Fidel, un periodista a la vuelta de la esquina
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Al verlo en sus escasas horas de añoranza a la vida, muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, Gabriel García Márquez, -en condición de amigo, no de eminente periodista- le preguntó qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, Fidel le contestó de inmediato: "pararme en una esquina".
En otra ocasión, no sin cierto aire de melancolía, según el Nobel de Literatura, el Comandante le dijo: "En mi próxima reencarnación yo quiero ser escritor".
Pero, ¿qué haría en una esquina? ¿Por qué periodista? Y me tomo la licencia de sustituir el vocablo porque amén de las acepciones que la palabra escritor pueda tener, el líder cubano se lo confesó a uno difícil de encasillar en nominaciones de Literatura o Periodismo, pues simplemente era un genio de la palabra, un maestro contando realidades. Y eso Fidel lo admiraba.
Sin demeritar a poetas, novelistas y otros expertos de las letras, estoy segura que Fidel hubiese querido estar en una esquina para estudiar a su gente, hablar con la población, analizar las circunstancias e ir luego al papel o a la computadora y desbordar en ellos todos los razonamientos que creyese acertados en ese difícil proceso que es lograr una mejor sociedad. Su sangre rebelde no lo dejaría en paz hasta tanto ejerciera “el mejor oficio del mundo”.
No sé dónde el gigante de verde olivo lo descubriría, pero desde muy joven tuvo una clara conciencia del papel de los medios en la difusión de ideas y estrategias, a fin de lograr la movilización consciente del pueblo. Le confirió, además, un peso preponderante como vía para la denuncia.
En su época de estudiante universitario aprovechaba cuanta oportunidad le ofrecieran las publicaciones escritas, la radio, la televisión. Otras veces forzaba esas coyunturas mediáticas y ante la negativa, optaba por crear sus propios canales de comunicación y hasta “tomar” emisoras. Mas fue con la creación de Radio Rebelde en la Sierra Maestra y su diálogo abierto con el corresponsal extranjero Herbert Matthews, que se presentaba al mundo como un aliado de la prensa honesta.
Es el primer día del año 1959, triunfan los rebeldes, triunfa también el periodismo cubano. El líder de los barbudos ve en cada portavoz revolucionario, un defensor de la naciente república. Para él “la prensa es una fuerza, un instrumento formidable de la Revolución”.
Se nacionalizan medios, surgen otros y en la misma medida, Fidel incluye en su equipo a reporteros. Los moviliza, los defiende, los ocupa, los elogia, los atiende y también increpa cuando es necesario. Pero nunca los obvia, jamás los desestima. Los periodistas son parte de la coraza de su nación. Está consciente de que “no ha habido cambio social profundo sin periodismo revolucionario”.
Por eso no fueron pocos los profesionales del gremio que estrecharon su mano, recibieron un abrazo suyo o temieron ser interpelados por quien se suponía era entrevistado, pero bien sabía pasar a la posición de entrevistador. Sin embargo, tenerlo cerca, tocarlo, sentir su respiración, escucharlo, experimentar ese cambio en la atmósfera de un lugar, -que dicen, generaba su presencia-, devino dicha para todos, en general.
Algunos ya no están, pero periodistas al fin, llevaron a la inmortalidad sus vivencias con Fidel dejando testimonio de ello. Los que aún viven, tampoco se resisten a hablar sobre él, porque creen digno, honrar a quien tanta virtud les irradió.
INTREPIDEZ
Fue Luis Báez, el reportero más cercano a Fidel a partir del triunfo del 59. Muchos lo nombraban el periodista de la Revolución. A él pertenece el récord de haber cubierto prácticamente todos los viajes del líder cubano al extranjero. Quizá sea suyo también, el de mayores vivencias junto al Comandante. Admiró muchas virtudes fidelistas, una de ellas: la intrepidez para hacer lo que se precisa a pesar de los riesgos, principio imprescindible en el oficio periodístico.
“Durante su visita a Washington en abril de 1959, Fidel trató de mantener un contacto con el pueblo. Las autoridades norteamericanas intentaban impedírselo. Vista su disposición a extender la mano a la gente de la calle, un tal míster Houghton, identificado como de los servicios de seguridad, le sugirió: —Es mejor que se asome a los balcones. Fidel replicó: —No soy hombre de balcones –e inmediatamente se dirigió a la puerta y la abrió.
Antes de que los agentes del FBI se percataran estaba cruzando la calle. Sorprendidos por su intrepidez, a los policías se le desorbitaron los ojos y a los ciudadanos se les secaron las gargantas.
—¿Ustedes querían saludarme? Lo rodean, lo estrujan. Los cubanos, con su peculiar efusividad, lo tutean y le dicen simplemente «Fidel». Los norteamericanos más circunspectos, le llaman «señor Castro». Es una práctica bilingüe. Se habla en dos idiomas, pero en un solo lenguaje”.
COMPROMISO
Ese 1ro. de mayo de 1964, Susana Lee estaba entre los trabajadores del periódico Hoy que reportarían el desfile por el Día de los Trabajadores. Tenía la encomienda, además, de entregar una carta a Fidel, de un grupo de investigadores de la Universidad Central de Las Villas, (a quienes había entrevistado una semana antes), para que les ayudara a continuar algunos experimentos en que estaban enfrascados y necesitaban recursos.
“Nunca había hablado con él, pero me entusiasmé tanto con aquellos jóvenes y sus proyectos que me comprometí.
Faltaba poco para dar inicio al desfile. Fidel y otros dirigentes estaban a la cabeza de la multitudinaria columna que en breve marcharía. Me encontraba muy cerca, pero aquellos minutos me parecieron una eternidad. No me decidía a tratar de acercarme. «¿Me dejarán llegar a él?, ¿qué le digo?, ¿qué me dirá?...». Tantas eran las preguntas, mis dudas y temores, que casi desisto; pero el papel en el bolsillo, el compromiso, el afán de contribuir en algo a aquel empeño… me hicieron avanzar…y avanzar hasta que, no sé cómo, llegué a su lado, le toqué, y apenas pude decir, tampoco sé cómo: «Comandante…».
Fidel se ladeó, me miró… y me imagino que ante mi seguro visible temblor, en medio del barullo lógico del momento, me dijo muy amable y comprensivamente: «Dígame, compañera».
(…) Transcurrieron unos días –10, 12, 15, no recuerdo–, y aquel grupo de jóvenes investigadores villaclareños se me apareció en mi casa para contarme: Fidel los había citado, se reunió con ellos, se interesó por sus proyectos y los apoyó mucho más allá de lo que habían soñado…”, rememoró quien años después de aquel suceso se convirtiera en destacada periodista del periódico Granma y mano derecha del Comandante para corroborar las realidades de las provincias.
Fidel estaba atento al llamado de las masas; la palabra no regresaba vacía y en ello contribuía la reportera como mediadora entre la gente y su líder. Muchas luces recibió de él, ante todo, aquel ilimitado compromiso con el pueblo, doctrina elemental para todos los servidores públicos.
PERSEVERANCIA
De buena tinta sabe el periodista villaclareño, José Antonio Fulgueiras, que Fidel no era hombre de perder siquiera en los actos mínimos de la vida cotidiana y que se las ingeniaba para invertir los términos y convertir los reveses en victoria. Después de aquella experiencia, seguramente, Fulgueiras entendió que ciertas preguntas pueden “poner en aprietos” al reportero, pero vale la pena perseverar en la conquista de lo deseado.
“Él miraba al mar y a mí se me ocurrió decirle: «Oiga, Comandante, ¿usted se acuerda de las millas que nadó aquel día en que por poco se ahoga?».
(…) Mi interrogante, este 29 de septiembre de 1996, no venía al caso. O sí venía para mí, pues al verlo tan cerca del mar, retrocedí en el tiempo y lo imaginé braceando en busca de la orilla que no aparecía dentro de un mar plagado de tiburones con las olas encrespadas y el cansancio en los brazos y en los pulmones.
Tan pronto la pregunta le llegó al oído se viró para mí y me localizó dentro de las redes de periodistas preguntones. Partió a mi encuentro sobre la arena de la playa Santa María y cuando me tuvo a menos de un metro me interrogó y ripostó resuelto: «¿Ahogándome yo? ¡Yo nunca me he estado ahogando!».
Entonces Felipe Pérez Roque, su ayudante, me tiró un cabo salvador: «Jefe, él se refiere a la expedición de Cayo Confites».
«Ah, dijo, eso ocurrió en 1947, cuando preparábamos una expedición en Cayo Confites para liberar a Santo Domingo. Yo no me dejé arrestar por cuestión de honor y me lancé al mar y nadé hacia la costa de Cayo Saetía». Y no dijo más.
Intenté variarle el tema de la conversación sobre los logros de Villa Clara en los últimos años y él me oyó risueño, como respuesta. El brazo de un escolta me instó a que me adelantara, pero al Comandante le faltaba algo por definir. Me puso la mano en el hombro, y entre la ironía y la firmeza, me dijo: «Es verdad que un barco me recogió, pero yo llegaba a la orilla».
SENSIBILIDAD
La devoción por Fidel la heredó cuando aún estaba en el vientre de su madre. El gigante de verde olivo visitó el terruño guantanamero y la barrigona quedó impactada con el barbudo. Su padre también. Igualmente sucedería a su hija años después.
Arleen Rodríguez Derivet, reconocida moderadora de la Mesa Redonda, recuerda la cercanía con el líder de la Revolución, en los momentos en que dirigía el diario Juventud Rebelde, donde pudo conocer de cerca a ese ser humano encantador que respondía al nombre de Fidel Castro Ruz.
“El 23 de agosto de 1990 yo voy a un acto en El Laguito, invitada por la Federación de Mujeres Cubanas, que me había otorgado la Orden 23 de agosto, y Fidel me ve que estoy muy quemada por el sol y me dice: «Varadero, ese color es Varadero».
Yo le digo que no es Varadero, que yo estaba en la agricultura. A lo que responde que no me lo puede creer, entonces le enseño la mano que la tenía toda quemada por el limón que me había hecho daño con el sol.
Luego pasó el tiempo, yo me olvidé de eso, porque me curaron y pasó.
“(…) un mes y medio después, es cuando él llama al periódico y cuando se da cuenta que soy yo la que sale al teléfono, - que tampoco habíamos hablado mucho antes, él no me conocía, o al menos así creía yo-, entonces me dice: «¿y cómo está tu mano?» ¿Mi mano?, le pregunto, porque ya yo misma no me acordaba bien de eso. Entonces vuelve a preguntar y me dice: «la tenías quemada». Digo, verdad Comandante, ya se me curó. Y continúo preguntándome cómo había sido el tratamiento, el proceso.
“En fin, ese ser humano que no se olvida de un problema tuyo. Tú te imaginas, en medio de una crisis, como la del Período Especial que estaba comenzando, las medidas que se iban a decir, él iba a hablar a los periódicos y se acordó que yo tenía la mano quemada. Ya eso me mató para siempre.
“Volviendo a ese día en que va al periódico, ahí se vio otra dimensión del Fidel Castro ser humano. Él nos dice a nosotros, hay que reubicar a la mitad del personal porque ustedes van a necesitar menos del cincuenta por ciento del personal para hacer un semanario, y los puede desmoralizar tener tanta gente para hacer tan poca cosa. Vamos a reubicarlos en la radio, en la televisión; pero les quiero decir una cosa: No olviden nunca estas personas, porque este período va a pasar y ellos van a volver y ustedes tendrán que reconstruir esos colectivos. Nunca se olviden de sus compañeros”.
VIRTUOSISMO
Ante la pregunta de cómo era Fidel con los periodistas, Ismael Francisco, fotorreportero de Cubadebate, quien acompañó en múltiples ocasiones al Comandante, dentro y fuera del país, evoca varias anécdotas: las tertulias a deshoras con los directivos del periódico Granma, la medalla que entregó a los reporteros acreditados en los Juegos Panamericanos de 1991, la carta en la que elogiaba y agradecía por las fotos tomadas durante las jornadas de rescate de personas (cuando la crisis de los balseros), la confianza en la prensa para misiones, muchas veces anónimas…
Pero si tiene que decidirse por una, definitivamente, se queda con el VII Congreso de la UPEC, en marzo de 1999.
“Fidel estuvo, no dos o tres horas con nosotros, sino cinco días intercambiando sobre todo lo que nos preocupaba. Un verdadero ejercicio de democracia. Dijo que allí tenía que hablar todo el mundo. Que nosotros éramos los comisarios del pueblo y nos invitaba a ser puros y virtuosos .
Ante las quejas que recibió referidas al acceso a la información y a las fuentes, llevó a todos los ministros y responsables, quienes tuvieron que rendirle cuentas frente a los periodistas. Les recordó sus obligaciones con la prensa y el papel determinante de los medios de difusión en aquellos momentos difíciles del Periodo Especial.
En esos días, Fidel se ocupó del más mínimo detalle y salimos de ahí con respuesta a muchos de nuestros problemas. Se interesó por la situación de vivienda que tenían los periodistas, el acceso telefónico en los hogares para la conectividad a Internet, el tema del transporte, hasta de si necesitábamos ropa para trabajar, espejuelos, prótesis dentales u otro recurso imprescindible para mejorar la calidad de vida y las condiciones laborales en los medios”.
PREVISIÓN
Para la avezada periodista e investigadora Rosa Miriam Elizalde, -recientemente galardonada con el Premio de Periodismo “José Martí”-, el VII Congreso de la UPEC es “uno de los grandes, grandes legados de Fidel, que hay que revisitar”, prueba irrefutable de esa rara capacidad de Fidel de viajar al futuro, regresar y explicarlo.
“En ese congreso, yo creo que están las claves de una serie de definiciones que Fidel anticipa y que pueden ayudarnos ahora mismo a entender algunos de los problemas que estamos viendo, como el de las tecnologías de la información.
El Comandante insistía en que este nuevo mundo que estaba surgiendo con las redes, -las cuales no solo generan capacidad de comunicación sino de organización-, estaba produciendo a un individuo nuevo y que el futuro de la humanidad dependería de los valores que portara ese ser humano.
Tiempo después, en una de sus reflexiones, afirma que entre los grandes dilemas de la humanidad, uno de los grandes desafíos era definir en manos de quien estaban estas nuevas tecnologías. Y ese es el núcleo duro detrás de la batalla de las ideas que él impulsó a finales de los años 90 y principios del 2000. Porque sabía que la Internet había llegado para quedarse, y que sus sombras no se iban a disipar con voluntarismo o metiéndonos en una cueva, por lo tanto, había que dar la batalla cultural con realismo porque evidentemente había oportunidades para que los revolucionarios pudieran expresarse y organizarse, pero también, si no lo entendíamos en su complejidad podíamos ser rehenes de los grandes poderes fácticos.
Todo está ahí, en esas discusiones de esos años, donde él disfrutaba tanto de reunirse con los periodistas e intelectuales”.
En la marcha de sus agigantados pasos, Fidel esparció muchos valores. Transcurre el tiempo, y una y otra vez, el gremio periodístico precisa volver a la ética fidelista, para cumplir con el deber sagrado de ser mejores seres humanos y alcanzar una sociedad más justa.
Debemos perdonarle el desliz de decir que no se atrevería jamás a la presunción de considerarse un periodista, y de desear, -en sus horas de añoranza a la vida-, pararse en una esquina y reencarnar en la piel de un cronista.
Si, según el Nobel de Literatura, encumbrado periodista y amigo, Fidel “va a buscar los problemas donde estén”; si “escribe bien y le gusta hacerlo”; si “la tribuna de improvisador parece ser su medio ecológico perfecto”; si “aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno, hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia”; si “tiene un idioma para cada ocasión y un modo distinto de persuasión según los distintos interlocutores”, si “desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo entero”, si “tiene la costumbre de preguntas sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el porqué del porqué del porqué final” y si “cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales”…¿Acaso no es periodista?
Viva en paz, Comandante, en esa otra dimensión, porque como nos pediste en aquel encuentro, le tenemos como a uno de nosotros, y andas y conspiras con cada periodista cubano, a la vuelta de la esquina.
Con información del libro Así es Fidel y de la entrevista Arleen Rodríguez: Fidel es un desafío.