Hugo Chávez, signo de los tiempos
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Con el «paso del tiempo», que siempre contiene experiencias muy diversas, Hugo Chávez consolida un sitial simbólico nutrido por el movimiento de la memoria revolucionaria de pueblos que, desde abajo, caminan hacia la toma definitiva del poder, de su poder. Chávez es una voz más del espíritu revolucionario en ascenso, una especie de lupa o estetoscopio, para auscultar las profundidades de una revolución mundial con rumbo al socialismo. Signo para que sean vistas, a través suyo, las luchas, los avances, las contradicciones y los atrasos que conviven en la dialéctica de una Revolución cuya salud, por cierto, también es responsabilidad mundial.
Es una especie de telescopio. Uno podría afirmar que, cuando aparece a diario el recuerdo del presidente Hugo Chávez, aparece su presencia concreta e inconfundible, para dejar ver el mandato que lo insufla, para organizar, para hacer visible ese contenido, esa carga de significados, en su interior, hecho con la lucha de muchos… para dejar ver esas entrañas simbólicas plenas de acción y de fe colectiva. Memoria que no acepta halagos ni lisonjas, que no admite solo memorias «dulces», simpáticas o «políticamente correctas»…, es una memoria viva y vigorosa que no se esmera en hacerse simpática, que empuja, presiona, demanda y exige.
Cómo logra mantener su frescura y exigencia ese fenómeno de la memoria, también, que es Chávez, escucharlo siempre, asegurándose de que uno estará dispuesto a seguir sus consejos, a poner en su voz tantas voces; escucharlo, pues, en lo que uno piensa…, escucharlo desear y hacer en la práctica revolucionaria…, escucharloiiescuchándose uno mismo en la voz de él, que no es complaciente y que punza, acicatea y cuestiona; escucharlo, incluso, en los debates que menos se escuchan. Por eso no es fácil para sus adversarios callarlo, desfondar su carga simbólica, cercenar esa fuerza semiótica que le viene de la Revolución…, de los de abajo.
Chávez asciende, sin parar, consolidando un sitial simbólico reservado a los compañeros eternos. No para rendirle «culto a la personalidad», cosa que sería un insulto a la inteligencia. No para fabricar admiradores de oropeles… Hugo cumple una tarea revolucionaria desde su lugar de símbolo nuevo, porque camina hacia el socialismo, y nos compete a todos; eso no admite caudillos de vidriera porque sería frágil; porque no sería de todos…, porque sería una mentira. No admite ser reducido al estereotipo del líder, apasionado en sí mismo, frente a las cámaras. Hugo Chávez sigue cumpliendo su tarea de ser una Revolución en el campo simbólico, no sin mil contradicciones y peligros. Esa revolución que da pruebas contundentes de cuánto aborrece las aventuras circenses de algunos «Mesías», por más medios de comunicación que dominen. Por eso Chávez está cada momento en la dirección revolucionaria que su pueblo ordena.
Así se lo manda la Revolución misma. Su rol es contribuir a la construcción de una gran victoria revolucionaria que asciende desde la práctica revolucionaria cotidiana. No es su dueño, no es su blasón, no es su «marca registrada». Es su pasión y su militancia, su fuerza y su mandato. Y está obligado a defenderlo obedeciéndolo. Chávez, desde luego, significa mucho. Carga significados propios de este periodo histórico de la Revolución…, lucha a diario desde hace muchos años, pero, especialmente, su trabajo como símbolo es poner perspectiva a una lucha que necesita ganar fuerzas mundiales, que acompañen a la Revolución, al mismo tiempo que aprenden de ella. Ese es, y ha sido, el papel de Chávez a estas horas.
Esa tarea semiótica de Hugo Chávez se cumple, extraordinariamente, en un escenario revolucionario donde la memoria camina al ritmo de un pueblo que va tan rápido como puede sobre las transformaciones más hondas. Las formas tienden a moverse hacia lenguajes nuevos. Si Chávez es visto y escuchado, muchas horas en muchos lugares, bajo mil pretextos, es porque su voz no es otra que la de un pueblo indicando los pasos de su Revolución. En los imaginarios es acción directa con una pedagogía revolucionaria que no se detendrá. Estará donde le mande su pueblo como «mascarón de proa» de la Revolución sostenida por campesinos y obreros de todos los frentes, que hoy son su soporte crucial y su futuro semiótico.
Chávez se hace visible porque ahí lo pone el aliento de un pueblo que manda desde sus entrañas, históricas y dolidas, terminar con toda la miseria y la barbarie que lo ha carcomido sistemáticamente. Chávez hace visible un rostro, una voz, un modo de decir, un color de piel que fueron invisibilizados, que fueron vergüenza estética y estigma de clase, en una sociedad avergonzada de tener tanto negro, mulato, pobre… pero orgullosa de sus ingenierías para la esclavitud y la explotación. Chávez tiene, también, el mandato cultural de movilizar un ejército revolucionario de la semántica, un ejército reservista de comunicación creadora con semiosis revolucionaria y solidaridad mundial, capaz de hacer visible todo triunfo (y toda derrota) que desde abajo se producen por estar, precisamente, en marcha revolucionaria. Signo ascendente.