La voz de Raúl en la primera sesión del juicio del Moncada
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Fidel Castro guardó unos segundos de silencio, de pie, altivo frente al tribunal que lo juzgaba; seguidamente comenzó a hablar con voz casi imperceptible, que fue alzando hasta escuchársele perfectamente en todo el ámbito de la Sala del Pleno.
«Señor Presidente, señores magistrados, los que participamos en la acción del 26 de julio -hizo una pausa-, y estamos aquí -expresó grave-, seguramente, hablo en mi caso y en el de algunos compañeros presentes con quienes he podido comunicarme en la prisión, muy pocos, por cierto, seguramente, decía, no vamos a negarlo. Cuando el tribunal comenzó a examinarme me confesé autor del ataque al Moncada e incluso le expliqué cómo nos organizamos y revelé numerosos detalles esclarecedores de este hecho.
«Declaré que ninguno de los dirigentes políticos presentes o ausentes, pero encartados en el proceso, tenían responsabilidad directa o indirecta en la Revolución; en cuanto a otros jóvenes que están acusados, debo decir que hablé, a algunos, de los propósitos por los cuales luchamos, tal vez ahora, estén hasta arrepentidos de habernos prestado atención... (¡Nooo! –expresaron al unísono todos los jóvenes acusados)».
–El presidente de la sala llamó al orden.
Fidel se volvió hacia el grupo y en el mismo tono pausado en que había pronunciado sus anteriores palabras, recalcó:
«Me refiero a que quizás alguno... haya entendido que su deber con la Patria era otro y...».
Un grupo masivo de jóvenes se irguió, como tocado por un resorte, y respondió a Fidel y a todos: «¡Ninguno!».
Del centro del grupo salió una voz hasta entonces desconocida, rápida y tajante, que dijo:
«Todos los que participamos en el ataque al Moncada vamos a decirlo claramente, como vamos también a decir otras cosas; aunque el compañero Fidel ha recomendado que aquellos a los que no se les pueda probar el hecho no tienen necesidad de confesarse culpables, vamos a decir toda la verdad, pueden ir soltando a los demás, los que vinimos fuimos nosotros».
Con el índice hizo un círculo volado y señaló para el grupo que permanecía de pie. Aquella voz impresionante salía de la garganta de un joven que parecía un adolescente, sin un asomo de barba, cortado el pelo casi al rape, de ojos ligeramente oblicuos y labios delgados; vestía pantalón blanco y camisa de mangas cortas de tela transparente, y había dejado perplejos a todos: era Raúl Castro Ruz.
Esta vez fue el magistrado Mejías Valdivieso quien tocó el timbre y ordenó a todos que ocuparan sus asientos.
Minutos después, el presidente del tribunal le indicó a Fidel que continuara en el uso de la palabra. En los rostros de los demás encartados que no habían tenido ninguna responsabilidad en los hechos se observaba una no disimulada alegría; la última escena vivida los había exonerado en aquel juicio.
Nota: Tomado del libro testimonio El juicio del Moncada.