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Allanan la imprenta

Data: 

05/12/2009

Fonte: 

Revista La Jiribilla

Testimonio excepcional de Tomás Balart, el hijastro de Jiménez

Al joven Tomás Balart Puente —de 15 años de edad entonces—, la policía le ocupó el único folleto de La Historia me absolverá que se había quedado en la imprenta de su padrastro Emilio Jiménez. El propio Tomás Balart es el testimoniante de este episodio, que había permanecido en la nebulosa, pues Melba Puente, madre de Tomás y esposa de Jiménez, murió en 1956 y el dueño de la imprenta así como las hermanas de Tomás se marcharon hacia los EE.UU.

Melba Puente y sus tres hijos, dos hembras y un varón, procedían de Guantánamo. Ella se casó con Emilio Jiménez y este acabó de criar a sus hijos. Tomás tenía ocho años cuando comenzó a trabajar en el sector gráfico, como aprendiz. En 1954 ya era un joven operario de la imprenta de Jiménez en la calle Desagüe, que dirigía Melba Puente, también operaria de artes gráficas.

Con 57 años, trabajador activo del sector en una imprenta de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) en Casablanca, Tomás Balart Puente me ofreció el testimonio más directo sobre el allanamiento de la imprenta, hace unos ocho años:

“Por aquel entonces yo tenía 15 años y sabía operar la máquina de impresión, hacía moldes o formatos, buscaba los materiales, entregaba pedidos y cobraba cuentas en el chinchal de Desagüe 655 donde se imprimió y encuadernó la primera edición de La Historia me absolverá, tarea en la cual trabajó toda la familia ―incluyo a mi madre y a mis hermanas―, además del operario Tomás Sotolongo, pues mi padrastro tenía algunos empleados eventuales, según la cantidad de trabajo de la imprentica, que yo recuerde Juan y Miguel Peña y Guillermo Cruz, además de Sotolongo, aunque todos no trabajaron en el folleto.

“En ese año de 1954 ya nosotros vivíamos al doblar de la imprenta, en Almendares número 180 entre Desagüe y Benjumeda.

“La pequeña imprenta de la calle Desagüe no fue la única propiedad de Emilio Jiménez. Esta la abrió en 1951 y él puso a mi madre al frente del negocio. Durante un tiempo trabajamos allí ella y yo mientras Jiménez lo hacía en el otro chinchal que tenía en La Habana. Después prosperó el negocio y se afianzó la imprentica de la calle Desagüe. Mi padrastro tuvo relaciones de trabajo con políticos de la Ortodoxia y recuerdo que allí se hacían pasquines de Pardo Llada, Emilio Ochoa y hasta imprimíamos cosas de Chibás, pero también de cualquiera que contratara el trabajo. Además imprimíamos sobres de las tiendas El Encanto y Fin de Siglo. Los que se importaban en blanco de los EE.UU., y los letreros lo hacíamos nosotros.

“El trabajo era muy variado cuando llegó el folleto del doctor Fidel Castro. Yo tenía alguna instrucción pues estudiaba el bachillerato en el instituto del Vedado y mi padrastro confiaba en mí como operario, por eso manejé la Pequeña Gigante (The Little Giant norteamericana) que era el nombre genuino del equipo. La máquina era nueva, mi padrastro la había comprado de paquete en una casa importadora que había en la Calzada del Cerro.

“Cuando tuvimos todo el linotipo del taller de Sardiña, en La Habana Vieja, cerca de la Moderna Poesía, se completaron las formas y el trabajo ya no paró. Un día llegó a la imprenta un teniente de la policía perteneciente a la Novena Estación para encargar un impreso. Quería que le hiciéramos una estampa de San Juan, creo que se llamaba “San Juan a caballo”, y yo que estaba “tirando” la tripa de La Historia me absolverá, paré la máquina y formé un lío diciendo que estaba rota otra vez, moví las cosas haciéndome el molesto y el policía le preguntó a Jiménez qué pasaba con esa máquina y Jiménez le contestó que no era la máquina la del problema sino el muchacho “que lo tengo aprendiendo.”

“El policía salió y al poco rato volvió a entrar con lo de la estampa y yo volví a hacer lo mismo y entonces me fui a la esquina a tomarme un refresco. Cuando vi que ya el policía se iba definitivamente, regresé a la imprenta y continué con mi trabajo. Cuando eso ocurrió ya estábamos muy adelantados en la impresión del folleto.

“La cosa siguió normal y llegó el momento del empalme de los cuadernillos que se hizo en la barbacoa y donde en realidad nos metimos todos, incluyendo mis hermanas Celia Dolores y Sonia Eugenia, para realizarlo rápido.

“Cuando el folleto se terminó de encuadernar, mi padrastro estaba ya muy preocupado y quería que saliera pronto el pedido y así fue, lo sacaron rápidamente. Empezaron a llegar las cajas vacías de la fábrica H. Upman que se compraron o consiguieron por allí, Angel Plá y  los demás que trabajaban en eso. Se empaquetaron los folletos y el pedido salió de la imprenta completo, sin que nos sorprendiera la policía con ellos en la imprenta.

(Un paréntesis de Angel Plá: Primero compramos docenas de peines para doblar las hojas, después gruesas, en una quincalla del barrio. Con los bordes de los peines se doblaban las hojas de los cuadernillos impresos de La Historia me absolverá. Era una fase peligrosa y compleja. Haydée y Melba tuvieron que reclutar a algunos compañeros más de los que como yo no pudieron ir al Moncada, para el acabado de la obra, por su urgencia, entre ellos estaban Santiago Terry y Gustavo Ameijeiras. Los peines se gastaban. Otra compra imprescindible fue la de presilladoras manuales, cada folleto llevaba dos presillas, el trabajo reclamaba mucha atención porque las hojas impresas no estaban numeradas. Se había olvidado el folio y el folleto tenía 36 páginas, más la carátula de papel cromo. Los cortes  se hicieron en una vieja guillotina, también manual. Según las muchachas, a Fidel le parecía que todo se demoraba mucho, pensaban que esa demora podía patentizar, según ellas, falta de comprensión sobre la importancia del folleto. Así le decía Fidel desde la prisión).

“Sobre lo anterior supe después por ellas dos que Fidel pensaba con claridad que en el país estaban ocurriendo sucesos dirigidos a “contentar” a los partidos políticos de la oposición mientras el pueblo desconocía los pormenores del asalto al Moncada el 26 de Julio del año anterior, los horribles crímenes cometidos por el ejército y también desconocía las proyecciones o programa de la Revolución. “Que Fidel rogaba que se sacara y distribuyera de inmediato el folleto, que el dilatado silencio constituía una infamia. De no denunciarse a tiempo la masacre del Moncada, retenerlo confirmaría un crimen de alta traición. Él estaba preparado para asumir toda la responsabilidad y soportar la represalia que pudiera desencadenarse y era quien se encontraba indefenso tras las rejas y con quien primero se ensañarían de ocuparse por la policía aquel libro en la imprenta, y lo peor de todo, el mensaje no llegaría al pueblo.”

Tomás Balart prosigue su relato:

“El domingo llegó la policía pero no a la imprenta, sino donde nosotros vivíamos en la calle Almendares. Yo no estaba en la casa, me encontraba en el café jugando al cubilete y mi mamá me mandó a buscar.

“Me dijo que cuando llegó la policía a la casa, mi padrastro Emilio Jiménez, estaba conversando con un señor alemán que era filatelista como él; andaban con una caja de sellos de correo para determinar su valor. Al alemán también se lo llevaron preso. En la casa había dos folletos de La Historia me absolverá, uno en el cuarto de mi mamá y el otro en el de mi cuñado Abraham Jiménez, hermano de Emilio y casado con una hermana mía. El cuarto de mi mamá estaba frente al baño y ella con una sangre fría tremenda fue a su cuarto cogió el folleto, se metió en el baño, lo rompió y lo echó por la taza del inodoro, de ahí entró al cuarto de Abraham que tenía una ventana que daba a un solar yermo y rompió el de él y lo tiró al solar. Entonces me hizo seña.

“Yo sabía dónde estaba el folleto que había en la imprenta; lo habíamos dejado entre una doble pared de la división de madera. Yo soy bajito, delgado y con 15 años era un muchacho, la policía no reparó en mí, así que corrí, fui a la imprenta, tomé el folleto y lo metí dentro de mi camisa, pegado al cuerpo, pero cuando salía de la imprenta en una bicicleta para perderme ya venían por la calle los policías con mi padrastro y el alemán. Me dieron el alto. Me pusieron el revólver en el pecho y al cacharme encontraron el folleto. Dijeron cosas groseras: “Tan chiquito y tan...” bueno, esas palabras feas... pero lo que ellos querían era el folleto. Entraron a la imprenta, la allanaron, registraron y no encontraron nada, porque los que encargaron la publicación del folleto ya habían sacado todos los ejemplares. Lo raro es que todavía allí había cajas de H. Upman, con ripios de papel del impreso, estaban también las pruebas de galera de parte de la tripa, pero los que allanaron la imprenta no  vieron nada de eso.

“Al día siguiente, lunes, fui a la imprenta, mojé las cajas, las rompí y quemé las pruebas de galera. Destruí todo lo que pudiera tener algo que ver con la impresión del discurso.

“A mi padrastro se lo llevaron para el Buró de Investigaciones con el ejemplar del folleto que me habían quitado a mí y no pasó lo peor de lo peor porque él era masón y pertenecía, creo, a la Logia de Carlos III. Los masones intervinieron y después de mantenerlo como 15 días preso fue el juicio.”

Al ofrecer otros detalles sobre el proceso de impresión de La Historia me absolverá, refiere Tomás Balart Puente que los tipos de imprenta que se usaron para la portada eran nuevos porque los que había en la imprenta estaban un poco gastados y había que imprimir 20 millares, según le dijo su padrastro.

En relación con el destino de la máquina Pequeña Gigante, cuenta que luego de la muerte de su madre en 1956, víctima de una larga enfermedad, se desmembró la familia. Jiménez les dejó aquella imprenta pero se llevó la Pequeña Gigante para otro “chinchal” en el reparto La Sierra, donde Tomás incluso trabajó con Jiménez algún tiempo y que después de la intervención de las imprentas, luego del triunfo de la Revolución, se cerró el “chinchal” y ya no supo más del equipo. En una oportunidad le mostraron en el Museo de la Revolución una máquina parecida, pero él comprobó que no era la auténtica que él conocía muy bien, la de la calle Benjumeda, porque trabajó en ella durante muchos años.

Otro recuerdo valioso para conformar la historia de La Historia me absolverá aporta Tomás Balart, cuando dice:

“En los primeros días de enero de 1959 se descubrió que uno de los choferes de la piquera de autos de alquiler que había frente a la imprenta, por la calle Desagüe, era agente de la Policía con carné y todo y que quizá ese individuo pudo sospechar algo por el movimiento de la imprenta sobre todo en los días de más trabajo, al final, en el proceso de encuadernación o cuando se evacuaron los folletos.”

Fuente: La Pequeña Gigante. Historia de La Historia me absolverá.