Cómo se escribió y salió de la prisión "La historia me absolverá"
Data:
Fonte:
KATIUSKA BLANCO: –Su hermana Enma me contó por qué no existen los originales de las cartas o mensajes en que usted reprodujo sus palabras de La historia me absolverá. Ella, poco antes de partir hacia México en el año 1956, los escondió dentro de un libro de música, en el colegio religioso donde estudiaba. Una empleada del lugar los encontró accidentalmente y los llevó a su casa. Un día, mientras la policía registraba las proximidades, la persona se asustó y los quemó. Así sucedió con innumerables documentos valiosos de nuestra historia.
Comandante, ¿podría hablarme de aquel esfuerzo? ¿Dedicó muchas horas a aquella tarea? ¿Cómo se las arregló para sacar los apuntes de la prisión?
FIDEL CASTRO. –Todo corría el riesgo de perderse, pues no pude grabar mis palabras ni tomar notas de ellas; entonces tuve que reconstruirlas. Como estaba en prisión, ello consistió en un meticuloso trabajo de escribir entre líneas de las cartas con zumo de limón, para poder burlar la censura.
Le concedí importancia al rescate del discurso, su publicación y distribución, y también a todo lo que constituyera una denuncia.
Tuve que escribir las misivas con limón, tú sabes que el jugo de limón se seca y luego cuando planchas el papel sale lo escrito –es increíble que no hubiera falla–. Lo escribí con jugo de limón, en un papel de cartas. Escribía, por ejemplo una carta a Enmita: “Querida Enmita, estoy bien, estudiando…” o cualquier otro tema, cuatro o cinco líneas, un telegrama era lo que le mandaba, y ahí mismo empezaba yo a escribir con limón; tenía que aprovechar la luz y la hora adecuada.
Es muy difícil, porque a medida que avanzas, desaparece el texto. ¿Cómo continuar escribiendo, si apenas se veía la línea en que uno se quedó? Tenía que poner línea por línea, con lápiz, y después comenzar a escribir, cuando tenía la línea completa, iba marcando. Llenaba la hoja por ambas caras, y en el medio la inocente carta, breve, a Enmita, a Lidia. Nunca se ha dicho más literalmente: “era un mensaje entre líneas”.
Permanecía atento por si día se les ocurría hacer la prueba. Nunca lo descubrieron, fue increíble. ¡Ni se sabe los mensajes que escribí! En tal sentido, contamos también con el secreto total de la gente que recibía los mensajes con tinta invisible, el grupo donde estaban Lidia, Myrta, Haidée, Melba, ellas nunca dijeron una palabra, porque nunca, jamás, en los dos años interceptaron un mensaje, y a pesar de estar incomunicado, la correspondencia era copiosa. Cuando los compañeros los recibían, ponían en el papel en el horno o le pasaban la plancha para que apareciera el mensaje.
Por entonces mis padres ya estaban viejos, sobre todo mi padre. No viajaban prácticamente nunca a La Habana. Para ellos un viaje a Isla de Pinos era casi un viaje a España. Ya no salían de Birán. Nosotros mismos les sugerimos siempre que no fueran. Además, había otra razón de tipo práctico: los pocos contactos que teníamos eran para comunicaciones, los utilizábamos en eso; en las visitas, que eran una vez al mes. Si venían de mi casa, yo no iba a poner a mi padre y a mi madre a realizar actividades de tal índole. Para nosotros la visita era una oportunidad de comunicación con el exterior.
¡Es increíble es cómo pudimos mantener aquella comunicación durante dos años y que Batista no lo descubriera!
También utilizaba un papel muy finitico, de cebolla, ahí sí todo lo escribía con tinta, con letra chiquitita. Con una letra chiquitita pero clara, escribía completa una hoja grande, la doblaba, la volvía doblar, la aprisionaba y la metíamos dentro de una caja de fósforos que tenía doble fondo, yo la hacía del tamañito exacto. Eran un poquito más grandes que las cajitas de fósforo que se distribuyen en la actualidad.
Era un trabajo minucioso de una persona que pasaba horas encerradas y se torna meticulosa y paciente en cualesquiera de las labores que realice o en lo que se proponga. ¡Ni se sabe las páginas que escribí con esa letrica tan chiquitica, en papel fino, de cebolla!
Aunque estaba aislado, tenía la posibilidad de salir al patio, y metía la cajita en una pelota, la envolvíamos con esparadrapo y la tirábamos de un patio a otro. Si la pelota se quedaba arriba, la gente reclamaba: “Oye, se ha quedado la pelota en el techo…”.
Al otro lado estaban Pedrito y los demás. Como ellos tenían visitas sin una pared que los separara, llegaban cajas de fósforos. Les iban dando la mano a las mujeres, les daban cigarros, fumaban, y les entregaban la caja de fósforo a un familiar, a una madre, a otro. A veces yo mandaba varias cajas en una visita, y se las daban a Lidia, porque ella era una de las receptoras de todas estas cosas. Una parte fue así y otra importante fue con limón.
Pero La historia me absolverá no fue el único mensaje que mandamos. Montones de mensajes enviábamos con el método el limón. Todos los días escribíamos y, sin duda, el correo funcionaba bien, puesto que las cartas llegaban y no tuve que repetir ni una sola página. Todo salió perfecto, organizado, de forma que no hubo una sola falla, no faltó un solo dato. Pero el esfuerzo era muy grande, había que hacer línea por línea, una por una, y que no se me olvidará una palabra, una frase. Fue un trabajo realmente laborioso y tuve que dedicar tiempo a muchos mensajes y a diversos asuntos.
Cuando salió el folleto La historia me absolverá se publicó por todas partes, se trasmitió de mano en mano. Fuimos creándole a Batista una situación en que tuvo que ponernos en libertad.