Cuba sí
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Escribo hoy para Cuba desde Chile, un país donde soy investigador y docente universitario hace ya varios años. Mis alumnos/as pagan aproximadamente 450 dólares al mes por estudiar la carrera de Comunicación. Como la mayoría de ellos no tiene ese dinero, el «modelo chileno» les ofrece una solución rápida y eficaz: endeudarse. Puede ser con el Estado (que para eso se endeuda a su vez con la banca) o directamente con los bancos privados. Estos, gustosos, les dan crédito a tasas de interés usureras para que puedan hacer aquello que en otros países es un derecho: estudiar. Son así millones los jóvenes que antes de ingresar al mundo laboral ya tienen sobre sus espaldas una deuda multimillonaria.
Resido a solo 90 kilómetros de la provincia de Petorca, zona donde miles de sus habitantes viven con solo 50 litros de agua al día, repartidos por camiones. Deben usar bolsas para sus necesidades básicas; lavarse las manos 20 segundos con agua corriendo no es más que un recuerdo (de los adultos). Hubo un momento en que se les concedió cien litros de agua por persona, que es el mínimo que según la OMS requiere un ser humano diariamente. Sin embargo, de un día para otro, una resolución de la Subsecretaría del Ministerio del Interior y Seguridad Pública dejó sin efecto esa cantidad y se volvió a los 50 litros. Si uno mira desde cualquier ventana de Petorca hacia sus cerros, los ve verdes, llenos de árboles, fulgurantes al sol. Son las grandes plantaciones de aguacate de los empresarios exportadores. Ahí abunda el agua, hasta la punta del cerro, cada árbol de esta especie introducida goza de más agua que los niños/as, adultos/as y viejos/as de la zona. Ser un aguacate es tener mejor vida que un ser humano.
Habito en Valparaíso, ciudad porteña y la segunda en importancia del país. Su geografía está conformada por una cadena de colinas, donde vivimos la mayoría de sus habitantes. Cientos de ellos hoy se alimentan de «ollas comunes», comedores autogestionados por las y los vecinos/as que solucionan el problema del hambre en mi ciudad. En uno de sus barrios, en el Cerro Las Perdices, funciona la Olla Común La Resistencia, que a diario entrega cien raciones de almuerzo a vecinos/as, gracias a las donaciones de alimentos que hacen otros vecinos que sí tienen para comer. De este modo, la lógica del modelo chileno de «arréglatelas como tú puedas» se ha enfrentado en el Cerro, al igual como se enfrenta el hambre al mediodía: en comunidad.
Cuando cientos de miles de chilenos y chilenas no aguantamos más este «modelo» y lo impugnamos en la calle, en el conocido «estallido social» del 18 de octubre de 2019, pudimos ver el 20 de octubre al presidente Sebastián Piñera, rodeado de militares, declararnos la guerra. Solo dos días tardó para decir en cadena nacional de televisión y radio, desde la Guarnición Santiago del Ejército, que «estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable que no respeta nada ni a nadie». Así Piñera dio el «vamos» a la jauría para lo que vendría: miles de detenidos, decenas de muertes, docenas de denuncias de abusos sexuales en las comisarías, y más de 400 mutilaciones oculares producto de los disparos policiales.
Ese el «modelo chileno» que algunos pocos ignorantes allá en Cuba miran con ilusión, y que otros, a sabiendas de sus injusticias y crueldades, promocionan como referencia. Ese es el modelo que estamos impugnando, combatiendo y ojalá destruyendo en Chile, a un costo social terrible, pero inevitable, porque cuando se lo impugna en serio, la cara fascista de esta seudodemocracia asoma rápidamente y, a punta de fusil, se pone a defender los privilegios de unos pocos, en un país donde un aguacate vale más que un niño y una niña.
Ese es el modelo que no debe entrar «ni un tantito así» a Cuba, ni a sus calles, ni a las subjetividades de su pueblo. Por eso, esta batalla es cuadra a cuadra y mente a mente. ¡Ni un paso atrás! Porque en Cuba ¡no pasarán!