Cuba sin Fidel
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Dicen que impresionaba, que si agigantada era su figura, así de enorme también era su capacidad para tener a un pueblo al lado. Dicen que era tan terco que no dobló nunca el torso ante las presiones, ante el odio de quien no ve lógico que un país pequeño no pueda ser engullido por uno grande. Cuentan que iba a los detalles porque, precisamente por no tenerlos presentes, no logró tomar el Moncada.
Hay quienes lo llaman Fidel, como si solo el nombre recogiera la grandeza que también pesa en los apellidos. Porque hay hombres que se vuelven tan universales, tan del mundo y de la gente que el nombre basta para esbozarle el rostro.
Otros, los que lo ven distante o los que odian, le dicen Castro. Así se le ha escuchado nombrarlo a los que soñaron matarlo en más de 600 intentos que, de sueños, pasaron a convertirse, una y otra vez, en frustración. Fidel vivía. Por eso el silencio se apoderó de esta Isla cuando el dolor de un hermano dio la noticia de su muerte.
El mundo supo entonces que era cierto. El hombre que todo el tiempo burló la muerte, que se le escapó a balas, bombas o venenos que intentaron apagarle la voz porque su verbo era amenaza, el hombre que lloró con la partida de un compañero, de un amigo, era el que se iba, el que no estaría más.
“Muere Fidel Castro” era la noticia que recorría el mundo. La misma que le quitó el sueño a mi generación que no lo conoció y a la de mis abuelos que lo acompañó siempre en el deseo de poner a un país pequeño en el mismo mapa de los grandes.
Y junto a los luctuosos titulares venía como apéndice la pregunta inquietante: ¿Cómo será Cuba sin Fidel Castro? Los más ingenuos creyeron que la palabra de Silvio Rodríguez dejaría de ser canción para transformarse en realidad, al pensar que la Revolución se venía abajo. Pero la necedad de los cubanos volvió a ser dolor de cabeza sin remedio para los pueriles.
Cuando un joven de 20 años se estremece con las anécdotas de quienes lo conocieron, cuando va por voluntad y guarda silencio por unos segundos frente a la piedra que lleva sus cenizas… Cuando llora por la noticia, cuando un ciego va a rendirle tributo, o una señora en silla de ruedas le lleva flores, cuando el mundo aplaude su obra que es vitorear a un país… son en esos momentos en los que se sabe que Fidel, más allá de cada acción y enseñanza, sembró en la gente una gratitud infinita. Sembró amor. Ese fue su premio nobel. ¿Y acaso a los revolucionarios no los mueven grandes sentimientos de amor?