Los días que lo absuelven
Vivimos los cubanos días arduos, pero hermosos. Decir lo primero es casi redundar, porque paga Cuba un alto precio, desde hace mucho, por no estar en venta, y su orgullo es castigado por el imperio del mal. Lo de la belleza, es obvio también, y válido para los que, en medio de privaciones, saben discernir entre lo frívolo y lo esencial.
A casi un año de una pandemia que pareciera no tener fin, en la Isla rebelde no se apaga la esperanza. De su mano va el empuje de un país que sabe, porque le consta, que se hace camino al andar y resuelto a no cansarse, aun cuando la escena mundial cae en picada, reordena su economía, apuesta por retos que para otros pueblos serían más viables, corrige desaciertos y afianza sus destinos, definidos hace 60 años por aquel que puso su extraordinario talento y marcado humanismo a los pies de su Patria, para servirle y limpiarla de tiranos.
En esos designios que hoy enrumba el Presidente está, sin dudas, aquel que llevó consigo un chaleco moral, el que desterró iletrados, extirpó vicios, y mostró el camino de la virtud a cada hombre ¡y a cada mujer!, para que los de peor suerte en el pasado fueran los bendecidos con la luz triunfal de enero.
Tienen nuestros días arrojos y proezas. (Un virus volteó el planeta, que ya tenía suficientes torceduras geopolíticas, y Cuba acababa de vivir un año en el que la amenaza imperial atenazó mucho más que de costumbre, con unas 190 medidas para asfixiar su economía y rendirla por carencias y hambre). Impresionado por las noticias nefastas del coronavirus, que cobraba a diario la vida de miles de personas en países del primer mundo, el pueblo cubano pensaba en él, en aquel que alertó a las naciones sobre la salud de la Tierra; en el que llenó de médicos las comunidades; en el que le habló de solidaridad, tocándole el corazón; en el que no solo garantizó la salud para los cubanos, sino que forjó un contingente especializado en desastres y epidemias, que hoy merecidamente está nominado al Premio Nobel de la Paz.
Sabía el pueblo cubano que ni uno solo de sus hijos moriría por no tener atención médica; y sabe, porque lo presenció, de centros habilitados para atender a personas sospechosas de la enfermedad, y de distribuciones equitativas –sin exclusiones de ningún tipo– que pronto formaron parte de la agenda gubernamental para repartir lo que se tenía.
En días terribles azotados por el temor, se movilizaron nuestros dirigentes en cada palmo de país y los principales rostros comparecieron en los medios para sosegar con medidas concretas y altas dosis de amor –percibidas en un trato que solo de los allegados suele recibirse–, los ánimos de los cubanos, que tanto saben de paciencia y de alternativas para paliar aprietos. Si lo hicieron es porque la voz de quien siempre le habló a su pueblo fue para ellos aprendizaje y había que ponerlo en práctica.
Hasta los incrédulos dieron fe de estas verdades, y no pudieron menos que convencerse de ellas y de otras tantas, como la existencia del candidato vacunal Soberana 01, primero de Latinoamérica, junto a otros tres, que son una realidad inimaginable para muchos países.
Muchos son los modos de estar cuando el cuerpo abandona el mundo. Para no irse del todo es preciso haber quedado a buen recaudo en las conciencias. Y es allí donde habita ese hombre fiel a la etimología de su nombre, «el que es digno de confianza».
Cuba, que pervive, cree en su porvenir. No la deprimen huracanes que matan en países vecinos, ni sucumbe ante malos deseos de ciertos enemigos, que buscan para mal un cambio que no será posible.
Si procuramos hoy construir una sociedad cada vez más justa y próspera, en las circunstancias más duras e inimaginables, es porque ha fraguado en nuestros días la savia del eterno líder, que no solo hizo la Revolución, sino que siguió siendo el primero en la línea de combate cada vez que fue preciso defenderla.
Si Cuba resiste, si no se da por vencida frente a una adversidad de retorcida factura, es porque en ella respira el dechado de un hombre que nunca será muerte, sino vida que en sus hijos fructifica.