Discursos e Intervenções

Discurso del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en la Tribuna Abierta celebrada en la Plaza de la Revolución «Comandante Ernesto Che Guevara», en conmemoración del Aniversario 47 del Asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Villa Clara, 29 de julio del 2000

Data: 

29/07/2000

Villaclareños;

Compatriotas;

Invitados:

Todo cambia. Hasta la hora y la forma de nuestros grandes actos públicos como el Primero de Mayo y el 26 de Julio. La lucha tenaz y sin tregua para reparar la enorme injusticia cometida contra un niño cubano, su padre y su familia, y la enorme batalla de ideas y de masas librada por nuestro pueblo a lo largo de 7 meses, enriqueció extraordinariamente nuestra experiencia revolucionaria. Una elevada capacidad de movilización, organización y disciplina ha sido alcanzada. Cientos de nuevos y brillantes oradores, muchos de ellos niños, adolescentes y jóvenes, han surgido por todas partes como prueba inequívoca de la insuperable obra educativa de la Revolución.

Hemos desarrollado nuevas y eficientes formas para transmitir al pueblo y al mundo nuestras verdades. El arte y la palabra hablada, la cultura artística y el mensaje revolucionario se han unido de forma casi inseparable en nuestro proceso histórico. Los conocimientos, la cultura general y la conciencia política se profundizan aceleradamente. Ya no serán necesarios largos discursos en incómodas y calurosas concentraciones para abordar a fondo temas complejos y explicar acontecimientos que se debaten casi diariamente en programas, pronunciamientos y análisis a través de nuestros medios de televisión, radio y prensa escrita.

Hoy estamos en Tribuna Abierta, en esta Plaza de la Revolución, ante el mausoleo que guarda los restos del destacamento de refuerzo integrado por el Che y sus heroicos compañeros caídos cuando eran protagonistas de una noble y generosa lucha en otras tierras del mundo.

Uno por uno fueron buscados y encontrados en dispersos y alejados parajes; uno por uno sus huesos fueron identificados. Ha tenido la patria el privilegio de reunir en este santuario de la solidaridad y el internacionalismo a los actores de una de las páginas más hermosas de la historia de América. Antes de que los sueños unitarios de Bolívar y Martí sean realidad, aquí está ya integrada simbólicamente nuestra América. Argentinos, bolivianos, peruanos y cubanos, e incluso una hija de la tierra que fue cuna del que primero soñó con un mundo socialista, están unidos para siempre en este mismo sitio.

Esas tumbas, de cuya imponente presencia brotan mensajes de aliento, nos están recordando que no estamos solos en este 26 de julio villaclareño, que con nosotros vibran también los que cayeron en aquella batalla en que fueron arrebatadas de las garras de la tiranía, unas tras otras, las calles y las edificaciones de esta ciudad heroica.

Ya en nuestro poder las ciudades de Santiago de Cuba y Santa Clara, la lucha no se detuvo un segundo, y nuestras tropas continuaron su marcha impetuosa con el apoyo unánime de los trabajadores y el resto del pueblo hasta el colapso total del régimen en menos de 48 horas. No se trataba de una toma del poder por la fuerza de las armas; era una revolución.

Pronto comprendimos todos que el verdadero amo no era el sátrapa derrocado; un amo mil veces más poderoso era el verdadero amo. En circunstancias normales podría parecer que se trataba de una simple teoría o hipótesis política. Eran tiempos en los que muchos creían que la soberanía y la independencia de los pueblos constituían sagrados principios universales acatados y respetados por todos.

Nuestro pueblo tuvo su primera lección al ver marcharse masivamente hacia Estados Unidos, donde guardaban sus fortunas, a cientos de los grandes saqueadores de los fondos públicos y a los peores criminales de guerra que habían torturado y asesinado a miles de sus hijos. Mas esto no era más que el comienzo. Las autoridades de aquel país suspendieron de inmediato todos los créditos y se inició el bombardeo de calumnias, que ha continuado prácticamente hasta hoy, con las que suelen justificar siempre sus acciones. El pretexto fue en aquel entonces la sanción ejemplar a los criminales de guerra que no pudieron escapar, y la intervención y confiscación de fincas, bienes inmobiliarios y otras riquezas mal habidas en casi siete años de tiranía.

Una reforma agraria necesaria y vital para la vida del país, decretada cuatro meses y medio después del triunfo de la Revolución, desató la ira del imperio. Varias de sus grandes empresas eran propietarias de enormes extensiones de las mejores tierras del país. La Revolución fue inexorablemente condenada a muerte. Parecía tarea fácil. Comenzaron los ataques aéreos desde el territorio norteamericano por aviones piratas contra plantaciones cañeras, centrales azucareros e incluso ciudades; actos terroristas, bandas armadas, guerra sucia, planes de atentados, ataques desde el mar a instalaciones costeras y embarcaciones mercantes y pesqueras, la invasión mercenaria de Girón, y el arma al parecer absoluta e irresistible para un país pequeño y subdesarrollado: el bloqueo y la guerra económica totales.

Uno a uno los gobiernos corruptos, oligárquicos y burgueses de nuestra propia lengua, cultura e historia colonial en este hemisferio, con excepción de un solo país latinoamericano, en acción fratricida se sumaron a Estados Unidos. Nuestra cuota azucarera de más de 3 millones de toneladas de azúcar obtenida a lo largo de un siglo, fue repartida entre cómplices y traidores. Todo en nombre de la "libertad" y la "democracia", que rara vez existieran en muchos de aquellos países, si realmente las hubo alguna vez.

Derrotada la invasión mercenaria, se elaboraron los planes para una invasión directa a Cuba con empleo de las fuerzas militares de Estados Unidos, que hoy los documentos desclasificados prueban de modo irrebatible. Hasta una guerra nuclear estuvo a punto de estallar.

Esfuerzos por aislar totalmente a Cuba, sabotajes contra nuestras líneas mercantes y aéreas; un avión hecho explotar en pleno vuelo con más de 70 pasajeros, entre ellos nuestro equipo juvenil de esgrima que acababa de obtener todas las medallas de oro en el Campeonato Centroamericano; guerra biológica contra personas, animales y plantas, bombas en hoteles y otras instalaciones turísticas, y otros actos terroristas directamente realizados por instituciones del gobierno de Estados Unidos o a través de organizaciones títeres ha tenido que soportar nuestro pueblo a lo largo de cuatro décadas.

La caída del campo socialista y la desintegración de la URSS que privó al país de sus mercados fundamentales, combustibles, alimentos, materias primas, equipos y piezas, nos condujo a una situación excepcionalmente difícil. Fue el momento escogido por el gobierno de Estados Unidos con repugnante oportunismo para tratar de propinar el golpe de gracia a la Revolución con las leyes Torricelli, Helms-Burton y decenas de enmiendas en importantes legislaciones del Congreso norteamericano. Muchos esperaron en vano durante años la noticia de que la Revolución había dejado de existir. Nuestro pueblo resistió inconmovible.

La proeza sin precedentes que fue capaz de realizar nos llena de legítimo orgullo. Nada impidió las extraordinarias conquistas sociales alcanzadas que hoy son objeto de admiración por todas las personas honestas del mundo. Nada impidió las páginas escritas con letras de oro en el libro de la historia del internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos. Nada podrá borrar el ejemplo que hemos dado al mundo. Nuestros sentimientos patrióticos se han profundizado y nuestros sentimientos internacionalistas se han multiplicado al sembrarse en el alma del pueblo cubano la más hermosa de las ideas martianas, cuando afirmó que "patria es humanidad".

Nos llenan igualmente de orgullo esos sentimientos que llevaron a Martí a Dos Ríos; al Che Guevara y sus compañeros a Ñacahuazú, al Río Grande, a la Quebrada del Yuro y a La Higuera; a cientos de miles de combatientes internacionalistas cubanos a Angola, a Cuito Cuanavale y a las riberas del río Cunene en la frontera de Namibia, para cooperar decisivamente con los pueblos hermanos de África a la derrota de uno de los más repugnantes y odiosos bastiones del racismo y el fascismo. Esos sentimientos llevaron a decenas de miles de médicos, maestros, técnicos y constructores a muchos rincones de la tierra a salvar vidas, a aliviar el dolor, restaurar y preservar la salud, educar y contribuir al bienestar y el desarrollo de millones de personas; nos llevaron a ofrecer nuestras instituciones educacionales y universidades a decenas de miles de jóvenes del Tercer Mundo. Constituye un legado que Cuba, amenazada, hostilizada y bloqueada por la nación más poderosa de la Tierra, supo aportar al mundo del futuro, que sólo podrá salvarse y sólo podrá construirse sobre esos pilares de solidaridad e internacionalismo.

Sueñan los teóricos y agoreros de la política imperial que la Revolución, que no pudo ser destruida con tan pérfidos y criminales procedimientos, podría serlo mediante métodos seductores como el que han dado en bautizar como "política de contactos pueblo a pueblo". Pues bien: estamos dispuestos a aceptar el reto, pero jueguen limpio, cesen en sus condicionamientos, eliminen la Ley asesina de Ajuste Cubano, la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, las decenas de enmiendas legales aunque inmorales, injertadas oportunistamente en su legislación; pongan fin por completo al bloqueo genocida y la guerra económica; respeten el derecho constitucional de sus estudiantes, trabajadores, intelectuales, hombres de negocio y ciudadanos en general a visitar nuestro país, hacer negocios, comerciar e invertir, si lo desean, sin limitaciones ni miedos ridículos, del mismo modo que nosotros permitimos a nuestros ciudadanos viajar libremente e incluso residir en Estados Unidos, y veremos si por esas vías pueden destruir la Revolución cubana, que es en definitiva el objetivo que se proponen.

Sin ánimos de perturbar los dulces sueños de los que esto último piensan, cumplo el cortés deber de advertirles que la Revolución cubana no podrá ser destruida ni por la fuerza ni por la seducción.

Martí dijo que trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra, y compartimos con él ese pensamiento, pero nunca dijo que aquellas fuesen innecesarias. Cuba está hoy defendida por una doble trinchera de piedra y de ideas: una contra la fuerza bruta, constituida por la disposición de un pueblo a luchar hasta las últimas consecuencias, de forma que de nada valdrían las llamadas armas inteligentes ni los más sofisticados medios que emergen de los avanzados centros productores de instrumentos de muerte que poseen nuestros potenciales agresores. Pero lo está también por una gigantesca trinchera de sentimientos e ideas contra la cual se estrellará todo el arsenal de mentiras, demagogia e hipocresía con las que el imperialismo pretende engañar al mundo. Con ideas verdaderamente justas y una sólida cultura general y política, nuestro pueblo puede igualmente defender su identidad y protegerse de las seudoculturas que emanan de las sociedades de consumo deshumanizadas, egoístas e irresponsables. En esa lid también podemos vencer y venceremos.

La historia está igualmente de nuestro lado, porque el orden económico y político injusto y globalizado impuesto al mundo es insostenible, y más temprano que tarde se derrumbará. La naturaleza no podrá resistir la agresión a que están sometidos los recursos naturales y el medio ambiente. Los miles de millones de pobres que en número creciente habitan este planeta se harán ingobernables. No habrá leyes de inmigración ni líneas amuralladas que puedan contenerlos. La propia civilización estará amenazada. Los políticos, por soberbios e incapaces que sean, tendrán que comprender que en nuestra época y en nuestro planeta la paz y la cooperación estrecha entre los pueblos es la única alternativa posible.

A ritmo acelerado los ciudadanos de nuestro país adquieren un conocimiento profundo y plena conciencia de estas realidades. La gigantesca marcha combatiente de la capital hace 72 horas así lo demuestra. Esta tribuna abierta en Santa Clara, masiva, organizada, entusiasta, emocionante y bella, así lo confirma.

Este monumento que se yergue a nuestro lado es como un faro que nos traza el porvenir. Los restos, que no son mortales sino inmortales, que en sus bóvedas yacen, nos demuestran lo que son capaces de hacer los seres humanos por un mundo de justicia, fraternidad y paz.

¡Gloria eterna a los caídos en el Moncada, en Girón, en el Escambray, en las montañas, en los llanos y ciudades de Cuba para hacer posibles los sueños de aquel 26 de julio!

¡Gloria eterna al Che y a los que dieron sus vidas junto a él!

¡Gloria eterna a los que cayeron en Guinea Bissau, en el este del Congo, en Etiopía, en Angola, en Cuito Cuanavale, en las proximidades de las fronteras de Namibia y en otras partes!

¡Gloria eterna a los maestros y trabajadores civiles que murieron cumpliendo misiones internacionalistas!

¡Honor, gratitud y reconocimiento a los miles de médicos y trabajadores de la salud que hoy salvan vidas en apartados rincones del mundo!

¡Honor y gloria al pueblo que ha sido capaz de estas proezas!

¡Villaclareños, vencedores de dificultades y obstáculos, ganadores del honor de ser sede del 47 aniversario del día en que se encendió la chispa de un ejemplo y una idea que hoy recorre el mundo, felicidades!

¡Compatriotas de toda Cuba, adelante!

¡Hasta la victoria siempre!

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