De modestia se atavían los verdaderos héroes
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Ricardo Santana, asaltante del Moncada, no soportaba una injusticia delante de él. Era un guajiro, y tenía esa sanidad y santidad que hay en el campo..
Mientras mis pasos acortaban la distancia que separa la casa de René Santana Chirino del portón que da la bienvenida a la finca heredada de su padre, no puedo evitar dibujar historias en mi mente. Historias de jóvenes con pasiones y sueños como otros, con vidas aparentemente ordinarias pero que acudían a este campo con el fin de prepararse para lo extraordinario.
“En la finca —propiedad del padre de mi mamá— los moncadistas hacían las prácticas de tiro. Venían de 8:00 a 10:00 de la mañana, una o dos veces por semana. Hicieron en total unas 12 ó 14 prácticas”, esboza con precisión el actual dueño de estas tierras sembradas de tradición histórica, e hijo de Ricardo Santana, aquel modesto artemiseño que no ponderó el haber salvado la vida de Fidel el 26 de julio de 1953. No lo comentó a nadie, ni siquiera a su familia, sino hasta el 30 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. René sabe muy bien el porqué:
“Mi papá toda una vida fue una gente muy sencilla. A nosotros nunca nos crió con ningún privilegio ni creyéndonos nada. Teníamos que ser igual a todos, por donde partiera el más humilde teníamos que partir nosotros, porque así era él”.
Su forma natural de ser venía desde sus orígenes, su crianza. Aunque nació en Fomento, Sancti Spíritus, el 9 de junio de 1930, tres años después, su familia se mudó a Artemisa. Tal como afirma su hijo, Ricardo era un guajiro nato, pensaba y actuaba como tal.
“La familia de mi papá era súper humilde, gente de campo de toda la vida. Según él, los regalitos que le hacían por el día de los reyes o fechas especiales eran guatacas y cosas así. Con siete años ya trabajaba la tierra. Pero un día se cansó, desbarató la guataca y dijo: ‘Hasta aquí trabajé en el campo’. Tenía 17 años. Vendió una yunta de bueyes y algo más. Se compró una maquinita y comenzó a botear. Reunió dinero, más un poco que le prestaron algunos amigos y otro que le dio mi mamá, y abrió la ponchera que tenía cuando se unió a la ortodoxia”.
LA SEMILLA DE LA REVOLUCIÓN GERMINA
Ricardo Santana se vinculó a la Juventud Ortodoxa y luego al Movimiento de los Jóvenes del Centenario. Con su auto trasladaba a sus compañeros de ideales a la Universidad de La Habana y otros sitios.
“El jefe del movimiento provincial era Pepe Suárez, y mi padre lo que hacía era trasladarlo. Él tenía muy buenas relaciones con Pepe, Ramirito, y los demás. Su ponchera estaba al lado de la carpintería del padre de Ramiro”, comenta René, quien destaca los fuertes lazos de amistad que unían a los jóvenes que fueron cantera del Moncada y pilares de la Revolución. De los labios de su padre le llegaron a René los relatos de esta generación:
“Siempre se habla de ellos como héroes, pero eran muchachos como otros cualesquiera. A mi viejo, por ejemplo, le encantaba tomar. Les gustaba lo mismo que a los jóvenes de hoy: fiestear, disfrutar. Se reunían mucho para compartir. Un día estaban en las cuatro esquinas, donde estaba el antiguo Hotel Sevilla, y en los altos del hotel había un cuadro inmenso de Batista. Ellos estaban en el bar bebiendo y uno dice que esa foto era una deshonra porque se le estaba dando honores a quien estaba acabando con el pueblo. Decidieron encontrar la forma para que quitaran la foto. Se les ocurrió coger unas botellitas llenas de chapapote y por la madrugada se las lanzaron al cuadro. Como resultado, al otro día por la mañana, tuvieron que quitar el cuadro y no lo volvieron a poner nunca”.
En sus viajes a la capital, para llevar a Pepe Suárez a entrevistarse con Fidel, Santana fue conociendo y admirando la personalidad del líder.
“Dice mi papá que desde que conoció a Fidel lo sorprendió mucho porque era un hombre muy alto, fuerte de carácter. Impactaba su personalidad y las convicciones que tenía, la seguridad con que hablaba de las acciones que quería hacer. Impartía mucha seguridad a la personas. También, en aquella época, hablar de lo que hablaba Fidel era súper especial. Mi papá siempre creyó que era un líder perfecto”, asegura René. Igualmente, su abuelo quedaría maravillado al conocer al adalid del movimiento revolucionario.
OTRO ALDABONAZO A LA PUERTA DEL PUEBLO CUBANO
El 24 de julio de 1953, tras recibir una citación, Ricardo Santana partió a La Habana, y de ahí hacia Santiago de Cuba, destino final de todos los que protagonizarían dos días después la arrancada del motor pequeño que impulsaría el motor grande de la Revolución, un aldabonazo más para despertar la rebeldía del pueblo cubano.
En el carro donde se trasladaba junto a otros cuatro artemiseños, cuenta René Santana, iban haciendo chistes. “Mi padre recuerda que Careaga les dijo durante el viaje: ‘Yo estoy bobeando, he perdido la oportunidad de hacer bastante dinero’. Los otros le preguntan por qué, y él responde que se hubiera puesto de acuerdo con el funerario de Artemisa para venderle la póliza de todos ellos. Lamentablemente, al final de la jornada, el que murió en el combate fue Careaga”.
Al llegar a Santiago, Ricardo encuentra lleno el hotel Rex, razón por la cual se aloja en una casa de huéspedes, en frente. Aproximadamente a las 12:30 am partió a la Granjita Siboney, donde fue recibido por personas vestidas de uniforme militar, algo que le asustó al principio, de acuerdo al testimonio de René. Además, le sorprendió ver allí a Melba Hernández y Haydée Santamaría, porque pensaba que solo estarían hombres en el lugar.
“Ellas estaban arreglando los uniformes para ajustar las diferentes tallas a las personas, y planchándolos porque estaban estrujados. Se mantenían al tanto de las necesidades de todos. Muchos habían llegado tristes porque tuvieron problemas con la familia a la hora de partir. Pero una vez que Fidel habló y cantaron el himno, levantaron el ánimo”.
Según René, marcharon para efectuar la acción en diferentes carros. En el de su padre —quizás el cuarto— viajaban nueve o diez combatientes quienes, como el resto, al fallar el factor sorpresa, se lanzaron de los autos y comenzaron a tirar contra el Moncada desde las afueras.
“Las máquinas se habían quedado todas parqueadas con las puertas abiertas y las llaves puestas. A mi papá le dio el instinto de llevar una hacia el muro del cuartel. Salió y siguió batallando”.
Ante la imposibilidad de lograr el objetivo, Fidel ordenó la retirada. Sin embargo, cuando ya se iba en el último carro, vio a Marino Collazo herido en la acera y le cedió su puesto. Mientras tanto, Santana había ido en busca del auto que había parqueado dentro del cuartel. A toda velocidad se marchaba, luego de haber recogido a Severino Rosell, cuando vio un militar tirando desde la calle y notó que era Fidel al pasar de largo. Dio marcha atrás de nuevo y lo recogió, convirtiéndose así en su salvador en ese instante. Pasados muchísimos años, en su entrevista con el periodista Ignacio Ramonet, el líder revolucionario expresó: “Yo quise siempre conversar con ese hombre para saber cómo se metió en el infierno de la balacera que había allí”.
Rumbo a la Granjita Siboney se encontraron un carro ponchado y los compañeros escondidos en la cuneta, rememora René. Fidel los llamó y detuvo un carro particular que pasaba en ese momento. Un grupo se transportó con Fidel y otro continuó el camino con Ricardo.
“En la granjita esperaron el regreso del resto de los combatientes hasta que decidieron subir a la Gran Piedra”, afirma René Santana.
Ricardo se mantuvo escondido en las montañas por más de un año, hasta que se trasladó a La Habana ante la posibilidad de ser atrapado. La meta era pedir asilo en la embajada de México y exiliarle en esa nación. Lograrlo fue difícil, René testimonia que tuvo que introducirse por una ventana. Todo el tiempo, desde antes de su partida al Moncada hasta su regreso a Cuba con la amnistía de mayo de 1955, a Ricardo Santana no le faltó el apoyo material y emocional de su familia, especialmente de su novia, esposa, amiga: Nelia Chirino, quien nunca dejó de amarlo.
“Posterior al asalto mi mamá padeció mucho porque sus amiguitas, cuando la veían venir por una acera, pasaban a la otra para ni saludarla, porque era la novia de un comunista. Entonces solo tenía 17 años. Después estuvo en la lucha clandestina junto con mi papá”.
A pesar de la represión, Ricardo no cejó en su entrega a la causa independentista sino hasta el triunfo de la Revolución.
SANTANA EN LOS CIMIENTOS DE UNA NUEVA SOCIEDAD
Establecida la Revolución en el poder, declara René, su padre sufrió el sectarismo, estuvo sin trabajar como cuatro meses. En esa fecha vivía en Caimito. Tal realidad cambiaría pronto.
“Un día Fidel pasó por Caimito y entró a un bar que quedaba frente a la bodega donde compraba el viejo. El bodeguero, que conocía bien a mi papá, salió a buscarlo. Él fue, pero se quedó en la puerta porque aquello estaba repleto de gente. Pero en lo que Fidel estaba saludando levantó la cabeza, lo vio y le dijo: ‘Tú eres de la gente mía’. Le preguntó sobre su vida, qué estaba haciendo, y el viejo le respondió que nada, que hasta lo habían acusado de no ser comunista. Entonces Fidel le propuso ir a Pinar del Río y entrevistarse con el Comandante Escalona, para ser ubicado allá”.
“Dos meses después de eso —continúa el relato René—, Fidel le dio a Raquel Pérez, la ministra de Bienestar Social entonces, la tarea de que se reuniera con los asaltantes del Moncada, para ver en qué situación estaba cada uno y ayudar a quienes tuvieran malas condiciones de vida. Ella se reunió con todos, en su mayoría humildes. La orden de Fidel era darle como máximo 50 mil pesos a cada uno, para que se compraran un negocio, todavía particulares”.
La reacción de Ricardo Santana cuando Raquel Pérez le ofreció el dinero aún hoy causa admiración en su hijo: “Él dijo que lo sentía mucho pero que no había hecho revolución para que le pagaran, sino para que hubiera igualdad y el pueblo viviera bien. Raquel, una mujer muy revolucionaria, lo abrazó, se echó a llorar y le dijo: ‘Santana, si todos fueran como tú, esto fuera una maravilla’”.
A partir de entonces trabajó en la formación de una nueva sociedad. Fue nombrado jefe de Bienestar Social en la provincia de Pinar del Río, área en la que se desempeñó hasta que comenzó en el Ministerio de las Comunicaciones. En adición, fungió como jefe de la guardia en la cárcel de mujeres de Guanajay, director administrativo del Hogar de Tránsito en la capital de Pinar del Río y jefe de Recuperación de Bienes Malversados en dicha provincia. Además, dirigió el Plan Ceiba en Artemisa y laboró en la dirección del Banco Nacional de Cuba.
Fundador de los CDR, las Milicias Nacionales Revolucionarias y la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, Santana fue acreedor de varias condecoraciones: Combatiente de la lucha clandestina, XX Aniversario del Moncada, XX y XL Aniversario de las FAR.
La modestia es un fruto muy difícil de cultivar, Ricardo Santana, como buen campesino y obrero aplicado, lo cosechó con creces, sumando en el empeño el respeto y el afecto de quienes tuvieron la dicha de conocerlo.
“Muy revolucionario y fidelista a carta cabal. Entregado por completo a su trabajo. Humilde, honesto, sencillo. Amigo de sus amigos e incapaz de hacerle daño a nadie. No soportaba una injusticia delante de él. Era un guajiro, y tenía esa sanidad y santidad que hay en el campo”, así recordará siempre René Santana a su padre.