Comandante de la resurrección
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«Hombre, aprendimos a saberte eterno/
así como Olofi y Jesús Cristo/
no hay un solo altar sin una luz por ti».
Canción Cabalgando con Fidel, del cantautor cubano Raúl Torres.
Tras la noticia sobre la partida física del Comandante, luego de una de las noches más oscuras y calladas que hemos conocido, una avalancha de episodios —todos sumados en una lágrima que debe haberse deslizado por el eje imaginario de la Tierra— nos hizo testigos y protagonistas de una trasmutación hiriente. Cada quien, desbordado por las circunstancias, tendrá mucho que contar. Y en estos días en que el año 2016 se va retirando sereno y parco, vuelven a mí los ojos húmedos de Mario Tatu, creador inquieto, pintor casi adolescente, quien se negaba a encasillar a Fidel en una época.
«¿Es solo el más grande luchador del siglo XX?», preguntaba para luego compararlo con otros de todos los tiempos: «Él hizo, multiplicados, algunos de los milagros que se cuentan de Cristo: obró la maravilla de devolver la vista a muchos, y echó a andar a millones».
Días después, justamente porque los valores inmortales del espíritu son el lenguaje común entre todas las mujeres y los hombres, tuvo lugar un tributo al Comandante organizado por el Consejo de Iglesias de Cuba (CIC), el 1ro. de diciembre de 2016, en la Primera Iglesia Presbiteriana Reformada de La Habana. Allí escuché decir a un líder religioso que habiendo tenido todos nosotros a Fidel, ahora Él nos tiene a nosotros; es decir, en nosotros habita la posibilidad de que su legado humanista no desaparezca.
Fidel, amante de la ciencia, de sus descubrimientos y de las profundas interrogantes que ella plantea ante la naturaleza del universo, reconoce el sentido de las creencias religiosas como un camino de los seres humanos para dar respuesta a lo asombroso, a lo deslumbrante e ignoto de la vida. Para él, tal cual se desprende de su artículo El destino incierto de la especie humana, es en el punto de la avidez por la búsqueda de insondables verdades, donde «las religiones adquieren un valor especial».
Su coordenada de confluencia con las religiones no es solo el respeto hacia ellas: su lucha incansable por la dignidad humana hace que creyentes y no creyentes lo honren. Bien lo definía la noche del tributo ecuménico la reverenda Miriam Ofelia Ortega Suárez, profesora del Seminario Evangélico de Teología, directora del Instituto Cristiano de Estudios sobre Género y diputada a la Asamblea Nacional: «Fidel —expresó ella en su testimonio a los asistentes—, amenazado de muerte en más de 600 ocasiones, nunca temió a esa muerte provocada por las fuerzas imperiales de la muerte, porque en él siempre ha estado la certeza de la búsqueda de la vida no solamente para nuestro pueblo cubano, sino también para la humanidad amenazada por la injusticia, las desgracias naturales, la pobreza, las guerras y las invasiones destructoras.
«Su defensa de la vida para todos los seres humanos y para el planeta Tierra nos hizo conocer que nunca estuvo amenazado de muerte sino de resurrección. Hoy, cuando escuchamos a nuestros jóvenes exclamar: “Yo soy Fidel”, sabemos que comienza esa etapa de la resurrección donde su vida nos llena de esperanza, gozo, sentido de la historia y de la plena libertad que todas y todos debemos alcanzar unidas y unidos en nuestra Patria».
La Reverenda quiso contar dos breves historias de encuentros con Fidel que no están en los libros. «En el año de 1980 se celebró en Cuba la reunión regional de la Década de las Naciones Unidas en solidaridad con la mujer. La persona designada para la organización del evento fue Nita Barrow, gobernadora de la isla de Barbados, que trabajó en el Consejo Mundial de Iglesias por varios años en el programa del área de salud comunitaria como enfermera.
«Al llegar, preguntó a Fidel si se podría organizar un encuentro con mujeres cristianas o de distintas religiones dentro del evento con un subtema. Fidel contestó enseguida: “Por supuesto, podemos hacerlo. ¿Crees que les gustaría hablar sobre la paz?”. Y así funcionó la actividad. Nos reunimos en el Centro Metodista en K y 25 alrededor de cien mujeres con esa temática y fue un encuentro inolvidable.
«Otro incidente de la vida cotidiana fue nuestro encuentro con Fidel para conversar con líderes religiosos sobre la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998. Después del diálogo tuvimos una comida sentados en diversos lugares. Fidel se acercó a mí y me preguntó: “¿Cómo está todo?”. Él se refería a la comida, pero yo quería contarle algo y aproveché ese instante de diálogo íntimo para decirle: “Regular, Comandante”. “¿Qué pasa, me contestó, no está buena la comida?”. (...) Con rapidez le dije: “Es que queríamos organizar un programa de Navidad en el teatro Sauto de Matanzas y no nos autorizan para realizarlo”. “¿Por qué?”, me preguntó. “Bueno, creo que hay varias razones, pero no nos explicaron todo”. No dijo nada más y se alejó a saludar a otras personas.
«Yo regresé a Matanzas a las tres de la mañana. A las diez me llamaron del teatro Sauto para conversar sobre el evento. Yo quedé sorprendida. ¿A qué hora llamó él? Nunca lo supe. Dimos la función en enero, coincidiendo con la fecha de Epifanía el 6 de enero. Participaron más de mil personas y fue el primer evento que se celebró en un teatro provincial, con énfasis en una fecha de celebración cristiana después del triunfo de la Revolución. Así siempre fue Fidel, escuchaba, trataba de comprender y realizaba acciones rápidas, sorprendentes y únicas».
Fidel y la religion
La noche del tributo ecuménico ya mencionado, el reverendo Raúl Suárez Ramos, director fundador del Centro Martin Luther King y diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, recordó una fecha, para él, de especial significado: el 28 de junio de 1984. Entonces se realizó «la celebración ecuménica en homenaje al Doctor Martin Luther King Jr., en la Iglesia Metodista de K y 25. El programa contemplaba la predicación del reverendo Jesse Jackson. Jackson era un invitado por el Gobierno y el movimiento ecuménico. La idea era que estudiantes de la Universidad de La Habana se reunieran primero, y después ir a la iglesia. La sorpresa se dio cuando el presidente del Consejo Ecuménico, Doctor Adolfo Ham, y yo, secretario ejecutivo, debíamos recibir en la puerta al invitado, pero con él estaba Fidel. Después del saludo normal, se oyó la voz de alguien de su guardia personal que le dijo: “Comandante, quítese la gorra porque va a entrar a una iglesia”. Una verdadera sorpresa, porque ninguno de nosotros pensamos en esa posibilidad. Resultó ser una bendición de Dios».
Otro momento trascendental evocado por el reverendo Suárez fue el 14 de noviembre de 1984. Ese día, «Fidel, en el Palacio de la Revolución, recibía una delegación de 14 líderes ecuménicos. Dos días antes lo había hecho con los obispos católicos. Se le había entregado anteriormente un documento sobre las relaciones Iglesia y Estado. La reunión duró tres horas y media. Después de los saludos y la bienvenida, tomó un libro para leernos partes escogidas por él. Era Fidel y la religión. Fue una primera edición de unos 30 000 ejemplares. (...) En ese libro él hizo una confesión donde reconocía a ese símbolo llamado Jesucristo como algo muy cotidiano en la vida familiar. Añadió: “No llegué a tener creencias religiosas, pero sí he dedicado mi vida en hacer realidad las implicaciones sociales de ese símbolo”».
El Reverendo recordó durante la noche del tributo ecuménico que al año siguiente de la reunión «se hizo una edición de un millón de ejemplares del libro Fidel y la religión. Sin duda alguna su corazón y mente lo pusieron en función de una obra evangelizadora. Jamás en país alguno sucedió tal cosa, que un pueblo entero se lanzara a la búsqueda del libro y en pocas horas desapareciera de las librerías. Cuando hablo de evangelización, no me refiero a lo que nosotros generalmente hacemos, me refiero a un cambio radical en la mentalidad que a veces asumimos».
De los inolvidables y numerosos encuentros de Fidel con los religiosos, de los que Suárez fue testigo, han quedado expresiones del Comandante que, como también ha definido el Reverendo, hablan de un hombre excepcional, transido de nobleza, sensibilidad humana, modestia al escuchar, y capacidad para responder de manera oportuna. «Hay unas palabras —recordó el diputado sobre el líder histórico de la Revolución cubana— siempre vigentes, llenas de cariño, comprensión y solidaridad cuando dijo: “Ustedes han estado entre un fuego cruzado; el fuego de los suyos”. Tal parece que conocía bien este aspecto. El fuego para algunos fueron expulsiones de congregaciones donde estaban desde niños y niñas, y otras cosas peores. El otro fuego, nos dijo, “es el nuestro”, reconociendo así las incomprensiones y discriminaciones sufridas. El fuego cruzado no fueron sus palabras finales: “Alguien tenía que oír sus oraciones. Sus oraciones fueron oídas en el cielo”, no hay dudas de que se refería a Dios. Y añadió: “Y en la tierra”. Un político cualquiera, demagógico, hubiera dicho: “Y en la tierra yo las he oído”. Su inmensa modestia, por qué no, humildad, la dejó para que no solo nosotros, sino también el pueblo, lo viéramos para darle más importancia a su obra evangelizadora».
Los valores inmorales del espíritu
El líder histórico de la Revolución habló al intelectual Frei Betto, y como tal quedó estampado en el libro Fidel y la religión (1985): «Las cualidades que nosotros requeríamos de aquellos compañeros —asaltantes al cuartel Moncada— eran, en primer lugar, el patriotismo, el espíritu revolucionario, la seriedad, la honradez, la disposición a la lucha, que estuvieran de acuerdo con los objetivos y los riesgos de la lucha, porque se planteaba precisamente la lucha armada contra Batista. (...) No se le preguntaba a nadie absolutamente si tenía o no tenía una creencia religiosa, ese problema nunca se abordó».
Y de ese mismo diálogo, quedó para la posteridad esta opinión del Comandante: «Antes que el elemento político, en lo que tiene que ver con la religión, tengo presente el elemento moral y tengo presentes los principios, porque en ningún sentido está planteado, ni está concebido el cambio social profundo, el socialismo y el comunismo, como algo que proponga inmiscuirse en el fuero interno de una persona y negar el derecho de cualquier ser humano a su pensamiento y a sus creencias».
En el Informe Central al VI Congreso del Partido Comunista, en 2011, Raúl se refirió a cómo Fidel se expresara tempranamente acerca del tema de la religión cuando evocó al mártir del Moncada Renato Guitart: «La vida física es efímera —expresó el líder—, pasa inexorablemente, como han pasado las de tantas y tantas generaciones de hombres, como pasará en breve la de cada uno de nosotros. Esa verdad debiera enseñar a todos los seres humanos que por encima de ellos están los valores inmortales del espíritu. ¿Qué sentido tiene aquella sin estos? ¿Qué es entonces vivir? ¡Cómo podrán morir los que por comprenderlo así, la sacrifican generosamente al bien y a la justicia!».
«Estos valores —afirmó Raúl en el Informe— han estado siempre presentes en su pensamiento (el de Fidel), y así lo reiteró en 1971 al reunirse con un grupo de sacerdotes católicos en Santiago de Chile: “Yo les digo que hay diez mil veces más coincidencias del cristianismo con el comunismo que las que puede haber con el capitalismo”.
«A esta idea regresará al dirigirse a los miembros de las iglesias cristianas en Jamaica en 1977; cuando dijo: “Hay que trabajar juntos para que cuando la idea política triunfe, la idea religiosa no esté apartada, no aparezca como enemiga de los cambios. No existen contradicciones entre los propósitos de la religión y los propósitos del socialismo”».
Ese espíritu unitario, esas concepciones inclusivas cuyas raíces son largas y profundas nación adentro, pasaron por momentos difíciles cuando la joven Revolución se abría paso en su afán de justicia. En su diálogo con Frei Betto, Fidel fue explícito: «Con la Iglesia católica tuvimos dificultades hace años, que fueron superadas, todos aquellos problemas que en un momento existieron, desaparecieron».