Obras con buenas razones
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Que el primer encuentro con Fidel haya estado acompañado de un severo regaño es una de las tantas vivencias del general de brigada (r) Roberto Valdés Martínez, quien en aquel momento comprobó el gran valor que el Comandante en Jefe les concedía a la vida y la seguridad del ser humano.
Ocurrió en el primer carnaval después del triunfo revolucionario efectuado en el Paseo del Prado. Entonces Robertico, como todos suelen llamarle, tenía solo 17 años y ya era jefe de la Sección de Motos de la Policía Nacional Revolucionaria y del Servicio de Vigilancia de Carreteras de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
La Sección contaba con un grupo acrobático que demostraba sus habilidades con exhibiciones riesgosas como El salto de la muerte, en el que una pesada moto tomaba impulso a unos 140 km/h, por un estrecho tablón y pasaba a cierta altura por encima de una larga hilera de hombres acostados de forma transversal y al final se tendía él, pero de frente al tablón, cerrando la hilera con sus piernas, y con dos banderas en las manos para orientar al motociclista por dónde dirigirse. “Aquella moto pasaba con tremendo estruendo y vibración sobre todos nosotros, principalmente sobre mi cabeza y tan cerca que yo sentía una ola de calor que me calentaba la cara.
“Cuando supimos que en la tribuna estaba Fidel quisimos lucirnos. Yo no había tenido oportunidad de conocerlo porque durante la lucha insurreccional estuve en el Segundo Frente Oriental Frank País, con Raúl.
“Hicimos la acrobacia y en medio de los aplausos del público vimos que venía corriendo un compañero vestido de militar y preguntó si yo era el jefe del grupo. A mi respuesta afirmativa me indicó: ‘Acérquese a la tribuna que el Comandante Fidel quiere hablarle’. Yo iba hinchado de orgullo, creyendo que nos habíamos ganado un tremendo reconocimiento, pero ya estando muy cerca, Fidel me dijo textualmente: ¡Tenía que ser un pepillo; loco de m… es lo que tú eres; un irresponsable; esto no es el Circo romano; aquí el pueblo no viene a ver correr la sangre: no hagas eso más nunca en tu vida! ¿Entendiste? Sí, Comandante, le contesté.
“Retiré al grupo y al llegar a la unidad lo reuní y les dije a los compañeros: el Comandante nos prohíbe hacer nuevamente este número, por lo arriesgado y peligroso que es para todos nosotros”.
Yo nunca había visto un ladrillo de cerca
Hacía tres años que Robertico era delegado del Ministerio del Interior en Camagüey, cuando un día recibieron allí la visita del Comandante en Jefe, quien estaba muy molesto debido a que una gran cantidad de equipos para construir obras destinadas a viales, presas, canales de riego y otras para el desarrollo agropecuario de la provincia, se encontraban semidestruidos.
Robertico trasladó en yipi a Fidel para una gran reunión que se efectuó alrededor de una larga mesa con la presencia de los dirigentes del DAP (Desarrollo Agropecuario del País) más el sindicato, la Juventud, el Partido, jefes de brigadas y sus técnicos y especialistas, inversionistas y otros organismos de la construcción provincial y nacional. Fidel exigió explicaciones pero ninguna de ellas resultó convincente.
El Comandante en Jefe, extremadamente disgustado, puso fin a dichos argumentos al considerar que no se podía justificar lo injustificable y le dijo al principal culpable que merecía un juicio público y que se le condenara por irresponsable y derrochador de los recursos del país. Agregó que debía ser sustituido del cargo pero no lo hacía de momento porque no tenía con quien.
“Sin embargo minutos después de haber dicho esto, interrumpió a un jefe de brigada que estaba hablando, y dijo: ‘Sí, tengo sustituto’, y seguidamente me llamó en voz alta, me puse de pie y le dije: a su orden, Comandante. Él afirmó: ‘A partir de hoy tú serás el nuevo jefe del Sector de la Construcción de esta provincia; será una nueva institución que agrupará a todos los constructores y proyectistas, a todos, ¿entiendes?’.
“Le respondí: sí, Comandante, a su orden, y me senté. La muestra de confianza me enorgulleció pero a la vez me llenó de preocupación y así lo reflejé en un papelito donde le escribí: Comandante, yo nunca he visto un ladrillo de cerca; no conozco nada de construcciones. Le pasaron la nota a Fidel, la leyó y continuó la reunión sin decir palabra. Yo me quedé un poco extrañado por la falta de comentarios; pasaron como diez minutos y Fidel se dirigió a mí nuevamente asegurando: ‘Robertico, no te preocupes, que yo sé que donde tú te metes, los problemas se resuelven’.
“Así, de militar me convertí en constructor y durante seis años logramos impulsar muchas obras para nuestro querido Camagüey”.
El padrino principal
“Fidel había declarado que en Santiago de Cuba se construiría un parque recreativo cultural y en una visita a ese territorio comenzó a hablar sobre la laguna de Baconao, recordó que de muy joven la visitaba y que a Raúl también le gustaba mucho. Me percaté que esto ayudaría a la aprobación de las ideas que estábamos concibiendo para la zona.
“El Comandante en Jefe se dio cuenta de que yo estaba eludiendo hablar de los proyectos, fue al grano y se interesó por saber qué estaba haciendo en Baconao, con qué y para qué. Le mencioné algunas obras y le expliqué que uno de los objetivos era crear áreas de recreación para la juventud santiaguera, que en aquellos momentos no tenía prácticamente ningún esparcimiento.
“Me hizo muchas preguntas y finalmente me dijo: ‘Para qué quieres que yo visite los lugares, si ya lo tienes todo pensado. Y mi respuesta fue: Porque usted será el padrino principal de esta gran obra.‘¿Y cuál sería la tarea del padrino principal?’, preguntó a su vez. Respondí: Asignarnos equipos de transporte y de construcción, ponernos en el plan de obras del país, destinarnos algún dinerito y otras pequeñas cositas, contesté, sonriéndome.
“En otra visita posterior a Santiago de Cuba Fidel se dirigió al parque Baconao ya en plena construcción. Lo acompañamos el primer secretario del Partido y yo como delegado del Ministerio del Interior. También participaron en el recorrido Carlos Rafael Rodríguez, su esposa Mirta; el escritor colombiano Gabriel García Márquez y su esposa; la periodista estadounidense Patricia Setty y la fotógrafa Maggie Steher; Henry Ruiz, de Nicaragua y Flavio Bravo, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
“En aquel yipi descapotado Fidel conversaba con sus invitados; mostrándoles obras recreativas y culturales, viviendas y otros servicios para el turismo y la población que estábamos edificando. Cuando nos deteníamos en algún lugar la gente se reunía enseguida, aplaudía y daba gritos de ¡Fidel!, ¡Fidel!, ¡Fidel! Él les dedicaba varios minutos a los pobladores de cada lugar.
“El Comandante les comentó a los invitados sobre mí: ‘El hombre es un terremoto, él es un ejemplo del espíritu de dedicación de la mayoría de los cubanos: Primero idea el proyecto, después pide permiso a La Habana’.
“Al llegar a la casa de visita, Fidel me pidió que les explicara los proyectos a las compañeras mientras él hablaba con García Márquez, Carlos Rafael y los otros invitados. Unas dos horas después se acercó y les preguntó jocosamente a mis interlocutoras: ‘¿Ya Robertico les mostró los sueños de los socialistas?; porque los socialistas también somos soñadores’.
“Patricia Setty y Maggie Steher pidieron hacernos una foto a los dos juntos y Fidel accedió pero con una condición: ‘Regañándolo por todo lo que hace sin permiso, hasta sin presupuesto’. Y así, señalándome con el dedo se plasmó la imagen, él con cara seria y yo riéndome”.
Estas y otras muchas anécdotas formarán parte del libro en preparación titulado El Fidel que yo conocí.