Fidel y Allende Anécdotas de mutua admiración
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Luego de haber asistido a la toma de posesión de Rómulo Betancourt como nuevo Presidente de Venezuela, el médico y político chileno de izquierda revisó sus bolsillos y hallando que le quedaban “unos dólares de más” -así lo relataría él mismo al periodista Régis Debray- decidió viajar a Cuba para vivir la experiencia del poder en manos del pueblo que promulgaba la naciente Revolución cubana.
Apenas 12 días después de la entrada de la Caravana de la Libertad a La Habana, el doctor Salvador Allende arribó a la Isla. Llegó en una jornada muy particular que le hizo pensar que no existía tal cambio revolucionario en la Mayor de las Antillas.
“Estaba en el hotel y esa tarde hubo un desfile que para mí no sólo fue impactante, sino sencillamente fue una cosa increíble. Ese desfile estaba encabezado por 200 policías de Miami e iba en auto abierto el alcalde de Miami y, me parece, el alcalde de La Habana. Entonces yo, al día siguiente, pensé tomar el avión y regresar a Chile, cuando me encontré con Carlos Rafael Rodríguez, a quien había conocido en Chile”.
-“¿Qué estás haciendo acá?”, le preguntó el intelectual cubano.
-“Vine a ver esta revolución, pero como no hay tal revolución, me voy. ¿Qué revolución va a ser ésta cuando están los policías de Miami?”, respondió Allende.
-“Cometes un error, Salvador, quédate aquí, conversa con los dirigentes”, le exhortó Carlos Rafael.
-“No, no, me voy”, fue la respuesta del chileno.
Pero el diplomático le insistió tanto, y como Allende conocía bien la calidad humana y revolucionaria de quien lo animaba a no desistir, el de la nación austral aceptó con una condición: “Conforme, pero ponme en contacto con los dirigentes”.
La respuesta no se hizo esperar. Ya en la tarde el diputado chileno recibía una llamada: “El comandante Guevara le va a mandar su automóvil y lo espera en el Cuartel de la Cabaña”.
“Ahí llegué yo y ahí estaba el Che. Estaba tendido en un catre de campaña, en una pieza enorme, donde me recuerdo había un catre de bronce, pero el Che estaba tendido en el catre de campaña. Solamente con los pantalones y el dorso descubierto, y en ese momento tenía un fuerte ataque de asma. Estaba con el inhalador y yo esperé que se le pasara, me senté en la cama, en la otra, entonces le dije: 'Comandante', pero me dijo: 'Mire, Allende, yo sé perfectamente bien quién es usted. Yo le oí, en la campaña presidencial del ’52, dos discursos: uno muy bueno y uno muy malo. Así es que conversemos con confianza, porque yo tengo una opinión clara de quién es usted'.
“Después me di cuenta de la calidad intelectual, el sentido humano, la visión continental que tenía el Che y la concepción realista de la lucha de los pueblos, y él me conectó con Raúl Castro y después, inmediatamente, fui a ver a Fidel. Recuerdo como si fuera hoy día: estaba en un consejo de gabinete. Me hizo entrar y yo presencié parte de la reunión. Hubo una cena y después salimos a conversar con Fidel a un salón. Había guajiros jugando ajedrez y cartas, tendidos en el suelo, con metralletas y de todo. Ahí, en un pequeño rincón libre, nos quedamos largo rato. Ahí me di cuenta de lo que era, ahí tuve la concepción de lo que era Fidel”.
La simpatía de Salvador Allende con el proceso cubano y sus principales líderes sería tal que desde entonces, prácticamente todos los años, hasta 1968, concurriría a Cuba para estar junto a su pueblo. Así lo expresó en diciembre de 1972, en la Plaza de la Revolución José Martí, de La Habana. Ocasión en que develaría con absoluta nitidez su apreciación sobre el Comandante en Jefe.
“Aquí en Cuba, apareció el hombre, síntesis del pueblo: Fidel Castro”.
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Probablemente el Comandante en Jefe también advirtió, desde un primer momento, en la mirada de Salvador Allende esa bondad y nobleza que acompañan a los seres excepcionales; ese halo virtuoso de guardián de pueblo.
Seguramente lo admiró más cuando supo que en la década del treinta en un país donde la dominación imperialista se ejercía brutalmente sobre sus trabajadores, su cultura y sus riquezas naturales, el de Valparaíso llevó a cabo una lucha consecuente que nunca lo apartó de su intachable conducta revolucionaria; fue fundador del Partido Socialista de Chile; impulsó la creación del Frente Popular donde asumiría la Cartera de Salubridad y priorizaría la atención a la medicina social.
Conocer que Allende había votado en el Senado, en el año 1947, contra la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, conocida como “Ley Maldita” por su carácter represivo; que en 1952 había presentado ante los demás senadores un proyecto de ley para la nacionalización del cobre; que había denunciado junto al Che en 1961 el carácter demagógico de la Alianza para el Progreso en la reunión de la OEA, en Punta del Este, despertaron un respeto especial en Fidel hacia ese chileno de izquierda.
De igual manera, su participación al frente de la delegación chilena en la Conferencia Tricontinental de La Habana en 1966; su visita al año siguiente a la Unión Soviética en el 50 Aniversario de la Revolución de Octubre y, en 1968, a la República Democrática de Corea, la República Democrática de Viet Nam, Camboya y Laos, países en plena efervescencia revolucionaria.
Pero tal vez la actitud de Allende que más admiró nuestro líder guarda relación con la caída en combate del Guerrillero Heroico. Pues tras la muerte del Che, él que era entonces presidente del Senado, no solo estuvo con los tres cubanos sobrevivientes de la guerrilla, en Iquique, sino que también los acompañó a Pascua y Tahití. Eso decía mucho del virtuosismo de aquel amigo.
Así que, cuando tiempo después, en enero de 1970, el mandatario cubano conoció que La Unidad Popular, coalición política integrada por comunistas, socialistas, radicales y otros, habían proclamado a Salvador como su candidato a las elecciones de ese año, le mostró total respaldo y acompañamiento.
“Y nuestro Partido, nuestro pueblo —a pesar de que nosotros habíamos hecho la revolución por caminos diferentes [a través de la lucha armada]—, nosotros no vacilamos en un solo instante, porque comprendíamos que en Chile se daba la posibilidad de obtener un triunfo electoral, a pesar de todos los recursos del imperialismo y de las clases dominantes, a pesar de todas las circunstancias adversas. Y no vacilamos en el año 1970 en exponer públicamente nuestra comprensión y nuestro apoyo al esfuerzo que la izquierda chilena realizaba para triunfar en las elecciones de aquel año”, rememoraría años después nuestro Comandante en Jefe.
Cuentan que el 4 de septiembre de 1970, Fidel estuvo en la redacción del diario Ganma esperando las informaciones de los comicios en Chile y tras conocer el triunfo de Allende, pidió destacar en la portada, en el titular, que el triunfo era sobre el imperialismo, a la vez que estampó un saludo y su rúbrica, y luego hizo firmar a todos los que estaban junto a él. Y le envió aquel ejemplar al vencedor y en la madrugada siguiente al día de la elección, le llamó para felicitarlo.
“Guardo esa portada como recuerdo”, diría Allende a Debray en una entrevista que le concediera en 1971.
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En su condición de amigo y camarada revolucionario, entre 1971 y 1973, Fidel le escribió seis cartas confidenciales, manuscritas, a Allende.
En la misiva del 21 de mayo de 1971, entre otros asuntos, el líder cubano le decía:
“Estamos maravillados de tu extraordinario esfuerzo y tus energías sin límites para sostener y consolidar el triunfo (…) Desde aquí se puede apreciar que el poder popular gana terreno a pesar de su difícil y compleja misión (…) Han sido fundamentales tu valor y decisión, tu energía mental y física para llevar adelante el proceso revolucionario (…) Seguramente les esperan a ustedes grandes y variadas dificultades a enfrentar en condiciones que no son precisamente ideales, pero una política justa, apoyada en las masas y aplicada con decisión no puede ser vencida”.
En la carta del 11 de septiembre de 1971, cuestiones relacionadas con la visita del mandatario cubano a la nación austral, sin embargo, destacan unas líneas cargadas de afecto y camaradería:
“Hemos disfrutado mucho los éxitos extraordinarios de tu viaje a Ecuador, Colombia y Perú. ¿Cuándo tendremos en Cuba la oportunidad de emular con ecuatorianos, colombianos y peruanos en el enorme cariño y el calor con que te recibieron?”
El hecho de que Fidel pasara casi un mes fuera de Cuba en territorio chileno evidenciaba su identificación con Allende y la Revolución que este intentaba implementar, bajo la hostilidad del imperialismo y la derecha, quienes agudizaban una lucha sin cuartel contra el gobierno de la Unidad Popular y desataban el terrorismo en el país.
Armando Hart Dávalos, quien acompañó al mandatario cubano en su viaje a Chile, contaría que siempre que pensaba en Allende venía a su mente el encuentro que en esa ocasión sostuvo Fidel con un grupo de dirigentes de la izquierda chilena, a quienes el mandatario cubano, ante ciertos comentarios e inconformidades de estos con su presidente, les aseguró: “Aquí en Chile la revolución la hace Allende o no la hace nadie”.
Volviendo a las misivas enviadas por el Comandante en Jefe al mandatario chileno, otras le haría llegar luego de la referida visita. La última se la enviaría el 29 de julio de 1973, apenas mes y medio antes del golpe.
“Querido Salvador: Con el pretexto de discutir contigo cuestiones referentes a la reunión de países no alineados, Carlos y Piñeiro realizan un viaje a esa. El objetivo real es informarse contigo sobre la situación y ofrecerte como siempre nuestra disposición a cooperar frente a las dificultades y peligros que obstaculizan y amenazan el proceso.
“Veo que están ahora en la delicada cuestión del diálogo con la D.C. en medio de acontecimientos graves como el brutal asesinato de tu edecán naval y la nueva huelga de los dueños de camiones. Imagino por ello la gran tensión existente y tus deseos de ganar tiempo, mejorar la correlación de fuerzas para caso de que estalle la lucha y, de ser posible, hallar un cauce que permita seguir adelante el proceso revolucionario sin contienda civil, a la vez que salvar tu responsabilidad histórica por lo que pueda ocurrir.
Estos son propósitos loables. Pero en caso de que la otra parte, cuyas intenciones reales no estamos en condiciones de valorar desde aquí, se empeñase en una política pérfida e irresponsable exigiendo un precio imposible de pagar por la Unidad Popular y la Revolución, lo cual es, incluso, bastante probable, no olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar a los golpistas, mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de una vez, si es preciso, el destino de Chile.
“Tu decisión de defender el proceso con firmeza y con honor hasta el precio de tu propia vida, que todos te saben capaz de cumplir, arrastrarán a tu lado a todas las fuerzas capaces de combatir y a todos los hombres y mujeres dignos de Chile. Tu valor, tu serenidad y tu audacia en esta hora histórica de tu patria y, sobre todo, tu jefatura firme, resuelta y heroicamente ejercida, constituyen la clave de la situación”.
“Hazles saber a Carlos y a Manuel en qué podemos cooperar tus leales amigos cubanos (…) Te reitero el cariño y la ilimitada confianza de nuestro pueblo”.
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Sobre la gestión gubernamental allendista, a decir de nuestro Comandante en su reflexión: Salvador Allende, un ejemplo que perdura, “Fueron tres años de conjura tras conjura, de conspiración tras conspiración. Las clases dominantes reaccionaron como era de esperarse, ellas y sus partidos. Los gremios de propietarios, de comerciantes, e incluso gremios de profesionales, en su mayoría al servicio de las clases dominantes, sabotearon las tareas del gobierno: decretaban paros y huelgas con carácter indefinido, y más de una vez paralizaron el país. Y no solo eso, sino que hacían constantes llamados a las Fuerzas Armadas para derrocar al Gobierno de la Unidad Popular".
"Y en medio de esas enormes dificultades se realizaba la gestión del presidente Allende. Y en medio de esas dificultades trató de hacer e hizo muchas cosas por el pueblo chileno. Y al menos en esos tres años el pueblo chileno, en especial sus obreros y sus campesinos, comprendieron que allí, en la presidencia de la República, no estaba un representante de los oligarcas, de los terratenientes y de los burgueses, sino un representante de los humildes, de los trabajadores: ¡un verdadero representante del pueblo, que luchaba por él, a pesar de las enormes dificultades que tenía delante!”
Frente a aquel conjunto de fuerzas creadas y alentadas por el imperialismo, a Allende solo le quedaba aquella disposición de ánimo, aquella decisión de defender el proceso al precio de su propia vida.
El 4 de diciembre de 1971, en el acto de despedida de la delegación cubana que visitaba Chile, de manera terminante y categórica, expresó:
“Se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de Mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan: dejaré la Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”.
Según Fidel, “aquellas palabras no eran simple retórica. Aquellas palabras demostraban la voluntad y la decisión de un hombre de honor (…) ¡Y Salvador Allende cumplió su palabra en forma dramática e impresionante!”.
El 11 de septiembre de 1973, hace hoy precisamente 50 años, la alta oficialidad fascista de los cuatro cuerpos armados se levantaron contra el Gobierno de la Unidad Popular liderado por Allende y solo 40 hombres, en una lucha desigual respecto a efectivos y recursos, resistieron durante siete horas el grueso de la artillería, los tanques, la aviación y la infantería fascista.
“Pocas veces en la historia se escribió semejante página de heroísmo (…) El Presidente no solo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron admirables. Nunca en este continente ningún Presidente protagonizó tan dramática hazaña. Muchas veces el pensamiento inerme quedó abatido por la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma.
“Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices”, sentenció Fidel.
Acerca de las últimas horas del presidente bajo la jauría de los golpistas, en el interior del Palacio de La Moneda, sede del gobierno, contaría Miria Contreras (Payita), secretaria de Salvador Allende, en entrevista concedida al periodista cubano Luis Báez, que no faltó el recuerdo y la confianza de este en Fidel Castro, el Che y la Revolución cubana.
“Le pregunté cómo había hecho para convencer a Beatriz [una de las hijas de Salvador Allende]. Me contestó: 'Tuvo que partir, pues con ella le envié un mensaje a Fidel; eso fue lo único que pesó en su estado de ánimo para tomar la decisión de irse”.
En medio de los zarpazos de los golpistas contra la sede del gobierno, Payita encontró al Presidente impartiendo órdenes y consejos para la seguridad. “Sus instrucciones: tenderse en el suelo, cubrirse la cabeza con los cascos -los pocos que los teníamos-, y protegernos unos con otros. Lo hacemos. De repente se yergue, exclamando con determinación y furia:
'No nos matarán aquí como ratas. Se engañan al creer que voy a renunciar. Cumpliré con mi palabra. A la fuerza no me saca nadie. ¡Vamos arriba a morir peleando!'
Contaría Payita que en esos instantes recordó cómo el presidente siempre mencionaba la dedicatoria que el Che le escribiera en el libro Guerra de guerrillas: "A Salvador Allende, que por otros medios trata de hacer lo mismo".
“En ese momento estaba convencido de que ya no habría para nosotros dos caminos (…) Subió al segundo piso, y desde cada ventana sobre Morandé descargaba su AK, regalo de Fidel”, rememoró Miria.
La fiel secretaria de Allende también contaría a Luis Báez que en aquella atmósfera los compañeros que junto a su presidente defendían la sede del Gobierno, lo obligaban a cambiar de posición constantemente, pues cada disparo era respondido desde afuera con un potencial de fuego increíble. No obstante, les costaba trabajo sacarlo de cada ventana.
Bajo el turbión de balas, explosiones, humo, cristales rotos y sangre, hubo un instante en que Allende le comentó a Payita sobre la posibilidad de pedir ayuda a Cuba.
“¿Qué te parece si llamamos a los compañeros cubanos y le decimos que nos ayuden? Ellos combatirán gustosos a nuestro lado. Pero no, eso sería peor, hay que ordénales que no salgan de la Embajada".
Pues ya en su martirologio, el líder chileno había enviado con su hija una encomienda a su amigo y camarada revolucionario, Fidel Castro Ruz.