Poemas

Una carta

De sus asuntos, camarada Castro,  
yo no lo vaya distraer.  
Pero recuerdo con frecuencia el rastro  
de un guerrillero de alto y robusto ver.  
Saludos de mi padre y los parientes  
de su destacamento nos traía.  
Y nuestra choza encorvada y crujiente  
era muy estrecha para la alegría.

Me permitía andar con el cerrojo.  
me acariciaba con la ruda mano.  
i Había oculto en sus cansados ojos  
cuánto cariño paternal y humano!  
Me cubría con su chaqueta armada del aroma del robledal  
y me hacía cosquillas su rizada
barba densa y caudal.  

-Hijo del guerrillero, sé valiente.  
eres de nuestra sangre obrera-.  
Y un terrón de azúcar crujiente  
me sacaba de su guerrera.  
De ancha frente, grandón, sin dejar rastro  
salía de la casa, aún hoy lo vemos.  
Perdone, camarada Castro,  
pero creo que ya nos conocemos.

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