Palabras pronunciadas por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en Swietochlowice, Polonia, el 8 de junio de 1972, “Año de la Emulación Socialista”.
Data:
08/06/1972
Queridos amigos de Swietochlowice:
Nos dicen que esta es la última ciudad de Silesia —no la última en producción, no la última en espíritu revolucionario. ¡En Silesia no hay ninguna ciudad última en nada! (Aplausos.) Es la última en nuestro camino hacia Cracovia, después de recorrer otras seis ciudades en la mañana de hoy.
Por eso aquí empezamos a ponernos tristes: porque ya vamos a despedirnos de Silesia, de la cuenca roja, de su historia, de sus tradiciones.
Hemos escuchado con mucho interés las palabras del Primer Secretario, cuando él recordaba el papel de los obreros de esta ciudad en las sublevaciones de Silesia y cuando él recordaba que aquí había una sucursal del campo de concentración de Oswiecim. Una historia dura, una historia de sacrificios y de sufrimientos, pero una historia que ha ido quedando atrás, que va quedando atrás y que no volverá jamás.
De todas formas, es nuestro deber conocer la historia y es nuestro deber trabajar para que las nuevas generaciones conozcan la historia, porque eso les ayudará a mantener levantado el espíritu y la conciencia revolucionaria, el reconocimiento y la gratitud hacia las generaciones que se sacrificaron, el deber de seguir adelante por los caminos del socialismo, por los caminos del comunismo y por los caminos del internacionalismo.
Vemos mucha juventud en Polonia, muchos niños, muchos jóvenes, saludables, alegres, bien vestidos, bien alimentados, estudiando, trabajando. Esos son los frutos del esfuerzo, esos son los logros del pueblo, y un estímulo, un aliento para seguir luchando por Polonia, por el campo socialista y por los demás pueblos que luchan, y para que algún día toda la humanidad pueda hacer lo que hacen ustedes: trabajar para vencer las dificultades, desarrollar la economía, construir el futuro.
Algunos pueblos hemos llegado primero al socialismo, pero estamos seguros de que todos llegaremos.
Al despedirme de ustedes y al despedirnos de los trabajadores y del pueblo de Silesia, les decimos que jamás olvidaremos las impresiones de este recorrido. Jamás olvidaremos la hospitalidad, el espíritu fraternal, el calor con que nos recibieron. Jamás olvidaremos sus rostros alegres, entusiastas, revolucionarios. Jamás olvidaremos lo que hemos visto: el pueblo, sus palabras de amistad hacia la Revolución Cubana, la alegría y la música que hemos visto en todas partes. Y diremos que en Silesia no solo se produce carbón, no solo se produce hierro y acero y maquinaria: se produce también mucha alegría, se produce mucha música, se produce mucho entusiasmo, muchas ideas, mucha pasión y mucha conciencia revolucionaria; y que por eso se ha ganado el nombre de la cuenca roja de Polonia, ¡corazón industrial y corazón revolucionario!
¡Que viva la Silesia roja!
¡Que viva la Polonia revolucionaria!
¡Que viva la amistad entre los pueblos de Cuba y de Polonia!
(Aplausos.)
Nos dicen que esta es la última ciudad de Silesia —no la última en producción, no la última en espíritu revolucionario. ¡En Silesia no hay ninguna ciudad última en nada! (Aplausos.) Es la última en nuestro camino hacia Cracovia, después de recorrer otras seis ciudades en la mañana de hoy.
Por eso aquí empezamos a ponernos tristes: porque ya vamos a despedirnos de Silesia, de la cuenca roja, de su historia, de sus tradiciones.
Hemos escuchado con mucho interés las palabras del Primer Secretario, cuando él recordaba el papel de los obreros de esta ciudad en las sublevaciones de Silesia y cuando él recordaba que aquí había una sucursal del campo de concentración de Oswiecim. Una historia dura, una historia de sacrificios y de sufrimientos, pero una historia que ha ido quedando atrás, que va quedando atrás y que no volverá jamás.
De todas formas, es nuestro deber conocer la historia y es nuestro deber trabajar para que las nuevas generaciones conozcan la historia, porque eso les ayudará a mantener levantado el espíritu y la conciencia revolucionaria, el reconocimiento y la gratitud hacia las generaciones que se sacrificaron, el deber de seguir adelante por los caminos del socialismo, por los caminos del comunismo y por los caminos del internacionalismo.
Vemos mucha juventud en Polonia, muchos niños, muchos jóvenes, saludables, alegres, bien vestidos, bien alimentados, estudiando, trabajando. Esos son los frutos del esfuerzo, esos son los logros del pueblo, y un estímulo, un aliento para seguir luchando por Polonia, por el campo socialista y por los demás pueblos que luchan, y para que algún día toda la humanidad pueda hacer lo que hacen ustedes: trabajar para vencer las dificultades, desarrollar la economía, construir el futuro.
Algunos pueblos hemos llegado primero al socialismo, pero estamos seguros de que todos llegaremos.
Al despedirme de ustedes y al despedirnos de los trabajadores y del pueblo de Silesia, les decimos que jamás olvidaremos las impresiones de este recorrido. Jamás olvidaremos la hospitalidad, el espíritu fraternal, el calor con que nos recibieron. Jamás olvidaremos sus rostros alegres, entusiastas, revolucionarios. Jamás olvidaremos lo que hemos visto: el pueblo, sus palabras de amistad hacia la Revolución Cubana, la alegría y la música que hemos visto en todas partes. Y diremos que en Silesia no solo se produce carbón, no solo se produce hierro y acero y maquinaria: se produce también mucha alegría, se produce mucha música, se produce mucho entusiasmo, muchas ideas, mucha pasión y mucha conciencia revolucionaria; y que por eso se ha ganado el nombre de la cuenca roja de Polonia, ¡corazón industrial y corazón revolucionario!
¡Que viva la Silesia roja!
¡Que viva la Polonia revolucionaria!
¡Que viva la amistad entre los pueblos de Cuba y de Polonia!
(Aplausos.)
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