Cuando una Mariana le cantó a Fidel
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Sara Ernestina Claro Castro jamás pensó cantarle a Fidel. Tampoco imaginó cambiar su trabajo en el banco de sangre de Villa Clara y dedicarse a cultivar la tierra dentro de uno de los proyectos históricos de la agricultura urbana en el país. Ahora está a punto de cumplir 72 años y comprueba cómo la vida la llevó por esos caminos, en una ruta donde el sacrificio y la entrega no han dejado de señalarle el paso. Ella es una de las “Marianitas” de Santa Clara.
“Me fui por un año y estuve cinco”
Como otras varias decenas de mujeres santaclareñas, en 1994 Sara escuchó el llamado de las organizaciones políticas y de masas de la provincia para crear un contingente femenino y llevarlo hacia el organopónico Las Marianas, una de las iniciativas recién surgidas en el territorio para alimentar a la población en pleno Período Especial.
Cuando supo de la convocatoria apenas lo pensó y anotó su nombre en la lista. Como ella, más de 150 féminas abandonaron momentáneamente sus puestos de trabajo y partieron a las afueras de la ciudad. Entonces los pañuelos y las camisas, las botas y la guataca, les dieron ese toque de gracia criolla que muchos todavía identifican como uno de los símbolos de esos años plenos de entrega y sacrificios.
“Cuando llegamos al organopónico aquello era un marabuzal. Existían alrededor de 40 canteros para sembrar, pero todo estaba enyerbado. Quienes vieron ese panorama jamás imaginaron que allí podría lograrse una cosecha”, recuerda Sara.
Acostumbradas a convertirse en las protagonistas de los asombros, el grupo de mujeres emprendió la tarea de rescatar el lugar y en quince días ya la imagen era otra. “En los trabajos más fuertes nos ayudó un grupo de hombres —dice—. A ellos les pusimos Los Maceos y su aporte fue muy grande. El 31 de diciembre de 1994 abanderaron a nuestra brigada y ya teníamos avanzadas las primeras cosechas”.
Cuando Sara habla de su paso por Las Marianas parece no poder detenerse. Es como si quisiera contarlo todo de un golpe, para que la edad y el tiempo no le roben alguno de los tantos momentos vividos en aquel pedazo de tierra. Enseguida recuerda su despertar a las cinco de la mañana y los varios kilómetros en bicicleta para llegar hasta el organopónico. Tampoco olvida a los tres hijos que dejaba en casa o a sus padres ya ancianos.
“Éramos un colectivo marcado por el entusiasmo y la alegría. Muchas veces trabajábamos diez o doce horas diarias, pero realmente no lo sentíamos. En el campo reíamos y cantábamos. Incluso, llegamos a componer alrededor de 260 canciones y un himno de la brigada durante aquellos años. Ese ambiente familiar ayudaba a superar todo el cansancio de las jornadas más largas”.
“Recuerdo algunos días de mucha lluvia en los que, descalzas y con el agua en los tobillos, sacábamos todas las cosechas que ya estaban listas. No perdíamos nada. Nos sentíamos tan útiles que yo me fui para Las Marianas por un año y estuve cinco”.
El sistema implementado en el organopónico no solo consistía en preparar la tierra, sembrarla, limpiarla y cosechar los productos, sino que también implicaba hacerse cargo de la venta de los cultivos. El de Sara era uno de los rostros habituales en los camiones que a menudo llegaban hasta las distintas zonas de la ciudad. Entonces cada barrio se llenaba de pregones y risas de mujer.
“Se nos ocurrió inventar pregones simpáticos para identificarnos y a mí aquellas rimas me salían del alma. Así surgió el rábanito, que pone a los hombres más bonitos y les arregla el bigotico. También apareció la lechuga para las arrugas o el pepino con PPG, porque si se come uno se come diez. El objetivo era venderlo todo. No regresábamos al organopónico hasta no ver las cajas vacías”, comenta con picardía.
Aunque han pasado dos décadas, muchos en Santa Clara todavía recuerdan la llegada de los camiones de Las Marianas con sus cosechas. Para algunos era la única oportunidad de comprar productos baratos y de muy buena calidad. Por eso, cuando el 30 de septiembre de 1996 Fidel visitó el organopónico, aquel grupo de mujeres entendió cuánto valor había detrás de todo su sacrificio.
Fidel está en Las Marianas
Hacía 20 años que Fidel no visitaba la ciudad de Santa Clara y cuando la noche antes anunció su presencia, cientos de personas se prepararon para recibirlo. En un día intenso y con varias emociones de principio a fin, uno de los primeros puntos escogidos fue Las Marianas. Sara recuerda cómo una llamada a medianoche la sacó de la cama.
“Me dijeron que el Comandante estaría en la mañana en el organopónico. Nosotros añorábamos esa visita y a esa hora me senté a componer una canción. Hablé por teléfono con otra compañera, por ahí mismo ensayamos la letra y la música y formamos el dúo Las Aguerridas. En solo horas le cantaríamos a Fidel”, recuerda.
En el libro de visitas del organopónico se puede leer: “Maravilloso. Han hecho una gran obra y le han prestado un gran servicio al pueblo, algo digno de las herederas de Mariana Grajales”. Debajo está la firma inconfundible de Fidel. Sara no necesita esforzarse mucho para recordar aquellos minutos.
“Él llegó y recorrió todo el lugar, lo preguntó todo y se interesó por cómo trabajábamos. Subió hasta un mirador y desde allí contempló los canteros sembrados y nos escuchó cantar. Luego le obsequiamos una cesta con nuestras producciones. Aquello fue lo más grande para todas nosotras. Él se fue muy contento, porque se demostró que donde está presente la mano de la mujer la obra es invencible”.
Para Sara, la visita significó también el reconocimiento al trabajo de Miguel Díaz-Canel y Lázaro Expósito, entonces primeros secretarios del Partido en la provincia y en el municipio de Santa Clara, respectivamente. Ambos acogieron la idea de los organopónicos como vía para fortalecer la agricultura urbana y dieron todo su apoyo al pelotón femenino.
Luego de ese 30 de septiembre Sara permaneció otros tres años en Las Marianas y más tarde retornó a su centro de trabajo, del cual aun no se ha jubilado. A pesar de todo el tiempo transcurrido, todavía confiesa que allá aprendió a guataquear y a cultivar la tierra, pero también supo de la fuerza de la voluntad, “de compañerismo y de solidaridad. Aprendí que cuando uno quiere, uno puede”.