Savia martiana, savia fidelista
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Fue en la Universidad de La Habana donde el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, aprendiera muchas cosas, a decir de él, las mejores cosas de su vida, entre ellas, hacerse seguidor de las ideas de José Martí.
“Porque aquí descubrí las mejores ideas de nuestra época y de nuestros tiempos, porque aquí me hice revolucionario, porque aquí me hice martiano y porque aquí me hice socialista".
Pero las doctrinas del Maestro no fueron para Fidel moda pasajera de su juventud, sino un estilo de vida. El más universal de todos los cubanos ejerció una gran influencia en su formación moral, humana y revolucionaria.
Aquella concepción martiana de que “la libertad cuesta muy cara, y es necesario o resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio”, él las hizo muy suyas y optó por la lucha armada como único y necesario camino hacia la independencia definitiva de la patria.
Tan presente y suyo tenía el Comandante a Martí, que en no pocas ocasiones, sustentó sus criterios apelando a los principios del Apóstol. Durante el juicio por los sucesos del Moncada, ante una pregunta del fiscal que inducía que el dinero para las armas y demás pertrechos habían salido del bolsillo del expresidente Carlos Prío Socarrás, el guía de los barbudos afirmó con quijotismo:
“Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser autor intelectual de la Revolución, porque el único autor intelectual del asalto al Moncada es José Martí, el Apóstol de nuestra independencia”.
Y ante la prohibición de que llegaran a su celda los libros de Nuestro Héroe Nacional y el impedimento de que llevase al juicio ninguna obra de consulta, enérgico también sentenció: “¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos”.
Pero Fidel tenía a y de Martí, no solo porque lo mencionara en su alegato de autodefensa o años antes en la escalinata de la Universidad de La Habana, y tiempo después en eventos nacionales e internacionales, sino porque dialogaba con él y bebía de la savia martiana, constantemente.
Como el más universal de todos los cubanos, el líder de la Revolución Cubana comprendió la necesidad de crear un partido de la unidad, que no fuera fuente de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa revolucionaria.
Al igual que el Maestro, profesó los principios de solidaridad con los pueblos de América y hacia todos aquellos que necesitaran una mano amiga. También el antimperialismo y el rechazo a la explotación del hombre por el hombre fueron ideologías afines a ambos.
El amor a la patria, el sueño de justicia social para su pueblo, la entrega total a la causa independentista, el don de entender los problemas y conflictos del momento, la extraordinaria aptitud previsora, la capacidad de movilizar a las masas y aunar esfuerzos, el talento para la búsqueda de soluciones inmediatas y propias, el compromiso con los pobres de la tierra, la fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud, la conjugación del heroísmo con la sencillez… también lo supimos cierto en el uno y en el otro.
Ambos fueron hombres de pensamiento y líderes políticos que marcaron una pauta en la historia de Cuba y de la humanidad. Los dos fueron grandes, los dos siguen siendo grandes. Martí como maestro y Fidel como discípulo, tienen esa capacidad de trascender en el tiempo y desde dimensiones temporales diferentes, dialogar entre sí e iluminarnos el horizonte.