Discurso pronunciado en la Tribuna Abierta de la Revolución en la Plaza Batalla de Guisa, Granma, el 25 de noviembre del 2000
Data:
Compatriotas de Guisa, de Granma y de toda Cuba:
Ni nosotros mismos nos dábamos cuenta de la magnitud de la audacia con que nos vimos envueltos en aquella batalla que aquí se libró entre el 20 y el 30 de noviembre, hace ya cuarenta y dos años. Sólo 13 kilómetros por carretera asfaltada nos separaban de Bayamo, entonces cuartel general de operaciones del ejército enemigo. Ciento ochenta combatientes bisoños, casi todos jóvenes recién salidos de nuestra Escuela de Reclutas, desafiaban a 5 000 hombres de las tropas élites enemigas.
Durante aquellos inolvidables días, la aviación atacaba sin cesar desde el amanecer hasta la noche. Nuestras fuerzas, distribuidas en pequeñas unidades, ocupaban sus posiciones en un amplio espacio, el grueso de ellas en la dirección principal Bayamo-Guisa. Unos tras otros, eran emboscados los refuerzos que intentaban liberar a la compañía cercada en la pequeña ciudad. Los refuerzos quedaban, a su vez, aislados, atacados por la retaguardia, y en determinados momentos nuestras posiciones estaban en riesgo de ser cercadas por un movimiento envolvente de las fuerzas enemigas, abrumadoramente mayoritarias. Un batallón completo que se trasladaba en 14 camiones con dos tanques ligeros a la vanguardia, en un segundo intento de apoyar la guarnición de Guisa, fue totalmente cercado. Una poderosa columna, enviada por el alto mando con fuerte apoyo aéreo y tanques pesados, logró rescatarlo, con numerosas bajas después de más de treinta horas de incesantes combates. En ese momento el número de combatientes nuestros, nutrido con las armas que se venían ocupando, alcanzaba ya aproximadamente la cifra de 250 hombres. En nuestro poder quedaron los 14 camiones, uno de los dos tanques y más de 30 000 balas, cuando nuestro parque, que solía usarse en cantidades ínfimas, comenzaba ya a escasear peligrosamente.
Esa altura se volvió decisiva para impedir la entrada de los refuerzos. Defendida por no más de treinta hombres, era incesantemente bombardeada. Tres veces la abandonaron sus defensores, otras tantas veces fue necesario ocuparla de nuevo, y en la última ocasión fue reforzada con dos escuadras de mujeres, que no retrocedieron ni abandonaron sus posiciones aun cuando un disparo directo del cañón de un tanque pesado mató a su valiente jefe, el capitán Braulio Coroneaux, certero e imbatible con la única ametralladora calibre 50 de que disponíamos en esa porfiada lucha.
El 30 de noviembre se combatió intensamente durante todo el día. El enemigo, que había reunido la casi totalidad de sus fuerzas y en un último intento por desalojarnos de nuestras posiciones atacó desde todas las direcciones posibles, se retiró al atardecer, completamente derrotado, hacia Bayamo, y esa misma noche Guisa fue ocupada por nuestras fuerzas.
La batalla de Guisa fue uno de los hechos que demostraron que nada era imposible para el pequeño ejército que, con sólo siete armas, renació del durísimo revés con que tres días después del desembarco del «Granma» pagó su inicial inexperiencia.
Aquella proeza que hoy conmemoramos fue obra de hijos de obreros y campesinos que en su mayoría no sabían siquiera leer y escribir. En su duro entrenamiento no habían realizado un disparo de bala real; toda su práctica en el uso de los órganos de puntería de sus armas era teórica y geométrica. ¡Nunca dejaré de sentir orgullo, gratitud y admiración por ellos, muchos de los cuales ya no se encuentran entre nosotros! Los jóvenes que ingresaban en nuestras filas aprendían a combatir combatiendo y a vencer venciendo.
Hoy la lucha es diferente, pero no menos épica; hoy nuestro invencible ejército está constituido por millones de hombres y mujeres poseedores de una elevada cultura política, que hace mucho rato saben todos leer y escribir. Es inagotable nuestro parque en la batalla de ideas en que estamos envueltos. Aprendemos historia haciendo historia; fortalecemos nuestras ideas revolucionarias y justas destrozando las ideas de los adversarios, y consolidamos nuestra verdad destruyendo sus mentiras.
La magnitud y el carácter de nuestra lucha actual pudo apreciarla nuestro pueblo a raíz de la X Cumbre Iberoamericana. Hombres responsables de repugnantes hechos criminales, adiestrados todos por la CIA y utilizados directa o indirectamente por los gobiernos de Estados Unidos para las acciones contra Cuba a lo largo de más de cuarenta años, preparaban en Panamá un atentado terrorista que podía haber costado la vida a varios jefes de delegaciones y que, en su más cruel variante, mataría a cientos de estudiantes universitarios de los más de mil que se reunieron con la delegación cubana en el paraninfo de la Universidad de Panamá. Ese parece ser el lugar escogido para llevar a cabo su masacre.
Se conoce hoy con toda precisión que los terroristas habían realizado un estudio de la instalación donde el sábado 18 de noviembre, en horas de la noche, los entusiastas y combativos estudiantes habían organizado un fraternal encuentro con nosotros, algo que hemos hecho, casi sin excepción, en nuestros viajes por América Latina para asistir a reuniones de Jefes de Estado y de Gobierno. La cantidad y el poder explosivo de los medios que introdujeron los terroristas en Panamá eran suficientes para destruir toda la instalación. Éstos, con los demás elementos necesarios para su uso, fueron escondidos por varios cómplices en un punto apartado del campo tan pronto los cabecillas fueron arrestados en el cómodo apart-hotel donde se alojaban. No habrá forma de evitar que se conozcan todos los detalles.
El personal de seguridad panameño, sus jefes, oficiales y demás integrantes de sus instituciones, en todo instante actuaron con valentía y eficiencia. El plan fue desmantelado por ellos en menos de dos horas a partir de la denuncia oportuna y de la información precisa brindada por nuestro país. Una vez más se demostró la seriedad y veracidad de la palabra de Cuba.
El hecho dio lugar en la Cumbre a un duro intercambio, al presentarse un proyecto de resolución omiso y excluyente contra el terrorismo por el Presidente del país que ha sido la base de Estados Unidos para la contrarrevolución en Centroamérica y refugio del peor terrorista que se conoce en el hemisferio, quien desde El Salvador organizó y llevó a cabo, con empleo de mercenarios, incontables crímenes contra Cuba y otros países del área. Tomado in fraganti y sorprendido por la denuncia cubana, el mandatario salvadoreño reaccionó con incontenible histeria afirmando que yo lo acusaba de cómplice de la conspiración para asesinarme.
No lo acusé de ser cómplice del macabro plan. Dije simplemente que el cabecilla terrorista radicaba, conspiraba y operaba desde El Salvador, lo cual conocía, toleraba y ocultaba el gobierno salvadoreño. De eso sí lo acuso y no puede desmentirme, no sólo porque varios miembros del gobierno del anterior presidente Armando Calderón Sol y otros cómplices y colaboradores de Posada Carriles permanecían en su gobierno —cuyos nombres fueron comunicados por Cuba al Presidente Calderón Sol, lo cual informó al candidato electo—, sino porque al señor Flores, actual Presidente, después que tomó posesión de su cargo, le hice llegar a través de un enviado especial la información pertinente sobre la vida y milagros, las actividades y los siniestros planes del terrorista Luis Posada Carriles. Dicha información le fue entregada el 5 de octubre de 1999, a las 4:00 de la tarde. No hizo absolutamente nada; tal vez no pudo hacerlo por falta de autoridad y de valor. Mintió impúdicamente cuando se rasgó las vestiduras ante la Cumbre, cual si fuese víctima de atroz calumnia.
Lógicamente, su hipócrita ponencia sobre el terrorismo fue previamente cocinada con el gobierno de España, emergente potencia económica europea en América Latina a veces útil en la lucha contra la voracidad del Norte, pero cuya jefatura política se comporta con evidente inclinación a la prepotencia, y fue secundada de inmediato por el Presidente de un México diferente, hoy regido por los intereses, los principios y los compromisos impuestos por el Tratado de Libre Comercio con su vecino del Norte. Por afinidad neoliberal o por lo engañoso del tema, la propuesta recibió el apoyo de los demás. Casi todos los allí reunidos, como se conoce, albergan ideas políticas, económicas y sociales muy distintas del pensamiento revolucionario y ético de nuestro heroico pueblo. Mas no hubo vacilación alguna en mantener nuestra posición, aun conociendo de antemano lo que harían.
El presidente Chávez, unitario, bolivariano y sinceramente revolucionario, se vio envuelto en un amargo y embarazoso dilema. Su Majestad, el Rey de España, hombre noble y siempre amistoso con Cuba, estaba más bien consternado.
Al fin y al cabo todos estaban más seguros ese mediodía porque el temible terrorista que a todos ponía en riesgo con sus planes había caído en su propia trampa gracias a la denuncia de Cuba, que en cambio era excluida de protección y apoyo en un discriminatorio y oportunista proyecto antiterrorista.
El enfurecido e inexperto provocador del incidente, enarbolando banderas de paz, planteó discutir el asunto bilateralmente, aunque la cuestión no tiene nada de bilateral. Como lo cortés —según el refrán conocido— no quita lo valiente, le respondimos que estábamos dispuestos a discutir en ese plano. Veremos cómo y para qué servirá tal reunión.
Tenemos ahora bastante trabajo que ocupa nuestro tiempo, entre otras cosas, evitar que su "ilustre huésped" y cabecilla terrorista, y los secuaces de éste, puedan evadir la acción de la justicia con el apoyo de sus amigos del Norte.
Nadie sabe lo que nuestro pueblo, cada vez más unido, más culto y más fuerte, es capaz de alcanzar. No descansaremos en nuestra heroica y digna lucha. Cumpliremos todos los objetivos que juramos en Baraguá. Ganaremos la épica batalla de ideas. Como en Guisa, demostraremos muchas veces que nada es imposible.
¡Gloria eterna a los que, casi adolescentes todavía, cayeron por la Revolución en este rincón sagrado de la Patria! (Exclamaciones de: "¡Gloria!".)
¡Seremos fieles a su memoria hasta el último aliento!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!