Una visita breve, pero muy cordial
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Menos de 24 horas después de haber llegado a Canadá, el IL 62-M conduce al compañero Fidel y la delegación que lo acompañó, de regreso a la Patria. "Este es un viaje récord. Pero debemos correr para llegar lo antes posible a La Habana", le dice en la despedida a nuestro personal diplomático y sus familiares en el hotel Marriot de Montreal.
Desde el día anterior, el Comandante en Jefe pregunta sobre la salida de Sydney del resto de la delegación deportiva, donde vienen "las morenas del Caribe", los medallistas de boxeo con Félix Savón al frente, el campeón Iván Pedroso y otros destacados atletas, a quienes quiere recibir en el propio aeropuerto, como ya lo hizo días atrás con el otro grupo.
En no pocas ocasiones le pide a Carlitos Valenciaga que averigüe la hora aproximada en que llegarán los deportistas; a varios de nosotros nos inquiere si tenemos noticias.
La jornada de este martes 3 de octubre, tan simbólico para los cubanos, ha sido para Fidel en Canadá tan intenso como emotivo. Desde bien temprano en la mañana ha realizado una actividad tras otra, con la peculiar situación de que es dificilísimo que el Comandante pase inadvertido y no se arme una muchedumbre de políticos, periodistas, ciudadanos comunes que se agolpan por todas partes para saludarlo, contemplarlo y vitorearlo.
El compañero Fidel inicia la mañana con una conversación emotiva y familiar con Margaret, la madre de los hijos de Trudeau, a quien conoce desde 1976 cuando viajó a La Habana con su esposo. La noche anterior, el Jefe de la Revolución había conversado con los dos hijos de los Trudeau, Justin y Sacha. Casualmente este era el día del cumpleaños de Michael, el hermano menor que murió en 1998 durante una avalancha de nieve cuando ejercitaba el alpinismo.
Llamó la atención de los presentes que ambos jóvenes cuando se referían a su hermano no le decían Michael, sino "Micha", porque Pierre Trudeau decidió dejarle ese cariñoso sobrenombre, que era como llamaba Fidel al niño de apenas cuatro meses, mientras lo sostenía en sus brazos durante aquellos días de enero de 1976. En ese encuentro, Fidel les regaló sendos álbumes de fotos de sus padres en Cuba y de "Micha" en brazos de Fidel, en las cuales, por cierto, el niñito se asemeja increíblemente a Hianny, el hermanito de Elián.
Precisamente sobre Elián, los jóvenes explicaron cómo la familia siguió el caso y dieron todo su apoyo para que cesara el criminal secuestro.
Justin y Sacha despliegan una actividad social sobresaliente y demuestran la sólida educación recibida. Justin, de 29 años, es profesor de idiomas inglés y francés para los niños de primaria, desde el prescolar hasta el sexto grado, y de literatura inglesa, dramaturgia e introducción al derecho a los jóvenes de preuniversitario. Sacha es periodista, interesado en temas internacionales y ha realizado documentales donde denuncia el daño causado por la OTAN con los indiscriminados bombardeos en Yugoslavia, y también sobre la situación social de África.
El Comandante los invitó a visitar a Cuba y ellos mostraron mucho interés en hacerlo y recorrer los lugares donde estuvieron sus padres y su hermano Michael.
En el hotel, se comenta entre la delegación que los hijos de Trudeau le han dicho al Comandante que quieren que el féretro con los restos de su padre sea escoltado por sus más íntimos amigos y le piden que él sea uno de los escoltas honorarios y que esté junto a la familia. Sobre las 10 y 30 de la mañana la comitiva cubana se detiene en la Plaza de Armas de Montreal, frente a la cual se levanta imponente y majestuosa la basílica Notre-Dame, en la que tendrá lugar la solemne ceremonia de exequias del ex Primer Ministro.
La Plaza está rodeada de altas edificaciones que uno no tiene tiempo de contemplar porque hay una multitud de personas por doquier. No solo en el parque y en los alrededores de la basílica, sino en casi todos los balcones y ventanas de los edificios que sobrepasan los 20 pisos de altura y hasta en las azoteas.
La llegada de Fidel conmociona a este enjambre humano que aplaude delirantemente y grita una y otra vez su nombre. Subir las escaleras de la basílica cuesta enorme trabajo ante la cantidad de personas que se detienen para verlo pasar.
A ambos lados de la escalera, decenas de cámaras de televisión, fotógrafos y periodistas con micrófonos y grabadoras en mano, lo llaman, tratan de obtener una declaración, pero Fidel no quiere violar su propósito de la discrecionalidad y cortésmente hace gestos, se lleva el índice de la mano a sus labios para indicarlo. Es su acostumbrada elegancia de respetar el momento: ha ido a Canadá a rendir tributo a un verdadero amigo y no a buscar publicidad. La basílica de Notre-Dame es una joya arquitectónica vinculada a los orígenes de la ciudad de Montreal en 1642. Cuando Fidel penetra en su interior, hay ya dentro unas tres mil personas entre dignatarios federales y locales, embajadores, parlamentarios y personalidades de la sociedad canadiense.
El Comandante es llevado a una de las esquinas del recinto, donde se reúne con la familia Trudeau. Allí saluda a varias personalidades, de quienes recibe excepcional amabilidad, como el príncipe inglés Andrew, Duque de York; el cardenal Jean Claude Turcotte, arzobispo de Montreal, a quien ya había conocido durante la visita del Papa a Cuba; a Karim Aga Kham, líder de la comunidad musulmana; a Geoffrey Hoon, ministro de Defensa de Gran Bretaña, y sostiene una animada charla con el ex presidente norteamericano James Carter, lo cual trasciende rápidamente y es comentado como "reguero de pólvora".
Con el ex mandatario estadounidense el Comandante conversó fundamentalmente sobre la Fundación Carter que aquel preside y tiene su sede en Atlanta, así como sobre los problemas de salud que están afectando al Tercer Mundo, particularmente a África, y la necesidad insoslayable y urgente de buscar soluciones.
La litúrgica ceremonia del funeral estatal comienza a las 10 y 45 de la mañana. Hay un impresionante silencio dentro y fuera de la basílica cuando se inicia el desplazamiento del féretro hacia el púlpito. Una composición musical religiosa de Juan Sebastián Bach se deja escuchar en la catedral, mientras afuera retumba el repicar de las campanas. Fidel acompaña a la familia y toma asiento inmediatamente detrás de ellos. Se ve a Margaret con inmenso dolor, pero muy serena junto a sus dos hijos, profundamente afectados por el gran cariño que sentían hacia el padre, y al lado de ellos una hermosa niñita de nueve años, la ultima hija de Pierre Trudeau a la cual llamó Sara y es el fruto de una relación posterior a su divorcio.
El ritual religioso, aun cuando dura 2 horas y 15 minutos, es muy humano. Hablan en el funeral el señor Jean Chretién, primer ministro de Canadá, se escuchan los salmos leídos por el cardenal Turcotte, los sentidos discursos de despedidas que pronuncian amigos cercanos, hablan sus hijos que levantan aplausos, Sacha en sus palabras de despedida y muy emotiva la intervención de Justin, el hijo mayor del destacado político, quien narra anécdotas de su padre y destaca algunos de los principios que defendió con toda vehemencia, por sobre todos ellos el de preservar la unidad de Canadá.
A la salida de la basílica, de nuevo la apoteosis. Las admiraciones y los cerrados aplausos al Jefe de la Revolución se repiten una y otra vez. Esta vez la multitud es mayor.
En la escalera de la basílica, Fidel debe esperar unos 15 minutos, mientras transcurre la ceremonia donde es depositado el féretro en el coche fúnebre. Hay ministros y parlamentarios que quieren saludarlo. No se sabe de dónde sacan espacio, pues en aquellos peldaños no cabe "ni un alma más".
Fidel conversa animadamente con un dirigente canadiense cuando logran acercarse con muchos esfuerzos y no pocos obstáculos dos ministros, el encargado de recaudar impuestos y el de deportes, quienes procuran saludar al Comandante.
Cuando Fidel los saluda, retiene la mano del Ministro de deportes e indaga jocoso con el Ministro recaudador de impuestos cómo hace cuando el de deportes le exige mucho dinero. Muchos canadienses le daban las gracias a Fidel por el gesto de haber ido a rendir tributo a Trudeau, a lo cual el Comandante replicó que "era su deber elemental". Detrás de la delegación cubana hay unos parlamentarios canadienses que deciden no dar un paso más, porque no tienen la suerte de llegar como otros colegas suyos que logran conversar con el Jefe de la Revolución. "El único que tiene trabajo aquí es Fidel", jaranean entre ellos.
Cuando la comitiva logra salir, se traslada rápidamente hacia el hotel Intercontinental, donde el Comandante es recibido por la Gobernadora General, la señora Adrienne Clarkson y Jean Chretién, el Primer Ministro, con quienes conversa afablemente. En todo momento, las autoridades canadienses fueron muy amables y muy cordiales en el trato con Fidel y el resto de la delegación cubana y el reflejo de esa satisfacción se constató al término de ambas entrevistas.
Fidel tenía que cumplir otro deber elemental antes de marchar al aeropuerto Mirabel de Montreal: agradecer a la gerencia del hotel Marriot y despedirse de los compatriotas que trabajan en la misión diplomática. Tras saludar al gerente del hotel, escribe en el libro de visitantes: "El imborrable trato que hemos recibido en este hotel Marriot, no lo olvidaremos jamás. Infinitas gracias. Octubre 3 del 2000", y a continuación su firma. Tuvo después un aparte con cada uno de los diplomáticos cubanos y sus familiares, posó en varias fotos con ellos y sus hijos.
A Fidel se le veía satisfecho. Pocos de sus 63 viajes al exterior en estos 40 años de Revolución han sido organizados en tan corto tiempo, pero esta visita, aunque muy breve, fue muy cordial.