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Dr. Leonardo Fernández: “Que nuestro pueblo hable de nosotros es el mayor reconocimiento”

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Periódico Granma

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La Brigada Médica cubana en Liberia es un colectivo unido. En estos días las tensiones han disminuido, y se preparan las maletas del regreso. Esta Monrovia despreocupada no es la que conocieron en los primeros días de estancia. La bulla del mercadeo en las calles principales anuncia, paradójicamente, la cal­ma. Converso con los médicos y enfermeros, y comento lo que ya saben: en Cuba se les siguió y se les espera. Pero ellos se resisten a ser considerados héroes, quizá porque lo son de verdad. El día que se anunció la decisión de Cuba, que era en realidad la decisión de sus hombres, de estos hombres, de viajar a las zonas rojas de África, donde campeaba la epidemia del Ébola, los cubanos nos convertimos en una sola familia. Los sentimos nuestros, como padres, hermanos o hijos, y estuvimos pendientes de su salud, de sus pacientes salvados o perdidos. He conversado con casi todos, y ninguno se parece. Son tan diferentes, como iguales en un punto: estos hombres son cu­banos de la Revolución. Quiero presentarles el testimonio del doctor Leonardo Fernández,     de 63 años, especialista en Terapia Intensiva     y Medicina Interna, máster en Emergencias Médicas y Cuidados Intensivos, profesor asis­tente de la Facultad de Ciencias Médicas de Guantánamo. Que sea él únicamente quien hable.
 
“Mi familia está acostumbrada, porque ya son varias las misiones que he cumplido, pero además, compartimos los valores. Es una familia corta, y toda revolucionaria: esposa y dos hijos, una tía, dos tíos. Mi esposa está jubilada, una de mis hijas es graduada en laboratorio clínico, cumplió misión en Vene­zuela, mi hijo es chofer de ambulancia. Una familia corta, pero muy unida.
 
CON MIEDO, PERO CON VALENTÍA
“Creo en los jóvenes. ¡Cómo que no! La juventud es cambio, revolución. Yo le digo a mis compañeros más jóvenes: no puedo pensar igual que ustedes, fui criado en otra etapa, en otra época, con otras necesidades, ahora hay otras visiones, más facilidades. La juventud es cambio. Nosotros lo que debemos es formar valores, principios. La mayoría de los brigadistas son jóvenes. Los viejos somos cuatro o cinco. Y han sido muy valientes, sobre todo los enfermeros, y se ha trabajado con mucha intensidad, con miedo, todos sentimos un miedo tremendo, antes de salir, aquí… y aún lo tenemos, porque hasta el último día el bichito ese puede enredarnos. Con miedo, pero con valentía. Creo que la preparación que se nos dio en Cuba fue muy buena, yo diría que decisiva, porque se nos habló desde el principio con la verdad, se nos dijo a lo que veníamos y los riesgos que corría­mos, se nos entrenó en Cuba. Yo agradezco mucho la preparación de la OMS, pero la que se nos dio en Cuba en la Unidad Central de Cola­boración Médica y en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí no tuvo nada que envidiarle. Entonces, uno salió de allá sabiendo a lo que se enfrentaba, sabiendo los peligros, preparados sicológica y técnicamente para lo que íbamos a hacer. Eso fue fundamental. Y luego la despedida que hizo el General (habla de Raúl Castro), llenó de fuerza a todo el mundo”.
 
ENTRE LA TRAGEDIA Y LA SOLIDARIDAD
 
“Cuando llegamos encontramos un país, una ciudad desierta. No había casi autos en las calles, ni personas, no se veía a nadie. Incluso en el hotel donde almorzábamos y cenábamos, solo se veían cubanos y tres funcionarios de la ONU. Y ahora, lo veníamos comentando, señores, qué diferencia…, en­tonces, uno se va con ese orgullito: yo puse algo para que esta ciudad estuviera otra vez llena de gente. Las personas en la calle nos saludan, cuando vamos a comer o a comprar cualquier cosa, nos tratan con un cariño tremendo. Los carros en la calle paran para que los cubanos pasen.
 
“La Unidad nosotros la vimos nacer. Du­rante la primera semana entrábamos con un temor tremendo, pero a medida que pasó el tiempo hubo que ir parando a algunos, porque ya querían hacer más de lo que se nos había pedido que hiciéramos. Vimos familias enteras morir, niños que se quedaban solitos, la mamá, el papá, los tres hermanitos fallecidos, terrible… Pero también vimos que otros sobrevivientes de ébola al irse recogían y adoptaban a los niños desamparados. No hay mejor pago para nosotros que ver esa solidaridad de los liberianos entre ellos mismos.
 
Nosotros salimos bajo un principio de voluntariedad, y en ningún momento en Cuba se nos habló de recompensas. A mi hospital llegaron y preguntaron quién estaba dispuesto a ir, y nos dijeron que podíamos no regresar y yo levanté la mano; nadie nos dijo te vamos a pagar tanto, o te vamos a dar tal cosa. Ese es el concepto de la gran mayoría”.
 
¿SENTIRSE HÉROE?
 
“Mira, el impacto mediático de esta mi­sión, la propaganda que se ha diseminado por Facebook, por Internet, ha hecho que algunos de nosotros pensemos que hemos hecho algo extraordinario, que nos asumamos como héroes. Yo pienso que nosotros hemos cumplido con un deber, con una ética revolucionaria y con una ética médica. ¿Qué diferencia hay con los que están en la selva de Brasil?, ¿qué diferencia hay con los que están en la selva de Venezuela, que están solos en comunidades indígenas durante meses?, ¿qué diferencia hay con los que están en aldeas de África? Yo tengo la suerte de haber conocido parte de África. Yo viví, por ejemplo, en la capital de Mozambique, trabajaba en una Terapia Intensiva provincial, pero había compañeros que vivían en la frontera, en la selva, con temperaturas de 48 grados… ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es que esta fue una misión internacional muy conocida, mediática, a la que se le daba la importancia que tiene, porque de verdad que hay que tener pantalones para decir voy, y enfrentarlo, es innegable, pero era una tarea más.
 
“No necesitamos retribuciones, nos basta el reconocimiento, el que hayan aceptado nuestra disposición de estar acá, y que nuestro pueblo hable de nosotros es el mayor reconocimiento. Si algo material viene alguna vez, bienvenido, tampoco tenemos todas las ne­cesidades resueltas, pero no es que yo piense que lo merezco, que me lo tienen que dar. Los Cinco estuvieron 16 años presos y no pensaron en ningún momento en otra cosa.
 
“La gente necesita hombres que den el ejemplo. Yo he tenido la suerte, el orgullo personal de haber compartido con Vilma, con el mismo Raúl, quizá ni se acuerde porque yo era médico en caravana con ellos. Con Fidel he estado tres o cuatro veces, como he estado con usted ahora. Y son verdaderos héroes y yo no veo que hablen de su heroicidad, de su valentía. Para que lo respeten a uno no hay que sentirse hé­roe, ni creerse héroe. Lo que sí me gusta que reconozcan es que soy un revolucionario ca­bal, firme en mis principios. Eso es suficiente. Y de esos en Cuba hay muchos, hay demasiados. Esos que se levantan todos los días a las 12 de la noche para hacer el pan que yo me voy a comer en la mañana, esos que picaron caña decenas de años para que nosotros tuviéramos comida, esos son héroes sin dudas”.
 
LEVANTO MI MANO Y DESPUÉS PREGUNTO PARA QUÉ…
“Yo cumplí misión en Nicaragua en 1979, al mes del triunfo de la Revolución. Ellos triunfaron el 19 de julio y el 17 de agosto entraba la primera Brigada. Allí permanecí hasta 1981, en Puerto Cabezas, en la Costa Atlántica. Imagínese que yo era el médico asignado por Daniel Ortega a Fagoth, el líder de la contrarrevolución en la Costa Atlántica. Cuando estuve en la reunión del ALBA me emocioné, porque Daniel me dio un abrazo al final. En Nicaragua fue donde me hice revolucionario realmente. Cuando tenía 17 años, no se podía oír una canción de los Beatles, ni ir a un bar o estar en la calle hasta tarde en la noche. Y a pesar de que mi familia había pertenecido al Movimiento 26 de Julio, que mi papá y mi hermana estuvieron en la Sierra, yo era un rebelde, no entendía. Me gustaba el rock y tenía el pelo largo. Pero me había educado en los principios de la Revolución y un día me dijeron: hay esta situación, levanté mi mano y arranqué. Y aprendí a valorar a Cuba. Yo aprendí a valorar la Revolución estando fuera de Cuba. Después nunca me anoté en aquellas bolsas de colaboradores, me parecía un absurdo. Hasta que Fidel hizo un llamado a los médicos para ir a los Estados Unidos, cuando el huracán Katrina. Fuimos seleccionados entre los primeros 150. Después creció hasta 1 500 la Brigada.
 
Al final no fuimos a los Estados Unidos, por muchas razones, pero Fidel hizo un acto en la Ciudad Deportiva que guardo en mi memoria todavía. Pero entonces ocurrió el terremoto en Pakistán y las inundaciones en México y Guatemala. Y la Brigada se dividió. A mí me tocó salir para Pakistán, con un primer grupo en su mayoría de médicos militares y algunos civiles con cierta experiencia en eventos de este tipo. Estando allá, Bruno Ro­dríguez pidió mi disposición para seguir directo hacia Timor Leste. Y fui de los que dijimos “aquí estamos”, levanté la mano pensando en que no iba a ser, porque ya me iba para Cuba, y me seleccionaron. En Timor Leste estuve dos años. Después vino el terremoto de Haití y pidieron voluntarios. Cuando hablan de voluntarios levanto mi mano y después pregunto para qué. Bueno… eso fue el 10 y el 11 o 12 ya estábamos en Haití, y allí inauguré la terapia intensiva en campaña. Regresando, como premio, me di­cen que debo ir a una “colaboración”, porque mis misiones todas eran de guerra, de desastres, y estuve tres años en Mozambique.
 
“Un poco después tomó fuerza esta epidemia, yo había oído hablar del Ébola, conozco el África, había atacado fiebres hemorrágicas en Mozambique, y levanté la mano, y acá estoy. Nada del otro mundo, ¿verdad? Es la vida. Mientras tenga fuerzas y me acepten, voy a donde tenga que ir”.