizada que esta», concluye el Dr. González.