El pueblo, armas en mano
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Hace 50 años, Fidel fundó esta fuerza combativa que ha devenido tropa imprescindible en la defensa de la patria y la Revolución
La idea le venía dando vueltas en la cabeza a Fidel desde hacía meses. Pero no fue hasta mediados de agosto de 1959 que la llevó a cabo. Por aquellos días había dirigido la operación para neutralizar la llamada “conspiración trujillista” que tuvo su clímax en el aeropuerto de Trinidad, precisamente en su cumpleaños 33, con la captura de dos relevantes cabecillas contrarrevolucionarios. Lejos de caer en triunfalismo por el desenmascaramiento de la intentona, el líder de la Revolución comprendió entonces que a las próximas agresiones que de seguro ya preparaba el imperialismo, era necesaria la participación del pueblo con las armas en la mano.
La existencia en Pinar del Río de una peligrosa banda encabezada por un prófugo de la justicia revolucionaria le permitió llevar sus ideas a vías de hecho. Reunió a doce campesinos de la zona en donde operaban los alzados a los que armó con la encomienda de enfrentar a los contrarrevolucionarios. A Leandro Rodríguez, a quienes todos llamaban por su segundo apellido, Malagón, lo designó jefe de la pequeña milicia, que a partir de ese momento comenzó a ser conocida como Los Malagones. Concentrados en el campamento de Managua, recibieron adiestramiento militar.
Una vez concluido el curso, a finales de septiembre de 1959, regresaron a su provincia y comenzaron a perseguir a los alzados. Fidel les había dado tres meses para neutralizar a la criminal cuadrilla. “Malagón, si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba”. Pero solo necesitaron dos semanas para cumplir la misión.
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El 26 de octubre de 1959, durante una multitudinaria concentración frente al entonces Palacio Presidencial (hoy Museo de la Revolución), en su diálogo con el pueblo Fidel le demostró la necesidad de que estuviera militarmente preparado y armado. Como en esos días algunos periódicos de propietarios burgueses habían acrecentado sus ataques a la Revolución, se refirió al respecto: “Una de las primeras cosas que plantea (el Diario de la Marina) es que, en primer lugar, se solidariza con el traidor (Hubert Matos); en segundo lugar, trata de hacer las mismas insinuaciones, acusando de comunista al Gobierno Revolucionario; en tercer lugar, dice: ‘La Revolución, para defenderse de sus enemigos, no necesita armar a los obreros y campesinos. Es suficiente el valor probado y la pericia de su ejército.’”
Uno a uno el líder de la Revolución fue refutando totalmente los artilugios del rotativo: “Frente a ese concepto de ejército profesional y de defensa del país con ejército profesional, está nuestro concepto revolucionario de defender al país con el pueblo, con todas las fuerzas del pueblo, con todos los brazos del pueblo, con todos los corazones del pueblo (,,,) el pueblo está en pie de guerra, que a los campesinos y a los obreros los comenzaremos a entrenar inmediatamente, igual que a los estudiantes”.
La Universidad se viste de miliciana
Al terminar el acto, la gran masa de estudiantes universitarios que allí estaba no marchó a sus casas. En la cafetería de la casa de altos estudios, entre refrescos, se acordó por unanimidad el nombre que llevaría la Milicia Universitaria: Brigada José Antonio Echeverría. Alguien sacó la hoja de una libreta. “El que esté dispuesto, que firme aquí”. Hubo necesidad de otra hoja, y otras más. Como emblema escogieron el búho, símbolo de la sabiduría, pero le colgaron un fusil al hombro, encima de unos libros, para patentizar el carácter estudiantil. Al ave la dotaron de una mirada vigilante, según los jóvenes, “para que supiera a qué atenerse el enemigo”.
Y comenzaron las prácticas de infantería en la Plaza Cadenas y el Estadio Universitario. Recibieron también las primeras armas, unos viejos fusiles crack que amenazaban rajarse al primer disparo. El 13 de noviembre, el entonces comandante Raúl Castro pasó revista a la Brigada: “No se entristezcan estudiantes y guerreros por esos rifles deficientes que hoy tienen… Lo importante no son las armas, sino las estrellas que se tengan en la frente”.
Dos semanas después, recibieron la visita de Fidel. Tras constatar el progreso de la Milicia Universitaria, habló a los jóvenes: “Hoy son ustedes los que llevan los fusiles, como prueba de que nunca más en nuestra Patria los estudiantes serán perseguidos, como prueba de que los derechos estarán garantizados por el pueblo”.
Tras semanas de entrenamiento, el 27 de noviembre de 1959, armados con los garands que les había enviado Fidel, los muchachos de la FEU bajaron en masa por la Escalinata. Se oyó un silbato y un pelotón de muchachas comenzó a hacer evoluciones. En su recorrido por San Lázaro hasta el monumento de La Punta, los estudiantes milicianos recibieron el aplauso del pueblo. Aquel desfile constituyó un catalizador del entusiasmo popular, que ya era grande, para la constitución de las milicias.
Y hubo milicias
Al principio se organizaron por sectores sociales, es decir, milicias obreras, campesinas, y estudiantiles, las cuales recibían clases de infantería, arme y desarme y hacían guardias en los centros de trabajo y objetivos priorizados. De acuerdo con investigaciones del historiador José Ramón Herrera, para marzo de 1960, a menos de cinco meses de creadas las MNR, aproximadamente medio millón de hombres y mujeres estaban organizados en sus filas.
Entonces Fidel decidió reorganizar los destacamentos de milicias con un sentido táctico–territorial y convertirlos en batallones de combate. Según testimonio de José Ramón Herrera, también uno de los protagonistas de aquella gigantesca misión, “fusiles, ametralladoras, morteros y piezas de artillería terrestre y antiaérea, procedentes de los países socialistas, comenzaron a entrar a puertos cubanos y en carrera contra el tiempo se entregaban a las recién formadas baterías, compañías y batallones.
“En todas las provincias se organizaron los centros de preparación necesarios, durante 15 días los milicianos recibían clases de armamento, tiro, y táctica elemental del soldado. La graduación se efectuaba luego de vencer la marcha de los 62 kilómetros. La boina verde olivo se convirtió en el símbolo de haber pasado por todas las pruebas del curso. Durante el segundo semestre de 1960, el archipiélago cubano se convirtió en una gigantesca escuela de combatientes revolucionarios”.
Milicias en acción
La CIA no cejaba en sus planes de derrocar a la naciente revolución, entre los cuales estaba el desembarco de una tropa en los alrededores de la ciudad de Trinidad para, con el apoyo de los grupos de alzados en el Escambray, establecer una cabeza de playa que justificaría una agresión armada bajo los auspicios de la OEA.
Fidel ordenó, para contrarrestar la maniobra enemiga, la Operación Jaula, la cual consistía en cercar totalmente al Escambray, dividirlo en cuatro sectores, ocupar con escuadras los puntos más importantes, peinar las zonas cercadas, realizar un trabajo político directo y efectivo con las familias campesinas, e intensificar las transformaciones económicas y sociales en toda la región.
Hacia el Escambray se movilizaron 80 batallones de milicias procedentes de toda la geografía nacional. Durante la operación, concluida en los primeros días de abril de 1961, se neutralizaron unos 600 alzados, se capturaron más de un millar de armas de guerra, y se desarticularon todas las bandas. La CIA se vio obligada a cambiar el lugar del desembarco.
Girón
Fueron milicianos los primeros en enfrentar el 17 de abril de 1961 a la brigada mercenaria en Playa Larga y Playa Girón. Durante toda la batalla, los combatientes de las MNR constituyeron la mayoría de las fuerzas de infantería y la totalidad de las dotaciones de las baterías de artillería terrestre y antiaérea con las que contó Fidel para repeler la invasión en menos de 66 horas. Ellos desempeñaron cabalmente el papel que les asignara el Comandante en Jefe como fuerza combativa imprescindible en la defensa de la patria y la Revolución.
Como concluyera acertadamente el historiador José Ramón Herrera, “más allá del entorno de la batalla, el papel de las milicias fue un digno y temprano ejemplo de lo que hoy conocemos e identificamos como la guerra de todo el pueblo. En esos días no quedó un tramo de costa, una llanura, una montaña, una ciudad, un pueblo, una fábrica, una granja, donde no estuviera presente el escudo protector de aquel extraordinario ejército de trabajadores y eso fue también un factor fundamental que coadyuvó a la victoria y a la vez, una experiencia valedera para todos los tiempos”.
Fuentes consultadas
Los libros Operación Jaula. Contragolpe en el Escambray, de José R. Herrera Medina; y Los Malagones, de Mercedes Alonso Romero. El texto periodístico “Milicias universitarias, de la Colina al Turquino”, de Pedro A. García.