Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, el 3 de febrero de 1999
Data:
UNA REVOLUCION SOLO PUEDE SER HIJA DE LA CULTURA Y LAS IDEAS
Breve prólogo del autor
PARA LOS QUE TENGAN LA AMABILIDAD Y LA PACIENCIA DE LEER ESTE MATERIAL.
Este discurso, pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, tiene para mí un significado especial. Lo pronuncié hace apenas mes y medio, el 3 de febrero de 1999.
No sé cuántos mortales habrán pasado por una experiencia tan singular y única como la que viví aquella tarde.
Un nuevo y joven Presidente, tras espectacular victoria política y apoyado por un mar de pueblo, había tomado posesión de su cargo apenas 24 horas antes. Con motivo de la visita que por tal causa realicé a ese país, entre otros muchos invitados, las autoridades y los estudiantes de la mencionada universidad se empeñaron en que yo ofreciera lo que se ha dado en llamar una conferencia magistral, cuyo sólo calificativo suscita rubor y angustia, en especial a los que no somos académicos ni hemos aprendido otra cosa que el modesto oficio de usar la palabra para trasmitir en forma y estilo propios lo que pensamos.
Vencida mi sempiterna resistencia a tales aventuras, accedí al compromiso, siempre riesgoso y siempre delicado para quien, en su carácter de invitado oficial, visita un país en plena efervescencia política. Me obligaba además irremisiblemente la solidaridad hacia Cuba, siempre invariable, de los que me invitaban a la conferencia. Había estado ya una vez allí y siempre lo recordaba. Sentía como si fuera a encontrarme con las mismas personas.
Algo súbitamente recordado sólo cuando estaba a punto de partir hacia el recinto universitario, vino a mi mente: el tiempo pasa y no nos damos cuenta.
Cuarenta años y diez días exactamente habían transcurrido desde que tuve el privilegio de hablarles a los estudiantes en aquella misma imponente Aula Magna de la combativa y prestigiosa Universidad venezolana el 24 de enero de 1959. Un día antes, el 23 de enero de ese año, había llegado a Venezuela. Se conmemoraba el primer aniversario del triunfo popular contra un gobierno militar autoritario. Hacía sólo tres semanas de nuestro propio triunfo revolucionario el Primero de Enero de 1959. Una enorme multitud me esperó en el aeropuerto y me asediaba por todas partes durante los días que allí estuve. En nada se diferenciaba de la experiencia vivida en mi propia Patria.
Trato de recordar con la mayor exactitud posible qué estaba ocurriendo dentro de mí. ¡Cuántas ideas, sentimientos, emociones surgidas de la mente y el corazón, se entremezclaban! De aquel torbellino de recuerdos, puedo confiar más en la lógica que en la memoria.
Tenía entonces 32 años. Habíamos vencido en 24 meses y 13 días una fuerza de 80 mil hombres a partir de 7 fusiles, reunidos con posterioridad al gran revés sufrido por nuestro pequeño destacamento de 82 hombres, tres días después de nuestro desembarco, el 2 de diciembre de 1956.
Llenos de ideas y de sueños, pero sumamente inexpertos todavía, participamos aquel 23 de enero en un gigantesco acto que tuvo lugar en la Plaza del Silencio. Al día siguiente visitamos la Universidad nacional, bastión tradicional de la inteligencia, la rebeldía y la lucha del pueblo venezolano. Yo mismo me sentía todavía como un estudiante recién salido de las aulas universitarias hacía apenas 8 años, de los cuales casi siete los había invertido, desde el traicionero golpe de estado del 10 de marzo de 1952, en la preparación de la rebelión armada, la prisión, el exilio, el regreso y la guerra victoriosa, sin haber perdido nunca el contacto con los estudiantes de nuestro más alto centro docente.
De la liberación de los pueblos oprimidos de Nuestra América hablé en aquella ocasión a los profesores y estudiantes. Ahora volvía con la misma fiebre revolucionaria de entonces, y la experiencia acumulada durante 40 años de épica lucha librada por nuestro pueblo contra la potencia más poderosa y egoísta que ha existido jamás.
Sin embargo, un gran desafío se presentaba ante mí. Los profesores y estudiantes eran otros; Venezuela, otra; el mundo, otro. ¿Cómo pensarían aquellos jóvenes? ¿Cuáles serían sus actuales inquietudes? ¿Hasta qué punto compartían o discrepaban del actual proceso? ¿En qué grado estaban conscientes de la situación objetiva del mundo y de su propio país? Había aceptado la amable y amistosa invitación tan pronto llegué a Venezuela, dos días antes. Ni un mínimo de tiempo tuve para informarme debidamente. ¿Qué les interesaba? ¿De qué les hablaría? ¿Con qué grado de libertad podía hacerlo un invitado al cambio de gobierno, obligado como estaba, por el más elemental sentido del respeto a la soberanía y al orgullo del país que inició nuestras luchas independentistas, a no inmiscuirme en sus asuntos internos? ¿Cómo podrían ser interpretadas mis palabras en los más disímiles medios sociales, instituciones y partidos políticos? Sin embargo, no tenía otra alternativa que hablarles, y debía hacerlo con toda honestidad.
Con algunos datos en la memoria, cuatro o cinco hojas de referencias que inevitablemente debían ser transcritas para citarlas con exactitud, y tres o cuatro ideas básicas, me dirigí resueltamente al encuentro con los estudiantes. Me habían pedido realizar el acto en campo abierto para disponer de más espacio. Insistí en la conveniencia de hacerlo bajo techo, en el Aula Magna, como el lugar más idóneo a mi juicio para el intercambio y la reflexión.
Al llegar al campus, vi miles de sillas en diversos espacios abiertos, repletos de estudiantes, frente a pantallas gigantescas, que deseaban presenciar la conferencia. Los 2 800 asientos del Aula Magna estaban ocupados. Comenzó la difícil prueba. Les hablé con toda franqueza y, a la vez, con absoluto respeto a las normas por las que consideraba mi deber regirme. Expresé, en síntesis, mis ideas esenciales: lo que pienso de la globalización neoliberal; lo absolutamente insostenible, social y ecológicamente, del orden económico impuesto a la humanidad; el origen de éste, diseñado para los intereses del imperialismo e impulsado por el avance de las fuerzas productivas y el desarrollo acelerado de la ciencia y la técnica; su carácter temporal y su desaparición inevitable por ley de la historia; la estafa al mundo y los inconcebibles privilegios usurpados por Estados Unidos; énfasis especial en el valor de las ideas; desmoralización e incertidumbre de los teóricos del sistema; tácticas y estrategias de lucha; curso probable de los acontecimientos; confianza plena en la capacidad humana para sobrevivir.
Salpicada de anécdotas, historias, referencias microautobiográficas que iban surgiendo espontáneamente en el curso de las reflexiones, esa fue la nada magistral conferencia con que respondí a lo que se me solicitó. Les expuse, con el calor y la devoción de siempre, y una convicción más profunda que nunca, las ideas que sostengo con frío y reflexivo fanatismo. Como combatiente que no cesó un minuto de luchar, en un prolongado período que transcurrió desde 1959 a 1999, había tenido el raro privilegio de reunirme en una Universidad histórica y prestigiosa con dos generaciones distintas de estudiantes en dos mundos radicalmente diferentes. Ambas veces me recibieron con el mismo calor y respeto.
Uno podía estar ya curtido por todas las emociones vividas, pero no lo estaba.
Las horas habían transcurrido. Les prometí al final que dentro de cuarenta años, cuando nos volviéramos a reunir, sería más breve. De la entusiasta y combativa multitud, muchos permanecieron en sus puestos con interés y atención hasta el final. Algunos se marcharon, tal vez era ya demasiado tarde. No olvidaré jamás aquel encuentro.
Fidel Castro Ruz
18 de marzo de 1999
No traigo un discurso escrito, desgraciadamente (Risas), pero traje algunos apuntes que me parecía conveniente para precisar bien, y, a pesar de todo, qué desgracia (Risas), descubro que me faltaba un folleto, que con mucho cuidado leí, subrayé, apunté y se quedó en el hotel (Risas y aplausos). Lo mandé a buscar, espero que aparezca, porque el otro, que es una copia, no está subrayado.
Por lo menos tengo que dirigirme formalmente a nuestro público, ¿no? (Risas.) No voy a hacer una larga lista de la excelente y numerosa categoría de amigos que tenemos aquí (Alguien del público dice: "¡Aquí no oímos!"). Mira, no me alcanza la voz para llegar (Risas y aplausos), porque si grito…
Yo creía que tenían unos mejores micrófonos aquí (Risas).
¿Cuáles son los que no oyen por allá? Que levanten la mano (Levantan la mano). Si no se arregla esto, los podemos invitar a que se sienten por aquí o en algún lugar donde puedan oír (Aplausos).
Voy a procurar acercarme más todavía a este pequeño micrófono, ¿no?, pero permítanme comenzar como es debido.
Queridos amigas y amigos (Aplausos):
Iba a decirles que hoy 3 de febrero se cumplen 40 años y 10 días de mi visita a esta universidad, donde nos reunimos en este mismo sitio. Un poco de emoción, como ustedes comprenderán, y sin el melodramatismo de algunas novelas actuales (Risas), debo experimentar ante el hecho inimaginable en aquel tiempo de que algún día, después de tantos años, regresaría a este sitio.
Hace unas semanas, en Santiago de Cuba, el Primero de Enero de 1999, conmemorando el 40 aniversario del triunfo de la Revolución, desde el mismo balcón, del mismo edificio donde hablé aquella vez, el Primero de Enero de 1959, reflexionaba con el público reunido allí, que el pueblo de hoy no era el mismo pueblo de entonces, porque de los 11 millones de compatriotas que somos en la actualidad, 7 190 000 habían nacido después de aquel día. Que eran dos pueblos diferentes, y, sin embargo, a la vez, el mismo pueblo eterno de Cuba.
Les recordaba igualmente que los que entonces tenían 50 años, en su inmensa mayoría ya no se encontraban entre nosotros, y los que eran niños tenían ya más de 40 años.
Vean cuántos cambios, cuántas diferencias, y qué particular sentido tenía para nosotros pensar que allí teníamos al pueblo que comenzó una revolución profunda cuando era prácticamente analfabeto, cuando un 30% de los adultos no sabían leer ni escribir y cuando quizás un 50% adicional no hubiese llegado al quinto grado. Tal vez menos; hicimos un cálculo de que entonces, con una población de casi 7 millones de habitantes, aquellos que habían rebasado el quinto grado posiblemente no ascendían a más de 250 000 personas, y hoy solo los graduados universitarios ascendían a 600 000, y entre profesores y maestros la cifra alcanzaba casi 300 000.
Les decía a mis compatriotas, en honor del pueblo que había alcanzado su primer gran triunfo hacía 40 años, a pesar de su enorme retraso educacional, que había sido capaz de llevar a cabo y defender una extraordinaria proeza revolucionaria. Algo más: Es posible que por debajo del nivel de educación estuviera incluso su nivel de cultura política. Eran los tiempos del anticomunismo feroz, de los años finales del macartismo, en que por todos los medios posibles aquel vecino poderoso e imperial había tratado de inculcarle a nuestro noble pueblo todas las mentiras y prejuicios posibles, de modo tal que muchas veces me encontraba con un ciudadano común y le hacía una serie de preguntas: Si le parecía que debíamos hacer una reforma agraria; si no sería justo que las familias fueran un día dueñas de sus viviendas, por las cuales a veces pagaban a los grandes casatenientes hasta la mitad de sus salarios; si no le parecía correcto que todos aquellos bancos donde estaba depositado el dinero de los ciudadanos, en vez de ser propiedad de instituciones privadas, fueran propiedad del pueblo para financiar con aquellos recursos el desarrollo del país; si aquellas grandes fábricas, extranjeras en su gran mayoría y algunas también nacionales, fueran del pueblo y produjeran en beneficio del pueblo; así por el estilo, le podía preguntar diez cosas, quince cosas similares y estaba absolutamente de acuerdo: "Sí, sería excelente."
En esencia, si todos aquellos grandes almacenes comerciales y todos los jugosos negocios que enriquecían únicamente a sus privilegiados dueños fueran del pueblo y para enriquecer al pueblo, ¿estarías de acuerdo? "Sí, sí", respondía de inmediato. Estaba de acuerdo ciento por ciento con cada una de aquellas sencillas propuestas. Y de repente le preguntaba entonces: ¿Estarías de acuerdo con el socialismo? (Aplausos.) Respuesta: "¿Socialismo? No, no, no, con el socialismo no." Eran tales los prejuicios... Esto ya sin hablar del comunismo, que era una palabra mucho más aterrorizante.
Fueron las leyes revolucionarias las que más contribuyeron a crear en nuestro país una conciencia socialista, y fue ese mismo pueblo, inicialmente analfabeto o semianalfabeto, que tuvo que empezar por enseñar a leer y a escribir a muchos de sus hijos, el que por puros sentimientos de amor a la libertad y anhelo de justicia derrocó la tiranía y llevó a cabo y defendió con heroísmo la más profunda revolución social en este hemisferio.
Apenas dos años después del triunfo, en 1961, logramos alfabetizar alrededor de un millón de personas, con el apoyo de jóvenes estudiantes que se convirtieron en maestros; fueron a los campos, a las montañas, a los lugares más apartados, y allí enseñaron a leer y a escribir hasta a personas que tenían 80 años. Después se realizaron los cursos de seguimiento y se dieron los pasos necesarios, en incesante esfuerzo para alcanzar lo que tenemos hoy. Una revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas.
Ningún pueblo se hace revolucionario por la fuerza. Quienes siembran ideas no necesitan jamás reprimir al pueblo. Las armas, en manos de ese mismo pueblo, son para luchar contra los que desde el exterior intenten arrebatarle sus conquistas.
Perdónenme que haya hablado de este tema, porque no vine aquí a predicar sobre socialismo ni sobre comunismo —no quiero que nadie me malinterprete—, ni vine aquí a proponer leyes radicales ni cosas parecidas; simplemente reflexionaba sobre la experiencia vivida, que nos demostró cuánto valían las ideas, cuánto valía la fe en el hombre, cuánto valía la confianza en los pueblos, lo cual es sumamente importante en una época en que la humanidad se enfrenta a tiempos tan complicados y difíciles.
Desde luego que el día Primero de Enero de este año en Santiago de Cuba fue justo reconocer, de manera muy especial, que aquella Revolución que había logrado resistir 40 años, que había logrado cumplir ese aniversario sin plegar sus banderas, sin rendirse, era obra fundamentalmente de aquel pueblo que estaba allí, de jóvenes y de hombres y mujeres maduros, que se educaron con la Revolución y fueron capaces de realizar la proeza, escribiendo páginas de noble y merecida gloria para nuestra patria y nuestros hermanos de América.
Gracias al esfuerzo, podríamos decir, de tres generaciones de cubanos, se obró esa especie de milagro, frente a la potencia más poderosa, al imperio más grande que haya existido jamás en la historia humana, de que el pequeño país pasase una prueba tan dura y saliera victorioso.
Especial reconocimiento, aún mayor, lo tuvimos para aquellos compatriotas que en los últimos 10 años, si queremos con exactitud, en los últimos 8 años, habían sido capaces de resistir el doble bloqueo cuando el campo socialista se derrumba, la URSS se desintegra y aquel vecino quedó como única superpotencia en un mundo unipolar, sin rival en el terreno político, económico, militar, tecnológico y cultural. No estoy calificando la cultura, estoy calificando el poder inmenso con que quieren imponer su cultura al resto del mundo (Aplausos).
No pudo vencer a un pueblo unido, a un pueblo armado de ideas justas, a un pueblo poseedor de una gran conciencia política, porque a eso le damos nosotros la mayor importancia. Resistimos todo lo que hemos resistido y estamos dispuestos a resistir todo el tiempo que haga falta resistir (Aplausos), por las semillas que se habían sembrado a lo largo de aquellas décadas, por las ideas y las conciencias que se desarrollaron en ese tiempo.
Fue nuestra mejor arma y nuestra principal arma, y lo será siempre, aun en la época nuclear. Y ya que la menciono, hasta experiencias relacionadas con armas de ese tipo tuvimos, porque en determinado momento quién sabe cuántas bombas y cuántos cohetes nucleares estaban apuntando contra nuestra pequeña isla en la famosa Crisis de Octubre de 1962. Aun en la época de las armas inteligentes, a pesar de que de vez en cuando se equivoquen y den a 100 ó a 200 kilómetros del blanco hacia donde estaban dirigidas (Risas), pero con un determinado nivel de precisión, siempre la inteligencia del hombre será superior a cualquiera de esas armas sofisticadas (Aplausos y exclamaciones).
Se convierte en una cuestión de conceptos cómo hay que luchar, la doctrina de la defensa de nuestro país que hoy se siente más fuerte, porque ha tenido que perfeccionar esos conceptos y hemos llegado a la idea de que al final, un final para los invasores, la lucha sería cuerpo a cuerpo, de hombre a hombre y de mujer a invasor, sea hombre o mujer (Aplausos prolongados).
Una batalla más difícil ha sido necesario librar y habrá que seguir librando contra ese poderosísimo imperio, es la lucha ideológica que incesantemente ha tenido lugar y que ellos arreciaron con todos sus recursos mucho más después del derrumbe del campo socialista cuando nosotros decidimos, firmemente confiados en nuestras ideas, seguir adelante; algo más, seguir solos adelante; y cuando digo solos pienso en entidades estatales, sin olvidar nunca el inmenso e invencible apoyo solidario de los pueblos que siempre nos acompañó, y por ello nos sentimos más obligados a luchar (Aplausos).
Hemos cumplido honrosas misiones internacionalistas. Más de 500 000 compatriotas nuestros han participado en duras y difíciles misiones de ese carácter, hijos de aquel pueblo que no sabía leer ni escribir y alcanzó ese grado tan alto de conciencia como para ser capaz de derramar sudor y hasta su propia sangre por otros pueblos; en dos palabras, por cualquier pueblo del mundo (Aplausos).
A partir de la etapa de período especial que se iniciaba, dijimos: "Nuestro primer deber internacionalista en este momento es defender esta trinchera", la trinchera de la que habló Martí, en las últimas palabras que escribió la víspera de su muerte, cuando dijo que en silencio había tenido que ser el objetivo fundamental de su lucha, porque Martí no solo era muy martiano, sino que era aún más bolivariano que martiano (Aplausos), y ese objetivo que se trazó, según sus palabras textuales, era "impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso" (Aplausos).
Fue su testamento político, cuando confiesa el anhelo de su vida: evitar la caída de aquella primera trinchera que tantas veces quisieron ocupar los vecinos del Norte y que aún está y estará allí, con un pueblo dispuesto a luchar hasta la muerte para impedir que caiga esa trinchera de América (Aplausos); un pueblo que sería capaz de defender, incluso, la última, porque quien defiende la última trinchera y no permite que nadie se apodere de ella, desde ese mismo instante ha comenzado a obtener la victoria (Aplausos).
Compañeras y compañeros —permítanme que les llame así—, aquí en este momento somos eso, y creo que también aquí, en este momento, estamos defendiendo una trinchera (Aplausos), y trincheras de ideas, excúsenme por acudir una vez más a Martí, como dijo él, valen más que trincheras de piedra (Aplausos).
De ideas hay que hablar aquí, y vuelvo a lo que decía, que muchas cosas han pasado en estos 40 años; pero lo más trascendental es que un mundo ha cambiado. No es este mundo de hoy en el que me dirijo a ustedes, los que aquel día no habían nacido y muchos estaban muy lejos de nacer, en nada parecido al de entonces.
Traté de buscar un periódico para ver si había alguna nota de aquel acto en la universidad. Afortunadamente sí conservamos el discurso completo de la Plaza del Silencio. Con aquella fiebre revolucionaria con que bajamos de las montañas, hacía apenas unos días, estábamos hablando de los procesos de liberación en América Latina y poniendo el acento principal en la liberación del pueblo dominicano de las garras de Trujillo. Creo que aquel tema ocupó casi todo el tiempo, o una parte del tiempo de aquel encuentro, con un enorme entusiasmo por parte de todos.
Hoy aquí no se podría hablar de un tema como ese. Es que hoy no existe un pueblo por liberar, hoy no existe un pueblo por salvar; hoy hay un mundo, hoy hay una humanidad por liberar y por salvar (Aplausos), y esa no es la tarea nuestra, es la tarea de ustedes (Aplausos).
Entonces no existía un mundo unipolar, una superpotencia hegemónica, única; hoy tenemos al mundo y a la humanidad bajo el dominio de una enorme superpotencia, y aun así estamos convencidos de que ganaremos la batalla (Aplausos), sin optimismo panglossiano —creo que esa es una palabra que los escritores a veces usan (Risas)—, sino porque uno tiene la seguridad de que si suelta esta libreta (La muestra) en cuestión de segundos va a caer; de que si no existiera esta mesa, esta libreta estaría en el suelo, y está desapareciendo la mesa sobre la cual se asienta, objetivamente, esa poderosa superpotencia que rige al mundo unipolar (Aplausos).
Son razones objetivas, y estoy seguro de que la humanidad pondrá toda la parte subjetiva indispensable. Para ello lo que necesita no son armas nucleares ni grandes guerras; lo que necesita son ideas (Aplausos). Y lo digo en nombre de ese pequeño país que mencionábamos antes que ha sostenido la lucha firmemente, sin vacilación alguna, durante 40 años (Aplausos).
Ustedes decían, invocando —para embarazo mío— el nombre por el cual se me conoce —me refiero al nombre de Fidel, porque yo no tengo otro título realmente; comprendo que el protocolo obligue a llamar Excelentísimo Señor Presidente, tales y más cuales cosas (Aplausos y exclamaciones de: "¡Fidel, Fidel!")—, y cuando los escuché a ustedes repetir aquello de "Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel que los americanos no pueden con él?" (Exclamaciones de: "Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel que los americanos no pueden con él?"), entonces se me ocurrió y me dirigí a mi vecino de la derecha, quiero decir de la derecha geográfica, ¿no? (Risas y exclamaciones.) —algunos están haciendo señas por ahí que no entiendo, pero dije que aquí estamos todos en la misma unidad de combate (Aplausos)—, y se me ocurrió decirle: ¡Caramba!, realmente lo que debía preguntarse es: ¿Qué tienen los americanos que no pueden con él? (Risas y aplausos), y si en vez de "él" dicen: ¿Qué tienen los americanos que no pueden con Cuba?, sería más justo (Aplausos). Sé que hay que usar palabras para simbolizar ideas. Así es como yo lo entiendo siempre, no me atribuyo jamás ni me puedo atribuir tales méritos (Exclamaciones de: "¡Viva Fidel!").
Sí, todos tenemos esperanzas de vivir, ¡todos! (Aplausos), en las ideas por las que luchamos y con la convicción de que los que vienen detrás de nosotros serán capaces de llevarlas a cabo; aunque ha de ser —no debe ocultarse— más difícil la tarea de ustedes que la que a nosotros correspondió.
Les decía que estamos viviendo en un mundo muy diferente. Es lo primero que tenemos el deber de comprender; ya explicaba determinadas características políticas. Además, se trata de un mundo globalizado, realmente globalizado, un mundo dominado por la ideología, las normas y los principios de la globalización neoliberal.
La globalización no es, a nuestro juicio, un capricho de nadie, no es, siquiera, un invento de alguien. La globalización es una ley histórica, es una consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas —y excúsenme por emplear esa frase, que todavía quizás asuste a algunos por su autor—, un producto del desarrollo de la ciencia y de la técnica en grado tal, que aun el autor de la frase, Carlos Marx (Aplausos), que tenía una gran confianza en el talento humano, posiblemente no fue capaz de imaginar.
Hay algunas otras cosas que me recuerdan ideas básicas de aquel pensador entre los grandes pensadores. Es que a la mente le viene a uno la idea de que, incluso, lo que concibió como ideal para la sociedad humana, no podría ser realidad jamás —y se ve cada vez con mayor claridad— si no tuviera lugar en un mundo globalizado. Ni por un segundo se le ocurrió pensar que en la pequeñísima islita de Cuba —para citar un ejemplo— pudiera intentarse una sociedad socialista, o la construcción del socialismo, mucho menos al lado de tan poderoso vecino capitalista.
Bueno, sí, lo hemos intentado; algo más, lo hemos hecho y lo hemos podido defender. Y hemos conocido también 40 años de bloqueo, amenazas, agresiones, sufrimientos.
Hoy, como estamos en solitario, toda la propaganda, los medios de divulgación masiva, que controlan en el mundo, Estados Unidos los encamina en su guerra política e ideológica contra nuestro proceso revolucionario, de la misma forma que su inmenso poder en todos los campos, principalmente en el campo económico, y su influencia política internacional lo emplea en su guerra económica contra Cuba.
Se dice bloqueo, pero bloqueo no significa nada. Ojalá lo que tuviéramos fuera un bloqueo económico: lo que nuestro país ha venido soportando durante mucho tiempo es una verdadera guerra económica. ¿Lo demuestro? Vayan a cualquier lugar del mundo, a una fábrica de una empresa norteamericana a comprar una gorra o un pañuelo para exportar a Cuba, aunque la produzcan los ciudadanos del país en cuestión y las materias primas sean originarias del propio país, el gobierno de Estados Unidos, a miles de millas de distancia, les prohíbe vender la gorra o vender el pañuelo. ¿Es eso bloqueo o guerra económica?
¿Quieren un ejemplo adicional?: si por casualidad alguno de ustedes se gana la lotería —no sé si aquí hay lotería— o se encuentra un tesoro —eso es posible—, y dice que va a construir una pequeña fábrica en Cuba, es seguro que tendrá rápidamente la visita de un funcionario importante de la Embajada norteamericana y hasta del propio Embajador norteamericano para tratar de persuadirlo, presionarlo o amenazarlo con represalias para que no invierta ese tesorito en una pequeña fábrica en Cuba. ¿Es bloqueo o guerra económica?
Tampoco permiten que vendan a Cuba un medicamento, aunque ese medicamento sea indispensable para salvar una vida, y no son pocos los ejemplos que hemos tenido de casos semejantes.
Hemos resistido esa guerra, y, como en toda batalla, lo mismo sea militar que política o ideológica, hay bajas. Existen los que pueden ser confundidos, y lo son, o reblandecidos, o debilitados con la mezcla de las dificultades económicas, las privaciones materiales, la exhibición del lujo de las sociedades de consumo y las podridas ideas bien edulcoradas sobre las fabulosas ventajas de su sistema económico, a partir del mezquino criterio de que el hombre es un animalito que solo se mueve cuando le ponen delante una zanahoria o lo golpean con un látigo. Sobre esa base ellos apoyan toda su estrategia ideológica, podríamos decir.
Hay bajas, pero también, como en todas las batallas y en todas las luchas, en otros se desarrolla la experiencia, se hacen más veteranos los combatientes, multiplican sus cualidades y permiten mantener y elevar la moral y la fuerza necesaria para seguir luchando.
La batalla de las ideas la estamos ganando (Aplausos); sin embargo, el campo de batalla no es nuestra sola islita, aunque en la islita hay que luchar. El campo de batalla hoy es el mundo, está en todas partes, en todos los continentes, en todas las instituciones, en todas las tribunas. Eso es lo bueno que tiene la batalla globalizada (Risas y aplausos). Hay que defender la pequeña islita, y a la vez combatir a todo lo largo y ancho del inmenso mundo que ellos dominan o pretenden dominar. En muchos campos lo dominan casi de manera total; pero no en todos los campos, ni de forma igual, ni en absolutamente todos los países.
Ellos descubrieron armas muy inteligentes; pero los revolucionarios descubrimos un arma más poderosa, ¡mucho más poderosa!: que el hombre piensa y siente (Aplausos). Nos lo enseña el mundo, nos lo enseñan las innumerables misiones internacionalistas que en un terreno u otro hemos cumplido en el mundo.
Bastaría señalar una sola cifra: 26 000 médicos cubanos han participado en ellas; al país que le habían dejado solo 3 000 de los 6 000 con que contaba al triunfo de la Revolución, muchos sin empleo, pero siempre deseando emigrar para obtener tales ingresos y tales salarios; de los 3 000 que nos dejaron, de tal forma la Revolución fue capaz de multiplicarlos, y de ir formando médicos y más médicos de los que empezaron a estudiar en el primer grado o en el segundo grado, en las escuelas que de inmediato en todo el país fueron creadas, y tal su espíritu de sacrificio y solidaridad, que 26 000 de ellos han cumplido misiones internacionalistas (Aplausos), del mismo modo como ya indiqué que cientos de miles de compatriotas han actuado como profesionales, educadores, constructores y combatientes. Sí, combatientes, y lo decimos con orgullo (Aplausos), porque combatir contra los soldados fascistas y racistas del apartheid, e incluso contribuir a la victoria de los pueblos de Africa que veían en aquel sistema su mayor afrenta, es y será siempre un motivo de orgullo (Aplausos).
Pero en ese esfuerzo ignorado, muy ignorado, hemos aprendido mucho de los pueblos; hemos aprendido a conocer los pueblos y sus cualidades extraordinarias, y, entre otras cosas, hemos aprendido no solo a través de ideas abstractas, sino de la vida práctica y cotidiana, que no todos los hombres somos iguales en nuestros rasgos físicos, pero todos los hombres somos iguales en cuanto a talento, sentimientos y las demás virtudes necesarias para demostrar que en la capacidad moral, social, intelectual y humana todos somos genéticamente iguales (Aplausos).
Ese ha sido el gran error de muchos que se creyeron raza superior.
La vida nos ha enseñado, les decía, muchas cosas, y eso es lo que alimenta nuestra fe en los pueblos, nuestra fe en los hombres. No lo leímos en un pequeño libro; lo hemos vivido, hemos tenido el privilegio de vivirlo (Aplausos).
Yo me he extendido un poco en estas primeras ideas, al calor del folleto que se extravió y de los problemas del micrófono (Risas), por eso tendré que ser más breve en otros temas.
Sí, es mi deber ser más breve, entre otras cosas, por interés personal: después tengo que revisar qué fue lo que dije aquí (Risas), ver si me faltó una coma, un punto, si un dato estaba equivocado. Y les digo que realmente por cada hora de discurso hablado, que puede parecer muy fácil, hacen falta dos y tres horas de revisión, volver a ver. Puede faltar una palabra. Jamás suprimo una idea que haya expresado, pero sí a veces hay que completarla o añadir un concepto complementario, porque no es lo mismo el lenguaje hablado que el lenguaje escrito. Si yo señalo para mi vecino, el que lea eso en un periódico no entiende nada (Risas), o no se entiende casi nada; el lenguaje escrito nada más tiene los signos de admiración y las comillas (Risas), ni el tono, ni las manos, ni el alma que se pone en las cosas pueden transmitirse por escrito.
Yo he tenido necesidad de descubrir esa diferencia. Y ahora nos cuidamos mucho de transcribir las cosas y revisarlas, porque los temas que se discuten tienen trascendencia, objetivamente, tienen importancia, y, además, porque hay que tener un cuidado en infinidad de cosas que ustedes no se lo imaginan.
En determinado momento, cuando pensaba en el acto que iba a tener con ustedes a las 5:00 de la tarde, me preguntaba: ¿De qué les hablo a los estudiantes? (Aplausos.) No puedo mencionar nombres, salvo excepciones; no puedo apenas mencionar países, porque a veces, cuando señalo algo con la mejor buena fe del mundo y como ilustración de una idea, corro el riesgo de que inmediatamente saquen del contexto lo que dije, lo trasmitan por el mundo y crearnos un montón de problemas diplomáticos (Aplausos). Y como tenemos que trabajar unidos en esta lucha global, no se le puede facilitar al enemigo y a sus bien diseñados y eficientes mecanismos de propaganda la realización de su constante tarea de crear confusión y desinformación, que ya es bastante la que han creado, pero no suficiente, ¿comprenden?, no suficiente (Risas). Tiene uno que limitarse mucho por esas razones, y por ello les pido perdón.
No hará falta explicar aquí mucho lo que es neoliberalismo. ¿Cómo sintetizar? Bueno, yo diría, por ejemplo, algo: La globalización neoliberal quiere convertir a todos los países, especialmente a todos nuestros países, en propiedades privadas.
¿Qué nos dejarán a partir de sus enormes recursos financieros?, ya que ellos no solo han acumulado inmensas riquezas saqueando y explotando al mundo, sino, incluso, obrando el milagro al que aspiraron los alquimistas de la edad media, convertir el papel en oro, a la vez que fueron capaces de convertir el oro en papel (Risas). Y con eso lo compran todo, todo menos las almas, menos —para decirlo con más corrección— la inmensa mayoría de las almas. Compran recursos naturales, fábricas, sistemas completos de comunicaciones, servicios, etcétera, etcétera, etcétera. Hasta tierras están comprando por el mundo, pensando que como son más baratas que en sus propios países es una buena inversión para el futuro.
Me pregunto: ¿Qué nos quieren dejar después de convertirnos prácticamente en ciudadanos de segunda clase, parias —sería mejor decir— en nuestros propios países? Quieren convertir al mundo en una gigantesca zona franca —quizás se vea todavía más claro así—, porque, ¿qué es una zona franca? Un lugar con características especiales, donde no se pagan impuestos, se traen materias primas, partes, componentes, los ensamblan, o producen variadas mercancías, sobre todo en aquellas ramas que requieren abundante mano de obra barata, por la cual muchas veces pagan no más del 5% del salario que pagan en sus países, y lo único que nos dejan son esos menguados salarios.
Algo más triste: He visto cómo han puesto a competir a muchos de nuestros países, viendo quiénes les dan más facilidades y más exenciones de impuestos para invertir; han puesto a competir a los países del Tercer Mundo por las inversiones y las zonas francas.
Hay países —los conozco— en tal situación de pobreza y desempleo, que han tenido que establecer hasta decenas de zonas francas como opción preferible, dentro del orden mundial establecido, a la de no tener siquiera las fábricas de las zonas francas, que dan un empleo con determinada remuneración, aunque alcance solo el 7%, el 6%, el 5% o menos del salario que tendrían que pagar los propietarios de esas fábricas en sus países de origen.
Eso lo planteamos en la Organización Mundial del Comercio, en Ginebra, hace algunos meses. Nos quieren convertir en una inmensa zona franca, sí, en eso; con su dinero y sus tecnologías lo irán comprando todo. Ya veremos cuántas líneas aéreas quedan como propiedades nacionales, cuántas líneas de transporte marítimo, cuántos servicios permanecerán como propiedades del pueblo o de la nación.
Es el porvenir que nos está ofreciendo la globalización neoliberal, no vayan a creer que solo a los trabajadores, sino, incluso, a los empresarios nacionales, a los pequeños y medianos propietarios que tendrán que competir con las tecnologías de las transnacionales, sus equipos sofisticados, sus redes mundiales de distribución y buscar mercados, sin contar con los abundantes créditos comerciales que sus poderosos competidores pueden utilizar para vender sus productos.
Podemos nosotros disponer en Cuba de una magnífica fábrica, digamos, de refrigeradores. Tenemos una, pero no es magnífica, y está lejos de ser la más moderna del mundo. Nos viene muy bien allí, desde luego, con el calor creciente que tenemos en el trópico. Supongamos que otros países del Tercer Mundo produzcan refrigeradores de aceptable calidad e incluso menor costo. Sus poderosas competidoras renuevan constantemente el diseño, invierten fabulosas sumas en prestigiar sus marcas, fabrican en muchas zonas francas con bajos salarios, o en cualquier sitio, exentas de impuestos, abundante capital o mecanismos financieros para otorgar créditos que se amortizan en un año, en dos, en tres o los que sean, mercados saturados de objetos electrodomésticos que son fruto de la anarquía y el caos en la distribución de los capitales de inversión a nivel mundial, bajo la consigna generalizada de crecer y desarrollarse a base de exportaciones como aconseja el FMI, ¿qué espacio queda para las industrias nacionales, a quiénes y cómo van a exportar, dónde están los consumidores potenciales entre los miles de millones de pobres, hambrientos y desempleados que habitan gran parte de nuestro planeta? ¿Habrá que esperar a que todos ellos puedan adquirir un refrigerador, un televisor, un teléfono, aire acondicionado, automóvil, electricidad, combustible, una computadora, una casa, un garaje, un subsidio contra el desempleo, acciones en la bolsa y una pensión asegurada? ¿Es ese el camino del desarrollo, como nos afirman millones de veces por todos los medios posibles? ¿Qué quedará del mercado interno si se les impone la reducción acelerada de las tarifas aduanales, fuente además importante de los ingresos presupuestarios de muchos países del Tercer Mundo?
Los teóricos del neoliberalismo no han podido resolver, por ejemplo, el grave problema del desempleo en la inmensa mayoría de los países ricos, menos aun en los que están por desarrollar, y no le encontrarán jamás solución bajo tan absurda concepción. Es una inmensa contradicción del sistema que mientras más invierten y más se tecnifican, más gente lanzan a la calle sin empleo. La productividad del trabajo; los equipos más sofisticados, nacidos del talento humano, que multiplican las riquezas materiales y a la vez la miseria y los despidos, ¿de qué le sirven a la humanidad? ¿Acaso para reducir las horas de trabajo, disponer de más tiempo para el descanso, la recreación, el deporte, la superación cultural y científica? Imposible, las sacrosantas leyes del mercado y los principios cada vez más imaginarios que reales de la competencia en un mundo transnacionalizado y megafusionado cada día más no lo admiten bajo ningún concepto. En todo caso, ¿quienes compiten y entre quiénes compiten? Gigantes contra gigantes que tienden a la fusión y al monopolio. No existe sitio alguno ni rincón del mundo para los demás supuestos actores de la competencia.
Para los países ricos, industrias de punta; para los trabajadores del Tercer Mundo, confeccionar pantalones de vaquero, pulóveres, prendas de vestir, calzado; sembrar flores, frutas exóticas y otros productos de creciente demanda en las sociedades industrializadas, porque no los pueden cultivar allí, aunque sabemos que en Estados Unidos, por ejemplo, cultivan hasta la mariguana en invernaderos (Risas y aplausos) o en el patio de las casas y que el valor de la mariguana que producen es superior al de toda su producción de maíz, a pesar de ser el mayor productor de maíz del mundo (Risas). Al fin y al cabo, sus laboratorios son o terminarán siendo los mayores productores de estupefacientes del planeta, por ahora bajo la etiqueta de sedantes, antidepresivos y otros renglones de píldoras y productos que los jóvenes han aprendido a combinar y mezclar de muy variadas formas.
En el feliz mundo desarrollado los trabajos duros de la agricultura, como recoger tomates, para lo cual no se ha inventado todavía una máquina perfecta, el robot que vaya y los escoja según grado de madurez, tamaño y otras características, limpiar calles, y otras tareas ingratas que en las sociedades de consumo nadie quiere realizar, ¿cómo se resuelven? ¡Ah!, para eso están los inmigrantes del Tercer Mundo. Ellos ese tipo de trabajos no lo realizan. Y para los que quedamos convertidos en extranjeros dentro de nuestras propias fronteras, ya lo dije, confeccionar pitusas y cosas por el estilo, pero nos ponen, en virtud de sus "maravillosas" leyes económicas, a producir tantos pantalones como si el mundo contara ya con 40 000 millones de habitantes y cada uno de ellos tuviera el dinero suficiente para comprarse el pantaloncito de vaquero, que no estoy criticando, les queda muy bien a los jóvenes y mejor todavía a las jóvenes (Risas y aplausos). No, no estoy criticando la prenda, estoy criticando el trabajo que quieren dejar para nosotros, que no tiene nada que ver en lo absoluto con la alta tecnología. De modo que sobrarán nuestras universidades o quedarán para producir a bajo costo personal técnico para el mundo desarrollado.
Habrán leído en estos días en la prensa que Estados Unidos, en vista de las necesidades de sus industrias de computación, electrónica, etcétera, etcétera, se propone adquirir en el mercado internacional, dígase mejor el Tercer Mundo, y conceder visas a 200 000 trabajadores muy calificados para sus industrias de punta. Así que cuídense ustedes, porque están buscando gente capacitada (Risas), esta vez no para recoger tomates. Como ellos no están demasiado alfabetizados, y muchos lo comprueban cuando confunden Brasil con Bolivia, o Bolivia con Brasil (Risas y aplausos); o cuando se hacen encuestas y no conocen ni siquiera muchas cosas de los propios Estados Unidos, ni saben si un país latinoamericano del que han oído hablar está en Africa, o en Europa —y no estoy exagerando— (Risas y aplausos); no tienen todas las lumbreras, o los bien calificados trabajadores para sus industrias de punta, vienen a nuestro mundo y reclutan a unos cuantos que después se pierden para siempre.
¿Dónde están los mejores científicos de nuestros países? ¿En qué laboratorios? ¿Qué país nuestro tiene laboratorios para todos los científicos que podría formar? ¿Cuánto le podemos pagar a ese científico y cuánto le pueden pagar ellos?
¿Dónde están? Yo conozco a muchos latinoamericanos eminentes que están allá. ¿Quién los formó? ¡Ah!, Venezuela, Guatemala, Brasil, Argentina, cualquier país latinoamericano; pero no tienen posibilidades en su propia patria. Los países industrializados tienen el monopolio de los laboratorios, del dinero, los contratan y se los arrebatan a las naciones pobres; pero no solo científicos, también deportistas. No, ellos quisieran comprar a nuestros peloteros como se subastaban antes los esclavos en una tarima de esas, qué sé yo como las llaman (Risas y aplausos).
Son pérfidos. Como siempre hay algún alma que pueda ser tentada —eso lo dice la Biblia, y entre los primeros seres humanos, que se suponía que debían ser los mejores, ¿no?, porque no tendrían tanta malicia, ni conocían las sociedades de consumo, ni existía el dólar (Risas)—, de repente, hasta a un atleta que no es de primerísima categoría, le pagan unos cuantos millones, cuatro, cinco o seis, le hacen una publicidad enorme, y como parece que son tan malos los bateadores de las Grandes Ligas, obtienen algunos éxitos. No tengo ninguna intención de ofender a atletas profesionales norteamericanos; son gente que trabaja y labora duro, muy estimulados. Mercancías que también se compran y venden en el mercado, aunque a un alto precio, pero deben tener algunas debilidades en el entrenamiento, porque importan de contrabando algunos pitchers cubanos, por ejemplo, que pueden estar en primera, segunda o tercera categoría, o un shortstop, una tercera base, llegan allí y el pitcher poncha a los mejores bateadores, y el shortstop no deja pasar una bola (Aplausos y exclamaciones).
Casi casi seríamos ricos si hacemos una subasta de peloteros cubanos (Risas y aplausos). Ya no quieren pagar peloteros norteamericanos, porque les cuestan muy caro. Han organizado academias en nuestros países para formarlos a muy bajo costo y pagarles menos salarios, aunque un salario todavía de millones al año. Unido a eso, toda la propaganda de la televisión, más unos automóviles que llegan de aquí hasta allá (Señala), más unas bellísimas mujeres de todas las etnias, asociadas a la publicidad de los automóviles (Risas), y el resto de la propaganda comercial que ustedes ven en algunas revistas de la chismografía y el consumismo, pueden tentar a más de un compatriota nuestro.
En Cuba no gastamos papel ni recurso alguno en tales frivolidades publicitarias. Las muy pocas veces que veo por necesidad la televisión norteamericana apenas la puedo soportar, porque cada tres minutos la paran para incluir un anuncio comercial, exhibir a un hombre haciendo ejercicios en una bicicleta estática, que es lo más aburrido que hay en el mundo (Aplausos y exclamaciones). No digo que sea malo, digo que es aburrido. Paran, interrumpen cualquier programa, hasta los seriales melodramáticos en sus instantes más sublimes de amor (Risas).
A Cuba llegan algunos melodramas del exterior, no lo niego, porque nosotros no hemos sido capaces de producir los necesarios, y algunos de los que se producen en países de América Latina seducen de tal forma a nuestro público que hasta paran el trabajo. De América Latina nos llegan también a veces buenos materiales fílmicos; pero casi todo lo que circula por el mundo es de pura manufactura yanki, cultura enlatada.
En nuestro país, realmente, el poco papel de que disponemos lo dedicamos a libros de textos y a nuestros pocos periódicos con pocas páginas. No podemos emplear recursos en hacer esa revista de papel suave, especial —no sé cómo se llama—, con muchas ilustraciones, que leen los pordioseros en las calles de cualquiera de nuestras capitales, anunciándoles ese lujoso automóvil con sus acompañantes femeninas, y hasta un yate, o cosas por el estilo, ¿no? (Risas.) Así van envenenando a la gente con esa propaganda, de modo que hasta los pordioseros son influenciados de forma cruel y puestos a soñar con el cielo, imposible para ellos, que el capitalismo ofrece.
En nuestro país —les digo— nos dedicamos a otras cosas; pero ellos influyen, desde luego, con la imagen de un tipo de sociedad que además de enajenante, desigual e injusta, es insostenible económica, social y ecológicamente.
Suelo citar el ejemplo de que si el modelo de consumo es que cada ciudadano de Bangladesh, la India, Indonesia, Paquistán o China tenga un automóvil en cada casa —y me perdonan los que tienen automóviles aquí, parece que no hay ya más remedio, son muchas las avenidas y largas las distancias. No estoy criticando, es la advertencia que hago sobre un modelo imposible de aplicar al mundo que está por desarrollar (Risas). Ellos me van a comprender bien, porque Caracas ya no da tampoco para muchos más automóviles. Van a tener que hacer avenidas de tres y cuatro pisos (Risas), ¿saben? Me imagino que si en China hicieran eso, los 100 millones de hectáreas de que disponen para producir alimentos, se convierten en autopistas, garajes, parqueos de automóviles y no quedaría dónde cultivar un grano de arroz.
Es loco, incluso, caótico y absurdo, el modelo de consumo que le están imponiendo al mundo (Aplausos).
No pretendo que este planeta sea un convento de monjes cartujos (Risas), pero sí pienso que este planeta no tiene otra alternativa que definir cuáles deben ser los patrones o modelos de consumo alcanzables y asequibles, en los cuales debe ser educada la humanidad.
Cada vez son menos los que leen un libro. ¿Y por qué privar al ser humano del placer de leer un libro, por ejemplo, y de otros muchos en el terreno de la cultura y la recreación, en el ámbito de un enriquecimiento no solo material sino también espiritual? No estoy pensando en hombres trabajando, como en la época de Engels, 14 ó 15 horas diarias. Estoy pensando en hombres trabajando cuatro horas. Si la tecnología lo permite, entonces, ¿para qué hacerlo durante ocho? Lo más lógico y elemental es que mientras más productividad, menos esfuerzo físico o mental, menos desempleo y más tiempo libre debe tener el hombre (Aplausos).
Llamemos hombre libre a aquel que no tiene que trabajar toda la semana, incluidos sábado, domingo y doble turno, porque no le alcanza el dinero, y corriendo velozmente a todas horas, en un metro o en un ómnibus por las grandes ciudades. ¿A quién le van a hacer la historia de que ese hombre es libre? (Aplausos.)
Si las computadoras y máquinas automáticas pueden obrar milagros en la creación de bienes materiales y servicios, ¿por qué el hombre no se podría servir de la ciencia que ha creado con su inteligencia para el bienestar humano?
¿Por qué debido exclusivamente a razones comerciales, ganancias e intereses de elites superprivilegiadas y poderosas, bajo el imperio de leyes económicas caóticas e instituciones que no son eternas, ni lo fueron ni lo serán nunca, como las famosas leyes del mercado convertido en objeto de idolatría, en palabra sacrosanta que a todas horas se menciona, todos los días, el hombre de hoy tiene que soportar hambre, desempleo, muerte prematura, enfermedades curables, ignorancia, incultura y todo tipo de calamidades humanas y sociales, si pudieran crearse todas las riquezas necesarias para satisfacer necesidades humanas razonables que sean compatibles con la preservación de la naturaleza y la vida en nuestro planeta? Hay que meditar, hay que definir. Desde luego, parece elementalmente razonable que el hombre disponga de alimentación, salud, techo, vestido, educación, transporte racional adecuado, sostenible y seguro, cultura, recreación, amplia variedad de opciones para su vida y mil cosas más que pudieran ser asequibles al ser humano, y no por supuesto un Jet particular y un yate para cada uno de los 9 500 millones de seres humanos que en no más de 50 años estarán habitando el mundo.
Han deformado la mente humana.
Menos mal que en la época del Edén y del arca de Noé que nos narra el Antiguo Testamento no existían esas cosas, me imagino que vivían un poco más tranquilos (Risas). Bueno, si tuvieron un diluvio, también nosotros lo tenemos con harta frecuencia. Vean lo que acaba de pasar en Centroamérica, y con los cambios de clima nadie sabe si terminaremos comprando, adquiriendo o haciendo colas a la entrada de un arca (Risas).
Es así, han inculcado todo eso a la gente; han enajenado a millones, a decenas de millones y a cientos de millones de personas, y las hacen sufrir tanto más cuanto menos son capaces de satisfacer sus necesidades elementales, porque no tienen siquiera el médico ni tienen la escuela.
Mencioné la fórmula anárquica, irracional y caótica impuesta por el neoliberalismo: Invertir cientos de miles de millones sin orden ni concierto alguno; decenas de millones de trabajadores produciendo las mismas cosas: televisores, componentes de computadoras, clip o chips, como se llamen (Risas), infinidad de artículos y objetos, incluidos montones de automóviles. Todos haciendo lo mismo.
Han creado el doble de capacidad necesaria para producir automóviles. ¿Qué clientes para los automóviles? Están en Africa, en América Latina y en otros muchos lugares del mundo, solo que no tienen un centavo para adquirirlos, ni gasolina, ni autopistas, ni talleres, que acabarían arruinando aún más los países del Tercer Mundo, despilfarrando recursos que requiere el desarrollo social y destruyendo aún más la naturaleza.
Creando en los países industrializados patrones de consumo insostenibles y sembrando sueños imposibles en el resto del planeta, el sistema capitalista desarrollado ha ocasionado ya un gran daño a la humanidad. Ha envenenado la atmósfera y agotado enormes recursos naturales no renovables, de los cuales la especie humana va a tener gran necesidad en el futuro. No se imaginen, por favor, que estoy concibiendo un mundo idealista, imposible, absurdo. Estoy tratando de meditar sobre lo que puede ser un mundo real y un hombre más feliz. No habría que mencionar una mercancía, bastaría mencionar un concepto: la desigualdad hace ya infeliz al 80% de los habitantes de la Tierra, y no es más que un concepto.
Hay que buscar conceptos y hay que tener ideas que permitan un mundo viable, un mundo sostenible, un mundo mejor.
A mí me sirve de entretenimiento lo que escriben muchos de los teóricos del neoliberalismo y de la globalización neoliberal. Realmente tengo poco tiempo de ir al cine, casi nunca; de ver casetes, aunque sean buenos, hay algunos buenos, me pongo a leer artículos de estos señores para divertirme (Risas), sus analistas, sus comentaristas más agudos, más sabios, los veo envueltos en una cantidad de contradicciones, de confusión, incluso desesperación, queriendo cuadrar el círculo; debe ser para ellos algo terrible (Aplausos).
Recuerdo que una vez me enseñaron una figurita que era cuadrada, tenía dos rayas arriba así, una en el medio y otra hacia abajo (Señala), la cuestión era pasarla con el lápiz sin levantarlo una sola vez. Ni se sabe el tiempo que perdí (Risas) en tratar de hacerlo, en vez de hacer la tarea, estudiar matemática, lenguaje y otras cosas, porque cuando no existían los jugueticos esos que inventó la industria para entretener a los muchachos durante las clases y para que saquen suspenso en la escuela, ya desde mi época inventábamos nosotros mismos cosas en las que perdíamos bastante tiempo.
Pero me divierto, gozo, disfruto, al menos les agradezco eso (Risas y aplausos); pero también les agradezco lo que me enseñan. ¿Y saben quiénes son los que más feliz me hacen en sus artículos y análisis? ¡Ah!, los más conservadores, los que no quieren ni oír hablar del Estado, ¡ni siquiera mencionarlo! Los que anhelan un banco central en la Luna (Risas), para que a ningún humano se le ocurra andar rebajando o subiendo intereses, es increíble.
Esos son los que más feliz me hacen, porque cuando ellos dicen algunas cosas, yo pienso: ¿Me habré equivocado, este artículo no lo habrá escrito un extremista de izquierda, un radical? (Risas.) ¿Pero qué es esto?, al ver a Soros escribiendo libro tras libro. Y el último, sí, lo tuve que leer también, no me quedó más remedio, porque dije: Bueno, este es teórico; pero, además, es académico, y adicionalmente tiene no sé cuántos miles de millones resultado de operaciones especulativas. Este hombre debe saber de eso, los mecanismos, los trucos. Pero el título: Crisis del capitalismo global, fue el nombre que le puso, es todo un poema; lo dice con gran seriedad (Risas), y al parecer con una convicción tal que entonces me digo: ¡Caramba, parece que no soy el único loco en este mundo! (Risas y aplausos.) De los que expresan inquietudes similares hay cantidad, yo les presto aún más atención que a los adversarios del Orden Económico Mundial existente.
El de izquierda va a querer demostrar de todas formas que eso va abajo (Risas). Es lógico, es su deber, y, además, tiene razón (Risas); pero el otro no desea eso de ninguna manera. Ante catástrofes, crisis, amenazas de todas clases, se desesperan y escriben muchas cosas. Están desconcertados, es lo menos que puede decirse; han perdido la fe en sus doctrinas.
Entonces, los que decidimos resistir en solitario, y ya no hablo de la soledad geográfica, sino casi de la soledad en el campo de las ideas, porque los desastres traen consecuencias, escepticismos que son multiplicados por la experta y poderosa maquinaria publicitaria del imperio y sus aliados; todo eso trae pesimismo en mucha gente, confusión, no tienen todos los elementos de juicio para analizar situaciones con una perspectiva histórica y se desalientan.
¡Ah!, qué amargos eran aquellos días, aquellos primeros días, y desde antes de los primeros días, cuando vimos a mucha gente cambiar de camisa por aquí y por allá, realmente —y no estoy criticando a nadie, estoy criticando a las camisas (Risas y aplausos). ¡Ah!, en qué brevísimo tiempo hemos visto cómo todo cambia, y aquellas ilusiones han ido quedando atrás, han durado menos —como se dice en Cuba y no sé si aquí también— que un merengue en la puerta de una escuela (Risas).
Allá, en la antigua URSS, llegaron con sus recetas neoliberales y de mercado y han ocasionado destrozos increíbles, ¡verdaderamente increíbles!, desgajado naciones, desarticulado federaciones de repúblicas, económica y políticamente; han reducido las perspectivas de vida, en algunas de ellas 14 y 15 años; han multiplicado la mortalidad infantil tres o cuatro veces; han creado problemas sociales y económicos que ni siquiera un Dante resucitado sería capaz de imaginar.
Es realmente triste, y aquellos que procuramos estar lo más informados posible de lo que está ocurriendo en todas partes —y no nos queda más remedio que saberlo o estaremos desorientados, saberlo en un mayor o menor grado, con mayor o menor profundidad—, tenemos una idea, a nuestro juicio, bastante clara de los desastres que el dios del mercado, sus leyes y sus principios, y las recetas del Fondo Monetario Internacional y demás instituciones neocolonizadoras o recolonizadoras del planeta, recomendadas e impuestas prácticamente a todos los países, han ocasionado; al extremo de que, incluso, a países ricos como los de Europa los obligan a unirse y buscar una moneda para que hombres tan expertos como Soros no echen al suelo hasta la libra esterlina, otrora no lejana reina de los medios de intercambio, arma y símbolo del imperio dominante y dueño de la moneda de reserva del mundo, todos esos privilegios que hoy posee Estados Unidos. Los ingleses tuvieron que pasar por la humillación de ver en el suelo su libra esterlina.
Lo mismo hicieron con la peseta española, el franco francés, la lira italiana; jugaban apoyados en el grueso poderío de sus miles de millones, porque los especuladores son jugadores que apuestan con las cartas marcadas. Ellos tienen toda la información, los más expertos economistas, premios Nobel, como los de esa famosa compañía que era la más prestigiosa de Estados Unidos, llamada Administración de Capitales a Largo Plazo. En inglés creo que se dice Long-Term Capital Management —ustedes me perdonan mi "excelente" pronunciación inglesa (Risas)—, prefiero el título en español, pero está reconocido ya en todas partes por su nombre materno, casi está castellanizado. Con un fondo que sumaba 4 500 millones de dólares, movilizó 120 000 millones para utilizarlos en operaciones especulativas.
Contaba en su nómina con dos premios Nobel y los más expertos programadores de computación, y vean, se equivocaron los ilustres caballeros, porque están pasando tantas cosas raras que con algunas de ellas no contaron: si la diferencia entre los bonos del tesoro a 30 años y a 29 años estaba un poco más amplia de lo razonable, inmediatamente todas las computadoras y los nobeles decidieron que había que comprar de estos tanto y vender a futuro de los otros más tanto. Pero resulta que tuvieron problemas con la crisis desatada, que tampoco esperaban, creían que habían descubierto ya el milagro de un capitalismo creciente, creciente y creciente, sin una sola crisis jamás… ¡Suerte que no se les ocurrió eso hace dos mil o tres mil años! Hemos tenido suerte que Colón tardara en descubrir este hemisferio (Risas) y que comprobara que la Tierra era redonda y se retrasaran igualmente otros adelantos económicos, sociales y científicos, donde asentó sus raíces tal sistema, precisamente inseparable de las crisis, porque tal vez no habría ya seres humanos en este planeta. Es posible que ya no quedara nada de nada.
Se equivocaron y perdieron los de la Long-Term, como se les llama familiarmente. Bueno, un desastre, tuvieron que ir a rescatarla violando todas las normas éticas, morales y financieras impuestas por Estados Unidos al mundo, y tuvo que ir el presidente de la Reserva Federal a declarar en el Senado que si no salvaba aquel fondo, se produciría inevitablemente una catástrofe económica en Estados Unidos y en el resto del mundo.
Otra pregunta más: ¿Qué economía es esta que hoy impera, en la cual tres o cuatro multimillonarios —y no de los grandes, no Bill Gates y otros parecidos, no; Bill Gates posee como quince veces el capital inicial de que disponía la Long-Term, con el cual esta movilizó enormes sumas de los ahorristas, recibiendo préstamos de más de 50 bancos— pueden producir una catásfrofe económica en Estados Unidos y en el mundo? ¡Ah!, se hunde la economía internacional si no hubiese sido rescatada, y lo declara uno de los tipos más competentes, más inteligentes que tiene Estados Unidos, el presidente del Sistema de la Reserva Federal. Este distinguido señor sabe más de cuatro cosas, lo que ocurre es que no las dice todas, porque parte del método consiste en la falta total de transparencia y fuertes dosis de calmante cada vez que hay pánico, palabritas dulces y alentadoras: "todo está muy bien, la economía marcha excelentemente", etcétera; es la técnica reconocida y aplicada sin falta. Pero el Presidente de la Reserva Federal tuvo que reconocer ante el Senado de Estados Unidos que venía una catástrofe si no hacía lo que hizo.
Esas son las bases de la globalización neoliberal. Cuenten una menos, pueden restar otras 20 de su endeble andamiaje, no se preocupen. ¡Lo que han creado es insostenible!, pero están haciendo sufrir a mucha gente en muchas partes del mundo; se han arruinado naciones enteras con las fórmulas del Fondo Monetario Internacional, y siguen arruinando países, no tienen manera de evitar que se arruinen, siguen haciendo disparates y en las bolsas el precio de las acciones lo han inflado y lo siguen inflando hasta lo infinito.
En las bolsas de valores de Estados Unidos, más de un tercio de los ahorros de las familias norteamericanas y el 50% de los fondos de pensiones están invertidos en acciones; calculen una catástrofe como la de 1929 cuando solo un 5% tenía sus ahorros invertidos en esos valores bursátiles. Pasan un gran susto hoy, dan veinte carreras, eso lo hicieron después de la crisis de agosto pasado en Rusia, cuyo peso en el producto bruto mundial es solo 2%, hizo bajar más de 500 puntos en un día al Dow-Jones, índice estrella de la Bolsa de Nueva York; 512 puntos exactamente, y se armó el correcorre.
La verdad es que lo que podemos decir de los dirigentes de este sistema imperante es que se pasan el día corriendo por el mundo entre bancos, instituciones (Risas), y cuando vieron lo que pasó en Rusia, se produjo una olimpiada de campo y pista, se reunieron con el Consejo de Relaciones Exteriores, que radica en Nueva York; Clinton pronuncia un discurso diciendo que el peligro no es la inflación, sino la recesión, y en unos días, en unas horas, prácticamente, dieron un giro de 180 grados, y de la idea de elevar la tasa de interés, lo que hicieron fue rebajarla. Reunieron a todos los directores de bancos centrales en Washington, el 5 y 6 de octubre pasados, pronunciaron discursos, les hicieron no se sabe cuántas críticas al Fondo Monetario, acordaron supuestas medidas para ver cómo aliviaban el peligro. Pocos días más tarde el gobierno de Estados Unidos reunió al Grupo de los 7, que decidió aportar 90 000 millones de dólares para que la crisis no se extendiera por Brasil y, a través de Brasil, a toda Suramérica, tratando de evitar que la candela alcanzara las propias bolsas superinfladas de Estados Unidos, ya que basta un alfiler, un pequeño agujerito, para que el globo se desinfle. Vean los riesgos que amenazan la globalización neoliberal.
Hicieron todo eso, y cuando, incluso, algunos de nosotros, yo mismo pensaba, lo había dicho: "Tienen recursos, tienen posibilidades de maniobra para posponer un tiempito la gran crisis", posponerla, no al final evitarla, meditaba sobre el problema y dije: Parece que lo han logrado, con todas las medidas adoptadas o impuestas: la baja de la tasa de interés, los 90 000 millones para apoyar al Fondo, que ya no tenía fondos (Risas), los pasos de Japón para enfrentar la crisis bancaria, el anuncio brasileño de fuertes medidas económicas, el anuncio oportuno de que la economía norteamericana había crecido más de lo previsto en el tercer trimestre. Parecía que aguantaban la cosa, y ahora, hace solo unos días, nos sorprendemos todos de nuevo con las noticias que llegan de Brasil sobre la situación económica que se ha creado, algo que nos duele realmente mucho, por razones asociadas a esta misma cuestión, al esfuerzo necesario de nuestros pueblos para unir fuerzas y librar la dura lucha que nos espera, ya que sería sumamente negativa para América Latina una crisis destructora en Brasil.
En este momento, a pesar de todo lo que hicieron, están los brasileños enfrentando una situación económica complicada, cuando ya Estados Unidos y los organismos financieros internacionales habían utilizado una buena parte de sus recetas y cartuchos. Transcurridos los primeros meses del gran susto, ahora exigen nuevas condiciones y parecen más indiferentes a la suerte de Brasil.
A Rusia la pretenden mantener al borde de un abismo. No es un país pequeño, es un país que tiene la mayor extensión territorial del mundo y 146 millones de habitantes, miles de armas nucleares, donde una explosión social, un conflicto interno o cualquier cosa puede causar terribles daños.
Son tan locos y tan irresponsables estos señores que dirigen la economía mundial, que después de hundir al país con sus recetas, no se les ocurre siquiera utilizar un poco de esos papeles que han impreso —porque es lo que vienen a ser los bonos de la tesorería donde los especuladores asustados se refugian ante cualquier riesgo comprando bonos del tesoro de Estados Unidos—, no se les ocurre emplear un poco de los 90 000 millones de apoyo al Fondo, para evitar una catástrofe económica o política en Rusia. Lo que se les ocurre es exigirle un montón de condiciones imposibles de aplicar. Le exigen que baje presupuestos que están ya por debajo del límite indispensable, le exigen la libre conversión, el pago inmediato de elevadas deudas, todos aquellos requisitos que acaban con las reservas que puedan quedarle a cualquier país. No piensan, no escarmientan; pretenden mantenerla en situación precaria, al borde de un abismo, con ayuda humanitaria, exigiendo condiciones y creando peligros realmente serios.
Ni está resuelto el problema de Rusia, país al que hundieron con sus asesores y sus fórmulas, ni han resuelto el de Brasil, un problema que estaban muy interesados en resolver, porque les podía tocar muy de cerca; de modo que a mí me parecía, por ejemplo, que era la última trinchera que les quedaba a las bolsas de Estados Unidos.
Pasaron el gran susto; con algunas de las medidas mencionadas estabilizaron un poco las mismas, se desató de nuevo la compra y venta de acciones y están otra vez en una carrera hacia el espacio, creando las condiciones de una mayor crisis, y relativamente pronto, ni se sabe de qué consecuencias para la economía y la sociedad norteamericanas.
No es posible imaginar qué pasaría si ocurriera allí un 29, ellos creen que riesgos de crisis como la del 29 los tienen resueltos y resulta que no tienen resuelto nada. No han podido ni evitar la crisis brasileña, y, en consecuencia, le pueden hacer un daño a todo el proceso de integración de Suramérica, a todo el proceso de integración latinoamericano y a los intereses de todos nuestros países. Por eso hablaba de la mala noticia recién llegada.
Pero todo tiene su causa, su explicación y, a fuerza de atender y observar lo que piensan, lo que dicen, lo que hacen, se llega a adivinar, realmente, qué tienen escondido en la cabeza. Con esta gente lo esencial no es creer lo que están diciendo, sino, a partir de lo que están diciendo, penetrar en su cerebro —con el menor trauma posible, los pobrecitos, para no hacerles daño (Risas)— y saber lo que están pensando, saber lo que no han dicho y por qué no lo han dicho.
Así se comportan. Por eso es realmente algo de profundo interés, aliento reflexivo y reafirmación de convicciones para nosotros, que vivimos aquellos días de que hablaba de la incertidumbre, de la amargura, de la pérdida de fe de no pocos hombres de ideas progresistas, ver ahora cómo muchas verdades se van abriendo paso, mucha gente va pensando más profundamente, y que aquellos que se vanagloriaban del fin de la historia y el triunfo definitivo de sus anacrónicas y egoístas concepciones están hoy en declive y en una desmoralización inocultable.
Estos ocho años —digamos, desde 1991, es decir, desde que se derrumbó la URSS hasta ahora— fueron para nosotros años duros en todos los sentidos, pero en este sentido también, en el orden de las ideas, de los conceptos; y ahora vemos como los superpoderosos que creían haber creado un sistema y hasta un imperio para mil años, comienzan a percatarse de que los cimientos de ese imperio y de ese sistema, de ese orden, se están derrumbando.
¿Qué nos han dejado, ese capitalismo global, o esa globalización capitalista neoliberal? No solo a partir de este que conocemos, sino desde la raíz misma, el capitalismo aquel del que nació el que actualmente impera, progresista ayer, reaccionario e insostenible hoy, a través de un proceso que muchos de ustedes, historiadores, y aun quienes no lo sean, como los estudiantes de economía, deben saberlo; con una historia de 250 a 300 años, cuyo teórico fundamental publica su libro en 1776, el mismo año de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, Adam Smith, tan conocido por todos. Un gran talento, sin duda una gran inteligencia, no pienso que un gran pecador, un culpable, un bandido; era un estudioso de aquel sistema económico que había nacido en Europa y estaba en pleno auge, que reflexionó, investigó y expuso los cimientos teóricos del capitalismo; el capitalismo de aquella época, porque el de ahora ni siquiera lo podía imaginar Adam Smith.
En aquella época de diminutos talleres y pequeñas fábricas, él sostenía que la motivación fundamental en la actividad económica era el interés individual y que su búsqueda privada y competitiva constituía la fuente máxima del bien público. No había que apelar al humanitarismo del hombre, sino a su amor a sí mismo.
La propiedad y la dirección personal era la única forma compatible con aquel mundo de pequeñas industrias que Adam Smith conoció. No pudo siquiera ver las grandes fábricas y las impresionantes masas de trabajadores que surgieron después a fines del propio siglo XVIII. Mucho menos imaginar las gigantescas corporaciones y empresas transnacionales modernas con millones de acciones, donde los que administran son ejecutivos profesionales que nada tienen que ver con la propiedad de las mismas, limitándose de vez en cuando a rendir cuenta a los accionistas. Ellos son los que deciden qué dividendos se pagan, cuánto y dónde se invierte. Estas formas de propiedad, dirección y disfrute de las riquezas nada tienen que ver con el mundo que él conoció.
Pero el sistema continuó desarrollándose y tomó considerable impulso con la Revolución Industrial inglesa, nació la clase obrera y surgió quien, a mi juicio, fue el más grande pensador —con respeto de cualquier criterio— en el terreno económico y también político, Carlos Marx. Nadie, incluso, llegó a conocer más sobre las leyes y los principios del sistema capitalista que Marx. Angustiados por la crisis actual, no son pocos los miembros de la elite capitalista que leen a Marx, buscando diagnósticos y posibles remedios a sus males de hoy. Con él había surgido la concepción socialista como antítesis del capitalismo.
La lucha entre estas ideas que simbolizaron ambos pensadores ha perdurado durante mucho tiempo y todavía perdura. El capitalismo original continuó desarrollándose bajo los principios de su teórico más ilustre, hasta llegar —pudiéramos decir— a la Primera Guerra Mundial.
Ya antes de la Primera Guerra Mundial había un cierto nivel de globalización, existía el patrón oro en el sistema monetario internacional. Vino después la gran crisis de 1929 y la gran recesión que duró más de 10 años. Surge entonces con gran fuerza otro pensador, de los cuatro pilares del pensamiento económico con su enorme trascendencia política en los últimos tres siglos, con el sello indeleble de cada uno de ellos, John Maynard Keynes, de ideas avanzadas en aquella época —no como las de Marx ni mucho menos, aunque bastante respetuoso de Marx, coincidente con él en algunos conceptos—, y elabora las fórmulas que sacan a Estados Unidos de la gran depresión.
No solo él, desde luego; había un grupo de académicos bastante coincidentes e influidos por él. En aquella época casi no había economistas, ni les hacían mucho caso, no sé si para bien o para mal, depende de cuál (Risas). Pero ya comenzaron a surgir grupos bien preparados, con mucha información estadística, que hacían estudios profundos, y durante el gobierno de Roosevelt, en un país agotado y angustiado por una interminable recesión, muchos de ellos fueron destacados miembros del gabinete o de otras instituciones, y las teorías de Keynes ayudaron a sacar al capitalismo de la peor crisis que había conocido.
Hubo una suspensión temporal del patrón oro que luego fue restablecido de nuevo por Roosevelt, si mal no recuerdo, en 1934. Sé que se mantuvo hasta 1971; 37 años ininterrumpidos creo que duró, hasta que vino el señor Nixon y el gran imperio nos estafó a todos (Risas).
Ustedes puede que se pregunten, con razón, por qué les estoy hablando de esto. He mencionado a estos personajes, aunque me falta aun el cuarto, porque para nosotros es muy importante tratar de conocer bien la historia del sistema que en este instante rige al mundo, su anatomía, sus principios, su evolución, sus experiencias, para comprender cabalmente que aquella criatura, que vino al mundo hace alrededor de tres siglos, está llegando a sus etapas finales (Aplausos). Conviene saberlo y casi casi hay que hacerle la autopsia antes de que termine de fallecer, no vaya a ser que con él vayamos a fallecer muchos, y si se tarda un poquito más de la cuenta vayamos a desaparecer todos (Risas y aplausos).
Mencioné el patrón oro, porque desempeñó un papel muy importante en los problemas que ahora estamos afrontando. Ya próximo a finalizar la Segunda Guerra Mundial se intentaba establecer una institución que regulara e impulsara el comercio mundial; había realmente una desastrosa situación económica, consecuencia de aquella larga, destructiva y sangrienta guerra; es cuando surge el famoso y conocido acuerdo de Bretton Woods elaborado por algunos países, entre ellos los más influyentes y los más ricos.
Ya el más rico de todos era Estados Unidos, que en ese momento acumulaba el 80% del oro existente en el mundo, y ellos establecieron una moneda de cambio fija sobre la base del oro, el patrón oro-dólar, se pudiera llamar así, porque combinaron el oro con el billete norteamericano que se convirtió en la moneda de reserva internacional. Eso le dio un enorme poder y un especial privilegio a Estados Unidos, que lo ha estado usando hasta ahora en favor de sus propios intereses; le dio el poder de manejar la economía mundial, establecer las reglas, dominar en el Fondo Monetario, donde hace falta un 85% de los votos para tomar algún acuerdo, y con el 17,5% ellos pueden bloquear cualquier decisión de esa institución, y, por tanto, dominan, son prácticamente dueños del Fondo Monetario, dicen la última palabra y han logrado imponer el orden económico mundial que estamos padeciendo.
Pero antes Nixon hizo su trampa: tenían inicialmente 30 000 millones de dólares en oro, cuyo precio mantenían mediante un estricto control del mercado a 35 dólares la llamada onza troy. Pronto comenzaron a hacer gastos sin impuestos, guerras sin impuestos, en la aventura de Viet Nam gastaron más de 500 000 millones de dólares, se les estaba acabando el oro, les quedaban 10 000 millones y al paso que iban se les iba a acabar todo, y en un discurso —creo que fue el 17 de agosto de 1971— declara paladinamente que suspendía la conversión del billete norteamericano en oro.
Ellos, mediante un control riguroso del mercado, como ya dije, mantenían un precio fijo para el oro: el ya mencionado de 35 dólares la onza; si había oferta excesiva de oro, compraban; total, no les costaba nada, entregaban los billetes aquellos y recogían el oro, evitando que el precio bajara. Si había demanda excesiva de oro amenazando elevar el precio hacían lo contrario, vendían oro de sus cuantiosas reservas para abaratarlo. Muchos países apoyaban sus monedas con reservas en oro o en billetes norteamericanos. Había, al menos, un sistema monetario relativamente estable para el intercambio comercial.
Desde el momento en que Nixon, estafando a todo el mundo, a todo el que tenía un billete de esos —y el mundo tenía cientos de miles de millones como reservas en sus bancos centrales—, les dice a todos que ya no tendrían derecho a recibir en oro físico el valor que tenía cada billete norteamericano, lo hace unilateralmente, por decreto presidencial o no sé qué forma jurídica, no era ni siquiera una decisión del Congreso, suspende así el más sagrado compromiso contraído mediante un tratado internacional.
Se quedaron con el oro. Después subió el precio. El oro que les quedaba por valor de 10 000 millones de dólares, llegó a valer mucho más que los 30 000 millones que tenían inicialmente en oro físico; se quedaron además con todos los privilegios del sistema, el valor de sus bonos del tesoro, de sus billetes, que continuaron obligadamente como moneda de reserva en los bancos centrales de los países, que a ellos les costó todo lo que tuvieron que exportar para recibirlos y a Estados Unidos solo el gasto de imprimirlos. Adquirieron así un poder económico todavía mayor; en cambio, comenzaron a desestabilizar al mundo. ¿Cómo? Las demás monedas entraron en una etapa de oscilación, su valor variaba todos los días, se desata la especulación monetaria, operaciones especulativas de compra y venta de monedas, que alcanzan hoy magnitudes colosales, basadas en la constante fluctuación de sus valores. Un nuevo fenómeno había surgido y se ha hecho ya incontenible.
La especulación con las monedas, que hace solo 14 años alcanzaba 150 000 millones de dólares anuales, hoy alcanza más de un millón de millones cada día. Fíjense, no utilizo la palabra billón, porque hay un enredo armado entre el billón inglés y el español (Risas). El primero equivale a 1 000 millones; el segundo a un millón de millones. A esta cifra la llaman en Estados Unidos trillón. Acaba de surgir el millardo, que también significa 1 000 millones, para tratar de entenderse en una verdadera Torre de Babel de cifras y números, que da lugar a numerosas confusiones y errores de traducción y comprensión. Dije, y repito para que quede bien claro, que las operaciones especulativas con las monedas alcanzan ya más de un millón de millones de dólares cada día.
Ha crecido dos mil veces en 14 años, y la base de eso está en la medida que tomó Estados Unidos en 1971, que puso todas las monedas a fluctuar, dentro de ciertos límites o a fluctuar libremente. Ahora tenemos, por tanto, el capitalismo con este nuevo fenómeno, que ni siquiera en un día de la peor pesadilla de Adam Smith le pudo pasar por la mente (Risas), cuando escribió su libro sobre la riqueza de las naciones.
Surgieron igualmente otros nuevos e incontrolables fenómenos —uno que ya mencioné—, los fondos de cobertura. Sí, de esos hay cientos o miles. Calculen lo que debe estar pasando por ahí y piensen lo que significa que el Presidente de la Reserva de Estados Unidos haya dicho que uno de ellos podía haber creado una catástrofe económica en Estados Unidos y en el mundo. El sabe bien, él debe conocer con precisión la realidad. Se adivina por determinados artículos de algunas revistas conservadoras, porque estos saben, necesitan a veces decir algo para apoyar su argumentación, pero tratan de ser sumamente discretos; ya no hay, sin embargo, tanta gente boba en el mundo (Risas) y no es difícil darse cuenta de lo que no quisieron divulgar.
Una frase de una muy conocida revista británica, criticando la medida de Greenspan por lo que hizo con el famoso fondo, es interesante, dijo más o menos: Tal vez Greenspan tenía alguna información adicional. Usó, realmente, una frase que no puedo recordar ahora con exactitud, más sutil todavía, pero se podía percibir en esa revista, que no anda diciendo cosas de más y es bien experta, que sabía más que lo que decía, y que aunque no compartía la decisión sabía bien por qué el Presidente de la Reserva dijo: "Hay que salvar este fondo"; es incuestionable que tanto la revista como Greenspan conocían por qué este pensaba que podía producirse una cadena de quiebras de importantes bancos en centros estratégicos.
La cuarta personalidad que ha dejado una huella inconfundible en la última etapa del desarrollo del pensamiento económico capitalista es Milton Friedman, padre del monetarismo estricto que hoy aplican muchos países del mundo y que de modo especial el Fondo Monetario Internacional defiende, último recurso contra el fenómeno de la inflación que resurgió con extraordinaria fuerza después de Keynes.
Hay hoy de todo: depresión en unos países, inflación en otros, recetas y medidas que desestabilizan a los gobiernos. Todos en el mundo comprenden ya que el Fondo Monetario Internacional a todo país que ayuda, a todo país al que pretende ayudar, lo hunde económicamente y lo desestabiliza políticamente. Nunca pudo decirse mejor que las ayudas del Fondo Monetario Internacional son el beso del diablo (Aplausos).
Permítanme señalar algunos hechos que deseo queden en la mente de ustedes, que responden a la pregunta que me hice cuando dije: ¿Qué nos ha dejado el capitalismo y la globalización neoliberal? Después de 300 años de capitalismo el mundo cuenta con 800 millones de hambrientos, ahora, en este momento; 1 000 millones de analfabetos; 4 000 millones de pobres; 250 millones de niños que trabajan regularmente,130 millones sin acceso alguno a la educación, 100 millones que viven en la calle, 11 millones menores de 5 años, que mueren cada año por desnutrición, pobreza y enfermedades prevenibles o curables; crecimiento constante de las diferencias entre ricos y pobres, dentro de los países y entre los países; destrucción despiadada y casi irreversible de la naturaleza; despilfarro y agotamiento acelerado de importantes recursos no renovables; contaminación de la atmósfera, de los mantos freáticos, de los ríos y los mares; cambios de clima de impredecibles y ya visibles consecuencias. En el último siglo, más de 1 000 millones de hectáreas de bosques vírgenes han desaparecido y una superficie similar se ha convertido en desiertos o en tierras degradadas.
Hace 30 años casi nadie mencionaba este tema; hoy es cuestión vital para nuestra especie. No quiero mencionar más cifras. Creo que estos datos sirven para calificar un sistema que pretende la excelencia, otorgarle 100 puntos, 90, 80, 50, 25 ó tal vez menos 25. Todo es posible de demostrar de manera muy sencilla, sus desastrosos resultados pueden conceptuarse como verdades evidentes.
Frente a esto, muchos se preguntan, ¿qué hacer? Bueno, los europeos han inventado su receta, se están uniendo, han hablado de una moneda única, la han aprobado, está ya en proceso de aplicación, con grandes simpatías de Estados Unidos, según declaran los voceros de este país, tan grandes como hipócritas (Risas), porque todos sabemos que lo que quieren es que se hunda totalmente el euro, mientras afirman: "Magnífica cosa, está muy bien el euro, es una excelente idea." Bien, esa es Europa, rica, desarrollada, con un producto bruto per cápita anual en algunos países de 20 000 dólares, en otros alcanza 25 000 ó 30 000. Compárenlos con países de nuestro mundo que tienen 500, 600 ó 1 000.
¿Qué hacemos nosotros? Es una pregunta que tenemos que hacernos, dentro de este cuadro, en un momento en que nos quieren tragar. No le quepa duda a nadie de que nos quieren tragar, y no debemos esperar que haya otro milagro como aquel en que sacaron a un profeta del vientre de una ballena (Risas), porque si la ballena que tenemos al lado nos traga, nos va a digerir, realmente, completos, a toda velocidad.
Sí, este es nuestro hemisferio, y estamos hablando aquí, nada menos que en Venezuela, nada menos que en la tierra gloriosa donde nació Bolívar, donde soñó Bolívar (Aplausos), donde concibió la unidad de nuestros países y trabajó por ella, cuando un caballo tardaba tres meses en ir desde Caracas hasta Lima y no había teléfonos celulares, ni aviones, ni carreteras, ni computadoras, nada de eso, y, sin embargo, concibió, vio ya el peligro de lo que podían significar aquellos, que eran unas pocas colonias recién independizadas en el norte lejano; previó, fue profeta. "Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad", dijo un día; lanzó la idea de la unidad de nuestros pueblos y luchó por ella hasta su muerte. Si entonces podía ser un sueño, hoy es una necesidad vital (Aplausos).
¿Cómo, a nuestro juicio, pueden ir saliendo las soluciones? Son difíciles, bien difíciles. Los europeos, como dije, han trazado sus pautas y están en fuerte competencia con nuestro vecino del Norte, eso es clarísimo, fortísima y creciente competencia; Estados Unidos no quiere que nadie interfiera sus intereses en este que considera su hemisferio, lo quieren absolutamente todo para ellos. China, por su parte, en el Lejano Oriente, constituye una inmensa nación; Japón, un poderoso país industrial.
Como pienso que la globalización es un proceso irreversible y que el problema no está en la globalización, sino en el tipo de globalización, es por lo que me parece que en este difícil y duro camino, para el cual no disponen los pueblos, realmente, de mucho tiempo, desde mi punto de vista, tendrán que producirse uniones, acuerdos, integraciones regionales, y los latinoamericanos casi casi son los que más tienen que apurarse en la lucha por la integración; pero ya no solo de América Latina, sino de América Latina y el Caribe (Aplausos). Ahí están nuestros hermanos de lengua anglófona del Caribe, los países del CARICOM, pequeñitos, llevan apenas unos años de independencia y se han portado con una dignidad impresionante.
Lo digo por la conducta que han tenido con Cuba. Cuando todo el mundo en América Latina, por presiones de Estados Unidos, rompió con nuestro país, absolutamente todos con excepción de México, fueron los caribeños al cabo de los años los que abrieron brecha, junto a Torrijos, y lucharon por romper el aislamiento de Cuba, hasta este momento en que Cuba tiene ya relaciones con la inmensa mayoría de los países latinoamericanos y del Caribe (Aplausos). Los conocemos y los apreciamos, no pueden quedar en el olvido, no pueden quedar en manos de la OMC y sus acuerdos; no pueden quedar a merced de empresas transnacionales norteamericanas del banano, tratando de arrancarles las pequeñas preferencias que tanto necesitan. Este mundo no se puede arreglar haciendo tablas rasas, ese es el método yanki, arrancarlo todo de raíz.
Varios de esos países viven de sus plantaciones, producen solo el 1% del banano que se comercia, máximo el 2%, no es nada, y el gobierno de Estados Unidos, para proteger a una transnacional norteamericana que posee plantaciones en Centroamérica, interpuso un recurso ante la OMC, y además lo ganó; ahora están los caribeños muy preocupados, porque les quitan las preferencias por esas vías y porque les tratan de liquidar la Convención de Lomé, en virtud de la cual disfrutan de algunas consideraciones mínimas, como excolonias y países desesperadamente necesitados de recursos para el desarrollo, que es injusto arrebatarles.
No se puede tratar igual a todos los países, con muy distintos niveles de desarrollo. No se pueden ignorar las desigualdades. No se puede aplicar una receta para todos. No se puede imponer una sola vía. Y de nada valen fórmulas para regular y desarrollar las relaciones económicas internacionales si es para beneficiar exclusivamente a los más ricos y poderosos. Tanto el Fondo Monetario como la OMC, quieren hacer tabla rasa con todo.
La OCDE, club exclusivo de los ricos, estaba elaborando, prácticamente en secreto, un acuerdo multilateral de inversiones con carácter supranacional, para establecer las leyes relacionadas con las inversiones extranjeras. Digamos, una especie de Helms-Burton a nivel mundial. Y calladitos, ya lo tenían casi totalmente elaborado, hasta que una organización no gubernamental se hizo con una copia del proyecto, la sacó por Internet, se divulgó por el mundo, se produjo un escándalo en Francia, que rechazó el proyecto de acuerdo, rechazaron aquel acuerdo —al parecer no le habían prestado mucha atención a lo que se estaba cocinando en la OCDE—, después creo que también los australianos hicieron lo mismo, y fue abajo el proyecto elaborado con tanto secreto. Así se proyectan y elaboran importantes y decisivos tratados internacionales.
Después lo ponen sobre una mesa, el que quiera suscribirlo que lo suscriba y el que no, ya sabe lo que le pasa (Risas).
No discutieron una palabra con los países que tenían que aplicar tales ineludibles normas. Así se nos trata. Así se manejan los intereses más vitales de nuestros pueblos.
Van a seguir. Tendremos que estar con ojos muy abiertos y siempre alertas con relación a esas instituciones. Hay que decir que nos estaban haciendo una gran trampa, se ha impedido por el momento; pero seguirán inventándose cosas que harían más difíciles todavía nuestras condiciones de vida. Ya no se trataba solo de ponernos a competir a todos y todo el mundo haciendo desesperadas concesiones en todos los terrenos; con el Acuerdo Multilateral de Inversiones se buscaba invertir en las condiciones que les dé la gana, respetando, si quieren, el medio ambiente o envenenando todos los ríos de cualquier país, destruyendo la naturaleza, sin que nadie les pueda exigir nada. Sin embargo, en la OMC los países del Tercer Mundo somos mayoría y podemos luchar por nuestros intereses, si logramos evitar que nos engañen y nos dividan. Cuba no pudo ser excluida porque estaba en ella desde que se fundó. A los chinos no los quieren dejar entrar, por lo menos les hacen una resistencia tremenda (Risas). Los chinos realizan grandes esfuerzos por entrar en la OMC, porque a un país que no pertenezca a esa institución le pueden aplicar un arancel de 1 000 por 100 y bloquear totalmente sus exportaciones. Los países más ricos establecen las reglas y requisitos que más les convienen.
¿Qué les conviene? ¿A qué aspiran? A que un día no haya tarifas arancelarias, esto se añade al sueño de que sus inversiones no paguen impuestos al fisco nacional, o disfruten un montón de años libres de impuestos, mediante concesiones leoninas arrancadas a un mundo subdesarrollado, sediento de inversiones: libre derecho de hacer lo que les dé la gana en nuestros países con sus inversiones sin restricción alguna; libre circulación de capitales y mercancías en todo el mundo, excluida, por supuesto, esa mercancía que se llama hombre del Tercer Mundo, el esclavo moderno, la mano de obra barata, que tanto abunda en nuestro planeta, que inunda las zonas francas en su propia tierra o barre calles, recoge productos hortícolas, y realiza los trabajos más penosos y peor pagados cuando es admitido legal o ilegalmente en antiguas metrópolis y sociedades de consumo.
Ese es el tipo de capitalismo global que nos quieren imponer. Nuestros países, repletos de zonas francas, no tendrían otro ingreso que el magro salario de los que tengan el privilegio de encontrar empleo, mientras un montón de multimillonarios acumulan fortunas y fortunas que no se sabe siquiera hasta adónde van a llegar.
El hecho de que un ciudadano norteamericano, por talentoso y sabio que sea en materias técnicas y de negocios, posea una fortuna de 64 000 millones de dólares equivalente al ingreso anual de más de 150 millones de personas que viven en los países más pobres, no deja de ser algo asombrosamente desigual e injusto; que ese capital se haya acumulado en unos pocos años, porque cada tres o cuatro se haya estado duplicando el valor de las acciones de las grandes empresas norteamericanas, en virtud del juego de las operaciones bursátiles que inflan el precio de los activos hasta el infinito, demuestra una realidad que no puede ser calificada de racional, sostenible y soportable. Alguien paga todo eso: el mundo, las cifras siderales de pobres y hambrientos, enfermos, analfabetos y explotados que pueblan nuestra Tierra.
¿Qué año 2000 vamos a celebrar nosotros, y en qué clase de nuevo siglo vamos a vivir? Aparte de que el 31 de diciembre no se acaba este siglo. La gente se ha autoengañado porque quiere, ya que realmente el último año de este siglo es el 2000 y no 1999 (Aplausos). Sin embargo, habrá fiestas, y entonces creo que algunos deben estar muy contentos de celebrar, de modo especial, el 31 de diciembre de 1999 y el 31 de diciembre del año 2000, y los que venden turrones, bebidas, regalos de Navidad, Santa Claus y todas esas cosas van a hacer enormes negocios con dos años de fin de siglo en vez de uno (Risas). Francia venderá más champaña que nunca.
Yo estoy tranquilo. Ya este que nos condujo a 1999 lo tuve que pasar escribiendo un discurso, lo que tiene ciertas ventajas, porque no le entra a uno la tentación de abordar argumentos y temas adicionales, y se rige estrictamente por lo que se ha prometido a sí mismo. En eso estaba yo a las 12:00 de la noche de este 31 de diciembre; pero estaba contento, íbamos a cumplir 40 años de una revolución que no pudieron vencer (Aplausos prolongados). Estaba realmente feliz, para qué les voy a contar otra cosa.
El mundo esperará el siglo XXI con unos individuos viviendo bajo los puentes de Nueva York, envueltos en papeles mientras otros amasan fortunas gigantescas. Hay muchos megamillonarios en ese país, pero son incomparablemente más los que viven debajo de los puentes, en los umbrales de las edificaciones o en viviendas precarias; existe pobreza crítica para millones de personas en los propios Estados Unidos, que no puede enorgullecer a los fanáticos defensores del orden económico impuesto a la humanidad.
Hace unos días estuve conversando con una delegación norteamericana que nos visitó en Cuba, personas realmente informadas, amistosas y destacadas —en ese grupo había religiosos y también científicos—, las que me contaron que en el Bronx estaban promoviendo la construcción de un hospital pediátrico. Les digo: "¿En el Bronx no hay un solo hospital pediátrico?" Dicen: "No." "¿Y cuántos niños tiene el Bronx?", les pregunto. Contestan: "Cuatrocientos mil niños." De modo que hay 400 000 niños allí, en una ciudad como Nueva York, muchos de ellos de origen puertorriqueño, hispanos en general, y negros, que no tienen un hospital pediátrico.
Pero me dijeron algo más: "Hay 11 millones de niños norteamericanos que no tienen asegurada la asistencia médica." Vean, se trata en general de niños negros, mestizos, indios o hijos de inmigrantes de origen hispano. No vayan a creer que en aquella sociedad la discriminación se origina solo por el color de la piel, no, no, no; sean trigueños o rubios, las damas o los caballeros, muchas veces son despreciados, simplemente por ser latinoamericanos (Aplausos).
Alguna vez pasé por aquel país, alguna vez me senté en alguna cafetería, o me alojé en esos moteles situados a la orilla de las carreteras, y percibí en más de una ocasión el trato despectivo; casi se sentían rabiosos cuando un latino llegaba allí. Recibía la impresión de una sociedad que albergaba mucho odio.
Los 11 millones de niños sin servicios médicos garantizados pertenecen, en gran parte, a esas minorías que residen en Estados Unidos. Son los que tienen índices de mortalidad infantil más elevados. Yo les pregunté cuánto era en el Bronx, y me dijeron que creían que era alrededor de 20 ó 21 en el primer año de vida; que hay otros lugares peores —en Washington mismo no sé cuánto había—, y en áreas de inmigrantes hispanos mueren 30 ó treinta y tantos. Eso no es parejo.
Ellos tienen mayor mortalidad infantil que Cuba. El país bloqueado, al que le hacen la guerra y al que le robaron 3 000 médicos tiene hoy una mortalidad infantil de solo 7,1 por cada 1 000 nacidos vivos en el primer año de vida (Aplausos). Son mejores nuestros índices, y es muy similar el nivel en todo el país; algunas provincias tienen 6, y no es la capital precisamente; otras pueden tener 8, pero está dentro de ese rango, dos o tres puntos de diferencia con la media nacional, porque existe una medicina realmente extendida a todos los sectores sociales y regiones.
Desde que comenzó el período especial, en estos ocho terribles años, pudimos sin embargo reducirla de 10 a 7,1 que fue la de 1998 (Aplausos). Una reducción de casi el 30%, a pesar, debo decirles, de que, cuando entramos en esa difícil prueba, al derrumbarse el campo socialista, y la URSS especialmente, con los que teníamos la mayor parte de nuestro comercio, mientras por otro lado se arreciaba la guerra económica de Estados Unidos contra Cuba, en 1993, por ejemplo, por muchos esfuerzos que hicimos, de casi 3 000 calorías diarias per cápita que consumía nuestra población se había reducido a 1 863, y de unos 75 gramos de proteína diarios de origen vegetal o animal se redujo a 46 gramos aproximadamente. ¡Ah!, pero quedó garantizado a toda costa, entre otras cosas esenciales, el litro de leche, y bien barato, subsidiado, para todos los niños hasta los 7 años de edad (Aplausos).
Nos las hemos arreglado para apoyar a los más vulnerables; si hay una sequía fuerte u otra catástrofe natural, proteger a todos, pero especialmente a los niños y a las personas de más edad, buscar de donde sea algunos recursos.
Entre los avances que ha tenido nuestra Revolución, en pleno período especial, ha estado crear un conjunto de nuevos centros científicos de gran importancia. Produce nuestro país el 90% de los medicamentos que consume, aunque tiene que importar determinadas materias primas y traerlas desde lugares distantes. Tenemos escaseces de medicamentos, no lo niego, pero se ha hecho el máximo para que los más esenciales no falten nunca, una reserva central, por si un día falla alguno o se pierde, y estamos tratando de hacer una segunda. Son medidas, porque hay que prever, proteger a los que puedan tener más problemas. Desde luego, también es posible recibir medicamentos enviados por familiares desde el exterior, damos todas las facilidades, no se cobra absolutamente nada, no hay ninguna tarifa que pagar por eso; pero no dejamos de realizar los mayores esfuerzos para que el Estado pueda garantizarle a toda nuestra población esos recursos.
A pesar de la referida reducción en los alimentos, pudimos rebajar el índice de mortalidad infantil, como les dije, un 30%; pudimos mantener e incluso elevar la perspectiva de vida; por otro lado, no se cerró una escuela (Aplausos); no se canceló una sola plaza de maestro, por el contrario, están abiertas las facultades de pedagogía para todos los que quieran matricularse (Aplausos).
Debo advertir, para que no se vaya a producir alguna confusión, que no hemos podido hacer lo mismo en todas las carreras. En medicina tuvimos que establecer ya ciertos límites, pero buscando todavía más preparación, más calidad en los que ingresaban, porque graduamos a muchos médicos en nuestra pelea contra el vecino y les dimos autorización incluso para emigrar si así lo deseaban. Librando la batalla llegamos a crear 21 facultades universitarias de medicina (Aplausos).
Ahora mismo les estamos ofreciendo 1 000 becas a jóvenes centroamericanos para que se formen como médicos en nuestro país (Aplausos) y 500 adicionales cada año durante 10 años; estamos creando una facultad latinoamericana de medicina (Aplausos y exclamaciones). Con las reducciones que hemos hecho en los gastos, incluso, de la defensa, a pesar de los peligros que nos acechan, los edificios de una excelente escuela de formadores de capitanes y técnicos navales, militares y civiles, que pasa a otra instalación, serán destinados a la nueva facultad de medicina que en marzo estará lista, y los primeros estudiantes centroamericanos estarán llegando para un curso de seis meses de preparación premédica, a fin de refrescar conocimientos y evitar mortandad académica. En septiembre estarán estudiando su primer año de medicina más de 1 000 jóvenes de Centroamérica (Aplausos). No sé si haga falta añadir que de forma absolutamente gratuita (Aplausos).
Tal vez, y no lo tomen como un comercial a favor de Cuba, sino que está relacionado con las ideas que estoy planteando de lo que puede hacerse con muy poco, deba decirles que les ofrecimos 2 000 médicos a los países centroamericanos afectados por el huracán Mitch (Aplausos); y hemos planteado que nuestro personal médico está listo, que si algún país desarrollado o varios —y ha habido determinadas respuestas— suministraban los medicamentos, podríamos salvar en Centroamérica todos los años, fíjense, ¡todos los años!, tantas vidas como las que se perdieron con el huracán, suponiendo que el huracán hubiese costado no menos de 30 000 vidas, como se dijo, y que de las que se salvarían alrededor de 25 000 serían niños.
Tenemos los cálculos y muchas veces cuestan centavos los medicamentos para salvar a un niño; lo que vale algo que no se puede pagar a ningún precio es el médico formado con una conciencia que lo lleva a trabajar en las montañas (Aplausos), en los lugares más apartados, en las zonas pantanosas, llenas de cuantos insectos puede haber, víboras, mosquitos y algunas enfermedades que no existen en nuestro país, y ninguno vacila. La inmensa mayoría de los médicos se han ofrecido voluntarios para la tarea, los tenemos listos, y hay ya en este momento alrededor de 400 trabajando en Centroamérica; y en Haití, al cual le hicimos el mismo ofrecimiento después del huracán Georges, ya se encuentran alrededor de 250 médicos.
En Haití el porcentaje de vidas salvables es mayor, porque la mortalidad infantil en los primeros años de vida es de 130 ó 132; es decir que reduciéndola a 35 —y en nuestro país se sabe de memoria cómo hacerlo— se estarían salvando alrededor de 100 niños por cada 1 000 nacidos vivos cada año. Por eso el potencial es mayor. Su población es de 7 millones y medio de habitantes, un número muy elevado de nacimientos, y, por lo tanto, un médico allí salva más vidas. En Centroamérica el índice promedio en los países afectados por el huracán está entre 50 y 60, es casi la mitad del potencial de vidas salvables.
Les advierto que hicimos estos cálculos conservadoramente, hay una reserva por encima de las cifras mencionadas y un planteamiento: no queremos a nuestros médicos en las ciudades, no los queremos sobre el asfalto, porque no deseamos que ningún médico, en ninguno de esos países, se sienta afectado de alguna forma por la presencia de los médicos cubanos, porque estos van a prestar servicios en aquellos lugares donde no haya ningún médico y donde no quiera ir ninguno. Al contrario, hemos planteado las mejores relaciones con los médicos nacionales, la cooperación con ellos; sea un médico privado o no, si tienen que verle un caso de su interés que lo vean.
Hemos planteado que es indispensable la colaboración con los médicos y también la colaboración con todos los sectores. Allí nuestros médicos no van a predicar ideas políticas, van a cumplir una misión humana, es su tarea. También la cooperación con sacerdotes y pastores, pues hay muchos de ellos desempeñando su misión en apartados lugares; algunos de nuestros primeros médicos fueron a parar a las instalaciones de alguna parroquia.
Así, en realidad, están trabajando coordinadamente, nos place mucho; en lugares intrincados, donde hay indios que hablan su idioma con un gran sentido de la dignidad, y campesinos que viven en aldeas, donde es más fácil el trabajo que en la propia Cuba, porque en nuestro país viven aislados en las montañas, y el médico debe visitarlos periódicamente, por norma, tiene que caminar mucho. Una aldea, en cambio, puede ser recorrida tres veces en un día.
Se está llevando a cabo un programa allí que es una prueba muy elocuente de cuánto puede hacerse con un mínimo de recursos materiales, y lo más importante —eso no lo saben aquellos caballeros, los señores que dirigen las instituciones financieras que he mencionado— es que hay un capital que vale mucho más que todos sus millones, el capital humano (Aplausos).
Cualquier día me encuentro con algunos de esos auxiliares de Bill Gates, que es campeón de computación, y le hago una pregunta: ¿Usted podría averiguar cuántos norteamericanos han prestado servicios en el exterior desde que se crearon los Cuerpos de Paz?, para saber si por casualidad son más que el número de cubanos que lo ha hecho, como fruto del espíritu generoso y solidario de esa isla y ese pueblo tan calumniado, tan ignorado, al que se le hace la guerra que no se les hizo a los fascistas del apartheid —me refiero a la guerra económica. Conozco a norteamericanos que son gente decente, altruista, los conozco, y es un mérito muy grande que allí, donde el sistema no siembra más que el egoísmo y el veneno del individualismo, haya mucha gente altruista, por una razón o por otra; a esos norteamericanos los respeto. He conocido a algunos de los que han estado en esos Cuerpos de Paz; pero estoy seguro de que ellos no podrían movilizar, desde que se crearon, los que pudo movilizar Cuba.
Cuando en Nicaragua nos solicitaron una vez 1 000 maestros —después fueron un poco más—, pedimos voluntarios y se ofrecieron 30 000, y cuando las bandas de la guerra sucia contra los sandinistas, organizadas y suministradas por Estados Unidos, asesinaron a algunos de nuestros maestros —que no estaban en las ciudades, sino en los lugares más apartados de los campos y viviendo en las condiciones en que vivían los campesinos—, entonces se ofrecieron 100 000 (Aplausos). ¡Eso es lo que quiero decir! Y añado que la mayoría de los que fueron eran mujeres, porque es mayoritario el número de mujeres en esa profesión (Aplausos).
Por eso hablo de ideas, por eso hablo de conciencias, por eso creo en lo que digo, por eso creo en el hombre, porque cuando tan masivamente fueron capaces de ir o estuvieron dispuestos a ir a esos lugares tantos compatriotas nuestros, se demostró que la conciencia y la idea de la solidaridad y del internacionalismo pueden llegar a ser masivas (Aplausos).
Completo la idea. Ya les dije que nos llevaron la mitad de los médicos y más de la mitad de los profesores de la única facultad de medicina que había en Cuba. Aceptamos el desafío, no hay nada como el desafío, y hoy Cuba tiene 64 000 médicos, 1 médico cada 176 habitantes (Aplausos), el doble de médicos per cápita que el más industrializado de todos los países del Primer Mundo. Y lo que no les dije es que desde que comenzó el período especial hasta hoy hemos incorporado 25 000 nuevos médicos a las instituciones de salud y fundamentalmente a las comunidades de todo el país en ciudades, campos, llanos y montañas. ¡Eso se llama capital humano!
Al hombre es mucho más fácil conquistarlo que comprarlo (Aplausos); es mucho más fácil conquistarlo, afortunadamente, porque la administración de Estados Unidos, con su llamada flexibilización del bloqueo, que constituye un verdadero engaño para el mundo, lo que ha planteado prácticamente es que cada norteamericano compre a un cubano (Risas). Digo: Bueno, vamos a aumentar de precio (Risas), porque hay 27 norteamericanos para cada cubano. A este gobierno, después de haber hecho contra nuestro país todo lo que ha hecho, endureciendo su guerra económica bajo la presión de la extrema derecha, se le ocurrió la última idea: ver cómo nos compra uno por uno (Risas); pero ya no al ministro o a otro dirigente administrativo o político, sino al ciudadano común y corriente, dándole permiso a cualquier norteamericano —claro, siempre aprobado previamente por ellos—, para enviar alguna remesa de dinero a un cubano, aun cuando no tenga parentesco alguno con él.
Digo: Muy bien, ahora ya sabemos que valemos algo por lo menos (Risas), porque hay gente que quiere pagar algo por nosotros, un gobierno riquísimo que lanza la consigna de comprarnos. Hay 4 000 millones de pobres en el mundo y no pagan ni un centavo por alguno de ellos (Risas y aplausos). Han elevado nuestra cotización en el mercado.
Les cuento esto porque estamos extendiendo nuestro programa de asistencia médica a Suriname, que ya solicitó más de 60 médicos. Hasta en una región de Canadá, una provincia autónoma, sus autoridades nos solicitaron médicos. Dicen: Es que no los encontramos aquí para prestar servicios en el círculo polar ártico, no quieren venir. Les dijimos inmediatamente: Sí. Discutan con su gobierno, porque eso es asunto suyo. Claro, ya tendrían que ir en otras condiciones, por supuesto, no por negocio, sino por una elemental lógica tratándose de un país industrializado; sus servicios serían razonables aunque modestamente remunerados, ya que no es el interés económico lo que mueve nuestra conducta, sino un sincero deseo de cooperación internacional en el campo de la salud donde disponemos de los recursos humanos suficientes.
Si el dirigente canadiense logra vencer los obstáculos para que vayan los médicos, vamos a tener médicos cubanos desde la selva del Amazonas hasta el círculo polar ártico (Aplausos). Mas nuestro esfuerzo se concentra en el Tercer Mundo; les pagamos a nuestros médicos el modesto salario que reciben en nuestro país. Es bueno, nos alegramos, los médicos están muy contentos de esta tarea; poseen una elevada moral y gran tradición internacionalista.
De otros lugares ya nos han estado solicitando cooperación. Así la idea que surgió para ayudar a Haití y siguió por Centroamérica, ahora nos damos cuenta de que se va extendiendo por Latinoamérica y el Caribe. No tenemos dinero, pero tenemos capital humano (Aplausos).
No lo tomen por una jactancia, pero tendrían que reunir todos los médicos de Estados Unidos, no sé cuántos son, para ver si consiguen 2 000 voluntarios dispuestos a marchar a los pantanos, montañas y lugares inhóspitos donde van los médicos nuestros. Valdría la pena una pruebita para verlo, aunque sé que hay médicos altruistas también allí, no lo niego; pero reunir 2 000, salir de aquel nivel de vida de la sociedad de consumo e ir a parar a un pantano de la Mosquitia que ni los conquistadores españoles soportaban, que ya es mucho decir (Risas y aplausos), tal vez no puedan lograrlo. Allí están, sin embargo, los médicos cubanos: capital humano.
Si de cada tres médicos sacamos uno, el programa que les hemos ofrecido a Haití y a Centroamérica lo podríamos ofrecer a todo el resto de América Latina donde existan condiciones parecidas, a todos los lugares donde mueran niños y mueran personas adultas porque no tienen asistencia médica, y donde no vaya nadie. Lo hemos planteado; lleva ese camino, por lo que veo, pero nuestro país puede dar respuesta. ¡Vean qué capital humano se puede acumular!
¿Cuántas vidas pueden salvarse? Nosotros hemos planteado y propuesto públicamente la idea de concertarnos los países de nuestra región para salvar un millón de vidas todos los años, entre ellas las de cientos de miles de niños. Hasta puede calcularse con precisión cuánto cuesta salvar el millón de vidas, y las de los niños son las que menos cuestan, porque ya cuando tenemos algunos años necesitamos utilizar más placas radiológicas, análisis de laboratorios, comprar más medicamentos y todo eso; los muchachos sobreviven casi solos cuando han rebasado los primeros años, a veces una vacuna que vale centavos salva una vida, la misma de la poliomielitis es una prueba.
Hemos hecho ese planteamiento de que un millón de vidas pueden salvarse cada año con un poco de dinero, de ese que se despilfarra en gastos suntuarios a montones, y que los médicos están disponibles. Pueden sobrar todos los medicamentos de Europa y no salvan el millón de vidas si no existen los 15 000 ó 20 000 médicos que harían falta para llevar a cabo un programa como ese.
Les hablo de esto, hay que razonarlo, para que conozcan qué es hoy Cuba, por qué es así Cuba y cuáles son las normas que prevalecen en Cuba, tan miserablemente calumniada en lo que se refiere a derechos humanos; el país donde en 40 años de Revolución no ha habido jamás un desaparecido, donde no ha habido jamás un torturado (Aplausos), donde no existen escuadrones de la muerte ni se ha producido un solo asesinato político o cosas parecidas; como no hay ancianos desamparados, niños abandonados por las calles o sin aulas ni maestros, ni persona alguna olvidada ni abandonada a su suerte.
Sabemos bien lo que ha ocurrido en algunos lugares donde llegaron nuestros vecinos del Norte, como los que organizaron en Centroamérica el derrocamiento del gobierno de uno de los países más importantes de la región el año 1954, allí se instalaron sus asesores con sus manuales de torturas, de represión y de muerte; durante muchos años la categoría de presos no existía, no se conocía, solo muertos y desaparecidos. ¡Cien mil desaparecidos en un solo país!, más 50 000 muertos adicionales. Podríamos agregar lo ocurrido en otros numerosos países con las torturas, los asesinatos, los desaparecidos, las reiteradas intervenciones militares norteamericanas con cualquier pretexto o sin pretexto alguno. Ellos no se acuerdan, de eso no hablan, han perdido la memoria; nosotros ante la experiencia terrible vivida por los pueblos de nuestra América, les lanzamos el reto, vamos a demostrar con hechos, con realidades, quiénes tienen un sentido humano de la vida, quiénes tienen verdaderos sentimientos humanitarios, y quiénes son capaces de hacer algo por el hombre y no mentiras, consignas, desinformación, hipocresía, engaño y todo lo que han estado haciendo en nuestra región a lo largo de este siglo (Aplausos).
Sé que ustedes no necesitan que yo les aclare esto, pero ya que abordé el tema siento el deber de decirlo, porque cuántas veces se habrán encontrado con personas desinformadas, creyendo aunque sea una parte de las toneladas de mentiras y de calumnias que han lanzado contra nuestro país, para golpearnos, para reblandecernos, para aislarnos, para dividirnos. ¡No han logrado dividirnos ni lo lograrán! (Aplausos.)
Les he dicho estas cosas, así, con la mayor intimidad. No podía venir a hablarles como en 1959 de organizar una expedición para resolver los problemas en un país vecino (Risas); sabemos muy bien que hoy ningún país solo puede, por sí mismo, resolver sus problemas, es la realidad en este mundo globalizado. Aquí se puede decir: Nos salvamos todos o nos hundimos todos (Aplausos).
Martí dijo: "Patria es humanidad", una de las más extraordinarias frases que pronunció. Nosotros tenemos que pensar así, ¡patria es humanidad!
Recuerdo en la historia de Cuba el caso de un oficial español que durante la Guerra de los Diez Años, la primera contienda por la independencia de Cuba, cuando el gobierno español fusiló ocho inocentes estudiantes de medicina, acusándolos de que habían profanado la tumba de un extremista de derecha, en gesto imperecedero de indignación y protesta quebró su espada y exclamó: "Antes que la patria está la humanidad" (Aplausos). Claro, que hay partes de esa humanidad más cercanas y otras más lejanas. Cuando hablamos de humanidad pensamos, en primer término, en nuestros hermanos latinoamericanos y caribeños, a los que no olvidamos nunca (Aplausos), y después, en cuanto al resto de esa humanidad que habita nuestro planeta, tendremos que aprender ese concepto, esos principios —no solo aprenderlos, sino sentirlos y practicarlos— contenidos en la frase de Martí.
Primero tenemos el deber de unirnos los pueblos latinoamericanos sin perder un minuto; los africanos tratan de lograrlo; los del sudeste asiático tienen la ASEAN y buscan formas de integración económica, y Europa lo hace aceleradamente. Es decir, en las distintas regiones del mundo habrá uniones subregionales y regionales.
Bolívar soñaba con una unión regional amplia, desde México hasta Argentina. Como ustedes saben, el Congreso Anfictiónico fue saboteado por los caballeros del Norte, que además se opusieron a la idea bolivariana de enviar una expedición al mando de Sucre para liberar a la isla de Cuba, algo indispensable para eliminar todo riesgo de amenaza y contraataque de la temible y tenaz metrópoli española; así que no fuimos olvidados en la historia de Venezuela (Aplausos). Hoy, que alcanzamos liberarla del dominio de una potencia mucho más poderosa, nuestro deber más sagrado es defenderla en aras de los intereses y la propia seguridad de nuestros hermanos de este hemisferio.
Está claro que hay que trabajar en diversas formas de cooperación e integración posible, paso a paso, pero pasos rápidos, si es que queremos sobrevivir como entidad regional, que posee la misma cultura, idioma, tantas cosas en común, como no posee Europa; porque no sé cómo se entenderá un italiano con un austriaco (Risas) o con un finlandés, un alemán con un belga o un portugués, y ya han creado, sin embargo, la Unión Europea y avanzan rápidamente hacia una mayor integración económica y la total unión monetaria. ¿Por qué considerarnos incapaces de ir pensando, por lo menos, en fórmulas de ese tipo? ¿Por qué no alentar todas las tendencias unitarias e integracionistas en todos los países de nuestro idioma, de nuestra cultura, de nuestras creencias, de nuestra sangre mestiza, que corre por las venas de la inmensa mayoría? Y cuando no existe el mestizaje en la sangre, tiene que existir el mestizaje en el alma (Aplausos).
¿Qué eran aquellos que libraron la batalla de Ayacucho? Llaneros y caraqueños, venezolanos de oriente y de occidente, colombianos, peruanos y ecuatorianos, unidos fueron capaces de hacer lo que hicieron. No faltó la inolvidable cooperación de argentinos y chilenos. Nuestro mayor pecado es haber perdido después casi 200 años.
Dentro de 11 años se cumple precisamente el 200 aniversario de la proclamación de independencia de Venezuela y después, sucesivamente, la de los demás países. ¡Casi doscientos años! ¿Qué hemos hecho en esos 200 años, divididos, fragmentados, balcanizados, sometidos? Es más fácil dominar a los siete enanitos que dominar a un boxeador, digamos, aunque sea de peso ligero (Risas). Ellos han querido conservarnos como vecinos enanos y divididos para mantenernos dominados.
Hablaba de la necesidad de unidad no solo de Suramérica sino de Centroamérica y del Caribe, y es un momento especial para afirmarlo, a la luz de lo que está ocurriendo en Venezuela. Han querido dividirnos. La gran potencia del Norte lo que quiere es ALCA y nada más; Acuerdo de Libre Comercio y fast-track —fast-track quiere decir rápido, tengo entendido, ¿no? Paso rápido. Sí, también estoy recomendando un fast-track para nosotros, paso rápido para unirnos (Aplausos). La respuesta latinoamericana al fast-track del Norte debe ser el fast-track del Centro y del Sur (Aplausos).
A Brasil hay que apoyarlo, alentarlo. Es que nosotros sabemos muy bien que a Estados Unidos no le agrada nada que exista ni siquiera un MERCOSUR; esta unión constituye un embrión importante de unidad más amplia y puede crecer. Hay ya otros países vecinos que no están muy lejos de acercarse al MERCOSUR. Nosotros lo concebimos como una unión subregional, como un paso para una unión regional, primero de Suramérica, y después otro paso, y lo más rápido posible, para que abarque también al Caribe y Centroamérica.
Pensamos en la necesidad de avanzar en los contactos, la concepción, la concertación y cuantos pasos prácticos se puedan ir dando en esa dirección, antes de permitirnos el lujo de entrar a considerar la creación de una moneda común. Elaborar ideas y conceptos es, a nuestro juicio, en ese terreno, lo más que podemos hacer en lo inmediato. Mientras tanto, evitar a toda costa el suicidio político y económico de sustituir nuestras monedas nacionales por la moneda norteamericana, cualesquiera que fuesen las dificultades y fluctuaciones que nos haya impuesto el orden económico actual. Eso significaría simple y llanamente la anexión de América Latina a Estados Unidos. Dejaríamos de ser considerados como naciones independientes y renunciaríamos a toda posibilidad de participar en la conformación del mundo del futuro. Unirnos, reunir y ampliar fuerzas es ineludible en las actuales circunstancias.
Ahora tendrá lugar la reunión de los Estados de la cuenca del Caribe, en el mes de abril, en República Dominicana; después, casi de inmediato, reunión en Río de Janeiro con la Unión Europea. Tenemos determinados intereses comunes con los europeos, cosas que les interesan a ellos de nosotros y cosas de ellos que nos interesan a nosotros. Vivir esclavizados por una sola moneda, como estamos ahora, es una tragedia, y nos alegramos de que le surja con el euro un rival al campeón olímpico, al que tiene la medalla de oro (Risas).
Fortalecer las Naciones Unidas es otra necesidad impostergable. Hay que democratizar las Naciones Unidas, darle a la Asamblea General, donde están representados absolutamente todos los países que la integran, la máxima autoridad, las funciones y el papel que le corresponde; hay que poner fin a la dictadura del Consejo de Seguridad y a la dictadura dentro del Consejo de Seguridad que en él ejerce Estados Unidos (Aplausos). Si no se puede suprimir el veto, porque los que tienen la última palabra para una reforma de ese tipo son precisamente los que ostentan el derecho a vetarla, exijamos fuertemente que al menos el privilegio se comparta, y que en vez de cinco se incremente adecuadamente el número de miembros permanentes, en correspondencia con la forma en que se ha elevado la cantidad actual de miembros y los grandes cambios que han ocurrido en 50 años, de modo que el Tercer Mundo, donde gran número de países surgieron como Estados independientes después de la Segunda Guerra Mundial, pueda participar con igualdad de prerrogativas, en ese importante órgano de Naciones Unidas. Hemos defendido la idea de exigir dos para América Latina y la cuenca del Caribe, dos para África y dos para el área subdesarrollada de Asia, como mínimo. Si dos no bastasen, podría elevarse el número hasta tres, en una o más regiones de las mencionadas. Somos la inmensa mayoría en la Asamblea General de Naciones Unidas. No podemos permitir que se nos siga ignorando.
No nos opondríamos a que ingresaran otros países industrializados; pero le damos prioridad absoluta a la presencia, en el Consejo de Seguridad, de representantes permanentes de América Latina y el Caribe y las demás regiones señaladas, con las mismas prerrogativas que tengan todos los demás miembros permanentes de ese Consejo (Aplausos). Si no, vamos a tener tres categorías de miembros: permanentes con derecho a veto, permanentes sin derecho a veto, y otros no permanentes. A esto se ha añadido una locura, más bien un invento de Estados Unidos para dividir y con ello preservar los privilegios de su status actual, a la vez que reducir las prerrogativas de los posibles nuevos miembros permanentes: la idea de rotar dicha condición entre dos o más países por región. En fin, reducir a cero, a nada, a simple sal y agua, la vital reforma.
Regúlese de otra forma, si se quiere, la irritante prerrogativa del veto, exíjase un mayor número de miembros para poder aplicarlo, bríndesele a la Asamblea General la posibilidad de participar en las decisiones fundamentales. ¿No sería esto lo más democrático y justo?
Allí hay que dar una batalla. Hace falta la unión de todos los países del Tercer Mundo, eso les decimos a los africanos cuando nos reunimos con ellos, a los asiáticos, a los caribeños, a todos, en todos los organismos internacionales: en Naciones Unidas, en las reuniones del Movimiento de Países No Alineados, en las reuniones de Lomé, en el Grupo de los 77, en todas partes. Somos un montón de países con intereses comunes, ansias de progreso y desarrollo; somos inmensa mayoría en casi todas las instituciones internacionales, y tengan la seguridad de que se avanza en la toma de conciencia sobre el destino que nos están reservando. Hay que trabajar, persuadir, luchar y perseverar. Jamás desalentarse.
Los del Norte intrigan constantemente para dividirnos. Voy a citar cuatro ejemplos relacionados con América Latina.
A ellos no les gusta el MERCOSUR, que ha estado alcanzando ya éxitos económicos, aunque no sea más que un embrión de la gran integración regional a que aspiramos, la cual no desean en absoluto. ¿Qué inventan? Bueno, muchas cosas: primero inventan esas reuniones hemisféricas donde Cuba está excluida, una especie de respuesta a la primera reunión Cumbre Iberoamericana de Guadalajara.
Inventan la idea de que no haya más que un posible miembro permanente en el Consejo de Seguridad para América Latina, a fin de enfrentar a varios miembros importantes de nuestra región. De inmediato, añaden la conveniencia de rotar el puesto entre Brasil, Argentina y México, sin derecho por supuesto a veto.
Inventan de inmediato la categoría especial de aliado estratégico para Argentina, que despierta suspicacias e inquietudes entre importantes vecinos hermanos, llamados a unirse y cooperar estrechamente, justo cuando el MERCOSUR avanza.
Inventan la maquiavélica decisión de liberar las ventas de armas sofisticadas a los países de la región, que pueden desatar una carrera armamentista entre ellos costosa, ruinosa y divisionista. ¿Para qué esas armas si ya no existe la guerra fría, ni el fantasma de la URSS, ni otra amenaza exterior a la seguridad que no provenga de los propios Estados Unidos? ¿Acaso esas armas pueden contribuir a la unidad, la cooperación, la integración, el progreso y la paz entre nosotros? ¿Qué necesitamos para abrir los ojos y acabar de comprender cuáles son los fines geoestratégicos de esa política?
A nuestro pequeño país no han podido seguir excluyéndolo de todas partes. Ya participamos en las Cumbres Iberoamericanas; somos miembros de la Asociación de Estados del Caribe; pertenecemos al SELA; hemos sido incluidos en la ALADI; tenemos excelentes relaciones con el CARICOM; estaremos presentes en la gran Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe, que tendrá lugar en Río de Janeiro; hemos sido admitidos como observadores entre los países de la Convención de Lomé; somos miembros activos del Grupo de los 77 y ocupamos un lugar destacado como miembro que participó desde su fundación en el Movimiento de Países No Alineados; pertenecemos a la OMC y estamos muy presentes en las Naciones Unidas, que es una gran tribuna y una institución que, democratizada, pudiera ser pilar fundamental de una globalización justa y humana.
¿Estamos allí haciendo qué? Hablando, explicando, planteando problemas que sabemos que afectan muy de cerca a gran parte de la humanidad y con la libertad de poder hacerlo, porque hay países hermanos en Africa, en Asia, en América Latina y en otros lugares que quisieran plantear con toda energía muchas cosas, pero no tienen las mismas posibilidades de Cuba, ya excluida de todas las instituciones financieras internacionales, bloqueada y sometida a una guerra económica, invulnerable a cualquier represalia de ese carácter, fortalecida por una dura lucha de 40 años, que nos da absoluta libertad para hacerlo. Ellos pueden estar vitalmente necesitados de un crédito del Banco Mundial, o del Banco Interamericano, u otro banco regional, o de una negociación con el Fondo Monetario, o un crédito para las exportaciones que es uno de los tantos mecanismos usados por Estados Unidos, que limita sus posibilidades de acción. Ha sido una tarea muchas veces asumida por Cuba.
A pesar de todo, hay gente tan valiente en nuestro mundo pobre, que, por ejemplo, en Naciones Unidas la proposición cubana contra el bloqueo este año recibió el apoyo de 157 votos contra 2 (Aplausos). Siete años llevábamos en ese ejercicio. La primera vez fueron alrededor de 55 votos a favor, cuatro o cinco en contra; todos los demás, abstenciones o ausencias. ¿Quién se buscaba el problema con los yankis?, porque allí hay que votar a mano alzada (Risas).
Pero el miedo se pierde, y se fue perdiendo; la dignidad puede crecer, y crece. Ya al año siguiente eran sesenta y tantos, después setenta y tantos, más tarde pasó de cien, y ya ahora, después del apoyo de casi 160 países, frente a 2 no puede crecer más, porque al final no quedará ninguno respaldando la inhumana, cruel e interminable medida, excepto Estados Unidos, a no ser que un día Estados Unidos vote por nosotros y apoye la moción cubana (Risas y aplausos).
Se avanza, se gana terreno. Los pueblos conocen que muchas veces se hacen imputaciones calumniosas, por intuición o instinto, ¡los pueblos tienen gran instinto! Además, los conocen a ellos, porque están por todas partes haciendo de todo, maltratando a la gente y sembrando egoísmos y odios. Los conocen. Es difícil disimular el desprecio, y es mucho lo que los países del Tercer Mundo sufren ante la arrogancia y el desprecio.
Los gobiernos de Estados Unidos nos han dado una posibilidad de luchar a plenitud al bloquearnos, hostigarnos constantemente y excluirnos de todo, felices incluso de estar excluidos a cambio de la libertad de poder hablar sin compromisos en cualquier tribuna del mundo donde hay tantas causas justas que defender (Aplausos).
Podremos tener consideraciones en general, por las razones que ya expliqué, con otros países; pero a ellos, que constituyen el baluarte fundamental de la reacción y la injusticia en nuestra época, podemos decirles la verdad y siempre la verdad, con relaciones y sin relaciones, con bloqueo y sin bloqueo. ¡Que no se hagan ni la más remota ilusión de que, si un día suspenden el bloqueo, Cuba dejará de hablar con la misma franqueza y la misma honestidad con que ha estado hablando durante estos cuarenta años! (Aplausos y exclamaciones.) Es un deber histórico.
En un rato más termino, si ustedes me lo permiten (Exclamaciones de: "¡No!"). Recuerden que estoy aquí de visita (Risas), y estoy aquí ante ustedes, ante los estudiantes universitarios; estoy en este país que, sinceramente, admiro y quiero mucho (Aplausos y exclamaciones).
No son palabras de un adulador. Yo fui siempre muy aficionado a la historia. Lo primero que estudié precisamente fue historia, porque cuando me pusieron en primer grado inmediatamente me entregaron un libro de historia sagrada —allí aprendí yo unas cuantas cosas que todavía recuerdo (Risas)—, y, desde luego, la historia del arca, el éxodo, las batallas y el cruce del Mar Rojo. A veces converso con algunos rabinos amigos y les digo: "Cuéntenme por dónde dieron la vuelta" (Risas). En broma, yo realmente respeto las religiones, porque he considerado un deber elemental respetar las creencias de cada cual. A veces discuto hasta de cuestiones relativamente teológicas sobre el mundo, el universo. Con motivo de la visita del Papa, tuve la satisfacción y la oportunidad de conocer a algunos teólogos realmente muy inteligentes, a los que bombardeé con preguntas de todo tipo (Risas y aplausos).
No me iba a atrever a hacer preguntas a ninguno sobre dogmas o cuestiones de fe, pero sí de otro tipo: el espacio, el universo, las teorías sobre su origen, las posibilidades de que exista o no vida en otros planetas y cosas que se pueden conversar con mucha seriedad. Con seriedad y respeto se puede conversar cualquier tema, y a partir de ese respeto preguntamos e incluso a veces bromeamos.
Bien, entonces, estaba aquí, y les iba a decir que algo debo hablar sobre Venezuela, ¿verdad?, si ustedes me lo permiten (Aplausos y exclamaciones de: "¡Sí!"). Van a decir: "Vino a Venezuela y no dijo nada de nosotros." Les advierto a todos que eso no es fácil, por las razones que ya expliqué.
Les comenzaba a decir que era un país al que quería mucho, por ahí salió la historia de mi afición por la historia, por la Historia Universal, la Historia de las revoluciones y las guerras, la Historia de Cuba, la Historia de América Latina y la de Venezuela en especial. Por ello llegué a identificarme mucho con la vida y las ideas de Bolívar.
La fortuna quiso que Venezuela fuera el país que más luchara por la independencia de este hemisferio (Aplausos). Comenzó por aquí, y contaron con un legendario precursor como Miranda, que llegó a dirigir hasta un ejército francés en campaña, librando batallas famosas que en determinado momento evitaron a la Revolución Francesa una invasión de su territorio. Antes estuvo en Estados Unidos combatiendo por la independencia de aquel país. Tengo una colección amplia de libros sobre la fabulosa vida de Miranda, aunque no haya podido leerlos todos. Tuvieron por tanto los venezolanos a Miranda, el precursor de la independencia de América Latina, y después a Bolívar, el Libertador, que fue siempre para mí el más grande entre los grandes hombres de la historia (Del público le dicen: "¡También Fidel!").
Ubíquenme, por favor, en el lugar cuarenta mil. Yo recuerdo siempre una frase de Martí que fue la que más quedó grabada en mi conciencia: "Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz." Muchos de los grandes hombres de la historia se preocuparon por la gloria, y no es razón para criticarlos. El concepto del tiempo, el sentido de la historia, del futuro, de la importancia y supervivencia de los hechos de su vida que pueda tener el hombre, y quizás sea eso lo que entendían por gloria, es natural y explicable. A Bolívar le gustaba hablar de la gloria y hablaba muy fuertemente de la gloria, y no puede criticársele, porque una gran aureola acompañará siempre su nombre.
El concepto martiano de la gloria, que enteramente comparto, es aquel que pueda asociarse a una vanidad personal y a la autoexaltación de sí mismo. El papel del individuo en importantes acontecimientos históricos ha sido muy debatido e incluso admitido. Lo que me agrada especialmente de la frase de Martí es la idea de la insignificancia del hombre en sí, ante la enorme trascendencia e importancia de la humanidad y la magnitud inabarcable del universo, la realidad de que somos realmente como un minúsculo fragmento de polvo que flota en el espacio. Mas esa realidad no disminuye un ápice la grandeza del hombre; por el contrario, la eleva cuando, como en el caso de Bolívar, llevaba en su mente todo un universo repleto de ideas justas y sentimientos nobles. Por eso admiro tanto a Bolívar. Por eso considero tan enorme su obra. No pertenece a la estirpe de los conquistadores de territorios y naciones, ni a la de fundadores de imperios que dio fama a otros; él creó naciones, liberó territorios y deshizo imperios. Fue, además, brillante soldado, insigne pensador y profeta. Hoy tratamos de hacer lo que él quiso hacer y no se ha hecho todavía; unir a nuestros pueblos para que mañana, siguiendo el mismo hilo de aquel pensamiento unitario, el único que se corresponde con nuestra especie y nuestra época, los seres humanos puedan conocer y vivir en un mundo unido, hermanado, justo y libre, lo que él quiso hacer con los pueblos integrados por los blancos, negros, indios y mestizos de nuestra América.
Aquí estamos en esta tierra por la que sentimos especial admiración, respeto y cariño. Cuando vine hace 40 años lo expresé así con profunda gratitud, porque en ningún lugar me recibieron mejor, con tanto afecto y entusiasmo. Lo único que me puede avergonzar es que yo estaba realmente en kindergarten cuando el primer encuentro en esta prestigiosa universidad (Risas y aplausos).
Habiendo dicho esto, paso a exponer lo más sintéticamente posible la reflexión que deseaba hacer con relación a Venezuela.
Seguramente no todos van a estar de acuerdo con ella. Lo principal es que cada cual la analice con honestidad, serenidad y objetividad.
Cifras y datos que este visitante ha tratado de analizar, lo llevan a la conclusión de que el pueblo de Venezuela tendrá que enfrentarse valiente e inteligentemente, en este nuevo amanecer, a serias dificultades que emanan de la actual situación económica.
Exportaciones de mercancías, de acuerdo al Informe del Banco Central:
En 1997: 23 400 millones de dólares (aquí no se incluyen los servicios, que más o menos se equiparan en gastos e ingresos).
En 1998: 17 320 millones. Es decir, el valor de las exportaciones en solo un año bajó 6 080 millones de dólares.
Petróleo (renglón principal de exportación) - Precios: 1996: alrededor de 20 dólares/barril; 1997: 16,50 dólares; 1998: alrededor de 9 dólares.
Los minerales fundamentales: hierro, aluminio, oro y productos derivados como el acero, todos en mayor o menor grado han bajado sensiblemente de precio. Ambos renglones constituyen el 77% de las exportaciones. Es decir, petróleo y minerales.
Balanza comercial favorable:
1996 - 13 600 millones de dólares
1998 - 3 400 millones.
Diferencia: 10 200 millones en solo 2 años.
Balanza de pagos:
1996 - 7 000 millones favorable a Venezuela
1998 - 3 418 millones desfavorable al país.
Diferencia: más de 10 000 millones.
Reservas internacionales disponibles:
En 1997: 17 818 millones.
En 1998: 14 385 millones de dólares.
Pérdidas netas: 3 500 millones aproximadamente en un año.
Deuda externa:
En 1998: 31 600 millones, que no incluyen la deuda financiera privada a corto plazo. Casi el 40% del presupuesto del país se gasta en el servicio de la deuda externa.
Situación social de acuerdo a diversas fuentes nacionales e internacionales ratificadas ayer textualmente por el Presidente Chávez (Aplausos):
Desempleo —dijo él—: Cifras oficiales hablan del 11% al 12%. Hay otras cifras que apuntan al 20%.
El subempleo (que es de suponer incluya el desempleo) —la observación entre paréntesis la añadí yo— ronda el 50%.
Casi un millón de niños en estado de sobrevivencia —fue la palabra que él empleó.
Mortalidad infantil de casi 28 por 1 000 nacidos vivos. El 15% de los que mueren se debe a la desnutrición.
Déficit de viviendas: 1 500 000.
Solo uno de cada cinco niños termina la escuela básica; 45% de los adolescentes no están en la escuela secundaria.
Si me permiten, a título de ejemplo, en Cuba alrededor del 95% de los correspondientes a esa edad están en la escuela secundaria. Es casi el máximo al que se puede llegar. Lo digo porque la cifra de 45% de ausentes de la escuela es realmente impresionante.
A estos datos, señalados por el Presidente en su apretada síntesis, podrían añadirse otros tomados de variadas y fidedignas fuentes.
Más de un millón de niños están incorporados al mercado laboral; más de 2,3 millones, excluidos del sistema escolar, no tienen oficio alguno.
En los últimos diez años, más de un millón de venezolanos que conformaban la clase media, categoría "c" —como ustedes ven, en la clase media estamos categorizados también—, pasaron a la categoría de pobres e indigentes, que hoy alcanza el 77% de la población por disminución de ingresos, desempleo y los efectos de la inflación. Quiere decir que "c", "d", "e" son las categorías que hoy incluyen desde pobres hasta indigentes.
Esto ocurría, según expresó el Presidente Chávez con profundas y amargas palabras, en la patria original de Bolívar, la nación más rica en recursos naturales de América, con casi un millón de kilómetros cuadrados y no más de 22 millones de habitantes.
Trato de meditar.
Debo decir, en primer lugar y ante todo, que soy amigo de Chávez (Aplausos). Pero nadie me pidió ni insinuó que abordara tema alguno. Ningún dirigente de su equipo, ningún político o amigo venezolano conocía absolutamente nada de lo que hablaría esta tarde aquí, en un punto tan neurálgico y estratégico como la Universidad Central de Venezuela. Hago estas reflexiones bajo mi total y absoluta responsabilidad en la esperanza de que sean útiles.
¿Qué cosas nos preocupan? Me parece ver en este momento una situación excepcional en la historia de Venezuela. He visto dos momentos singulares: primeramente aquel de enero de 1959, y he visto 40 años después la extraordinaria efervescencia popular del 2 de febrero de 1999. He visto un pueblo que renace. Un pueblo como el que vi en la Plaza del Silencio, donde fui un poco más silencioso que aquí (Risas); que hasta una réplica tuve que hacerle a un magnífico caraqueño, porque yo, por elemental deber de visitante, mencioné a unas cuantas personalidades que estaban en el gobierno, comenzando por el almirante Larrazábal, y cuando menciono a otra importante personalidad política del momento, hubo bulla allí, protestas, que me obligaron, a la vez, a protestar. Me quejé, porque me dio una pena tremenda, creo que hasta rojo me puse. Y les dije: "No menciono ningún nombre aquí para que le den una rechifla." Expresé mi queja a la enorme masa que estaba en la Plaza del Silencio. Aquellas masas eran incuestionablemente revolucionarias.
Encontré de nuevo una imagen impresionante al ver al pueblo en un estado anímico extraordinario, pero en distintas circunstancias. Entonces las esperanzas habían quedado atrás. No deseo explicar por qué; dejo eso a los historiadores. Esta vez las esperanzas están por delante, veo en ellas un verdadero renacer de Venezuela, o al menos una excepcional gran oportunidad para Venezuela. Lo veo no solo en interés de los venezolanos; lo veo en interés de los latinoamericanos, y lo veo en interés de los demás pueblos del mundo, a medida que este mundo avance, porque no va a quedar otro remedio, hacia una globalización universal. No tiene escapatoria, ni tiene alternativas. Así que con esto no puedo estar pretendiendo halagarlos a ustedes, sino más bien recordándoles el deber de ustedes, de la nación, del pueblo, de todos los que nacieron después de aquella visita, de los más jóvenes, de los más maduros, que realmente tienen ante sí una enorme responsabilidad. Creo que oportunidades se han perdido algunas veces; pero ustedes no tendrían perdón si esta la pierden (Aplausos).
Les habla una persona que ha tenido el privilegio y la oportunidad de haber adquirido alguna experiencia política, de haber vivido todo un proceso revolucionario, incluso en un país donde, como les conté, la gente no quería oír hablar ni de socialismo. Cuando digo la gente, es la gran mayoría. Esa misma mayoría apoyaba a la Revolución, apoyaba a los dirigentes, apoyaba al Ejército Rebelde, pero había fantasmas que la atemorizaban. Lo que hizo Pavlov con los famosos perros, eso fue lo que hizo Estados Unidos con muchos de nosotros y quién sabe con cuántos millones de latinoamericanos: crearnos reflejos condicionados.
Hemos tenido que luchar mucho contra las escaseces y la pobreza; hemos tenido que aprender a hacer mucho con poco. Tuvimos momentos mejores y peores, sobre todo, cuando logramos establecer acuerdos comerciales con el campo socialista y la Unión Soviética y demandamos precios más justos para nuestros productos de exportación; porque veíamos que lo que ellos exportaban subía de precio y los nuestros, si hacíamos un convenio por cinco años, se quedaban con ese precio durante ese período, entonces, al final del quinquenio teníamos menos capacidad de compra. Propusimos la cláusula resbalante: cuando aumentaban los precios de los productos que ellos nos exportaban, aumentaban automáticamente los de los productos que nosotros les enviábamos. Acudimos a la diplomacia, a la doctrina y a la elocuencia que ha de suponerse en los revolucionarios de un país que tenía que vencer tantos obstáculos.
Realmente, los soviéticos tenían simpatía por Cuba y gran admiración por nuestra Revolución; porque a ellos, después de tantos años, ver que un paisito, allí, al lado de Estados Unidos, se sublevara contra la poderosa superpotencia les causaba asombro, lo que menos se imaginaban y lo que menos le habrían aconsejado a nadie, suerte que no le pedimos consejo a nadie (Risas), aunque ya habíamos leído casi la biblioteca entera de los libros de Marx, Engels, Lenin y otros teóricos; éramos convencidos marxistas y socialistas.
Con esa fiebre y ese sarampión que solemos tener los jóvenes, e incluso muchas veces los viejos (Aplausos), yo asumí los principios básicos que aprendí en aquella literatura y me ayudaron a comprender la sociedad en que vivía que hasta entonces era para mí una maraña intrincada que no tenía explicación convincente de ninguna índole. Y debo decir que el famoso Manifiesto Comunista, que tantos meses tardaron en redactar Marx y Engels —se ve que su autor principal trabajaba concienzudamente, frase que solía usar, y debe haberlo revisado más veces de lo que Balzac revisaba una hoja de cualquiera de sus novelas—, me hizo una gran impresión, porque por primera vez en mi vida vi unas cuantas verdades que no había visto nunca.
Antes de eso, yo era una especie de comunista utópico. Estudiando un libraco enorme, impreso en hojas de mimeógrafo, como 900 páginas, el primer curso de la economía política que nos enseñaban en la Escuela de Derecho, una economía política inspirada en las ideas del capitalismo, pero que mencionaba y analizaba escuetamente las distintas escuelas y criterios, y luego en el segundo curso, prestándole mucho interés al tema y meditando a partir de puntos de vista racionales, fui sacando mis propias conclusiones y terminé siendo un comunista utópico. Lo califico así porque no se apoyaba en base científica e histórica alguna, sino en los buenos deseos de aquel recién graduado alumno de la escuela de los jesuitas, a los cuales les estoy muy agradecido porque me enseñaron algunas cosas que me ayudaron en la vida, sobre todo, a tener cierta fortaleza, un cierto sentido del honor y determinados principios éticos, que ellos, jesuitas españoles —aunque muy distantes de las ideas políticas y sociales que pueda tener yo ahora—, les inculcaban a sus alumnos.
Pero de allí salí deportista, explorador, escalador de montañas y entré políticamente analfabeto a la Universidad de La Habana, sin la suerte de un preceptor revolucionario, que tan útil habría sido para mí en aquella etapa de mi vida.
Por esos caminos llegué a mis ideas, que conservo y mantengo con lealtad y fervor creciente, quizás por tener un poco más de experiencia y conocimientos, y quizás también por haber tenido oportunidad de meditar sobre problemas nuevos que no existían siquiera en la época de Marx.
Por ejemplo, la palabra medio ambiente no debe haberla pronunciado nadie en toda la vida de Carlos Marx, excepto Malthus que dijo que la población crecía geométricamente; que la alimentación no alcanzaría para tantos, convirtiéndose así en una especie de precursor de los ecologistas, aunque sostenía ideas en materia económica y de salarios con las que no se puede estar de acuerdo (Risas).
Así que uso la misma camisa con que vine a esta universidad hace 40 años (Aplausos), con que atacamos el cuartel Moncada, con que desembarcamos en el Granma (Aplausos). Me atrevería a decir, a pesar de las tantas páginas de aventuras que cualquiera puede encontrar en mi vida revolucionaria, que siempre traté de ser sabio pero prudente; aunque tal vez he sido más sabio que prudente.
En la concepción y desarrollo de la Revolución Cubana, actuamos como dijo Martí al hablar del gran objetivo antimperialista de sus luchas, próximo ya a morir en combate, que "En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin."
Fui discreto, no todo lo que debía, porque con cuanta gente me encontraba le empezaba a explicar las ideas de Marx y la sociedad de clases, de manera que en el movimiento de carácter popular, cuya consigna en su lucha contra la corrupción era "Vergüenza contra dinero", al que me había incorporado recién llegado a la universidad, me estaban asignando fama de comunista. Pero era ya en los años finales de mi carrera no un comunista utópico, sino esta vez un comunista atípico, que actuaba libremente. Partía de un análisis realista de la situación de nuestro país. Era la época del macartismo, del aislamiento casi total del Partido Socialista Popular, nombre que ostentaba el partido marxista en Cuba, y había, en cambio, en el movimiento donde me había incorporado, convertido ya en Partido del Pueblo Cubano, una gran masa que, a mi juicio, tenía instinto de clase, pero no conciencia de clase, campesinos, trabajadores, profesionales, personas de capas medias, gente buena, honesta, potencialmente revolucionaria. Su fundador y líder, hombre de gran carisma, se había privado de la vida dramáticamente meses antes del golpe de Estado de 1952. De las jóvenes filas de aquel partido se nutrió después nuestro movimiento.
Militaba en aquella organización política, que ya realmente estaba cayendo, como ocurría con todas, en manos de gente rica, y me sabía de memoria todo lo que iba a pasar después del ya inevitable triunfo electoral; pero había elaborado algunas ideas, por mi cuenta también —imagínense que a un utopista se le puede ocurrir cualquier cosa—, sobre lo que había que hacer en Cuba y cómo hacerlo, a pesar de Estados Unidos. Había que llevar aquellas masas por un camino revolucionario. Quizás fue el mérito de la táctica que nosotros seguimos. Claro, andábamos con los libros de Marx, de Engels y de Lenin.
Cuando el ataque al cuartel Moncada se nos quedó extraviado un libro de Lenin, y en el juicio lo primero que decía la propaganda del régimen batistiano, era que se trataba de una conspiración de "priístas" corrompidos, del gobierno recién derrocado, con el dinero de aquella gente, y además comunista. No se sabe cómo se podían conciliar las dos categorías.
En el juicio, lo que hice fue asumir mi propia defensa. No es que me considerara buen abogado, pero creía que el mejor que podía defenderme en aquel momento era yo mismo; me puse una toga y ocupé mi puesto donde estaban los abogados. El juicio era político, más que penal. No pretendía salir absuelto, sino divulgar ideas. Comienzo a interrogar a todos los criminales aquellos que habían asesinado a decenas y decenas de compañeros y actuaban como testigos; el juicio fue contra ellos (Aplausos). De tal manera que al siguiente día me sacaron de allí, me separaron, me declararon enfermo (Risas). Fue lo último que hicieron, porque tenían bastantes deseos de acabar conmigo de una sola vez; pero, bueno, conocía bien por qué se midieron. Conocía y conozco cuál era la psicología de toda aquella gente, el estado anímico, la situación popular, el rechazo y la enorme indignación que produjeron sus asesinatos, y también tuve un poco de suerte; pero el hecho es que en las horas iniciales, mientras me interrogaban, aparece el libro de Lenin, alguien lo saca: "Ustedes tenían un libro de Lenin."
Nosotros explicando lo que éramos: martianos, era la verdad, que no teníamos nada que ver con aquel gobierno corrompido que habían desalojado del poder, que nos proponíamos tales y más cuales objetivos. Eso sí, de marxismo-leninismo no les hablamos ni una palabra, ni teníamos por qué decirles nada. Dijimos lo que les teníamos que decir, pero como en el juicio salió a relucir el libro, yo sentí verdadera irritación en ese instante, y dije: "Sí, ese libro de Lenin es nuestro; nosotros leemos los libros de Lenin y otros socialistas, y el que no los lea es un ignorante", así lo afirmé a jueces y a los demás en aquel mismo lugar (Aplausos).
Era insoportable aquello. No íbamos a decir: "Mire, ese librito, alguien lo puso ahí." No, no (Risas).
Después estaba nuestro programa expuesto cuando me defendí en el juicio. Quien no supo cómo pensábamos fue porque no quiso saber cómo pensábamos. Tal vez se quiso ignorar aquel discurso conocido como La Historia me absolverá, con el que me defendí solo allá, porque, como expliqué, me expulsaron, me declararon enfermo, juzgaron a todos los demás, y a mí me enviaron a un hospital para juzgarme, en una salita; no me ingresaron en el hospital propiamente, sino en una celda aislada de la prisión. En el hospital estaba la salita chiquitica convertida en audiencia, con el tribunal y unas pocas personas apretadas, casi todas militares, donde me juzgaron, y tuve el placer de poder decir allí todo lo que pensaba, completo, bastante desafiante.
Me pregunto, les decía, por qué no dedujeron cuál era nuestro pensamiento, porque ahí estaba todo. Contenía —se puede decir— los cimientos de un programa socialista de gobierno, aunque, convencido, desde luego, de que ese no era el momento de hacerlo, que eso iba a tener sus etapas y su tiempo. Es cuando hablamos ya de la reforma agraria, y hablamos, incluso, entre otras muchas cosas de carácter social y económico, de que toda la plusvalía —sin mencionar esa palabra, por supuesto (Risas)—, las ganancias que obtenían todos aquellos señores que tenían tanto dinero, había que dedicarlas al desarrollo del país, y di a entender que el gobierno tenía que responsabilizarse con ese desarrollo y aquellos excedentes de dinero.
Hablé hasta del becerro de oro. Volví a recordar la Biblia y señalé: "a los que adoraban el becerro de oro", en clara referencia a quienes todo lo esperaban del capitalismo. Un número suficiente de cosas para deducir cómo pensábamos.
Después he meditado que es probable que muchos de los que podían ser afectados por una verdadera revolución no nos creyeran en absoluto, porque en 57 años de neocolonia yanki, se había proclamado más de un programa progresista o revolucionario; las clases dominantes no creyeron nunca en el nuestro como algo posible o permisible por Estados Unidos ni le prestaron mayor atención, lo aceptaron, hasta les hacía gracia; al final todos los programas se abandonaban, la gente se corrompía, y posiblemente dijeron: "Está muy bonito, muy simpático; sí, las ilusiones de estos románticos muchachos, ¿para qué le vamos a hacer caso a eso?"
Sentían antipatía por Batista, admiraban el combate frontal contra su régimen abusivo y corrupto, y posiblemente subestimaron el pensamiento contenido en aquel alegato, donde estaban las bases de lo que después hicimos y lo que hoy pensamos, con la diferencia de que muchos años de experiencia han enriquecido más nuestros conocimientos y percepciones en torno a todos aquellos temas. De modo que ese es mi pensamiento, ya lo dije desde entonces.
Hemos vivido la dura experiencia de un largo período revolucionario, especialmente los últimos 10 años, enfrentados en circunstancias muy difíciles a fuerzas sumamente poderosas. Bueno, voy a decir la verdad: logramos lo que parecía imposible lograr. Yo diría que casi casi se hicieron milagros. Desde luego, las leyes fueron tal y como se habían prometido, surgió furiosa la oposición siempre soberbia y arrogante de Estados Unidos, que tenía mucha influencia en nuestro país, y el proceso se fue radicalizando ante cada golpe y agresión que recibíamos; así comenzó la larga lucha que ha durado hasta hoy. Se polarizaron las fuerzas en nuestro país, con la suerte de que la inmensa mayoría estaba con la Revolución, y una minoría, que sería el 10% o menos, estaba contra ella, de modo que hubo siempre un gran consenso y un gran apoyo en todo aquel proceso hasta hoy.
Uno sabe de qué cosas se puede preocupar, porque nosotros hicimos un gran esfuerzo por superar aquellos prejuicios que existían, por trasmitir ideas, por crear conciencia en la gente, y fue difícil.
Recuerdo la primera vez que hablé sobre la discriminación racial. Tuve que ir como tres veces a la televisión. Me sorprendió hasta qué punto habían calado prejuicios que nos trajeron, más de lo que suponíamos, los vecinos del Norte: que tales clubes eran para blancos y los otros no podían ir allí, y tales playas, casi todas las playas, sobre todo en la capital, eran para blancos; hasta existían parques y paseos públicos segregados, donde unos iban en una dirección y otros en otra, de acuerdo al color de la piel. Lo que hicimos fue que abrimos todas las playas a todo el pueblo y desde los primeros días proscribimos la discriminación en todos los lugares de recreación, parques y paseos. Aquella humillante injusticia era absolutamente incompatible con la Revolución.
Un día hablé y expliqué estas cosas, ¡qué tremenda reacción, qué de rumores, qué de mentiras! Dijeron que íbamos a obligar a casarse a los blancos y las negras, y a las blancas y los negros. Bueno, como aquella barbaridad que inventaron un día de que le íbamos a quitar la patria potestad a la familia. Tuve que ir otra vez a la televisión sobre el tema de la discriminación para responder todos aquellos rumores e intrigas y volver a explicar. Aquel fenómeno, que no era más que una cultura racista impuesta, un humillante y cruel prejuicio, trabajo costó superarlo.
Es decir, dedicamos en aquellos años una gran parte del tiempo a formar conciencias y a defendernos de expediciones, amenazas de agresión exterior, guerra sucia, planes de atentados, sabotajes, etcétera. En nuestro país llegó a haber bandas mercenarias armadas en todas las provincias, promovidas y suministradas por el gobierno de Estados Unidos, pero les salimos al paso, no les dimos tiempo, no tuvieron el menor chance de prosperar, porque estaba muy reciente nuestra propia experiencia en la lucha irregular y prácticamente fuimos uno de los poquísimos países revolucionarios que derrotó totalmente las bandas a pesar de la ayuda logística que recibían desde el exterior. A eso dedicamos mucho el tiempo.
Un problema, una preocupación concreta que tengo, es que se ve, y es natural, que se han levantado muchas expectativas en Venezuela con motivo del extraordinario resultado de las elecciones. ¿A qué me refiero? A la tendencia, natural, lógica, en la población de soñar, desear que un gran número de problemas acumulados se resuelvan en cuestión de meses. Como amigo honesto de ustedes, y por mi propia cuenta, pienso que hay problemas que no se van a resolver ni en meses, ni en años (Aplausos).
Leí por eso los datos, porque datos similares los estamos viendo y analizando todos los días en nuestro país, cómo está el precio del níquel o del azúcar, cuánto rindió la hectárea de caña, si hubo sequía, si no hubo, cuánto se ingresa, cuánto se debe, qué hay que comprar con urgencia, cuánto cuesta la leche en polvo, los cereales, los medicamentos indispensables, los insumos productivos, todas las demás cosas y lo que había que hacer.
En un determinado momento logramos impulsar las producciones azucareras, prácticamente las duplicamos, buenos precios, adquirimos maquinarias y comenzamos a construir obras de infraestructura, se incrementaron las inversiones en la industria, la agricultura, limitados solo por los recursos tecnológicos soviéticos, que en algunas cosas estaban más adelantados y en otras estaban más atrasados, gastaban por lo general mucho combustible.
Pero cuanto acero necesitábamos por encima de la producción nacional lo comprábamos. Medio millón de metros cúbicos de madera de la Siberia llegaban a Cuba cada año, adquirida con azúcar, níquel y otros productos que, en virtud del precio resbalante, el acuerdo alcanzado antes de la explosión del precio del petróleo, subió el del azúcar y otras exportaciones en la misma medida que subió el precio del petróleo (Aplausos). ¿Y saben cuánto llegamos a consumir? Trece millones de toneladas anuales de combustible, no solo por todos los servicios de transporte, la mecanización de la agricultura, de las construcciones, de instalaciones portuarias, decenas de miles de kilómetros de carreteras, cientos de presas y micropresas, principalmente para la agricultura, viviendas, vaquerías equipadas todas con ordeño mecánico, escuelas a montones, miles de escuelas y otras instalaciones sociales, sino por el consumo energético de las industrias y en las viviendas. La electrificación del país llegó a beneficiar el 95% de la población. Había recursos, y lo que podría decir es que ni siquiera éramos capaces de administrarlos con el máximo de eficiencia.
Ahora sí hemos aprendido. En época de vacas gordas no se aprende mucho, en época de vacas flacas, y bien flacas, entonces se aprende bastante; pero hicimos muchas cosas que nos permitieron esos resultados en lo económico, lo social y en muchas otras cosas de las que les he hablado.
Nuestro país también ocupa el primer lugar en educación, en maestros per cápita. Recientemente se elaboró un informe de la UNESCO que nos satisfizo mucho. Realizaron una encuesta entre 54 000 niños de tercero y cuarto grados, sobre sus conocimientos en matemáticas y lenguaje, en 14 países de América Latina, entre ellos los más adelantados, y obtuvieron con ello un promedio: unos estaban por encima del promedio y otros por debajo; pero la posición que le correspondió a Cuba fue por amplio margen el primer lugar, casi el doble del promedio del resto de América Latina (Aplausos). En todos los índices, como edad de los alumnos por grado, retención escolar, no repitientes y otros factores que miden la calidad de la enseñanza básica, ocupamos, sin excepción, el lugar de honor, situando a nuestro país solitariamente en la categoría 1.
Hay una gran masa de nuevos profesores y cada año que pasa acumulan más conocimiento y experiencia, igual que existe una gran masa de médicos y cada año que transcurre tienen más conocimientos. También con los profesionales en general y en unos cuantos campos ocurre igual. El porcentaje del ingreso bruto que invertimos en la ciencia es incomparablemente más alto que el de los países más avanzados de América Latina, con decenas de miles de trabajadores científicos, muchos de ellos con títulos de postgrado y conocimientos crecientes. Hemos hecho muchas cosas e invertido, sobre todo, en capital humano.
¿Cuál puede ser un temor? Eso, que lo digo aquí con toda franqueza y estoy dispuesto a decirlo en cualquier parte. Ustedes vivieron época de vacas gordas (Le dicen que hace tiempo), hace tiempo, de acuerdo. En 1972 el precio del barril de petróleo estaba a 1,90 dólares. Cuba, por ejemplo, al triunfo de la Revolución, con unos pocos cientos de miles de toneladas de azúcar, compraba los 4 millones de toneladas de combustible que consumía, al precio mundial normal del azúcar en aquel momento. Nos salvó el precio resbalante mencionado, a raíz de la súbita elevación del costo del combustible; pero cuando vino la crisis, se acabó la URSS, y con ella nuestro principal mercado y todo tipo de precio conveniado, tuvimos que reducir a la mitad los 13 millones de toneladas de combustible que ya estábamos consumiendo; una gran parte de lo que exportábamos teníamos que invertirlo en combustible, y aprendimos a ahorrar.
Ya les hablé de peloteros, pero les puedo añadir que allí en cada batey y en cada caserío había peloteros, y estaba el tractor trasladando en carretas peloteros, aficionados y todo el mundo para el juego, y había, incluso, muchos operadores que iban a visitar a la novia en el tractor (Risas). Habíamos pasado de 5 000 tractores a 80 000.
El pueblo era dueño de todo y nosotros habíamos cambiado de sistema, pero no habíamos aprendido mucho mucho cómo se controla y se administra todo eso, y caímos, además, en algunos errores de idealismo. Pero teníamos más cosas que repartir que las que hoy tenemos. Más de uno dijo que Cuba había "socializado la pobreza". Les respondíamos: "Sí, es mejor socializar la pobreza que distribuir las escasas riquezas entre una pequeña minoría que se lo lleva todo y el resto del pueblo que no recibe nada."
Ahora más que nunca nos vemos obligados a distribuir con la máxima equidad posible lo que tenemos. Sin embargo, se han producido privilegios en nuestro país, por causas que para nosotros fueron inevitables: remesas familiares, turismo, apertura en determinadas ramas a la inversión extranjera, cosas que nos hicieron más difícil la tarea en el terreno político e ideológico, porque la fuerza del dinero es grande, no se puede subestimar.
Hemos tenido que luchar mucho con todo eso, pero sacamos la conclusión de que en una urna de cristal se podía ser muy puro, y quien viviera así, en asepsia total, el día que saliera de ella un mosquito, un insecto, una bacteria acababa con él, igual que muchas bacterias, parásitos y virus que trajeron los españoles mataron a gran número de nativos en este hemisferio. Carecían de inmunidad contra ellas. Dijimos: "Vamos a aprender a trabajar en condiciones difíciles, porque, al fin y al cabo, la virtud se desarrolla en la lucha contra el vicio." Y así hemos tenido que enfrentarnos a muchos problemas, en las actuales circunstancias.
Ustedes tuvieron una etapa de enormes ingresos cuando creció el precio de 1,90 dólares por barril en 1972, a 10,41 en 1974, a 13,03 en 1978, a 29,75 en 1979, hasta llegar al fabuloso precio de 35,69 en 1980. Durante los cinco años subsiguientes, entre 1981 y 1985, el precio promedio por barril fue de 30,10 dólares, un verdadero río de ingresos en divisas convertibles, por este concepto. Conozco la historia de lo que ocurrió después, porque tengo muchos amigos, profesionales, cada vez que los veía les preguntaba cómo estaba la situación, cuál era su salario entonces y cuál era su ingreso real 10 años más tarde. He sido testigo de cómo fueron bajando año por año hasta hoy. No me corresponde hacer análisis de otro carácter. Siempre les hacía a los venezolanos aquellas preguntas pensando en la situación del país. No son hoy tiempos de vacas gordas ni para Venezuela, ni para el mundo. Cumplo un deber honesto, un deber de amigo, un deber de hermano, al sugerirles a ustedes, que constituyen una poderosa vanguardia intelectual, meditar a fondo sobre estos temas, y expresarles a la vez nuestra preocupación de que esa lógica, natural y humana esperanza, nacida de una especie de milagro político que se ha producido en Venezuela, pueda traducirse a corto plazo en decepciones y en un debilitamiento de tan extraordinario proceso (Aplausos).
Me pregunto, debo hacerlo y lo hago: ¿Qué proezas, qué milagros económicos se pueden esperar de inmediato con los precios de los productos básicos de exportación venezolanos profundamente deprimidos y el petróleo a 9 dólares el barril, es decir, el precio más bajo en los últimos 25 años, un dólar que tiene mucho menos poder adquisitivo que entonces, una población mucho mayor, una enorme acumulación de problemas sociales, una crisis económica internacional y un mundo neoliberalmente globalizado?
No puedo ni debo decir una palabra de lo que haríamos nosotros en circunstancias como estas. No puedo, estoy aquí de visitante, no estoy de consejero, ni de opinante, ni cosa parecida. Medito simplemente.
Permítanme decirles que no quiero mencionar países, pero hay unos cuantos de ellos muy importantes, con una situación más difícil que la de ustedes, que ojalá puedan vencer las dificultades.
La situación de ustedes es difícil, pero no catastrófica. Así lo veríamos si estuviéramos en el lugar de ustedes. Les voy a decir algo más —con la misma franqueza—, ustedes no pueden hacer lo que hicimos nosotros en 1959. Ustedes tendrán que tener mucha más paciencia que nosotros, y me estoy refiriendo a aquella parte de la población que esté deseosa de cambios sociales y económicos radicales inmediatos en el país.
Si la Revolución Cubana hubiese triunfado en un momento como este, no habría podido sostenerse. La misma Revolución Cubana que ha hecho lo que ha hecho. Surgió, y no por cálculos, sino por una rara coincidencia histórica, 14 años después de la Segunda Guerra Mundial, en un mundo bipolar. Nosotros no conocíamos ni a un soviético, ni recibimos nunca una sola bala de un soviético para llevar a cabo nuestra lucha y nuestra Revolución, ni tampoco nos dejamos llevar por asesoramiento político alguno después del triunfo, ni lo intentó nadie nunca, porque éramos muy reacios a eso. A los latinoamericanos, en especial, no nos gusta que nos digan ni nos sugieran ideas o cosas.
En aquel momento, desde luego, había otro polo poderoso; tiramos un ancla en aquel polo nacido precisamente de una gran revolución social, ancla que nos sirvió de mucho frente al monstruo que teníamos delante, que apenas hicimos una reforma agraria nos cortó de inmediato el petróleo y otros suministros vitales y redujo, hasta llevarlas a cero, las importaciones de azúcar cubana, privándonos en un minuto de un mercado que se formó durante más de cien años. Aquellos en cambio nos vendieron petróleo a precio mundial, sí; a pagar en azúcar, sí; al precio mundial del azúcar, sí. Pero se exportó el azúcar a la URSS y llegó el petróleo, materias primas, alimentos y muchas cosas más. Nos dio tiempo para formar una conciencia, nos dio tiempo para sembrar ideas, nos dio tiempo para crear una nueva cultura política (Aplausos), ¡nos dio tiempo!, suficiente tiempo para crear la fortaleza que nos permitió resistir después los tiempos más increíblemente difíciles.
Todo el internacionalismo que practicamos, ya mencionado, nos dio también fuerza.
Pienso que ningún país ha vivido circunstancias más difíciles. No hay ni sombra de vanagloria si les digo, tratando de ser objetivo, que ningún otro país en el planeta habría resistido. Puede haber alguno, si me pongo a pensar en los vietnamitas, creo que los vietnamitas eran capaces de cualquier resistencia (Aplausos); me pongo a pensar en los chinos y los chinos eran igualmente capaces de cualquier proeza.
Hay pueblos que tienen características y condiciones peculiares; realmente, culturas muy arraigadas y muy propias, heredadas de sus milenarios antecesores, lo que crea una enorme capacidad de resistencia. En Cuba se trataba de una cultura en gran parte heredada de un mundo que se volvió adversario, quedamos rodeados por todas partes de regímenes hostiles, campañas hostiles, bloqueo y presiones económicas de todo tipo que complicaban extraordinariamente nuestra tarea revolucionaria: seis años de lucha contra las bandas, con las que el vecino poderoso instrumentaba sus tácticas de guerra sucia; montones de años luchando contra terroristas, planes de atentado, para qué contarles; únicamente, decirles que me siento muy privilegiado, al cabo de 40 años, por haber podido volver a este para mí ya inolvidable y querido sitio (Aplausos), como testimonio de la ineficiencia y el fracaso de los que tantas veces quisieron adelantar en mí el proceso natural e inevitable de la muerte.
Ahora, podemos decir, como me dijo un teniente que me hizo prisionero en un bosque, al amanecer, en las inmediaciones de Santiago de Cuba, varios días después del asalto a la fortaleza del Moncada. Habíamos cometido el error —siempre hay un error—, cansados de tener que reposar sobre piedras y raíces, de dormir en un pequeño varaentierra cubierto de hojas de palma que estaba por allí, y nos despertaron con los fusiles sobre el pecho, un teniente casualmente negro, por suerte, y unos soldados que tenían las arterias hinchadas, sedientos de sangre, y sin saber ni quiénes éramos. No habíamos sido identificados. En el primer momento no nos identificaron, nos preguntaron los nombres, yo di uno cualquiera: ¡prudencia, eh! (Risas), astucia, ¿no? (Aplausos), quizás intuición, instinto. Puedo asegurarles que temor no tuve, porque hay momentos de la vida en que es así, cuando uno se da ya por muerto, y entonces más bien reacciona el honor, el orgullo, la dignidad.
Si les doy mi nombre, aquello habría sido: ¡rá, rá, rá!, acaban de inmediato con el pequeño grupo. Unos minutos después encontraron en las proximidades varias armas dejadas allí por unos compañeros que no estaban en condiciones físicas de seguir la lucha, algunos de ellos heridos, que por acuerdo de todos estaban regresando a la ciudad para presentarse directamente a las autoridades judiciales. Quedamos tres, ¡solo tres compañeros armados!, que fuimos capturados de la forma que expliqué.
Pero aquel teniente, ¡qué cosa increíble! —esto nunca lo había contado en detalle públicamente—, está calmando a los soldados, y ya casi no podía. En el momento en que buscando por los alrededores encuentran las armas de los demás compañeros, se pusieron superfuriosos. Nos tenían amarrados y apuntándonos con los fusiles cargados; pero no, aquel teniente se movía de un lado a otro, calmándolos y repitiendo en voz baja: "Las ideas no se matan, las ideas no se matan." ¿Qué le dio a aquel hombre por decir aquello?
Era un hombre ya maduro, había estado estudiando algo en la universidad, algunos cursos; pero tenía aquella idea en la cabeza, y le dio por expresarla en voz baja, como hablando consigo mismo: "Las ideas no se matan." Bueno, cuando observo a aquel hombre y lo veo con aquella actitud, y en un momento crítico, cuando a duras penas pudo impedir que aquellos soldados furiosos dispararan, me levanto y le digo: "Teniente —a él solo, por supuesto—, yo soy fulano de tal, responsable principal de la acción; al ver su comportamiento caballeroso no puedo engañarlo, quiero que sepa a quién tiene prisionero." Y el hombre me dice: "¡No se lo diga a nadie!" "¡No se lo diga a nadie!" (Aplausos.) Aplaudo a aquel hombre porque me salvó tres veces la vida en unas horas.
Unos minutos después ya nos llevaban, y muy irritados todavía los soldados, unos tiros que suenan no lejos de allí, los ponen en zafarrancho de combate, y nos dicen: "¡Tírense al suelo, tírense al suelo!" Yo me quedo de pie y digo: "¡No me tiro al suelo!" Me pareció como una estratagema para eliminarnos, y digo: "No." Se lo digo también al teniente, que insistía en que nos protegiéramos: "No me tiro al suelo, si quieren disparar que disparen." Entonces él me dice —fíjense lo que me dice—: "Ustedes son muy valientes, muchachos." ¡Qué increíble reacción!
No quiero decir que en ese momento me salvó la vida, en ese momento tuvo ese gesto. Después que llegamos a una carretera, nos monta en un camión y había un comandante cerca de allí que era muy sanguinario, había asesinado a numerosos compañeros y quería que le entregaran a los prisioneros; el teniente se niega, dice que son prisioneros de él y que no los entrega. Me monta delante en la cabina. El comandante quería que nos llevara para el Moncada, y él ni nos entrega al comandante —ahí nos salvó por segunda vez—, ni nos lleva para el Moncada; nos lleva para la prisión, en medio de la ciudad, por tercera vez me salvó la vida. Ya ven, y era un oficial de aquel ejército contra el cual estábamos combatiendo. Después, cuando la Revolución triunfa, lo ascendimos y fue Capitán, ayudante del primer Presidente del país después del triunfo.
Como dijo aquel Teniente, las ideas no se matan (Aplausos), nuestras ideas no murieron, nadie pudo matarlas; y las ideas que sembramos y desarrollamos a lo largo de esos treinta y tantos años, hasta 1991, más o menos, cuando se inicia el período especial, fueron las que nos dieron la fuerza para resistir. Sin esos años que dispusimos para educar, sembrar ideas, conciencia, sentimientos de profunda solidaridad en el seno del pueblo y un generoso espíritu internacionalista, nuestro pueblo no habría tenido fuerzas para resistir.
Hablo de cosas que se relacionan un poco con cuestiones de estrategia política, muy complicadas, porque pueden ser interpretadas de una forma o de otra, y yo sé muy bien lo que quiero expresar. He planteado que ni siquiera una revolución como la nuestra, que triunfó con el apoyo de más del 90% de la población, respaldo unánime, entusiasta, gran unidad nacional, una fuerza política tremenda, habría podido resistir, no habríamos podido preservar la Revolución en las actuales circunstancias de este mundo globalizado.
Yo no le aconsejo a nadie que deje de luchar, por una vía o por otra, hay muchas, y entre ellas la acción de las masas, cuyo papel y creciente fuerza es siempre decisivo.
Hoy mismo nosotros estamos envueltos en una gran lucha de ideas, de trasmisión de ideas a todas partes, es nuestro trabajo. Hoy no se nos ocurriría decirle a alguien: Haz una revolución como la nuestra, porque no podríamos, en las circunstancias que conocemos, a nuestro juicio, bastante bien, sugerir: Hagan lo que nosotros hicimos. A lo mejor si estuviéramos en aquella época decíamos: Hagan lo que nosotros hicimos; pero en aquella época el mundo era otro y otras eran las experiencias. Nosotros tenemos mucho más conocimiento, mucha más conciencia de los problemas, y, desde luego, por encima de todo está el respeto y la preocupación por los demás.
Cuando los movimientos revolucionarios en Centroamérica, donde se les hizo muy difícil la situación porque ya existía el mundo unipolar y ni siquiera pudo mantener el poder la revolución en Nicaragua, y ellos estaban debatiendo sobre negociaciones de paz, nos visitaban mucho; con Cuba tenían una larga amistad, nos pedían opiniones, y les decíamos: "No nos pidan opiniones sobre eso. Si nosotros estuviéramos en el lugar de ustedes, sabríamos qué hacer, o podíamos pensar qué debíamos hacer; pero no se debe dar opiniones a otro, cuando otro es el que tiene que aplicar opiniones o criterios sobre cuestiones tan vitales como luchar hasta la muerte o negociar. Eso solo lo pueden decidir los propios revolucionarios en cualquier país. Nosotros apoyaremos la decisión que tomen." Fue una experiencia singular, la cuento también por primera vez públicamente. Cada uno tiene sus opciones, pero nadie tiene derecho a trasmitir a otros su propia filosofía ante la vida o la muerte. Por eso digo que es tan delicado dar opiniones.
Otro es el caso de los criterios, puntos de vista y opiniones sobre cuestiones globales, que afectan al planeta, tácticas y estrategias de lucha recomendables. Como ciudadanos del mundo e integrantes de la especie humana, tenemos derecho a expresar con entera claridad nuestro pensamiento a todo el que quiera escucharnos, sea o no revolucionario.
Hace mucho tiempo que aprendimos cómo deben ser las relaciones con las fuerzas progresistas y revolucionarias. Aquí, ante ustedes, me limito a trasmitir ideas, reflexiones, conceptos que son compatibles con nuestra condición común de patriotas latinoamericanos, porque, repito, veo una hora nueva en Venezuela, pilar inconmovible e inseparable de la historia y el destino de nuestra América. Uno tiene derecho a confiar en la experiencia o en su punto de vista; no porque seamos infalibles ni mucho menos o porque no hayamos cometido errores, sino porque hemos tenido la oportunidad de estudiar en el largo curso de una academia de 40 años de Revolución.
Por eso les expresé que ustedes no tienen una situación catastrófica ni mucho menos, aunque sí una situación económica difícil que entraña riesgos para esa oportunidad que a nosotros nos parece estar viendo.
Se han dado algunas casualidades que impresionan. Ha venido a producirse esta situación de Venezuela en el momento crítico de la integración de América Latina; un momento especial en que los que están más al sur, en su esfuerzo unitario, necesitan la ayuda de los del norte de Suramérica (Aplausos), es decir, necesitan la ayuda de ustedes. Ha llegado en el momento en que el Caribe necesita de ustedes. Ha llegado en el momento en que ustedes pueden ser el enlace, el puente, la bisagra —como quieran llamarlo—, o un puente de acero entre el Caribe, Centroamérica y Suramérica. Nadie está en las condiciones de ustedes para luchar por algo tan importante y prioritario en este instante difícil, por la unión, la integración, digamos, por la supervivencia si quieren, no solo de Venezuela, sino de todos los países de nuestra cultura, de nuestra lengua y de nuestra raza (Aplausos).
Hoy más que nunca hay que ser bolivariano; hoy más que nunca hay que levantar esa bandera de que patria es humanidad, conscientes de que solo podemos salvarnos si la humanidad se salva (Aplausos); de que solo podemos ser libres si logramos que la humanidad sea libre, y estamos muy muy lejos de serlo; si logramos realmente que haya un mundo justo, y un mundo justo es posible y es probable, aunque a fuerza de ver, meditar y leer, he llegado a la conclusión de que no es mucho el tiempo que a esta humanidad le queda para hacerlo.
No solo les doy mi criterio, sino el criterio de muchos que he recogido. Hemos tenido en días recientes un congreso de 1 000 economistas, 600 de ellos procedentes de más de 40 países, mucha gente eminente, y estábamos discutiendo con ellos las ponencias; 55 ponencias programadas se discutieron, se debatieron, sobre estos problemas de la globalización neoliberal, la crisis económica internacional, lo que está sucediendo. Porque debí haber añadido que, desgraciadamente, no tengo muchas esperanzas de que los precios de los productos básicos de ustedes aumenten en el próximo año, en los próximos dos o tres años.
Nosotros también tenemos el níquel a la mitad del precio; fíjense, estaba a 8 000 dólares la tonelada no hace mucho, y ahora está a 4 000. El azúcar estaba hace dos días a seis centavos y medio, que no cubre los gastos siquiera del costo de producción, los gastos en el combustible, piezas, fuerza de trabajo, insumos productivos, etcétera. Ese es un problema social, no solo económico, cientos de miles de trabajadores viven en esos lugares con gran amor y arraigadas tradiciones de producción azucarera, trasmitidas de generación en generación, y nosotros no les vamos a cerrar las fábricas; pero la producción azucarera más bien en estos momentos deja pérdidas.
Tenemos algunos recursos. El turismo, desarrollado con nuestros propios recursos, en lo fundamental, ha cobrado gran impulso en estos años, y hemos adoptado una serie de decisiones que han sido efectivas. No les voy a explicar cómo nos las hemos arreglado para lograr aquello que les expliqué sin políticas de choque, las famosas terapias que con tanta insensibilidad se aplicaron en otras partes, y con medidas de austeridad que fueron consultadas con todo el pueblo. Antes de ir al Parlamento fueron al pueblo y se discutió con todos los sindicatos, con todos los trabajadores, con todos los campesinos, qué hacer con este precio, cuál aumentar y por qué, y cuál no aumentar y por qué, y con todos los estudiantes, en cientos de miles de asambleas. Fueron entonces a la Asamblea Nacional y después volvieron otra vez a la base. Fue discutiéndose cada decisión a tomar, porque lo que se aplica se logra por consenso. Eso no lo logra nadie por la fuerza.
Los sabios del Norte creen o simulan creer que es por la fuerza que existe una revolución cubana. No les ha dado el seso lo suficiente para darse cuenta de que en nuestro país, educado en elevados conceptos revolucionarios y humanos, tal cosa sería imposible, absolutamente imposible (Risas y aplausos). Eso solo se logra mediante el consenso, y nada más; no lo puede lograr nadie en el mundo, sino mediante el máximo apoyo y cooperación del pueblo. Pero el consenso tiene sus requisitos. Aprendimos a crearlo, a mantenerlo, a defenderlo. Entonces, hay que ver lo que es la fuerza de un pueblo unido decidido a luchar y vencer.
Una vez se produjo un pequeño disturbio, que no era político en lo esencial; se trataba de un momento en que Estados Unidos estimulaba por todos los medios las salidas ilegales hacia su territorio, y allí a los cubanos les dan residencia automática —lo que no conceden a ningún ciudadano de otro país del mundo—, lo cual estimula que cualquiera, ayudado por la corriente del Golfo, haga hasta una balsa más segura que la Kon-Tiki para viajar al rico país o utilice embarcaciones de motor, hay mucha gente que tiene naves deportivas. Los recibían con todos los honores, robaban barcos y eran acogidos allá como héroes.
En un incidente asociado a un plan de robar una nave de pasaje en el puerto de La Habana para el desorden migratorio, se produjo una cierta perturbación por lo de los barcos, y algunos empezaron a tirar piedras contra algunas vidrieras. Entonces, ¿cuál fue el método nuestro? Nunca hemos usado un soldado ni un policía contra civiles. Nunca ha habido un carro de bomberos lanzando poderosos chorros contra personas, como esas imágenes que aparecen en la propia Europa casi todos los días, o gente con escafandra que parece que van a salir de viaje al espacio (Risas y aplausos). No, es el consenso lo que mantiene a la Revolución, lo que le da fuerza.
Ese día, recuerdo, estaba yo llegando a mi oficina, era por el mediodía, y me llega la noticia. Llamo a la escolta y los reúno, ellos tenían armas, y les digo: "Vamos al lugar de los desórdenes. ¡Prohibido terminantemente usar un arma!" Realmente prefería que dispararan contra mí a usar las armas en situaciones de ese tipo, por ello les di instrucciones categóricas, y disciplinados fueron conmigo para allá.
¿Cuánto duraron los disturbios al llegar allí? Un minuto, tal vez segundos. Ahí estaba el pueblo en los balcones de las casas, la mayoría —pero estaban un poco como anonadados, sorprendidos—; unos cuantos lumpen allí tirando piedras, y, de repente, creo que hasta los que tiraban piedras empezaron a aplaudir, la masa entera se movió, y hay que ver lo que fue aquello de impresionante, ¡cómo reacciona el pueblo cuando se percata de algo contra la Revolución!
Bueno, yo pensaba llegar al Museo de la Ciudad de La Habana donde estaba el historiador de la ciudad: "¿Cómo estará Leal?" Decían que estaba sitiado en el Museo de la capital. Pero a las pocas cuadras, ya cerca del Malecón, una gran multitud acompañándonos, no se vio signo alguno de violencia. Había dicho: "No se mueva una unidad, ni un arma, ni un soldado." Si hay confianza en el pueblo, si hay moral ante el pueblo, no hay que usar jamás las armas; en nuestro país nunca las hemos usado (Aplausos).
Así que hace falta unidad, cultura política y apoyo consciente y militante del pueblo. Nosotros pudimos crear eso en mucho tiempo de trabajo. Ustedes, los venezolanos, no podrán crearlo en unos días, ni en unos meses.
Si aquí en vez de ser un viejo amigo, alguien a quien ustedes le han hecho el honor tan grande de recibirlo con afecto y confianza; si en lugar de un viejo y modesto amigo —lo digo con toda franqueza—, estoy completamente convencido, estuviese alguno de los padres de la patria venezolana, me atrevo a decir más, si aquel hombre de tanta grandeza y tanto talento que soñó con la unidad de América Latina estuviera aquí hablando con ustedes en este instante, les estaría diciendo: "¡Salven este proceso! ¡Salven esta oportunidad!" (Aplausos prolongados.)
Creo que ustedes pueden ser felices y se van a sentir felices con muchas de las cosas que pueden hacer, muchas que están al alcance de la mano, que dependen de factores subjetivos y de muy pocos recursos. Eso hemos hecho nosotros; pero no podría pensarse, realmente, en abundantes recursos: con un poco de sumas, de restas, es suficiente para comprender. Ustedes pueden encontrar recursos, y los pueden encontrar en muchas cosas para atender cuestiones prioritarias, fundamentales, esenciales; pero no se puede ni soñar de que por ahora pueda volver la sociedad venezolana a disponer de los recursos que en un momento tuvo y que llegaron en unas circunstancias muy diferentes. Hay un mundo en crisis, unos precios bajísimos para productos básicos, y eso el enemigo trataría de utilizarlo.
Tengan la seguridad de que nuestros vecinitos del Norte no se sienten nada felices con este proceso que está teniendo lugar en Venezuela (Aplausos), ni le desean éxito.
No vengo aquí a sembrar cizaña, ni mucho menos; al contrario, estaría planteando sabiduría con prudencia, con toda la prudencia necesaria, la necesaria y no más de la necesaria, pero tienen que ser ustedes hábiles políticos; tienen que ser, incluso, hábiles diplomáticos; no pueden asustar a mucha gente. Más por viejo que por diablo les sugiero que resten lo menos posible (Risas y aplausos).
Una transformación, un cambio, una revolución en el sentido que hoy tiene esa palabra, cuando se mira mucho más allá del pedazo de tierra que nos vio nacer, cuando se piensa en el mundo, cuando se piensa en la humanidad, entonces hay que sumar. Sumen y no resten. Vean, aquel teniente que mandaba el pelotón que me hizo prisionero se sumó, no se restó (Aplausos). Yo fui capaz de comprender a aquel hombre cómo era. Y así he conocido a unos cuantos en mi vida, podría decir que a muchos.
Es verdad que la condición social, la situación social es lo que contribuye más a la formación de la conciencia de la gente; pero al fin y al cabo yo fui hijo de un terrateniente, que tenía bastante tierra para el tamaño de Cuba —en Venezuela tal vez no—; pero mi padre llegó a disponer de alrededor de 1 000 hectáreas de tierras propias y 10 000 hectáreas de tierras arrendadas que él explotaba. Nacido en España, joven y pobre campesino, lo llevaron a luchar contra los cubanos.
Alguien en días recientes, en una importante revista norteamericana, tratando de ofender a los españoles, irritado porque los españoles han incrementado sus inversiones en América Latina, publicó un artículo durísimo contra España. Se veía que estaban rabiosos, lo ambicionan todo para ellos, no quieren ni una peseta española invertida en estos lares, menos aún en Cuba, y decía entre otras cosas: A pesar de sus ataques contra el imperialismo, Fidel Castro es un admirador de la reconquista. Pintaba la cosa como una reconquista de los españoles. Se titulaba: "En busca del nuevo El Dorado", y en un momento de su furiosa embestida añade: El gobernante cubano, hijo de un soldado español que peleó en el lado equivocado en la guerra de independencia, no critica la reconquista.
Me pongo a pensar en mi padre, que deben haberlo traído a los 16 ó 17 años, reclutado allá, enviado para Cuba como se hacían las cosas en aquellos tiempos, y ubicado en una línea fortificada española. ¿Realmente se le puede acusar a mi padre de haber luchado del lado equivocado? No. Luchó en todo caso del lado correcto, luchó del lado de los españoles. ¿Qué querían, que fuera docto en marxismo, internacionalismo y veinte millones de cosas más, cuando mi padre apenas sabía leer ni escribir? (Aplausos.) Lo enrolaron, sí, medité y en todo caso luchó del lado correcto, los equivocados son los de la revista yanki: si hubiese luchado del lado de los cubanos habría estado en el lado equivocado, porque no era su país, ni sabía nada de eso, ni podía entender por qué estaban luchando los cubanos. Era un sencillo recluta, es decir, lo trajeron para acá como a otros cientos de miles. Finalizada la guerra lo repatrian a España. Volvió a Cuba poco tiempo después a trabajar como peón.
Más tarde mi padre fue terrateniente, nací y viví en un latifundio y no me hizo daño, me permitió hacer contacto con mis primeros amigos, que eran los muchachos pobres del lugar, hijos de obreros asalariados y de modestos campesinos víctimas todos del sistema capitalista. Pasé más tarde por escuelas ya más de elite digamos, pero salí bien, por suerte. Digo realmente por suerte. Tuve la suerte de ser hijo y no nieto de terrateniente, porque si llego a serlo, posiblemente habría nacido, vivido y crecido en alguna ciudad, entre niños ricos, de un barrio muy distinguido, y más nunca adquiero mis ideas de comunista utópico o de comunista marxista ni nada parecido; en la vida nadie nace revolucionario, ni poeta, ni guerrero, ni mucho menos, son las circunstancias las que hacen al hombre o le dan la oportunidad de ser una cosa u otra.
Si Colón nace un siglo antes, nadie habría oído hablar de Colón. España todavía estaba ocupada en parte por los árabes. Si no llega a estar equivocado, y de verdad hubiese existido un camino por mar directo a China, sin tropezar con un imprevisto continente, habría durado unos 15 minutos en las costas de China; porque si a Cuba la conquistaron con 12 caballos, ya los mongoles en aquella época tenían ejércitos de caballería de cientos de miles de soldados (Aplausos). Fíjense bien lo que son las cosas.
De Bolívar no digo nada, porque Bolívar nació donde tenía que nacer, el día que tenía que nacer y de la forma en que tenía que nacer, ¡se acabó! (Aplausos.) Dejo a un lado la hipótesis de lo que habría pasado si naciera 100 años antes ó 100 después, porque eso era imposible (Risas) (Del público le dicen: "Che").
¿Che? ¡Che ha estado cada segundo de mis palabras aquí presente y hablando desde aquí! (Aplausos prolongados.)
Ahora sí concluyo. Hay unos industriales esperándome (Risas). ¿Cómo cambio yo de discurso? Pues, miren, les voy a decir lo mismo, con toda honestidad por encima de todo (Risas). Creo que hay un lugar para todas las personas honradas en este país, para todas las personas con sensibilidad, para todas las personas capaces de escuchar el mensaje de la patria y de la hora, yo diría que el mensaje de la humanidad, que es el que ustedes deben trasmitir a sus compatriotas.
Les hablé ya de una reunión en la que participaron 600 economistas procedentes de numerosos países, mucha gente muy inteligente y de las más diversas escuelas, analizamos todos estos problemas a fondo. No queríamos una reunión sectaria, o de izquierda, o de derecha; hasta a Friedman lo invitamos, pero, claro, ya con 82 años, él se excusó y dijo que no podía. Hasta al señor Soros lo invitamos para que defendiera allí sus puntos de vista, a los Chicago Boys, a los monetaristas, a los neoliberales, porque lo que queríamos era discutir, y se discutió cinco días, comenzó un lunes y terminó un viernes.
Esa reunión surgió de una sugerencia que hice en una anterior reunión latinoamericana de economistas. Se hablaba de muchas cosas y les digo: Pero con los problemas que tenemos delante ahora, ¿por qué no nos concentramos en la crisis económica y en los problemas de la globalización neoliberal? Y así se hizo. Fueron enviadas cientos de ponencias, se escogieron 55, se debatieron todas; las otras se van a imprimir, las que no se debatieron. Fueron muy interesantes, muy educativas, muy instructivas. Pensamos hacerlo todos los años. Ya que hay un foro allá por Davos, donde se reúnen no sé cuántos representantes de transnacionales y todos los ricos de este mundo, nuestra pequeña islita puede ser un modesto punto donde nos reunamos los que no somos dueños de transnacionales ni cosas parecidas. Pero vamos ya a realizar el evento todos los años, a partir de la experiencia que tuvimos.
Yo debía clausurar aquella reunión. Habíamos dicho: Fíjense, no habrá ni una guitarra cuando comience la reunión, porque siempre se inician los actos, como ustedes saben, con una guitarra, un coro...
¡Ah!, bueno, aquí estuvo el coro, muy bien, y muy bueno (Risas). Pero les dije: Desde que comience la reunión en el minuto exacto, a discutir la primera ponencia, y así estuvimos cinco días, mañana, tarde y noche.
Me dieron la tarea de clausurar aquel encuentro, y les hablé, para finalizar el acto, eran ya las 12:00 de la noche. Si ustedes me permiten, y son unos minutos, porque fue muy breve (Risas), quería repetir hoy aquí lo que expresé, porque en cierta forma muy sintética recoge la esencia de muchas de las cosas que les he dicho:
"Estimados delegados, observadores e invitados:
"Ya que ustedes me hacen este honor, no voy a pronunciar un discurso; me limitaré a exponer una ponencia. Lo haré en lenguaje cablegráfico y en gran parte será un diálogo conmigo mismo.
"Mes de julio. Encuentro de Economistas Latinoamericanos y del Caribe. Temario: grave crisis económica mundial a la vista. Necesidad de convocar una reunión internacional. Punto central: la crisis económica y la globalización neoliberal.
"Debate amplio.
"Todas las escuelas.
"Confrontar argumentos.
"Se trabajó en esa dirección.
"Reducción máxima posible de gastos para todos.
"Trabajar mañana, tarde y noche.
"Excepcional seriedad y disciplina ha reinado en estos cinco días.
"Todos hablamos con absoluta libertad. Lo hemos logrado. Estamos agradecidos.
"Hemos aprendido mucho escuchándolos a ustedes.
"Gran variedad y diversidad de ideas. Extraordinaria exhibición de espíritu de estudio, talento, claridad y belleza de expresión.
"Todos tenemos convicciones.
"Todos podemos influirnos unos a otros.
"Todos sacaremos a la larga conclusiones similares.
"Mis convicciones más profundas: la increíble e inédita globalización que nos ocupa, es un producto del desarrollo histórico; un fruto de la civilización humana; se alcanzó en un brevísimo período de no más de tres mil años en la larga vida de nuestros antecesores sobre el planeta. Eran ya una especie completamente evolucionada. El hombre actual no es más inteligente que Pericles, Platón o Aristóteles, aunque no sabemos todavía si suficientemente inteligente para resolver los complejísimos problemas de hoy. Estamos apostando a que puede lograrlo. Sobre eso ha tratado nuestra reunión.
"Una pregunta: ¿se trata de un proceso reversible? Mi respuesta, la que me doy a mí mismo, es: No.
"¿Qué tipo de globalización tenemos hoy? Una globalización neoliberal; así la llamamos muchos de nosotros. ¿Es sostenible? No. ¿Podrá subsistir mucho tiempo? Absolutamente no. ¿Cuestión de siglos? Categóricamente no. ¿Durará solo décadas? Sí, solo décadas. Pero más temprano que tarde tendrá que dejar de existir.
"¿Me creo acaso una especie de profeta o adivino? No. ¿Conozco mucho de economía? No. Casi absolutamente nada. Para afirmar lo que dije basta saber sumar, restar, multiplicar y dividir" (Aplausos). "Eso lo aprenden los niños en la primaria.
"¿Cómo se va a producir la transición? No lo sabemos. ¿Mediante amplias revoluciones violentas o grandes guerras? Parece improbable, irracional y suicida. ¿Mediante profundas y catastróficas crisis? Desgraciadamente es lo más probable, casi casi inevitable, y transcurrirá por muy diversas vías y formas de lucha.
"¿Qué tipo de globalización será? No podría ser otra que solidaria, socialista, comunista, o como ustedes quieran llamarla" (Aplausos).
"¿Dispone de mucho tiempo la naturaleza, y con ella la especie humana, para sobrevivir la ausencia de un cambio semejante? De muy poco. ¿Quiénes serán los creadores de ese nuevo mundo? Los hombres y mujeres que pueblan nuestro planeta.
"¿Cuáles serán las armas esenciales? Las ideas; las conciencias. ¿Quiénes las sembrarán, cultivarán y harán invencibles? Ustedes. ¿Se trata de una utopía, un sueño más entre tantos otros? No, porque es objetivamente inevitable y no existe alternativa. Ya fue soñado no hace tanto tiempo, sólo que tal vez prematuramente. Como dijo el más iluminado de los hijos de esta isla, José Martí: ‘Los sueños de hoy serán las realidades de mañana.’
"He concluido mi ponencia.
"Muchas gracias" (Aplausos prolongados).
Perdonen el abuso que he cometido con ustedes, y les prometo que dentro de 40 años cuando me vuelvan a invitar, seré más breve (Aplausos y exclamaciones de: "¡Fidel, Fidel, Fidel!")
Suerte para ustedes que no incluí el famoso folleto. ¿Saben lo que era? El documento del Sínodo de Roma, publicado en México (Del público le dicen algo). No lo voy a leer; pero gran parte de lo que subrayé leyendo esta exhortación apostólica era coincidente con muchas de las ideas que aquí expresé. Lo pensaba utilizar como prueba de que mucho de lo que se piensa hoy en el mundo sobre el desastroso sistema imperante no viene solo de fuentes de izquierda, no viene solo de fuentes políticas. Argumentos, expresiones o afirmaciones condenando la pobreza, las injusticias, las desigualdades, el neoliberalismo, los despilfarros de las sociedades de consumo y otras muchas calamidades sociales y humanas engendradas por el actual orden económico impuesto al mundo, surgen también de instituciones nada sospechosas de marxismo, como la Iglesia Católica Romana. Igualmente piensan otras muchas iglesias cristianas.
Tal vez lo mejor de todo habría sido que yo hubiera llegado con este documento, leyera lo que tenía subrayado, y ustedes hubieran podido marcharse cuatro horas y media antes (Risas).
Muchas gracias.
(Ovación)