Almeida en el amor de su pueblo
Su valor en la lucha revolucionaria iniciada en el Moncada, proseguida en el Granma y en la Sierra Maestra, lo hizo brillar. Sus excepcionales cualidades, su infinita lealtad a Fidel y a Raúl, lo convirtieron en un ser muy querido por los cubanos. Sobradas razones nos permiten asegurar que el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque vive hoy hecho pueblo.
A este hombre que siguió a Fidel por la Gran Piedra aquel 26 de julio, que fuera uno de los tres capitanes del desembarco por Los Cayuelos, el de los balazos peleando de pie en el Uvero, el que estuvo entre los tres primeros comandantes de la Sierra, la Historia lo reconocería como ejemplo genuino de pueblo.
Dicen quienes integraron el victorioso Tercer Frente Mario Muñoz, que su nombre se escuchaba con singular admiración y respeto, que nadie se imaginaba cómo un hombre tan grande recibía hasta al último guerrillero con su habitual sonrisa, que jamás ofendía o maltrataba a alguien, y que al dirigirse a la tropa lo hacía con sencillez, sin aires de superioridad.
Se le recuerda hablando de lo duro que tuvo que trabajar en La Habana para ayudar a sus padres, con el brillo en los ojos al referirse a Fidel y a Raúl, convencido del triunfo revolucionario; y cómo al conocer el abandono imperante en El Cobre juró liberarlo, y lo cumplió en legendario ataque, pero advirtiendo el máximo respeto al Santuario de la Virgen de la Caridad.
Sus barbudos encabezaron la entrada en Santiago de Cuba, y tal vez por eso amó tanto a esa ciudad, donde muchos compañeros resaltarían sus dotes de dirigente político, y donde tomarían un alto vuelo sus vibrantes canciones populares, junto a los primeros apuntes para una docena de libros sobre la épica etapa de la que fuese excepcional protagonista.
La mayor felicidad del Héroe de la República de Cuba estuvo siempre en esos momentos al lado de Fidel, de Raúl, de Ramiro Valdés y de Guillermo García, en los habituales recorridos por la inolvidable Sierra Maestra, y entre los hombres, mujeres y niños que acudían, espontáneamente, a su encuentro, y que tras un familiar diálogo despedía con un «¡Viva Cuba libre!».
Considerado por el General de Ejército Raúl Castro Ruz como el combatiente que más se parecía a Antonio Maceo, Almeida retornó, hace hoy 12 años, al inmortal bastión de su guerrilla, para alistar a la tropa que en la loma La Esperanza lo acompaña con las banderas cubana y del 26 de Julio, como sagrada advertencia de que: «¡Aquí no se rinde nadie…!».