La Revolución crece en fuerza, crece en la conciencia del pueblo
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El sábado 28 de noviembre, como se había anunciado, se inician las actividades del Congreso Católico Nacional que rendirá homenaje a la Virgen de la Caridad, la Patrona de Cuba.
A las ocho de la noche, un desfile de antorchas parte de Prado y Neptuno para confluir en la Plaza Cívica, donde está previsto celebrar una misa a media noche.
En víspera del evento, Monseñor Evelio Díaz declaraba a los periodistas que nunca un gobierno, en el tiempo que llevamos del prelado, ha dado tantas facilidades a la iglesia.
Las autoridades revolucionarias pusieron a disposición de la iglesia el avión Sierra Maestra, para traer de El Cobre a La Habana la venerada imagen, lo que echó por tierra los infundios lanzados en torno al Congreso con ánimo de enfrentar el catolicismo a la Revolución.
Al principio los adversarios dijeron que el Congreso no podría celebrarse o sería grandemente dificultado por el régimen al que se trataba de pintar como enemigo de la religión. Cuando esa mentira fue desmentida por los hechos, una segunda versión afloró, la de que el evento sería una demostración de repulsa a la Revolución. Mientras que en el exterior se trataba de dar la impresión de una iglesia perseguida por el gobierno comunista, en la Plaza Cívica se confundían los comandantes del Ejército Rebelde con los eclesiásticos y devotos.
Alrededor de la una de la madrugada, antes de llegar la Virgen del Cobre, se anunció el arribo de Fidel con el ejecutivo revolucionario en pleno. A las dos y 30 de la madrugada, dos horas después de la fijada inicialmente, comenzó la Misa de Pontifical, limitándose la liturgia a un breve acto, por lo tarde que era. Ofició monseñor Pérez Serantes, quien agradeció emocionado la firmeza y sacrificio del pueblo y reconoció a las autoridades revolucionarias, que ofrecieron mucho más de lo que hubieran podido solicitar.
La clausura de este Congreso se efectuó el domingo 29, a las diez de la mañana, en el Estadio de la Tropical, con el apoyo en transporte y la seguridad de organismos del Estado cubano.
El 30 de noviembre, en Santiago de Cuba, cerca de medio millón de personas rinden tributo a la memoria de los mártires del levantamiento de la ciudad en 1956. A las 7:30 de la noche, Fidel llega a la improvisada tribuna de la explanada que se encuentra frente al Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago.
Varios oradores hacen uso de la palabra. Por último, Fidel inicia la clausura del acto y después de explicar la obra de la Revolución en los primeros 11 meses de poder revolucionario, critica a unos cuantos ricachones hipócritas y egoístas, intolerantes e incapaces de acabar de comprender toda la justicia de la Revolución, tratando de presentar a Santiago de Cuba como descontenta con el Gobierno Revolucionario.
Inmediatamente le preguntó al pueblo de Santiago de Cuba si estaba o no con el Gobierno Revolucionario, unas estruendosas exclamaciones aprobaron que estaban de acuerdo con la Revolución.
Fidel analiza la actitud asumida por algunas familias de la burguesía santiaguera que, en la lucha contra la tiranía, habían colaborado con los revolucionarios y ahora querían impedir que se hiciera una verdadera Revolución.
Para finalizar su discurso, reafirmó ante los orientales su decisión de continuar luchando por Cuba, y destacó que el acto de Camagüey y el acto de Santiago de Cuba han sido los dos actos más potentes que ha dado la Revolución en el interior de la República, como prueba inequívoca de que la Revolución crece en fuerza, crece en la conciencia del pueblo y se afianza; y quieren decir estos dos actos algo muy importante: que la Revolución cuenta y seguirá contando siempre con estas provincias, la de Oriente y la de Camagüey, que fueron provincias revolucionarias.
Fidel subrayó que con los cubanos la Revolución seguirá adelante.