Aquel día en que Fidel definió a la Revolución como nunca antes
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Iba a ser una celebración diferente del Primero de Mayo. Esta vez no sería el tradicional y vistoso desfile de cada año. En aquel momento de efervesencia de la batalla por el regreso de Elián se le daría al adversario una formidable demostración de capacidad movilizativa y tácticas diversas.
Varias personalidades amigas de Latinoamérica, Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo, habían venido hasta La Habana para expresar su solidaridad y denunciar la cobardía de los gobiernos que se habían plegado unos días antes a los propósitos estadounidenses en la Comisión de Derechos Humanos.
La tarde noche del 30 de abril, varios de ellos fueron invitados a la Mesa Redonda: Pérez Esquivel, Estela Barnes de Carlotto, Gladys Marín, Gloria la Riva y Claudia Camba, entre otros. El Comandante en Jefe permanecía en un salón contiguo al estudio televisivo.
Durante el tiempo que estuvo en el ICRT, además de escuchar a los panelistas de esa tarde, había estado revisando las palabras que había escrito para pronunciarlas el Primero de Mayo, algo no muy frecuente en él, gran improvisador de discursos donde los había. Quería ser certero y contundente.
Cuando terminó el programa salimos hacia el Palacio de la Revolución, donde cada noche el Comandante guiaba el combate por Elián y chequeba los numerosos planes que para el bienestar de niños, adolescentes y jóvenes, y para el pueblo todo, se había comenzado a desarrollar en todo el país.
Entrada la noche comenzó la habitual reunión de trabajo, que no pocas veces se extendía varias horas por la madrugada. Después de valorar la Mesa de ese dia, las estrategias en el caso de Elián (quien estaba prácticamente aislado en Wye Plantation, Maryland, junto a su hermanito, su padre y la esposa de este), chequear la marcha de los programas educacionales y sociales que ya estaban en marcha y los detalles del singular Primero de Mayo que se desarrollaría en unas horas, Fidel nos leyó en primicia parte del texto que había preparado para la ocasión.
Desde el primer minuto nos impactó aquella definición de Revolución que había escrito. La leyó en voz alta una y otra vez, como convenciéndose a sí mismo de la valía de cada palabra en aquel concepto que había desgranado. Cada vez que lo leía, como inconforme impenitente que era, corregía algo de aquel párrafo que ya se nos hacía enorme como síntesis de un pensamiento revolucionario forjado en la batalla diaria por los destinos de un pequeña nación, asediada por el más poderoso adversario de la historia.
Cuando salimos de Palacio ya había jóvenes en la Plaza. Eran los primeros asistentes a aquella memorable jornada entre el más de un millón de capitalinos y habaneros (de lo que hoy son Artemisa y Mayabeque) que desbordarían horas más tarde aquel histórico espacio, toda la Avenida Paseo, Independencia, Carlos Manuel de Céspedes y todos los lugares colindantes.
Apenas hubo tiempo para tomar un reposo. Cuando regresamos a la Plaza tempranito en la mañana aquello era una marea humana y de banderas cubanas. Las imágenes de Elián y su padre Juan Miguel también sobresalían en el impresionante escenario. El espíritu revolucionario que la Batalla de Ideas había multiplicado en nuestro pueblo, tenía allí su mejor fotografía.
A las 8:30 am comenzó el acto. Las personalidades internacionales fueron los oradores iniciales. Encendidos discursos fueron pronunciados. Las banderitas cubanas se levantaban una y otra vez.
Como a las 9:30 de la mañana vino Fidel. Su uniforme verdeolivo lucía impresionante allí en la tribuna. Avanzó con paso firme hacia el podio, calzando tenis en lugar de los botines guerrilleros, para mayor comodidad en la larga jornada que le esperaba. Le alcanzaron el texto del discurso en el que había trabajado hasta el último minuto, se puso los espejuelos y comenzó sus palabras con aquella voz atronadora que la Plaza de la Revolución se sabía de memoria:
Compatriotas:
Nuestra gratitud a las admirables personalidades que nos acompañan. Nuestro reconocimiento a los trabajadores, los estudiantes y todo el pueblo que inunda esta plaza.
Estamos viviendo días de intensa y trascendental lucha. Cinco meses llevamos batallando sin tregua. Millones de compatriotas, todos casi sin excepción, han participado en ella. Nuestras armas han sido la conciencia y las ideas que ha sembrado la Revolución a lo largo de más de cuatro décadas.
Y entonces vino aquella frase dicha con toda las fuerza de sus convicciones y el enorme caudal de teoría y práctica revolucionaria que le acompañaba. La Plaza se estremeció con la voz del líder que dejaba para la historia la más completa síntesis de su pensamiento:
Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.
Cada vez que la oigo me emociono recordando aquel momento. Fueron los minutos más altos de un día en que aquel pueblo, con Fidel al frente, no se amilanó ante el cansancio de las horas, y bajo el fuerte sol de ese primero de mayo, supo después marchar desde la Plaza, calle G abajo hasta Malecón, pasando por el frente mismo de la entonces Oficina de Intereses del imperio. Allí, en la recién inaugurada Tribuna Antimperialista "José Martí" niños y jóvenes protagonizaron una breve y encendida Tribuna Abierta de la Revolución.
Y en la tarde noche volvimos a tener Mesa Redonda con otros de los invitados extranjeros (Hebe de Bonaffini, Stella Calloni, Manuel Cabieses y otros). ¡Qué clase de jornada aquella!
Dieciseis años después de que fuera dicho, el concepto de Revolución de Fidel se convirtió en su testamento político, que los revolucionarios cubanos refrendamos como nuestro, porque resume la dialéctica y las más profundas convicciones que deben conducirnos en los complejos tiempos que estamos enfrentando.
Veinte años atrás asistimos a una cita con la Historia, aunque entonces, quizá, no lo sabíamos en su dimensión toda.