Después de Fidel
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No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.
(A su llegada a La Habana, en Ciudad Libertad, el 8 de enero de 1959)
Cuando un episodio es conocido es necesario regresar a él o, quizás, sospechar de la seguridad con la que lo recordamos o asimilamos alguna vez; analizar, desmenuzarlo, proyectar los elementos que lo integran contra algún telón de fondo para que —de nuevo— comience a darnos sus significados. ¿Cómo aproximarnos a lo que ya sabemos y qué nos tiene que ofrecer? Un hombre joven, el líder de un grupo rebelde, quien se encuentra en un remoto punto en la geografía montañosa del este de su país, envía una breve nota a su secretaria y colaboradora de confianza. El grado de cercanía entre ambos es tal que la nota revela un sentimiento privado, recóndito, íntimo que no solo empieza a formarse, sino que —en caso de ser comunicado al resto de la tropa, integrantes del movimiento o simpatizantes— tal vez habría espantado, confundido, decepcionado o movido a risa a varios de ellos.
Sierra Maestra, Junio 5-58 Celia: Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que este va a ser mi destino verdadero.
Convengamos en que la disimilitud aritmética entre los contendientes torna inusual el documento: una fuerza guerrillera con pocos centenares de miembros se opone a un ejército entrenado, organizado, distribuido, entrelazado a lo largo del país y fuertemente armado con más de diez mil hombres, tanques, aviones, barcos, logística de abastecimientos, movilidad, sistema de comunicaciones y vigilancia, etc. De hecho, las primeras líneas del volumen titulado Por todos los caminos de la Sierra. La victoria estratégica, (2010), memoria en la que Fidel Castro —el líder de quien hablamos— narra la formación del Ejército Rebelde y compara dicho proceso con uno de los relatos fantásticos más célebres:
“Dudé sobre el nombre que le pondría a esta narración, no sabía si llamarla `La última ofensiva de Batista´ o `Cómo trescientos derrotaron a diez mil´, que parece un cuento de Las mil y una noches”. Aviones de este ejército han bombardeado la zona, han destruido el bohío de un campesino y colaborador de los guerrilleros que, entre las ruinas de lo que fuera su vivienda, encuentra fragmentos de uno de los cohetes disparados; muchos años más tarde, en el libro citado, el líder de quien hablamos, Fidel Castro, recuerda del siguiente modo los hechos:
(…) la aviación enemiga desató uno de los bombardeos y ametrallamientos más feroces padecido por Minas de Frío en toda la guerra. En particular, la casa de Mario Sariol, nuestro viejo y eficaz colaborador campesino residente en ese lugar, fue blanco de una lluvia de metralla, y hasta se dispararon contra ella varios cohetes de fabricación norteamericana.
La indignación que me produjo el brutal bombardeo, cuando conocí mayores detalles del hecho, y la confirmación del empleo por la aviación batistiana de cohetes recibidos de los Estados Unidos por la tiranía, a pesar del anunciado embargo del suministro de armamentos, fue lo que me motivó al día siguiente a escribirle a Celia, al final de un largo mensaje, el párrafo que luego ha sido tan citado (…).
Hay diferencias enormes entre la confesión íntima y el programa o el anuncio político. La primera apela a la unión de secreto y lealtad; la segunda es concebida como acontecimiento público, busca eco, denuncia o presenta batalla, además de que desearía sumar adeptos. El programa político figura entre los documentos más cuidadosamente calculados, donde cada palabra ha sido revisada mil veces e imaginada en sus efectos; la confesión es territorio de las emociones, de lo que aún está siendo procesado, formado. Por eso, la sensación de estar asistiendo a un punto de giro que emana de la construcción “me doy cuenta”, en lugar de (por ejemplo) “estoy convencido” o “confirmo que”.
El momento parece haber tenido un efecto cristalizador en las elecciones del individuo Fidel Castro, ya que —gracias a la identificación de un enemigo mayor (los Estados Unidos, más allá de la tiranía batistiana)— define lo que va a ser el devenir de su participación personal en la política nacional sobre la base de la existencia de dos guerras (“esta guerra” y “una guerra mucho más larga y grande”).
En este impresionante salto conceptual y político el encuentro con los fragmentos del cohete ha propiciado el vínculo último para que se produzca una revelación definidora; de repente, la Historia parece haber absorbido la totalidad de las luchas políticas anteriores en el país (personas, batallas, frases, sacrificios, discursos, luchas partidistas, elecciones, leyes) y colapsar, contraída, encima de las derivaciones posibles de esa casa destruida y los cohetes.
Todo cuanto interviene —al accionar dentro de la línea del tiempo y en las especificidades del contexto cubano— arrastra y significa mucho más que lo visible en una primera intención; economía, sociedad, quehacer político, cuerpos militares y consumo de cultura están todos entretejidos, de forma visceral, con las producciones y estructuras del país norteño en una compleja telaraña de tratados, préstamos, inversiones, financiamientos, ayudas, maquinaria y mercados de exportación e importación, entre tantas otras conexiones.
El tránsito hacia el encuentro con el enemigo “real” ocurre cuando el sujeto “descubre” que —en un país subordinado a los intereses hegemónicos de los Estados Unidos (en plena Guerra Fría y situado en su órbita geopolítica más próxima)— no habría independencia auténtica, ni posibilidad de gobierno honesto, ni justicia para los humildes, ni valladares a la penetración extranjera, si antes no se planteaba lo político como oposición radical a todas las formas de voracidad imperial.
Así, pese a la violencia y crueldad de las diversas fuerzas represivas del gobierno batistiano, estas no eran sino el fantasma que nublaba e impedía ver el núcleo de la oposición real; por ello, como quien todavía se debate ante lo que acaba casi de descubrir, Fidel se siente obligado a remarcar, a través del adjetivo, que combatir a los americanos va a ser su “destino verdadero”.
Esto como si lo restante —encabezar la lucha contra Batista, alcanzar su derrocamiento, impulsar la llegada al poder de las fuerzas revolucionarias, ocupar alguna posición de responsabilidad en el nuevo gobierno y luchar por la estabilidad y desarrollo de la isla— no fuese suficiente. Mediante esta explosión de lenguaje, la energía que anima el pensamiento/acción de Fidel se muestra —a un mismo tiempo— como nacionalista, antimperialista y anti-colonial; exactamente el tipo de combinación que resulta insoportable para la lógica y dominación del capital.
La asimetría de los contendientes, el carácter triádico de los enfrentamientos (entre dos miembros visibles y otro oculto, oscurecido), la desmesura del gesto de la rebelión y la articulación planetaria de los sucesos, demandan un tipo de abordaje o penetración política que devela el material del cual son fabricadas las estructuras sociales y las formas que estas pudieran adoptar en el tiempo. Manejar la temporalidad no solo implica la superación de errores o limitaciones del pasado político del país, sino que atraviesa el presente para adelantar una suerte de pre-diseños del futuro; es así que, mientras la guerra presente es calculada para ser relativamente corta en su duración, la guerra hipotética (la que apenas se encuentra en el momento de la carta en estado embrionario en apariencia) se anuncia desde ya que va a ser más “larga” y “grande”.
Aunque la brevedad e intención del texto no lo incluyan, hemos de suponer que extensión y volumen (larga y grande) son características que van a conllevar más participación, demandar más sacrificio, merecer más resonancia y conseguir resultados de más significación.
II
1. Pero, ¿qué es la historia de la Revolución cubana, sino la historia de la asimetría (de los oponentes) y la desmesura (de la rebelión)?
2. ¿Qué es un líder y cómo piensa? Entender la manera y los porqués nos ayudaría a entender el proyecto (lo fundamental). Ver lo que vio, trabajar con su composición de campo, sus distribuciones, líneas de tensión, cálculos, probabilidades. Así, cada discurso, entrevista, artículo, libro o intervención del tipo que sea, constituyen desafíos e invitaciones al pensamiento; cada párrafo, proposición o palabra.
3. ¿Cómo habla este sujeto de voz/líder? ¿Qué preguntamos a las palabras y con cuáles herramientas… las transformaciones? De hecho, en el alegato de autodefensa de Fidel durante el juicio a los asaltantes del Cuartel Moncada (el día 16 de octubre de 1953), los sustantivos ‘yanqui’, ‘latifundio’ y ‘monopolio’ —que luego (después del triunfo de la Revolución en 1959) van a ser tan importantes para la identidad del proceso revolucionario y socialista cubano— solo aparecen una vez cada uno y la noción de ‘subdesarrollo’, otro término clave, aún no es parte del lenguaje de la rebelión.
4. ¿Por qué, en su momento, fue escrito/dicho esto o aquello y de qué modo inscribió nuestro pasado, modela nuestro presente y construye, desde ahora mismo, los futuros probables? La voz-líder no solo busca impacto emocional y revolucionar nuestras interpretaciones de la realidad (el liderazgo implica siempre algo nuevo, un paso adelante), sino que exige una cercanía activa, la dialéctica de un acto de pensamiento continuamente renovado; el mundo de la rebelión solo cobra existencia gracias al renacimiento permanente de la rebelión en su combinación de emociones, razones y voluntad.
5. Un texto de comienzos, apenas citado, el discurso pronunciado por el Dr. Fidel Castro Ruz, en México, el día 10 de octubre de 1955, contiene el siguiente fragmento:
América —dígase de una vez— no puede esperar nada, ni tiene nada que esperar de las oligarquías políticas en decadencia. ¿Cuál ha sido el papel de la última generación republicana de América? Dejarse arrebatar el poder por las camarillas dictatoriales. Las democracias en América están en plena bancarrota. Había —como decía Juarbe y como decía Martí— “sobra de palabras y falta de hechos”.
Las democracias americanas han perdido Perú, han perdido Venezuela, han perdido Colombia, han perdido Guatemala, y sobran los dedos de la mano para contar las democracias que quedan en nuestro continente.
Las palabras dibujan un panorama en el que hay una polaridad irreconciliable entre dos elementos —“oligarquías políticas en decadencia” y “camarillas dictatoriales”— dotados de carga negativa y el contrario positivo, las “democracias americanas”. Lo particular de los primeros dos términos es que, en realidad, según la construcción de la frase, conforman una unidad; por ello, la quiebra del orden democrático necesita fundir la corrupción de la política y la violencia de los poderes represivos.
Cuando estas palabras son pronunciadas, el líder es identificable por haber intentado recuperar el orden democrático de su país por la vía de las armas (en el asalto al Cuartel Moncada, en la oriental ciudad de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953), lo mismo que por haber presentado al mundo el ideario para un país renovado en los aspectos político, social y moral (en el alegato de autodefensa durante el juicio al que fue sometido por lo primero, intervención que hoy conocemos por su frase final La historia me absolverá).
Así, el hablante —quien lleva este capital simbólico lo mismo como carga que como presentación— introduce su presencia: “quien les habla aquí no viene como un romántico o un iluso sin historia a proclamar su fe en una idea. Quien les habla aquí ha visto caer en combate setenta compañeros luchando contra la dictadura de Batista”.
La autenticidad de las credenciales es tal, que quien habla se ha podido dar el lujo de invitar a una especie de gran movimiento latinoamericano de purificación de la política y las sociedades: “La presente generación americana está en la obligación de tomar la ofensiva; está en la obligación de enfrentar de nuevo el espíritu democrático”.
El discurso, pronunciado en México, para una audiencia mexicana, contiene hacia el final un hermoso elogio del país, una lista de “próceres” inspiradores de esa anunciada transformación (Bolívar, Juárez, Sucre, Hidalgo, Morelos, Martí, Cárdenas, Maderos, Sandino) y un inesperado nuevo actor que aparece en el momento del discurso dedicado a los míticos niños héroes de Chapultepec: “…un imperialismo que ha puesto sobre toda la América sus garras”.
¿De qué manera conecta esta intervención con la breve carta con cuyo comentario ha dado inicio este texto? ¿Cómo se producen los tránsitos, préstamos, reelaboraciones, crecimientos?
III
Frases, un collage de frases que trazan un modelo de mundo, un sentido u orientación; la suma de palabras encadenadas durante décadas en un ejemplo formidable de pedagogía y política, marcadas ambas por el ansia de totalidad que lo mismo acciona en el universo de la infancia que en los territorios de la ciencia y la técnica; en la práctica del deporte tanto como en las políticas de movilización social, los escenarios internacionales, la interpretación del pasado, la política de cuadros, la construcción de viviendas, la preparación militar, el desarrollo agroindustrial, los ideales internacionalistas o la integración de la mujer a la vida social.
Mientras existe el sujeto de voz-líder la acumulación es continuamente reacomodada y reajustada al cambio que vayan experimentando las circunstancias mediante incorporaciones, rectificaciones, exclusiones, olvidos, conexiones nuevas; en estas condiciones —frente a cualquier modificación en el entorno— siempre se puede esperar la aparición de la palabra que, a igual velocidad, reacciona, reinterpreta el mundo y revela una vez más el sentido.
En paralelo a ello, cuando este sujeto es declarado ausente (p, e., por su fallecimiento) la cadena de nuevas producciones es interrumpida en el interior de una realidad continuamente cambiante y es aquí cuando la acumulación viva se transforma en legado, el legado apunta a su transformación en monumento y la ausencia de la voz universal dibuja un contorno en el cual confluyen vacío, lamentación, espera.
Al apelar a la imagen del collage y utilizar, para hablar del conjunto, adverbios de lugar (“desde” y “hasta”) intento describir una cantidad que, además de circunscrita o delimitada, posee direccionalidad; en este sentido, la tarea del crítico, el ensayista, el estudioso, el periodista, el profesor, es atravesar la masa de palabras desbrozando y detectando repeticiones o variaciones, cortes súbitos, significados que se entregan de manera directa, por adyacencia o por oposición, núcleos que dialogan con otros (distantes, quizás, en el tiempo o la circunstancia exacta).
Luego de que hay una muerte, la hermosura de las ideas estalla, se manifiesta de modo inesperado, de igual forma que en los grandes sistemas tropológicos la calidad de una metáfora o imagen destruye y reconstruye la totalidad del lenguaje. La interrupción de voz que acompaña a la muerte corta la producción de palabras y enmarca una zona, por extensa que esta haya podido ser, dentro de la cual encontramos la totalidad del discurso. ¿Qué hacer con las palabras? Olvidar, monumentalizar, preguntar.
¿De qué modo asume la voz-líder su propia perennidad y cómo se relaciona esto con las palabras del discurso? ¿Por qué la intervención en la Tribuna Abierta de la juventud, los estudiantes y los trabajadores por el Día Internacional de los Trabajadores, en la Plaza de la Revolución, del 1ro. de mayo del 2000, prácticamente comienza con esa intensa y brillante definición del término “Revolución”; esa misma que hoy, grabada en piedra, acompaña al líder en su tumba en el Cementerio de Santa Ifigenia?
Si empezar un discurso regalando una definición casi de manual, definición que Fidel debió imaginar que sería repetida en los medios de comunicación nacionales y más allá, ¿por qué hacerlo sino porque se piensa y decide que así sea? Pero, si fue de tal manera, ¿qué trató de decirnos o activar en nosotros? ¿Por qué en este acto particular? ¿Cómo se construyen los discursos?
IV
Si el horizonte mediato de la intervención es la desintegración de la antigua URSS, el definitivo final del sistema socialista y la dura travesía de Cuba por lo más amargo del Período Especial, podemos considerar cercano lo que Fidel define en sus palabras como “ridícula y pírrica victoria en la Comisión de Derechos Humanos, frente a la infame resolución de Ginebra, basada en la calumnia e impuesta por el gobierno de Estados Unidos mediante presiones humillantes y el apoyo de sus aliados de la Otan”.
Esto, referido a esa ocasión en la que el gobierno de los Estados Unidos alcanzó una votación favorable a propósito del informe sobre violación de los derechos humanos en Cuba, el día 18 de abril del año 2000, implica la articulación de una descomunal arremetida mediática contra la opción socialista de la Isla y un marco de hostilidad (“el apoyo de sus aliados de la Otan”) y temores (las “presiones humillantes”) orientado a conseguir el total aislamiento político, económico y cultural de la Isla.
En semejante paisaje, la movilización ciudadana, a lo largo de meses, para exigir el regreso al país del niño Elián González, resultó un vehículo de unificación nacional y galvanización de la conciencia en un conflicto en cuya raíz (interconectadas de manera que no podían separarse) se encontraban la identidad nacional y el modo de vida socialista. De esta manera, en contrapunto a lo anterior, la explicación y propuesta acerca de qué entender por Revolución emergía como un inmenso acto de rebeldía conceptual y de país.
Es así que la estrategia desarrollada por Fidel durante su intervención en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en el homenaje que le fue ofrecido el 17 de noviembre de 2005 en ocasión del aniversario sesenta de su ingreso a la institución, es aún más impactante. El discurso es una maquinaria de producir significados y habla, a la misma vez, en niveles diferentes; se multiplica y entonces, como si fueran presentaciones paralelas, son varios los núcleos de contenido que se desplazan en simultaneidad.
La memoria de infancia y juventud, la noción de justicia, la función de la universidad, la situación socioeconómica del país, las transformaciones impulsadas dentro la denominada Batalla de Ideas, la salud del hablante, el papel de la juventud, la complejidad de la construcción del socialismo en un país tercermundista, la posibilidad de destrucción desde adentro de la Revolución cubana, el sentido de la vida de un revolucionario, el discurso mismo. Varios de los temas mencionados habían sido abordados por Fidel, diez años antes, a lo largo de otro discurso que —con motivo del inicio del curso escolar 1995-1996 y sus cincuenta años de vida revolucionaria— había pronunciado en el mismo lugar, el Aula Magna de la Universidad de la Habana, el día 4 de septiembre de 1995.
La intervención que, según precisó el hablante, transcurría “en un momento difícil de la Revolución en medio de un período especial” estaba organizada en una estructura dentro de la cual un revolucionario (el propio narrador, Fidel) retrataba su trayectoria formativa a partir de un episodio (ocurrido cuando tenía catorce años) en el que se mezclaron injusticia, violencia represiva y corrupción política; luego de un salto temporal, con el que los oyentes fuimos conducidos hasta la niñez del narrador, el recorrido exponía el desarrollo de un espíritu rebelde a la vez que iba acumulando juicios sobre los problemas sociopolíticos del país.
En el camino de arribar a su definición “revolucionario” y “líder” de un cambio social, el sujeto hablante conoce y deja detrás estadios de incertidumbre como los que expresan citas de la intervención como la referida (recordando el fracaso de la expedición anti-trujillista de Cayo Confites, en 1947) donde “varios de aquellos grupos que se calificaban de revolucionarios” entraron en pugna, al mismo tiempo que no estaban en condiciones de explicar “qué era una revolución” porque, simplemente, “no lo sabían”. O cuando, más tarde, esta vez valorando su estancia en el Partido Ortodoxo en el momento posterior a la muerte del dirigente de la agrupación, Eduardo Chibás, consideró que su situación era la de pertenecer a “un partido que tiene una gran fuerza popular, unas concepciones atractivas en la lucha contra los vicios y la corrupción política e ideas que en lo social no son ya totalmente revolucionarias”.
O un tercero, enfocado en dar cuenta de las reacciones ante el golpe de Estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, y en trazar la línea de continuidad que fundamenta el surgimiento del Movimiento 26 de Julio, se refiere a “(…) las divisiones entre partidos y organizaciones, y la incapacidad para la acción (…)”. Todo esto para terminar señalando, como lugar de concentración de divisiones y males, la existencia de “(…) una universidad fragmentada, donde el espíritu antimperialista se había olvidado (…)”
La estructura del relato, a través del cual viajamos desde la rebeldía hasta el hecho revolucionario, se hace acompañar de una estructura de razonamiento que no solo implica la existencia de diferencias de fondo entre ambos términos, sino que los ubica dentro de una escala jerárquica; por ello, mientras que la actitud rebelde es valorada del siguiente modo:
“(…) no era una conciencia política, no era una conciencia revolucionaria; era el temperamento inquieto y rebelde de los jóvenes, las tradiciones heroicas de la universidad”, la angustia que subyace a lo largo del discurso es la idea de revolución como tal. Las preguntas del sujeto que reflexiona sobre Cayo Confites: “¿qué era una revolución? (…) ¿Quiénes podían ser o eran los abanderados de una revolución o expresaban las ideas revolucionarias? (…) ¿cuál podía ser la teoría revolucionaria?”. La pregunta por la revolución es proyectada contra el telón de fondo de un espacio temporal en el cual han tenido lugar la desaparición del antiguo campo socialista europeo (entre el verano de 1989 y los días finales de 1991)
V
Si la formación del revolucionario es lo que sostiene el hilo narrativo en este discurso del 4 de septiembre de 1995, el superobjetivo de la alocución apunta a intereses que en mucho trascienden la historia personal de aquel que habla; de hecho, desde la introducción —“(…) esta delicada tarea que ustedes me han dado de dirigirles la palabra en la noche de hoy (…)— a la despedida —“(…) esa horrible tarea de tener que hablar de mí mismo”—, lo personal se desplaza en el interior de una trama discursiva que encarna en actos colectivos gracias a la mediación del espacio-tiempo de la Revolución cubana.
Por ello, apoyado en la referencia a la desaparición del campo socialista (“¿Quién creía que podíamos resistir un mes, dos meses, tres meses, con el golpe terrible que sufrimos?”) el discurso propone una suerte de “donación simbólica” de la Revolución misma a los jóvenes que escuchan y a lo que, dentro de la sociedad cubana del momento, representaban:
“Hoy los veo a ustedes, sus caras juveniles, la edad que yo tenía cuando ingresé aquí. ¡Cómo les queda lucha por delante! ¡Cómo les quedan batallas! Pero en qué condiciones excelentes están ustedes para ello: unidos, contando con el país, contando con el Partido, contando con el pueblo, contando con el gobierno”.
En el traspaso simbólico se encuentra el verdadero foco subyacente del discurso, lo que hace pleno de sentido el devenir del revolucionario, el despliegue que no puede dejar de suceder para que el proceso realmente sea y se multiplique en el tiempo; por ello, el hablante se siente obligado a incluir un mensaje en el cual avisa de lo que sería, a este respecto, el índice de la negatividad absoluta:
Y esos vínculos entrañables desarrollados entre nosotros han hecho posible lo increíble de la participación y de la unión entre estudiantes y Revolución, y eso hay que cuidarlo mucho. Eso lo sabe el enemigo. Cuánto dieran ellos por poder separar a los estudiantes de la Revolución, cuánto dieran ellos por poder separar a los obreros de la Revolución, al pueblo de la Revolución, y planes tienen, variantes tienen.
Es aquí donde reconectamos con las palabras pronunciadas por Fidel el 17 de noviembre de 2005, en el homenaje que le fue ofrecido en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en ocasión del aniversario sesenta de su ingreso a la institución. Puesto que el lugar es el mismo que el de aquella intervención ocurrida diez años antes y ambas ocasiones dedicadas a celebrar la misma persona, es más que lógico encadenar ambos momentos y discursos.
El análisis de un discurso incluye detalles evidentes como la fecha y lugar donde es pronunciado, delante de cuál audiencia, la identificación del núcleo central de significado y los núcleos secundarios; pero también esas pistas que el hablante va dejando, semiocultas, en el torrente de palabras y que marcan momentos en los que el discurso se monitorea o autocontrola. Ejemplo claro de lo dicho es el siguiente fragmento en esta intervención del 17 de noviembre de 2005:
Sí debemos atrevernos, debemos tener valor de decir las verdades, y no todas, porque usted no está obligado a decirlas todas de una vez, las batallas políticas tienen su táctica, la información adecuada, siguen también su camino. Yo no les voy diciendo todo, yo les voy diciendo lo que es indispensable. No importa lo que los bandidos digan y los cables que vengan mañana o pasado, los que ríen último, ríen mejor.
Del mismo modo, en otros momentos la contraposición entre el contexto inmediato de la actividad (una audiencia de jóvenes en el Aula Magna de la Universidad), la situación personal del hablante (unos meses antes Fidel ha tenido un grave accidente y han tenido que reconstruirle una rótula) y la expresión revela el verdadero sentido profundo del discurso. Préstese atención a que, si bien el hablante asegura “me siento, por suerte, mejor que nunca, porque estoy más disciplinado y hago más ejercicios”, en un momento anterior también incluye el paso del tiempo como un determinante para la acción:
“Mencioné unos cuantos nombres de compañeros aquí presentes, a unos les quedan más años, a otros les quedan menos, y ninguno sabe cuántos…” Por este camino, es natural que el realismo político y la conciencia de la caducidad propia lo hayan conducido a ironizar sobre la posibilidad de su muerte: “Ellos están esperando un fenómeno natural y absolutamente lógico, que es el fallecimiento de alguien. En este caso me han hecho el considerable honor de pensar en mí”. A la misma vez, la intervención incluye la respuesta a la pregunta implícita, no dicha, del qué sucederá después del fallecimiento del líder (voz):
“Tenemos medidas tomadas y medidas previstas para que no haya sorpresa, y nuestro pueblo debe saber con exactitud qué hacer en cada caso. Fíjense bien, hay que saber qué hacer en cada caso”. Los tres párrafos que siguen son variaciones que no incluyen información nueva (“No vamos a describir, no le vamos a contar a `Bushecito´ qué medidas tenemos previstas”, etc.), pero el cuarto párrafo equivale a un aterrizaje súbito de las expectativas de la audiencia en lo que es el auténtico tema central o la pregunta inquietante que obliga a convocar todo lo aprendido, leído, sabido, imaginado y soñado para responderla:
Les hice una pregunta, compañeros estudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo que ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las experiencias históricas que se han conocido, y les pido a todos, sin excepción, que reflexionen:
¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos.
La pregunta (más bien una cadena de ellas) que no tiene que ser contestada en el acto, sino que, en voz de Fidel, “pretendo que ustedes no la olviden nunca”, equivale a un acto de entrega o traspaso que solo puede ser realizado a través de la conciencia; por eso, el hablante propone como acontecimiento imperativo la perdurabilidad de la pregunta y la obligación de su compañía, cuidado, consulta y resguardo (“pretendo que ustedes no la olviden nunca”).
Esa, la pregunta íntima del sujeto de la Revolución y las acciones que nazcan al responder, podrán sostener y vivificar el proceso únicamente si son manifestación de un quehacer colectivo; de ahí que, en otro de esos instantes modeladores del conjunto, Fidel expresó: “En todo caso yo no hago nada, porque un hombre solo no hace nada.
En todo caso aprovecho la experiencia o la autoridad que pueda tener entre los compatriotas para que libremos batallas. Hay millones de cubanos preparados para la guerra de todo el pueblo”. O cuando, en otro tiempo de monitoreo, el discurso funciona como reflexión ante hechos históricos distantes (errores de abuso de poder a lo largo de la experiencia socialista internacional) y como aviso para generaciones por venir:
“Es tremendo el poder que tiene un dirigente cuando goza de la confianza de las masas, cuando confían en su capacidad. Son terribles las consecuencias de un error de los que más autoridad tienen, y eso ha pasado más de una vez en los procesos revolucionarios”.
VI
Los cambios políticos y sociales proponen, impulsan y nos enfrentan a un enmarañado tejido de realidades que toca explorar y denominar en una deriva que, según sea la radicalidad de la transformación, estremece el lenguaje; a veces con lentitud, de forma súbita en otras y en no pocas ocasiones a la manera de torrentes y con rapidez de vértigo, las palabras crecen a nuestro alrededor y la comunicación, tanto en estilo como en significado o sentidos, es modificada de raíz.
En fecha tan temprana como el 6 de febrero de 1959, en el discurso pronunciado por Fidel en la Empresa Petrolera Shell, ya podemos ver entrelazados varios de los temas que, hasta el presente, recorren las preocupaciones, reflexiones y acciones de todos cuantos han participado de la obra de la Revolución cubana: la novedad radical del proceso que tiene lugar en el país; la necesidad, complejidad y dificultad de progresar hacia el desarrollo; y la garantía de un tipo de hostilidad externa para la cual se combinan los sectores desplazados por la Revolución y el poder de los monopolios.
Para lo primero alcanza revisar, entre las varias frases cargadas de entusiasmo que el discurso contiene, una tan simple como “un país que tiene hoy la más extraordinaria oportunidad que haya tenido nunca ningún pueblo de América” y otra, portadora de una idea tan increíblemente audaz como la que sigue: “Hemos dicho que esta Revolución se diferencia de todas las revoluciones del mundo, entre otras cosas, porque es la primera revolución, en el sentido cabal de la palabra, como transformación profunda de los sistemas en que hemos vivido; es la única revolución en el mundo que se está haciendo con un respaldo del 95% del pueblo”.
La necesidad, complejidad y dificultad del progreso es, de forma clara, aquello a lo que se refiere, también espigando de entre otros momentos de idéntico contenido en la intervención, la frase siguiente: “Aquí todo el mundo habla de que hay que desarrollar la industria, que hay que industrializar el país, pero nadie dice cómo”.
Este “no saber cómo”, pensado —si atendemos al resto del discurso— para iluminar el vínculo entre eliminación del latifundio con una consecuente posibilidad de eliminar el desempleo, cosas que —entre las dos— abrirían puertas a la oportunidad de adelantar un proceso de industrialización y, al final, a elevar los niveles de desarrollo y bienestar para las clases más desposeídas del país, se verá transformado —cuando la Revolución se radicalice como proceso socialista— en el enigma de cómo construir un país socialista, estable y orientado al desarrollo en un país subdesarrollado. Lo último, la garantía de hostilidad, es tan premonitorio (recuérdese que las autoridades de la Revolución solo llevan cinco semanas en el poder) que vale la pena citarlo, pese a la extensión:
Veremos si después los que hoy tan livianamente lanzan sus dardos envenenados contra nosotros escriben contra Masferrer, contra Ventura, contra Laurent, contra Chaviano, contra Tabernilla y contra Batista (Exclamaciones de: “¡Fuera!”), cuando vengan aquí encabezando expediciones de la United Fruit y comparsa y encuentren un pueblo débil, un pueblo escéptico a quien le hayan matado la fe, lo hayan dividido, lo hayan confundido y, en consecuencia, esos señores vuelvan a reinar aquí en nuestra patria. (Exclamaciones de: “¡Nunca!”).
Semanas más tarde, durante el discurso que Fidel pronunciara en el Fórum Tabacalero celebrado el día 8 de abril de 1959, son varias las ocasiones en las que el término “subdesarrollo” es empleado para hablar de Cuba. Al mes siguiente, en el discurso del líder ante el Consejo Económico de los 21, en el Palacio del Ministerio de Industria y Comercio de Buenos Aires, el día 2 de mayo, la noción de subdesarrollo se ha extendido para identificar un estado común a los países latinoamericanos: “Los problemas que implica el subdesarrollo de América Latina, son problemas de la mayor trascendencia y de la mayor importancia, más grandes tal vez de lo que se ha planteado aquí; más graves tal vez de lo que se ha dicho aquí (…)”.
En cuanto a “latifundio”, entre las numerosas ocasiones en las que el sustantivo exhibe una carga negativa total, el discurso pronunciado por Fidel en Guantánamo, el 3 de febrero de 1959, donde la palabra es usada trece veces, contiene la siguiente proposición y decisión política: “Aquí se habla de desarrollo industrial, pero para que haya desarrollo industrial tiene que ponérsele fin al latifundio”.
Por su parte, “monopolio”, palabra que también ocupará un lugar principal en el nuevo lenguaje político cubano, también es usada en forma repetida y ya desde el 21 de enero de 1959, en el discurso que pronunció Fidel durante la concentración popular reunida en el Palacio Presidencial, aparece primero en la expresión “monopolio de los cables internacionales” y, escasos minutos más tarde, en un párrafo que devela el entramado entre monopolización mediática y explotación de monopolios extranjeros:
Campañas contra el pueblo de Cuba, sí, porque quiere ser libre; campañas contra el pueblo de Cuba, sí, porque no solo quiere ser libre políticamente, sino económicamente libre también; campañas contra el pueblo de Cuba, porque se ha convertido en un ejemplo peligroso en toda la América; campañas contra el pueblo de Cuba porque saben que vamos a pedir la anulación de las concesiones onerosas que se han hecho a los monopolios extranjeros.
De esta manera, cuando, el 26 de septiembre de 1960, apenas un año más tarde, el sujeto de voz-líder hace su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, las colisiones que sacuden el lenguaje han sido tales que el hablante se siente obligado, desde el comienzo mismo de su intervención, a ir dejando “marcadores” que —mientras informan— construyen el marco interpretativo desde el cual los oyentes deben de analizar la realidad que constituye la presencia allí del sujeto mismo y lo que representa.
Por eso, las primeras oraciones (“Aunque nos han dado fama de que hablamos extensamente, no deben preocuparse. Vamos a hacer lo posible por ser breves y exponer lo que entendemos nuestro deber exponer aquí”) son portadoras de una diferencia que no hace sino crecer a lo largo de la presentación.
A diferencia del “monopolio de los cables internacionales” antes mencionados, el emisor del discurso se identifica a sí mismo como un transmisor de verdad: “Eso sí, nosotros vamos a hablar claro”. Una verdad que, a su vez, ya tiene algo que comunicar cuando incluso ni siquiera ha sido dicha: “Cuesta recursos el envío de una delegación a las Naciones Unidas. Nosotros, los países subdesarrollados, no tenemos muchos recursos para gastarlos, si no es para hablar claro en esta reunión de representativos de casi todos los países del mundo”.
En este punto, préstese atención, el uso de la definición “subdesarrollo” ya no queda circunscrita a Cuba o a la América Latina, sino que apunta hacia un tipo de conflicto planetario en los países que entrarían en estos límites y aquellos otros del desarrollo. En cuanto a los Estados Unidos, en estos momentos el uso de calificativos apunta claramente en dirección a un enfrentamiento mayor: “(…) con esa hipocresía característica de los que tienen que ver con las cosas de las relaciones entre Cuba y este país (…)”, “(…) por supuesto, su Excelencia, el señor delegado de Estados Unidos en esta asamblea no dejó de sumarse a la farsa (…)”, “(…) estos pactos de defensa hemisférica, mejor pudieran llamarse pactos de defensa de los monopolios norteamericanos”.
Aquella fue la primera aparición de Fidel en una tribuna política mundial y concluyó, a través de fragmentos de la Primera Declaración de la Habana, en una postura de rebelión absoluta; en lugar de lo manifestado, al inicio del discurso al expresar que era posible que muchos estadounidenses ni siquiera supieran que Cuba era un país independiente (y no una colonia de los Estados Unidos), la intervención reprodujo varios fragmentos de lo que denominó la “parte esencial” de la Primera Declaración de la Habana e hizo constar la condena al latifundio: “las concesiones de los recursos naturales de nuestros países a los monopolios extranjeros como política entreguista y traidora al interés de los pueblos”, “el engaño sistemático a los pueblos por órganos de divulgación que responden al interés de las oligarquías y a la política del imperialismo opresor”; “condena el monopolio de las noticias por agencias monopolistas”, así como “condena a los monopolios y empresas imperialistas que saquean continuamente nuestras riquezas, explotan a nuestros obreros y campesinos, desangran y mantienen en retraso nuestras economías, y someten la política de la América Latina a sus designios e intereses.
VII
He titulado este texto “Después de Fidel” porque, avizorando su desaparición física, fue él mismo quien se adelantó a rechazar que —según comunicara Raúl Castro el 3 de diciembre de 2016 en el acto político en el homenaje a Fidel efectuado en la Plaza Mayor General Antonio Maceo Grajales, de Santiago de Cuba— “(…) una vez fallecido, su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos, estatuas y otras formas similares de tributo”.
La desaparición del líder, junto con su negativa a ser objeto de monumentalización, resuelve al fin cualquier roce o tensión que aún pudiese estar pendiente en lo que toca al traspaso de responsabilidad que antes comentamos. Como mismo Fidel, otras figuras dejarán de acompañar (esos compañeros de los cuales “a unos les quedan más años, a otros les quedan menos”), pero la cadena de preguntas acerca de la irreversibilidad de los procesos revolucionarios más auténticos se mantendrá en pie porque es la pregunta acerca de la justicia verdadera; es esto lo que puede ser derivado de la valoración de Lenin y la Revolución socialista que, en aquella misma intervención del 2005 en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, expresara Fidel:
Y en un enorme país semifeudal, semisubdesarrollado, es donde se produce la primera revolución socialista, el primer intento verdadero de una sociedad igualitaria y justa; ninguna de las anteriores que eran esclavistas, feudales, medievales, o antifeudales, burguesas, capitalistas, aunque hablaran mucho de libertad, igualdad y fraternidad, ninguna se propuso jamás una sociedad justa.
La pregunta por la irreversibilidad del proceso está unida a la pregunta por la justicia y esta, a su vez, nos devuelve al momento iniciático reflejado en aquella carta a Celia Sánchez, del día 5 de junio de 1958. Entre ambos puntos hay miles de horas y de páginas sobre lo que un proceso revolucionario es, sobre los problemas, escollos, errores, complejidades de la construcción de realidades nuevas en un pequeño país tercermundista, subdesarrollado y convertido en blanco de la hostilidad permanente de más de una decena de administraciones estadounidenses, sus organismos de inteligencia, económicas y sus maquinarias político-mediáticas.
Después de la muerte de Fidel, de la lamentación, de la celebración de memoria, toda esa enormidad discursiva constituye un archivo abierto y necesitado de estudio, investigación y confrontación creativa. Con esta última, gracias a la agudeza, capacidad de abarcar extremos distantes, la claridad del posicionamiento contextual y el nivel de conciencia político-social y humanística (no menos que el del objeto de estudio), la obra revela el hervidero de su interioridad viva y actuante, sus interacciones con nuestro presente y sus potencialidades como referente futuro.
Un legado muere o es vivificado gracias a las preguntas que provoca o recibe; las frases, como en un archivo descomunal, permanecen allí. Regreso hasta aquel discurso de Fidel ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 26 de septiembre de 1960, y leo —saltando por encima de sesenta años— lo que parece un déjà vu de nuestro presente:
Los oradores que nos han precedido en el uso de la palabra han expresado aquí su preocupación por problemas que interesan a todo el mundo. A nosotros nos interesan esos problemas; pero, además, en el caso de Cuba existe una circunstancia especial, y es que Cuba debe ser para el mundo en este momento una preocupación, porque con razón han expuesto aquí distintos delegados, entre los distintos problemas que hay actualmente en el mundo, el problema de Cuba. Además de los problemas que hoy preocupan a todo el mundo, Cuba tiene problemas que le preocupan a ella, que le preocupan a nuestro pueblo.
La exposición de Fidel aquel día fue un largo despliegue donde, a propósito del tema “el problema de Cuba”, describió los males y consecuencias derivadas de la relación neocolonial con los Estados Unidos, proyectó esta —más que a un país concreto— hacia las prácticas del capital financiero internacional y desvió la dirección de la mirada hasta una visión desde adentro de los problemas “que le preocupan a nuestro pueblo”.
Es decir, a la percepción del pueblo sobre los problemas y soluciones que necesita el país propio; por este camino, ya con el ímpetu desafiante de la rebelión, el hablante termina diciendo: “Algunos querían conocer cuál era la línea del Gobierno Revolucionario de Cuba. Pues bien, ¡esta es nuestra línea!”
VIII
La pregunta que ha sido dejada ahí, “ante las experiencias históricas que se han conocido”, y que —más allá de cualquier contesta inmediata que pueda dársele, en realidad es concebida como una suerte de inquietud acompañante, una práctica de autoanálisis permanente dirigida hacia la más profunda raíz ética de la transformación y su significación cognitiva: “¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?”.
Por ello, el ejercicio de razonamiento tiene su primer paso en un cuestionamiento radical (frente a cualquier apología, adulación o maquillaje de la realidad) que reclama atravesar las apariencias y rebuscar, analizar, enjuiciar, calcular, pronosticar a partir del dato sobre las esencias de un proceso de cambio político, económico, social y cultural.
Para los procesos de cambio social con sentido emancipatorio, sobre todo para la Revolución socialista, es la pregunta crucial porque una respuesta negativa implica la existencia de errores que necesitan ser corregidos (desde adentro) o que el gesto de la rebelión ha sido inútil y todo intento de cambio terminaría llevando, en parábola regresiva, a la misma situación anterior; en términos políticos, ello quiere decir la eterna pertenencia al capitalismo, pese a cualquier descripción negativa que se haga de él.
Si la pregunta inicial es un paso, el hecho de que sea sucedida por otra que impide ofrecer una respuesta negativa a la primera, entonces implica que hay un movimiento orientado a una meta final o progreso; un movimiento donde lo segundo constituye una superación o mejoría de condiciones. Es así que la segunda pregunta, “¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?”, solo puede ser contestada cuando se estima que la “reversión” es imposible y se definen “las ideas o el grado de conciencia” como aquello que garantiza la no reversibilidad.
De esta manera, la transformación cultural cambia nuestra manera de ver/comprender la vida personal y la Historia; las perspectivas aisladas son cimentadas y reelaboradas como mecanismos de cognición, y de allí pasan a ser no solo hechos de razón, sino que —agregando entonces la emoción, la acción y la voluntad— habitan como manifestaciones de conciencia política. Por ello, la tercera de las preguntas es un retorno desde la abstracción a la acción, el más simple: “¿qué hacer y cómo hacerlo?”.
Si la triada de preguntas tiene todas las trazas de ser el método que todo revolucionario debe de inscribir en lo más íntimo de sí y practicar sin descanso, la seguridad y estabilidad —que deberían brindar el conocimiento de sus entresijos del método junto con la práctica del ejercicio— son por entero desafiados y sacudidos por la introducción de la duda y el reconocimiento del error:
“Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo”. En este posicionamiento, la tranquilidad nacida del estudio y la convicción de que el ejercicio está siendo desarrollado al pie de la regla, chocan ambos con la penetración de esa duda sin la cual ninguna transformación verdadera es posible; dudar es parte de la dialéctica porque el cambio posee carácter procesual y necesita ser continuamente revisado, la sensación de estabilidad es la misma invitación a la sospecha y el cuestionamiento.
Arribar a este punto requiere un amplio archivo de experiencia, un enorme conocimiento del país tanto como del escenario internacional y de la teoría, convicciones firmes (sin las cuales la autorevisión puede convertirse en desvío, parálisis o desintegración) y un elevado grado de conciencia.
Desde aquí, cruzado el trío de preguntas, aflora la inquietud subyacente bajo las palabras: “Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo”.
IX
Igual que si fuese una masa de energía, la respuesta se encuentra en la insistencia de la figura líder en ser cremado y en que, luego del fallecimiento “(…) su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos, estatuas y otras formas similares de tributo”.
Así, las convicciones e ideas no pueden ser encapsuladas en objeto material alguno, delimitadas, circunscritas, atrapadas, sino que permanecen circulando; la persona es infinitamente menos importante que la idea y la idea queda obligada a encarnar en la totalidad de la Revolución misma y no en uno de sus objetos o lugares simbólicos.
Al mismo tiempo, como antes hemos comentado, un legado de interpretación y posicionamiento ante la realidad, no puede ser fijado, preservado, multiplicado o desarrollado si ello no sucede como parte de un desgarrador esfuerzo de comprensión.
Estudio, pregunta y acción enlazan, interceptan, colisionan, se niegan o fortalecen, influencian, alimentan y modifican mutuamente en una armazón dialéctica que no cesa de producir y alternar esos mismos elementos dentro de una matriz de cotidianeidad (de ahí que nos hayamos acostumbrado a vivir lo extraordinario como algo casi natural) y de conciencia (que atiende a las estructuras básicas del proyecto, aquellas que se han mantenido más allá de cualquiera de esos “errores” a los que se refiriera Fidel).
Así, cada generación deberá enfrentar preguntas y desafíos; proponerse un conocimiento cada vez más hondo del país, su historia, su gente, las potencialidades, los sueños; tener siempre más agudeza en lo tocante al entorno, próximo o planetario; mayor conocimiento de la teoría sobre la construcción de sociedades justas en países del subdesarrollo (la esencia de la Revolución cubana cuando todavía no se hablaba de marxismo) y, sobre todo, a través de la innovación, hacer aportes a la teoría.
Claro que para ello, como se desbroza una vegetación salvaje, hay que atravesar por el interior del legado; mientras más se avanza, más se ramifica y enseña brotes.