Tres claves del Partido de Fidel
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Tres de las claves que sostienen ese fabuloso instrumento político que es el Partido son la unidad, el ejemplo y el sacrificio, entre otras, así lo confirman historiadores, filósofos, escritores y periodistas notables
La gran obra de Fidel, dice el teólogo brasileño Frei Betto, es la Revolución Cubana, que no empezó el 1ro. de enero de 1959, sino mucho antes, y que no ha concluido. Pero la espina dorsal de ese monumental proyecto, levantado a escasas 90 millas del imperio más poderoso de la Historia, no se explicaría sin su Partido.
Lo confirman historiadores, filósofos, escritores y periodistas notables, que destacan, entre otras, tres claves que sostienen ese fabuloso instrumento político.
UNIDAD
La obsesión de Fidel fue la unidad. Era tímido, casi pedía permiso para ser quien fue, «a pesar de toda su genialidad, de toda la historia que encarna», lo describe Frei Betto. Se transmutaba cuando tenía ante sí un desafío o cuando explicaba a multitudes «el arte de construir una correlación de fuerzas social, política y militar que permita transformar las condiciones actuales de la lucha haciendo posible en el futuro lo que en el momento presente aparece como imposible», añade la socióloga chilena Marta Harnecker.
Entendió, como pocos, que la unidad no se logra solo con prédica, sino con actos, y que para ello hay que estar dispuesto a todo. «Puso el pecho a las balas cuando vino la invasión –recuerda el escritor uruguayo Eduardo Galeano–, enfrentó a los huracanes de igual a igual, de huracán a huracán, sobrevivió a 637 atentados, y no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a diez presidentes de los Estados Unidos (en la actualidad, 12), que tenían puesta la servilleta para almorzarla con cuchillo y tenedor».
Para enfrentar a fuerzas tan poderosas como el imperialismo estadounidense y las oligarquías locales, la tarea principal de un revolucionario de estos tiempos, advertía una y otra vez Fidel, era la unidad de las fuerzas revolucionarias. Solo después de realizar un esfuerzo en este sentido, debía plantearse un esfuerzo más amplio. Sin embargo, no fue rígido en ese objetivo, aclara Harnecker. Cuando no lograba esa meta en forma inmediata, el líder de la Revolución Cubana no se detuvo en el avance hacia la unidad más amplia. Insistía en que «no deberíamos empezar por ponernos metas máximas, sino mínimas».
Pero de todas las hazañas de Fidel, uno de sus más importantes legados fue la creación del Partido, el principal instrumento para la unidad. Sabía que toda revolución es una guerra y para enfrentarla en mejores condiciones hay que «tener un comando único que sea capaz de orientar los combates, definiendo claramente cuál es el enemigo estratégico y el enemigo inmediato, la forma que debe adoptar la lucha, la situación actual en que ella se encuentra y la política a seguir para ganar cada vez más adeptos contra ese enemigo inmediato», afirma Marta Harnecker al reflexionar sobre el legado político del Comandante en Jefe, en lo que sería probablemente uno de los últimos textos de la teórica marxista latinoamericana.
El 3 de octubre de 1965 marca la fundación del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba (pcc) y la consolidación del instrumento político de la unidad. En el acto solemne, Fidel leyó la carta de despedida de Ernesto Che Guevara, que tuvo doble simbolismo: el Guerrillero Heroico iba a continuar el proyecto revolucionario en «otras tierras del mundo (que) reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos»; era, además, el mensaje que enviaba un arquetipo de comunista, que en otra misiva a Fidel, ese mismo año, le había escrito:
«El Partido y cada miembro del Partido debe ser vanguardia… La moral de un comunista es su galardón más preciado, debe conducir el cuidado de la moral individual…» (carta del Che a Fidel, el 26 de marzo de 1965, antes de salir a su misión internacionalista en el Congo).
Si la clave de ese Partido de vanguardia era la unidad, la inclusión tenía que ser su esencia. «No hay sector revolucionario, social, que no esté representado», explicaría Fidel al fundar el Comité Central, e insistiría en que la Revolución tenía que estar por encima de todo lo que cada militante había hecho en el pasado. Lo importante era lo que todas esas fuerzas hicieran juntas en el porvenir. Por eso, añade Harnecker, el líder cubano no «cobró derechos de autor y, a pesar de que el Movimiento 26 de Julio era reconocido por la inmensa mayoría del pueblo como el artífice de la victoria, él abandonó entonces la bandera de su movimiento para asumir la bandera de la Revolución».
El propio Fidel explicaría que de la unión y de la idea, de la unidad y la doctrina, en el crisol de un proceso revolucionario, «se ha formado este Partido. Y por esas dos cosas tendremos que velar siempre, porque son nuestros pilares fundamentales».
EL EJEMPLO
Al Partido Comunista de Cuba le fue asignado el objetivo de asegurar y defender la Revolución de todo el pueblo, con la participación y organización de sus trabajadores, campesinos, técnicos, profesionales, estudiantes y en general con la juventud rebelde.
La lógica de organizar el poder del pueblo estuvo muy vinculada con la de hacer fracasar cualquier intento de golpe de Estado, invasión o asedio, lo que se probaría a lo largo de más de medio siglo, frente a las reiteradas agresiones del imperialismo y frente al bloqueo económico, que habría hecho caer a cualquier gobierno que no contara con la inmensa mayoría del pueblo organizado.
«Pero ese Partido no habría sobrevivido sin un componente moral, el ejemplo», asegura el intelectual mexicano Pablo González Casanova.
Cuba fue y es el único país que mantiene su proyecto socialista de un «mundo moral», o de «otro mundo posible», como se acostumbra decir, o de «otra organización del trabajo y la vida en el mundo», añade González Casanova.
Muchas veces se escuchó a Fidel hablar al respecto: «En nuestra sociedad y en nuestro Partido debe imperar un principio: el ejemplo, que se traduce en mérito, capacidad, modestia». Que el Partido jamás pierda su virtud, ese respeto afectuoso, ese respeto fraternal y ese cariño que sienten por él las masas, fue el mayor de los anhelos de Fidel. Que sea sacrificio y trabajo, abnegación, honor, «pero que no sea jamás privilegio», valoraría Fidel en 1974, al hablar ante la Asamblea de Balance del pcc en la provincia de Oriente.
Tanto la práctica de la confrontación como la de la concertación implican medidas de organización de la moral, de la conciencia y de la voluntad colectivas, y eso es el Partido que organiza Fidel, asegura Pablo González Casanova.
El Partido Comunista cubano hizo un claro planteamiento de que la concertación puede darse en medio de conflictos y en medio de una lucha de clases, que sigue incluso cuando parecen predominar los consensos. «La experiencia de Cuba a ese respecto es inmensa, y no solo en defensa de su propia Revolución y por los variados enfrentamientos y acuerdos con Estados Unidos, sino por haber participado en la guerra de Angola contra el ejército del antiguo país colonialista y racista de África del Sur –el más poderoso del continente–, y tras haber ayudado a su derrota, y haber logrado que se sentara en la mesa de negociaciones hasta llegar a un compromiso de paz», concluye González Casanova.
EL SACRIFICIO
«Tenía un sentido del honor caballeresco, basado en el sacrificio», dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano. El revolucionario y pensador cubano, exministro de Educación y de Cultura de Cuba, Armando Hart, interpretó esa abnegada vocación del Partido como valores que no pueden deslindarse de la vida de su principal líder: «Ese hombre que concibió, encabezó y ha defendido inteligentemente y sin vacilación alguna, la obra gigantesca de la Revolución Cubana, estaba llamado a ser un elevadísimo y poco común ejemplo de ética, cultura, seguridad, experiencia y firmeza de principios: todo ello en una sola pieza».
En fecha tan temprana como 1962, mientras concluía la Séptima Reunión Nacional de Escuelas de Instrucción Revolucionaria, el líder cubano subrayó: «El Partido no es prebenda. El Partido es sacrificio. Al Partido no se va a buscar nada. Ante todo, enseñemos a cada revolucionario que en el Partido se entra para darlo todo…».
Y el 14 de marzo de 1974, en la Asamblea de Santiago de Cuba antes citada, añadiría:
«El Partido debe tener autoridad ante las masas, no porque sea el Partido, o porque tiene el poder, o porque tiene la fuerza o porque tiene la facultad de tomar decisiones. El Partido debe tener autoridad ante las masas por su trabajo, por su vinculación a esas mismas masas, por sus relaciones con las masas; el Partido en las masas, el Partido con las masas, pero jamás por encima de ellas...».
Y concluía: «...Que el Partido jamás pierda esa virtud, que el Partido jamás pierda ese respeto afectuoso, ese respeto fraternal y ese cariño que sienten por él las masas, que el Partido sea sacrificio, que el Partido sea trabajo, que el Partido sea abnegación, que el Partido sea honor, pero que no sea jamás privilegio».