Hermanos del alma
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La frase «hermanos del alma» la escuché por primera vez de Katiuska Blanco, al referirse a ese vínculo espiritual tan intenso existente entre Raúl y Fidel, una conexión que va más allá de la sangre común, el cariño, la admiración y el respeto, pues tiene que ver con la manera en que esos dos seres abrazaron la causa revolucionaria, compartieron juntos todos los peligros y sacrificios, enfrentaron y superaron todo tipo de obstáculos, y quedaron aún más unidos no solo entre ellos, sino en el alma misma de la patria.
Existen numerosas anécdotas de cómo esa relación especial germinó desde el seno familiar en Birán, en los colegios Hermanos de La Salle y Dolores, en Santiago de Cuba, y alcanzó su máximo esplendor, a partir de la radicalización del pensamiento revolucionario de ambos y la decisión de unir su suerte, por un destino verdaderamente luminoso para Cuba.
Siendo apenas un adolescente, ya Raúl se cuestionaba la realidad social que percibía en el entorno de Birán, rodeado de propiedades y empresas estadounidenses, ideas que compartía con los trabajadores de la zona y que de una u otra forma llegaban a oídos de su padre. Preocupado por esta situación, Ángel Castro decidió entonces confiar a Fidel la formación de Raúl y aceptó que lo llevara a La Habana bajo su responsabilidad. El resultado fue que Fidel se convirtió en el principal educador político de Raúl.
Mas Raúl no se ganó el lugar que hoy ocupa por ser hermano de Fidel —de hecho, este último evitó siempre que hubiera favoritismos y condescendencias—, sino por mérito propio, a partir de su determinación y firmeza al actuar en momentos cruciales. Así fue durante las acciones del 26 de julio de 1953 en el Palacio de Justicia en Santiago, cuando en una acción de audacia extrema desarmó a un sargento que dirigía una patrulla de militares en el preciso momento en que detenía a sus compañeros; así tomó el mando de la situación.
Después del asalto al Moncada, Raúl y Fidel volverían a verse en la entrada de la cárcel de Boniato. Aunque no pudieron intercambiar palabra alguna o darse el abrazo anhelado, el hecho de saber cada uno que el otro vivía produjo en ambos inmensa alegría. Raúl no olvidaría jamás ese momento, pues Fidel no se veía para nada derrotado, todo lo contrario, [...] «allí estaba él con una dignidad y una estampa de firmeza e hidalguía tremenda».
No sería el único momento en que tendría lugar una escena similar; el 18 de diciembre de 1956, al rencontrarse en Cinco Palmas, el propio Raúl ha contado que pensó en sus adentros que Fidel se había vuelto loco al escucharlo exclamar: ¡ahora sí ganamos la guerra!, por el hecho de haberse reunido ocho hombres y siete fusiles en aquel lugar memorable. Ya para ese momento ambos hermanos habían compartido la experiencia de la prisión y el exilio.
Durante la lucha en las montañas de la Sierra Maestra Fidel se preocupaba por la vida de su hermano más pequeño, pero no menor era el desvelo de Raúl por la de Fidel. Raúl va a estar de manera inseparable junto a Fidel en las principales acciones de la guerrilla, se destacó y ganó prestigio ante la tropa rebelde por su valentía, disciplina y compañerismo.
La apertura del II Frente se convertiría en una de las hazañas militares más significativas de la guerra de liberación, en la zona de operaciones asignada crecería aún más el liderazgo de Raúl, que mostró sus dotes no solo como estratega militar, sino como organizador. El II Frente en materia de organización puede considerarse la simiente de la futura institucionalidad de la Revolución; Fidel lo definiría como «modelo de organización, administración y orden».
Raúl también tendría una destacada participación junto a Fidel y al comandante Juan Almeida Bosque, en las operaciones que dieron cerco a la ciudad de Santiago de Cuba y a las contundentes victorias del Ejército Rebelde en el mes de diciembre de 1958, que constituyeron la antesala del triunfo revolucionario. Raúl había vuelto a encontrarse con Fidel el 18 de diciembre en La Rinconada, sede de la Comandancia del Ejército Rebelde.
Llegada la hora del triunfo revolucionario, Raúl se encargaría de tomar todas las medidas pertinentes para proteger la vida de Fidel en el trayecto de la Caravana de la Libertad por toda la Isla; otra tarea que cumplió con gran amor y responsabilidad. Encargaría al frente de esa misión a uno de sus mejores hombres, al comandante Antonio Enrique Lussón Battle.
Es así que cuando triunfa la Revolución, Raúl había acumulado méritos suficientes para ocupar el segundo puesto en la dirección del Movimiento 26 de Julio, ratificado además en acto público por el pueblo en fecha tan temprana como el 21 de enero de 1959, al ser propuesto directamente por Fidel.
Otros momentos de la historia de la Revolución unirían indisolublemente a Fidel y Raúl, como fue aquel en que Raúl sufrió un accidente cuando sobrevolaba en avioneta la Ciénaga de Zapata y Fidel salió de inmediato a su rescate, o cuando Fidel en medio de un importante discurso el 6 de agosto de 1960 perdió transitoriamente la voz —afónico por un catarro— y Raúl en un gesto memorable tomó el micrófono y pronunció palabras que emocionaron profundamente a todo el auditorio; pero también habría que mencionar Girón, la Crisis de Octubre, la lucha contra Bandidos, la batalla contra el sectarismo, las conspiraciones y traiciones, las misiones internacionalistas, el enfrentamiento a la política agresiva de los distintos Gobiernos estadounidenses, la Revolución en toda su dimensión, tanto en el plano doméstico como internacional, el Período Especial, la lucha por el regreso de Elián y los Cinco Héroes, entre muchísimos otros. Para suerte de Cuba y los cubanos, durante décadas de lucha, ambos líderes se
complementaron las tareas de tal forma que multiplicaron por diez la fuerza del impulso revolucionario.
Cuando llegó la hora de asumir las máximas responsabilidades del Estado y el Gobierno en el año 2008, Raúl destacó: «Fidel es Fidel, todos lo sabemos bien, Fidel es insustituible y el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente. Aunque siempre lo estarán sus ideas, que han hecho posible levantar el bastión de dignidad y justicia que nuestro país representa».
Si a lo largo de los años como Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias durante casi 49 años, Segundo Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y Ministros, Raúl dejó una huella trascendente en la historia del proceso revolucionario cubano, después de 1959, no se puede contar la historia más reciente sin hablar de su papel como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros y Primer Secretario del Partido en la conducción de los más importantes procesos de cambio para actualizar y perfeccionar el modelo socialista cubano de las últimas décadas, desde los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución, la nueva Ley Migratoria y la nueva Constitución de la República, por solo mencionar algunos ejemplos. Tampoco puede dejar de mencionarse su destacada labor en el escenario internacional desde la presidencia pro tempore de la Celac, el proceso de paz en Colombia y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, hechos todos que marcan la época contemporánea. Raúl siempre ha rehuido las menciones y homenajes, pero su historia de vida y lucha merece ser más divulgada y conocida entre las nuevas generaciones de cubanos.
El 25 de noviembre de 2016 se produjo la partida física del Comandante en Jefe, pero en su lugar quedó su más fiel y experimentado discípulo, el más fidelista de todos los cubanos, que desde su singularidad ha mantenido viva la fuerza de la Revolución, abriéndole paso con seguridad y confianza a la continuidad creadora que representa nuestro presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que ha bebido de esos dos manantiales de sabiduría, ejemplos imperecederos de hermandad en la lucha contra todos los imposibles, que siguen demostrándonos cada día «que sí se pudo, sí se puede y se podrá superar cualquier obstáculo, amenaza o turbulencia en nuestro firme empeño de construir el socialismo en Cuba, o lo que es lo mismo, ¡garantizar la independencia y la soberanía de la patria!».