Fidel, el hombre de los quinientos juramentos
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El 30 de octubre de 1999, en un pleno ampliado de la Unión de Periodistas de Cuba, en el Palacio de las Convenciones, en La Habana, Fidel dijo a Tomás Álvarez de los Ríos, octogenario periodista espirituano ya fallecido: «Yo he hecho en mi vida como quinientos juramentos».
Esto nos hizo buscar entre sus principales juramentos, promesas, compromisos y vaticinios, de los que, en una larga lucha, por supuesto, son muchos los que escapan a nuestra selección.
En 1950, prometió que asumiría su propia defensa en la Sección Primera de la Sala de Justicia de Las Villas, en el juicio de urgencia número 543, y cumplió su compromiso.
El denunciante fue un capitán. Los acusados, él y otras personas. El motivo, los sucesos de Cienfuegos del 12 de noviembre de ese año. Fidel era en ese momento el presidente de la Asociación de Estudiantes de la Escuela de Ciencias Sociales, y los tales hechos en la Perla del Sur fueron las protestas contra una resolución del ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango, que provocaron encendidas huelgas en los institutos. Lo acusaron de incitación. «Yo asumiré mi propia defensa», prometió, y así lo hizo.
También dos años más tarde prometió actuar como acusador por primera vez en una causa, y lo llevó a cabo contra un comandante y un teniente, en el Juzgado de Instrucción de la Sección Cuarta de La Habana.
Tenía 24 años y, como acusador particular, denunció a los militares por la muerte a golpes del obrero ortodoxo un año mayor que él, Carlos Rodríguez, cuyo cadáver fue velado en el Salón de los Mártires de la FEU, el 4 de marzo de 1952.
Habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras
El 16 de marzo, a seis días del golpe de estado batistiano, ante la sepultura del luchador ortodoxo Eduardo Chibás, juraría Fidel: «¡Cubanos, hay tirano otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras. (...) Si Batista subió al poder por la fuerza, por la fuerza hay que derrocarlo».
El 27 de diciembre a las 5:00 p.m., siete meses antes del Moncada, Fidel fue a la finca Ácana, en Matanzas, donde 30 obreros agrícolas llevaban varios meses sin cobrar: «Dentro de cuatro días les cobro ese dinero», prometió. Eran más de 5 000 pesos. «Les doy mi palabra de honor de que si ustedes me dan un poder, yo les cobro esa deuda (...) pasado mañana a esta hora ustedes van a tener aquí un telegrama que les dirá cómo van las gestiones». Y lo cumplió.
Paulino Pedroso le dijo por esos días: «Tu actitud se parece a la de nosotros, a la de los comunistas, desinteresada».
«Si llegara a triunfar algún día —dijo Fidel—, mi programa sería el mismo de los comunistas: la nacionalización».
En esa etapa iba en un jeep con Ernesto Tizol, por la loma de Escandell, y Fidel dialogó con un campesino que andaba sobre un mulo: «¿Tiene mucha tierra?». «Solo un caró». (No llega a las dos hectáreas). «¿Es de su propiedad?». «No, arrendada». «No se ocupe, que dentro de muy poco va a ser suya», le aseguró Fidel.
En La Historia me absolverá, comentaba: «A ese pueblo cuyos caminos están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: te vamos a dar, sino: Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad».
Recluido en la prisión, indefenso, desarmado, incomunicado, calumniado, quisieron hacer ver que estaba enfermo para que no acudiera al juicio, y les dijo a los médicos en su celda: «Ustedes sabrán cuál es su deber, yo sé bien cuál es el mío», y comentó al respecto: «No me comprometí a guardar secreto sobre este diálogo, solo estoy comprometido con la verdad».
Acerca de los esbirros que mataron a sus compañeros del Moncada, juró: «No escatimaré fustazos de ninguna clase sobre los enfurecidos asesinos». Y más adelante, también en su digna autodefensa, aseveró: «Lo que yo diga aquí se repetirá muchas veces, no porque se haya escuchado de mi boca, sino porque el problema de la justicia es eterno, y por encima de las opiniones de los jurisconsultos y teóricos, el pueblo tiene de ella un profundo sentido (...)», y en otra parte puntualizó: «Mi lógica es la lógica sencilla del pueblo».
Cuando juraba, prometía o se comprometía, asomaba ya en su actuar el destello de un conductor de pueblos de excepcional calibre (...) y, almanaque en mano, era poco más que un chiquillo, pero su cerebro rozaba ya la cabeza política de Lenin. Aunque muy joven, se convertiría con los años en ese luchador que el propio Lenin exhortaba a tener: «Hay que preparar hombres que no consagren a la revolución sus tardes libres, sino toda su vida».
Libertad o muerte
En la Granjita Siboney, momentos antes del asalto al Moncada, proclamaría: «El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la Isla».
Al periodista Raúl Martín Sánchez, de Bohemia, que lo entrevistara en el llamado Presidio Modelo, en julio de 1954, le expresaría: «Me propongo vencer todos los obstáculos y librar cuantas batallas sean necesarias (...) sé dónde está lo mejor de Cuba y cómo buscarlo».
En agosto de 1955, en su Mensaje al Congreso de la Ortodoxia, desde México, expresó: «(...) esta lucha solo debe cesar cuando no queden opresores (...) o haya caído sobre la tierra esclavizada y triste, el último revolucionario». Y en el Manifiesto No. 2 del Movimiento 26 de Julio, en ese mismo mes y año, sentenció: «Esta ha de ser por encima de todo una revolución de pueblo, con sangre de pueblo y sudor de pueblo».
También en 1957, argumentó: «El Movimiento 26-7 es el porvenir sano y justiciero de la patria, el honor empeñado ante el pueblo, la promesa que será cumplida».
«Yo voy a organizar (...) al pueblo», aseguró a Rafael García Bárcena, y el 10 de junio (en Bohemia), enfatizaría: «Volveremos cuando podamos traerle a nuestro pueblo la libertad y el derecho a vivir decorosamente, sin despotismo (...)».
Y en el citado Manifiesto del M-26-7, reafirmó: «Los que dudan de la firmeza con que llevaremos adelante nuestra promesa; los que nos creen reducidos a la impotencia porque no tenemos fortuna privada que poner a disposición de nuestra causa, ni millones robados al pueblo, recuerden el 26 de Julio (...)».
El 2 de agosto de 1955, desde México, había dicho: «Vuelvo a reiterar mi promesa de que si lo que anhelamos no fuera posible, me verán llegar en bote, a una playa cualquiera, con un fusil en la mano».
El 25 de agosto, alertó: «La campaña de infamias y calumnias tendrá, un día no muy lejano, su cabal respuesta en el cumplimiento de la promesa que hemos hecho de que en 1956 seremos libres o seremos mártires. La ratifico a los cuatro meses y seis días del 31 de diciembre. Ningún revés impedirá el cumplimiento de la palabra empeñada».
Y el 30 de octubre reiteró aquel importante juramento: «Puedo informarles, con toda responsabilidad, que en 1956 seremos libres o seremos mártires (...) Esta lucha comenzó para nosotros el 10 de marzo, y terminará con el último día de la dictadura, o el último día nuestro».
Veamos otro de sus vaticinios: «En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura, como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a 70 hermanos míos. ¡Condenadme, no importa, la historia me absolverá!».
Al colaborador mexicano Antonio del Conde Pontones, «El Cuate», le aseguró a principios de 1956: «Si usted arregla ese barco (hablaba del Granma) en él nos vamos a Cuba». Y así fue.
Si entro, triunfo
Un juramento enfático suyo fue: «Si salgo, llego; si llego, entro; y si entro, triunfo». Por primera vez lo dijo en la casa de Orquídea Pino, en México. Tal compromiso lo expresó por segunda vez el 21 de noviembre de aquel año, vistiendo un abrigo con que contrarrestaba los escalofríos de una fiebre altísima.
Y cuando el Che cayó preso allí, con el peligro de ser deportado, Fidel le prometió: «¡Yo no te abandono!». Y lo cumplió.
Nuevos juramentos igualmente honrosos y optimistas haría después en la Sierra Maestra, en 1957. El 17 de enero, en la finca de Mongo Pérez, en Cinco Palmas, en Purial de Vicana, se abrazaron los dos hermanos guerrilleros: «¿Cuántos fusiles traes?», pregunta Fidel a Raúl...«Cinco». «Y dos que tengo yo, siete... ¡Ahora sí ganamos la guerra!». Sobre esto el propio Raúl diría después que él y otros compañeros pensaron que Fidel se había vuelto loco, «pero, como buen Sancho Panza detrás de mi Quijote, seguí y continuaré hasta la muerte».
Por Radio Rebelde, tras la frustrada huelga del 9 de abril de 1958, anunció: «Al pueblo de Cuba, la seguridad de que esta fortaleza no será vencida y nuestro juramento de que la patria será libre o morirá hasta el último combatiente».
En agosto, argumentó: «Hoy vuelvo a hablar al pueblo desde esta emisora (...) no con una promesa por cumplir, sino con toda una etapa de aquella promesa cumplida (...) Estamos dirigiendo el esfuerzo por convertir esta ofensiva en un desastre de la dictadura (...)».
Y el 5 de junio de aquel año escribió otro de sus célebres compromisos revolucionarios cumplidos: «Celia: al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta de que ese va a ser mi destino verdadero».
El 24 de octubre, en Birán, Mayarí, Oriente, tras cuatro años de separación, va a ver a su mamá y demás familiares. Es la única vez que se aparta solo unas horas de la guerra por algo personal, antes de la toma de Palma Soriano. Y comenta a su hermano Ramón: «La primera propiedad que va a pasar al Estado es esta».
Al despedir el duelo de las víctimas del sabotaje del 4 de marzo de 1960 al vapor La Coubre, pronunció otro de sus insobornables juramentos. Dijo que se abría una disyuntiva similar a la del inicio de la lucha, la de Libertad o Muerte, «solo que Libertad quiere decir Patria y ahora la disyuntiva nuestra será Patria o Muerte».
Junto con el pueblo, juró en la despedida de duelo de los mártires de los bombardeos del 15 de abril de 1961, preludio de la invasión mercenaria: «Obreros y campesinos, hombres y familias humildes de la patria, ¿juran defender hasta la última gota de sangre esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes?».
Adiós a la democracia burguesa
En el espacio televisivo Universidad Popular, el primero de diciembre de 1961, declaró: «Soy marxista-leninista y lo seré hasta el último día de mi vida». Y el 16 de enero de 1962, manifestó: «No volveremos a tener nunca democracia burguesa, que es democracia falsa».
El camino de América —aseguró el 28 de febrero de 1963— es el de Cuba. Pensaba tal vez en ese instante lo que había jurado en 1959: «El latifundio se acabará, grite quien grite» (1ro. de marzo). «Para arrebatarnos la patria, hay que arrebatarnos la vida» (1ro. de mayo).
Y en la entrevista con Barbara Walters, en 1977, señaló: «Nuestras ideas no las cambiamos por ningún dinero, ni por ningún interés material (...) Soy un hombre realista y me gusta ser sincero (...) no oculto mi vida, ni mis orígenes, ni tengo por qué inventar absolutamente nada (...) Si yo fuera un hombre falso, si mis ideas no fueran profundas y sinceras, no habría podido convencer a nadie en este país (...) Mi vida siempre ha sido una lucha contra mí mismo, o mejor, un esfuerzo de superación constante (...) ¿Qué comprendo yo cuando gritan ¡Fidel! o cuando me besan o me aplauden? Yo no puedo pensar que es un mérito mío. En ese caso me toman a mí como un símbolo».
Y es justamente ese hombre-símbolo quien, en nombre del pueblo, dice de nuestros Cinco Héroes: «¡Volverán!», otro juramento que no cejaremos la lucha por cumplir.