A propósito de la gira de Díaz-Canel por África: “Yo soy porque somos nosotros”
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África es, aparentemente, un destino distante en más de un sentido. A diferencia de Europa, por donde parece que empieza todo (somos, dicen, del mundo occidental), de los orígenes, la mitología, los héroes y heroínas africanos, sabemos prácticamente nada. De este lado del mundo apenas conocemos al continente.
Las noticias y los programas de entretenimiento más difundidos en todas las latitudes, adolecen de un sesgo occidental, casi siempre racista, que refuerza la ignorancia y el miedo a lo que nos han presentado, desde tiempos inmemoriales, como un espacio de violencia y pobreza en espiral, donde nadie aspiraría a vivir.
No lo ha visto nunca así la Revolución cubana. Sus líderes miraron siempre a las naciones africanas con el respeto, la admiración y el afecto de los hermanos.
Influyó, sin dudas, que en paralelo con el proceso revolucionario cubano, en los años 50 y 60 del pasado siglo, había emergido una generación de jóvenes líderes africanos, intelectuales brillantes e independentistas radicales casi todos, que labraban el camino a la independencia de sus naciones con un pensamiento emancipador muy cercano a sus contemporáneos cubanos.
Ya estaba en marcha el esperanzador proceso de descolonización del llamado Tercer Mundo, del que Cuba haría parte con un liderazgo indiscutido. Corrían los días fundadores de las OSPAAAL, la Tricontinental, la OLAS.
Amílcar Cabral, Agostinho Neto, Lucio Lara, Marcelino Dos Santos, entre otros nacidos en colonias portuguesas que hicieron estudios universitarios en Lisboa, eran ensayistas y poetas al margen de sus respectivos estudios y veían la revolución como un hecho cultural. El panafricanismo los uniría a otros líderes del continente en lucha por la independencia.
Al contacto con la Cuba revolucionaria, tras el primer recorrido del Che por África por orientación de Fidel, todos ellos establecieron relaciones que han sobrevivido al tiempo y las peores contingencias.
Cito apenas líneas de una historia que tiene muchos y muy sensibles capítulos. Pero si no se conocen esos mínimos antecedentes, no pueden entenderse las esencias de la gira más reciente del presidente cubano por tierras de África.
El viaje
Cuando Miguel Díaz Canel Bermúdez y una importante delegación del Partido y el Gobierno que dirige, llegaron a tierras africanas el pasado 19 de agosto, no estaban cumplimentando una visita protocolar, ni buscando alianzas pragmáticas para enfrentar las difíciles condiciones que impone al país el bloqueo reforzado por Trump y mantenido por Biden, aunque en todas partes hubo acogidas cálidas y también acuerdos mutuamente beneficiosos.
Cuba preside, pro témpore, el Grupo de los 77 + China, la mayor agrupación de países, de regímenes diversos, donde habita cerca del 80 por ciento de la población mundial.
En ese carácter, Cuba fue país invitado a la XV Cumbre de los BRICS, celebrada en Johannesburgo, Sudáfrica. La reunión, que ya se considera histórica porque aprobó de forma expedita la ampliación del número de miembros -algo que no se esperaba tan de inmediato- es ahora mismo, la única apuesta seria a la necesidad de salvar el multilateralismo.
En otras palabras, allí Cuba era Cuba, pero era también la voz de las dos terceras partes de la actual membresía de las Naciones Unidas. Y habló por ellos, pero también por sí misma, con los principales líderes del grupo que se ha propuesto cambiar las reglas del juego del desastroso orden económico internacional.
Bastante se ha publicado sobre esta cita de los BRICS, sus perspectivas desafiantes del orden mundial y de la hegemonía estadounidense. Estar allí era un deber y una oportunidad que Cuba no desaprovechó.
Pero Sudáfrica, para Cuba, es también historia y sangre compartida. Es el ANC, Mandela, la solidaridad y el fin del apartheid. Y, alrededor de Sudáfrica, es Angola, el MPLA, Neto, la Operación Carlota, Raúl Díaz Argüelles; Mozambique, FRELIMO, Samora Machel, la colaboración. Y es Namibia, la SWAPO, Nujoma, la independencia.
En todos esos lugares entrañables, esperaban al presidente cubano cuando llegó la pandemia y hubo que posponerlo todo. Con este viaje se cumplieron tres visitas oficiales y un programa adicional de actividades públicas y encuentros privados, en la sede de la Cumbre de los BRICS.
Madre África
Doce horas de ida y catorce de vuelta. Casi once mil kilómetros de distancia nos separan de las costas del continente de donde salió encadenada una parte de nuestros ancestros, pues se dice que al menos un millón de los 12 millones de esclavos traídos a América, quedaron en Cuba, durante los casi tres siglos que duró la trata con destino a las colonias americanas.
Según estudiosos de aquella terrible travesía, por cada mujer viajaban entre tres y cuatro varones. Otras investigaciones que siguen la ruta del ADN, han confirmado más recientemente otras novedades: aquella emigración forzosa no sólo nos legó el mestizaje que caracteriza a la nación cubana.
El componente más duro en términos de nuestra proverbial resistencia a los avatares de la vida, nos viene de los antepasados africanos, cuyos descendientes más directos son también mayoría entre los cubanos centenarios.
El estudio de los linajes maternos de los actuales cubanos devela también que casi el 40 por ciento desciende directamente de una mujer africana, (en los últimos 500 años), durante el período de formación de la nación que somos.
Invitada a hablar por la primera dama de Namibia, en una reunión sobre trabajo educativo, cultural y social en Windhoek, la Dra. C. Lis Cuesta Peraza, esposa del presidente Díaz Canel, se mostró feliz de volver a la “Madre África”, donde vivió algún tiempo de su niñez, como hija de colaborador militar en Angola.
Según ella, ese sería un apelativo más coherente con la verdadera historia de la nacionalidad cubana, que el de Madre Patria, tan usado en referencia a España, pues mientras este término, de carácter político, nos viene impuesto por la circunstancias coloniales, el otro brota de la evidencia, finalmente confirmada, de que lo femenino nos llegó de África.
“Eso no significa -aclaró- que reniegue de nuestros antepasados europeos que nos aportaron tanto. Es equiparar los legados”.
Podría agregarse que es hacer justicia con la que dió más y de la que se ha conocido menos.
Para poner un ejemplo: al día de hoy, pueden rastrearse fácilmente varias generaciones en los orígenes europeos de quienes vivimos en esta parte del mundo.
El legado africano, en cambio, suele interrumpirse en el pariente que al llegar esclavo perdió nombre y memoria, las únicas propiedades que llevaba al embarcar como pasajero forzoso de un viaje sin regreso.
Los avances en la Informatización y en las investigaciones científicas que se cruzan en el tema, han permitido superar ese poderoso y triste obstáculo en numerosos casos. Pero también en eso, África está en desventaja, así que la mayoría moriremos sin saber cómo se llamó en realidad la abuela de la abuela de nuestros abuelos que siendo muy negra y esclava nos dejó un nombre y un apellido de su colonizador blanco.
A pesar de esos vacíos dolorosos de la memoria, entre los años 60 y los días que corren, Cuba es el único país cuyos hijos volvieron sobre los pasos de sus ancestros esclavos, a combatir y morir por la independencia y la libertad de los pueblos africanos; que no fue a saquear y humillar a sus habitantes; el que mandó maestros y médicos allí donde los poderosos sólo mandaron bombas y soldados.
La buena noticia es que nada de eso quedó en el pasado. Ni esos pueblos olvidaron, como se ha insinuado a veces, la generosa contribución cubana, ni la contribución cubana ha cesado. Muy por el contrario, después de esta gira debe incrementarse.
A la Presidenta de la Asamblea Nacional de Angola, le oímos citar como propios y bajo una lluvia de aplausos, los nombres de una docena de héroes cubanos, vivos y muertos. En un barrio pobrísimo de la periferia de Luanda, visitamos una escuela de nombre y maestros cubanos. La tumba donde descansaron los restos de Raúl Díaz Argüelles, sigue siendo lugar de tributo al legendario jefe de las Tropas cubanas que allí conocieron y veneran como Domingos Da Silva, su nombre angolano.
En el impresionante complejo de Freedom Park, en Pretoria, en una larga pared conocida como el muro de la memoria, están tallados los nombres de los héroes y mártires que contribuyeron al fin del oprobioso apartheid en Sudáfrica. Varios países cuentan con una columna de nombres. Cuba tiene 28 columnas y más de 2000 nombres. La obra fue concluida en 2012, pero en 2017 se agregó el nombre de Fidel.
En Namibia, un país de grandes praderas y apenas tres habitantes por kilómetro cuadrado, han nombrado Fidel Castro a una escuela paradigmática y una calle que también lleva su nombre, tenía flores frescas a nuestro paso. Y aunque todos hablan inglés, en cualquier esquina encuentras a un namibio que estudió en Cuba y se ofrece a ayudar.
Algo similar ocurre en Mozambique, donde cantan y bailan los ritmos cubanos como propios y cualquiera te canta La guantanamera.
Justo allí en Maputo, la capital mozambicana, y con el inmenso azul del Océano Índico a la vista, Díaz Canel resumió uno de los sentimientos que le acompañaron en esta gira cargada de emociones. Al ver a tantos jóvenes cubanos con sus batas blancas dispuestos a servir en los lugares más remotos, advirtió la trascendencia del hecho.
“Ustedes simbolizan la historia que no se interrumpió nunca. Si después de los innumerables combates para preservar la independencia de Angola, conquistar la de Namibia y ponerle fin al apartheid, hubiéramos simplemente regresado a Cuba o si por todas las dificultades que atravesamos, hubiéramos interrumpido la colaboración internacionalista en África, hoy estaríamos rindiendo homenaje a la historia, nada más.
“La colaboración cubana que se mantiene y debe crecer en los próximos meses es la prueba de que, ni en las peores circunstancias, se ha roto el vínculo que forjaron Fidel y los líderes africanos. La hermandad está intacta. A luta continúa, a vitória é certa”.
Un pensamiento pragmático buscaría respuestas sobre los acuerdos económicos que respalden esos deseos. En África responderían con la filosofía del Ubuntu que fue varias veces citada en la Cumbre de los BRICS:
“Yo soy porque nosotros somos” reza el principio de la regla ética sudafricana enfocada en la lealtad de las personas y las relaciones. Una filosofía de vida según la cual cooperando se consigue la armonía y se logra la felicidad de todos.
Puedes pensar que es una utopía en el reino de los egoísmos que gobierna el mundo actual. Hasta que te explican que fue el arma que empeló Mandela para vencer los odios entre blancos y negros cuando terminó el apartheid. Sólo el Ubuntu podía hacerlo.