Mensaje de Fidel a la Mesa Redonda
Escuché íntegramente sin perder un solo segundo la Mesa Redonda del jueves 13. Las noticias sobre la Conferencia de Bali, apuntadas por Rogelio Polanco, director de Juventud Rebelde, confirman la importancia de los acuerdos internacionales y la necesidad de tomarlos muy en serio.
En aquella pequeña isla de Indonesia se reunieron numerosos Jefes de Gobierno de países del llamado Tercer Mundo, que luchan por su desarrollo y reclaman un trato equitativo, recursos financieros y transferencias de tecnología a los representantes de las naciones industrializadas también allí representadas.
El Secretario General de Naciones Unidas, ante la tenaz obstrucción de Estados Unidos en el seno de las 190 representaciones allí reunidas, y después de doce días de negociación, afirmó el viernes 14, hora de Cuba, cuando ya era sábado en Bali, que la especie humana podía desaparecer como consecuencia del cambio climático. Después se marchó hacia Timor Oriental.
Aquella declaración convirtió la conferencia en una olla de grillos. Al décimo segundo día de estériles esfuerzos persuasivos, la representante yanqui Paula Dobriansky, tras un suspiro profundo, declaró: “nos unimos al consenso.” Es obvio que Estados Unidos maniobró para sortear su aislamiento, aunque no cambió en absoluto las sombrías intenciones del imperio.
Vino el gran espectáculo: Canadá y Japón se adhirieron de inmediato a Estados Unidos, frente al resto de los países que demandaban compromisos serios sobre la emisión de gases que originan el cambio climático. Todo se había previsto con antelación entre los aliados de la OTAN y el poderoso imperio, que en una maniobra de engaño accedió a negociar durante el año 2008 en Hawai, territorio norteamericano, un nuevo proyecto de convenio, que sería presentado y aprobado en la Conferencia de Copenhague, Dinamarca, el año 2009, que sustituiría al de Kyoto, al caducar éste en 2012.
A Europa en la teatral solución le reservaron el papel de salvadora del mundo. Hablaron Brown, la Merkel y otros líderes de países europeos pidiendo gratitud internacional. Excelente regalo de Navidad y Año Nuevo. Ninguno de los panegiristas mencionó las decenas de millones de personas pobres que siguen muriendo de enfermedades y hambre cada año dadas las complejas realidades actuales, cual si viviéramos en el mejor de los mundos.
El Grupo de los 77, que comprende 132 países que luchan por desarrollarse, había logrado consenso para demandar de los países industrializados una reducción de los gases que originan el cambio climático, para el año 2020, del 20 al 40% por debajo del nivel alcanzado en 1990, y del 60 al 70% en el año 2050, lo cual es técnicamente posible. Demandaban además la asignación de fondos suficientes para la transferencia de tecnología al Tercer Mundo.
No olvidar que esos gases dan lugar a las olas de calor, la desertificación, el derretimiento de glaciares y el aumento del nivel de los mares, que podrían cubrir países enteros o gran parte de ellos. Las naciones industrializadas comparten con Estados Unidos la idea de convertir los alimentos en combustible para los autos lujosos y otros derroches de las sociedades de consumo.
Lo que afirmo quedó demostrado cuando el propio sábado 15 de diciembre se hizo público a las 10 y 06, hora de Washington, que el Presidente de los Estados Unidos había solicitado al Senado, y éste había aprobado, 696 mil millones de dólares para el presupuesto militar del año fiscal 2008, entre ellos 189 mil millones destinados a las guerras de Irak y Afganistán.
Experimenté un sano orgullo al recordar la forma digna y serena con que respondí las hirientes propuestas que me hizo en 1998 el entonces primer ministro de Canadá Jean Chrétien. No albergo ilusiones.
Mi más profunda convicción es que las respuestas a los problemas actuales de la sociedad cubana, que posee un promedio educacional cercano a 12 grados, casi un millón de graduados universitarios y la posibilidad real de estudio para sus ciudadanos sin discriminación alguna, requieren más variantes de respuesta para cada problema concreto que las contenidas en un tablero de ajedrez. Ni un solo detalle se puede ignorar, y no se trata de un camino fácil, si es que la inteligencia del ser humano en una sociedad revolucionaria ha de prevalecer sobre sus instintos.
Mi deber elemental no es aferrarme a cargos, ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes, sino aportar experiencias e ideas cuyo modesto valor proviene de la época excepcional que me tocó vivir.
Pienso como Niemeyer que hay que ser consecuente hasta el final.